En la mesa de novedades, Atlas de Alba Cid, escrito en gallego y Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández 2020, Chispitas de carne de Bibiana Collado Cabrera, Una arena tan sensible de Matías Miguel Clemente y Las huidas, volumen que reúne la poesía de Pilar Adon. Con estos libros quiere celebrar Elena Medel los veinte años de La Bella Varsovia, una editorial sin la cual no entenderíamos la poesía contemporánea este este país. La celebración de este aniversario es, para su fundadora, una celebración de una generación de poetas –Berta García Faet, Miriam Reyes, Unai Velasco, Luna Miguel o Natalia Litvinova, entre muchos otros– que se han mayores en paralelo al sello, en cuyo catálogo también hay nombres de trayectorias más asentadas, como Ana Rossetti o Marta Sanz. La Bella Varsovia pertenece desde hace tres años a Anagrama.
Han pasado veinte años desde que naciese La Bella Varsovia
Da un poco de vértigo mirar atrás, la verdad, sobre todo porque veinte años es más de la mitad de mi vida. Queremos celebrarlo reivindicando el fondo editorial y a autores que han hecho su camino y creciendo en la medida que también crecía la editorial. Pienso, por ejemplo, en Luna Miguel. Ahora me es imposible recordar cuántos libros suyos hemos publicado, pero diría que, entre poemarios propios y antologías, son 11 o 13. Lo más emocionante de estas dos décadas son los lectores que desde el inicio se interesaron por el proyecto y a los conozco personalmente. En los primeros años, yo iba a las ferias y vendía los libros.
¿Estaba sola?
Bueno, he de decir que al inicio conté con la ayuda de Ana Santos Payán, que era la editora de El Gaviero. Ana fue para mí ese máster de edición que nunca llegué a hacer.
La edad es un elemento para tener en cuenta, pero no así un rasgo definitorio. Sin embargo, resulta difícil obviar el hecho de que usted tenía 19 años cuando montó la editorial y todos sabemos lo difícil que es, a todos los niveles, empezando por el económico, crear un proyecto desde cero.
No fue algo fácil. No tengo antecedentes familiares en el mundo de la edición; mi familia no tiene nada que ver con la cultura y tampoco tenían un capital económico que me pudiera sostener, puesto que es clase trabajadora. Por entonces, con dieciséis años. ya había publicado Mi primer bikini. Tenía algunos contactos con el mundo editorial, que no me era del todo ajeno. La editorial surge en 2004, pero su origen está en 2003, cuando comienzo a darle vueltas a la posibilidad de crear un sello en el que publicar la poesía que me interesaba, que encontraba en los recitales y en los que participaba gente que empezaba, pero que no estaba en las librerías.
De manera ingenua y kamikaze, puesto que no era del todo consciente de lo que suponía editar libros, empecé. Durante los diez primeros años el ritmo de edición fue muy inestable: solo cuando un libro cubría gastos, podía publicar el siguiente. Hubo años en los que solo sacaba un título pero, hace una década, la editorial se profesionalizó y publica una media de 10/12 títulos por año. Hemos abierto colecciones e incorporar otras expresiones artísticas vinculadas a la poesía. A lo largo de estos años he aprendido a valorar lo que tiene un libro de trabajo colectivo: tú puedes escribir un texto excepcional, pero si en la cadena del libro falla algo la vida del libro será diferente.
¿Qué produjo la profesionalización de la editorial?
Hasta entonces combinaba mi trabajo en La Bella Varsovia con encargos para otras editoriales: edición de textos, corrección, redes sociales… Todos estos trabajos me permitían pagarme el alquiler, pero no me dejaban espacio para dedicarme a mi proyecto. No llegaba y que se me escapaban libros que terminaban en otras editoriales, porque no tenía tiempo. Por eso decidí centrarme en la editorial y, si bien nunca dio beneficios apabullantes, entre 2014 y 2021 se convirtió es un proyecto sostenible
La Bella Varsovia nació en un momento en que aparecieron también otros sellos independientes
Es cierto. En esos años recuerdo a Enrique Redel enseñándome la maqueta de las primeras cubiertas de Impedimenta o a los sellos de Grupo Contexto. También empezó Páginas de espuma, que este año cumple su 25 aniversario. Se debió a la tecnología y a las herramientas para la edición que hicieron posible abaratar costes y hacer libros tú sola desde tu casa. Fue algo positivo, pero también perverso, porque se eliminaban oficios y te sobrecargabas de trabajo. Publicar un libro siempre tiene riesgos porque nunca sabes cómo va a funcionar. Me ha pasado confiar en determinados títulos que luego no alcanzan el espacio ni la resonancia que yo hubiera querido.
Usted apostó por la poesía.
Entonces había pocas editoriales de poesía que tuvieran presencia en circuitos comerciales. Había muchos sellos de poesía, pero circunscritos a una ciudad y con poca distribución, y los institucionales, que han ido perdiendo fuerza. Para publicar un poema era prácticamente imprescindible ganar un premio y tener visibilidad. La Bella Varsovia lo que intentó fue ampliar el campo estético.
Otros nuevos sellos apostaron por la narrativa. Usted lo hizo por los nuevos poetas.
La forma de trabajar la poesía es distinta a la narrativa. En poesía son muy importantes las presentaciones, los recitales, los festivales o las ferias. Basta ver nuestra agenda para comprobarlo. Nos cuesta que incluyan poemarios en los clubes de lectura porque existe la sensación de que la poesía es algo complicado. Cuando abrí la colección de infantil me di cuenta de que esta literatura se mueve también por otros circuitos que tienes que controlar si quieres dedicarte a este tipo de libros. La apuesta por las voces nuevas no implicaba apostar por quienes empezaban, sino por quienes estaban aportando discursos diferentes. Lo que más conocía eran autores que estaban empezando, como yo, y cuya obra tenía una circulación nómada en revistas. Era también consciente de que había poetas con una trayectoria asentada que consideraban que publicar en una editorial como la mía era, en cierto modo, dar un paso hacia atrás.
Sorprende escuchar esto.
Hubo excepciones: Ana Rossetti. Fue emocionante publicarla porque es mi maestra, es una escritora admirable. Es fácil encontrarte a Ana en un recital de poetas jóvenes, escuchando, aprendiendo. Es una autora con una trayectoria larguísima y muy respetada que apostó por La Bella Varsovia porque sabía que allí encontraría su sitio, dialogando con voces más jóvenes con las que tenía en común más que con poetas de su generación.
¡Cómo cambian las cosas! Acabáis de publicar Corpórea, la poesía de Marta Sanz, y Las huidas, de Pilar Adón.
Pilar lleva ya muchos años en la editorial. A estos dos títulos deberíamos añadir El uso del radar en mar abierto, de Martín López-Vega y El huésped esperado, de Alberto Santamaria. Me gusta recuperar la obra precedente de los autores que se incorporan a nuestro catálogo, sobre todo si está descatalogada o es difícil de encontrar. Puede sonar utópico, pero los libros no tienen fecha de caducidad. Por eso reimprimimos títulos, aunque sea con una tirada modesta, para que sigan estando disponibles.
En su trayectoria es importante la recuperación de autoras que el canon había dejado al margen. Pienso en 'Las Sinsombrero', pero no únicamente.
Tomé algunas decisiones por intuición, gusto, casi por capricho… No había un plan preconcebido. Lo único que quiero es defender todos los libros que publicamos, que son aquellos que me gustan y considero indispensables, aunque entre sí no tengan necesariamente vinculaciones.
De ahí la labor de Luna Miguel
Sí, en concreto, en Reyes subterráneos, la antología que compilamos las dos, y también en Biblioteca, una pequeña colección que no terminó de arraigar en la que incluíamos antologías de autoras del XVIII y XIX en un formato breve y asequible, aunque, como te decía, no terminó de encontrar su lugar, a pesar de la antología de Pardo Bazán, que es una poeta valiosa, aunque ella se empeñase en ir en contra de su propia obra poética.
Frente ciertos sellos de poesía comercial, usted publica autoras como Berta García Faet o Alba Cid, cuyos poemarios no son obras para leer en el autobús.
Minusvaloramos a los lectores, y no me refiero solo a los de poesía, sino a los lectores en general. Existe la tendencia en asumir que lo fácil y lo sencillo encaja mejor con un gran número de personas. Cuando publiqué mi ensayo sobre Antonio Machado me invitaron a la radio para una entrevista que iba a durar 10-15 minutos porque el resto iba a estar dedicado al horóscopo. Se había pedido que la gente llamara para contar su experiencia con el horóscopo y lo que pasó es que tuvieron que cambiar la escaleta, porque la gente llamaba, pero para hablar de Machado. Hay muchísimos lectores que quieren una literatura que les exija implicación, que les exige, pero también les da mucho.
¿Hay que reivindicar lo complejo como positivo?
Cuando un libro te invita a reflexionar, a leer con clama…. A mí me sucede con Berta García Faet, con Sara Torres, con Mario Obrero o con María Sánchez, cuya poesía está cerca a su vertiente ensayística.
¿El éxito en narrativa y en ensayo de Sara Torres y de María Sánchez tiene sus efectos en la venta de sus títulos de poesía?
Puede haber un efecto arrastre, pero no es decisivo. En el caso de María Sánchez primero se publica su poemario Cuaderno de campo. Ya era conocida, puesto que llevaba años publicando en antologías y revistas. El libro funcionó muy bien; en la primera semana de estar en las librerías, se agotó la primera edición. Diría que su éxito se debió al enorme interés sobre algunos de los temas que aborda, como el campo.El caso de Sara Torres es distinto: las cifras de los libros que habíamos publicado antes, Fantasmagoría y El ritual del baño, no son tan elevadas como las de sus novelas. Sin embargo, su poesía sí que tenía presencia en librerías.
Hace tres años La Bella Varsovia fue adquirida a Anagrama, que no tenía una colección de poesía...
Bueno, hay excepciones valiosísimas en el catálogo. Un libro inmenso es Omeros de Dereck Walcott. Luego también está la poesía completa de Carver, Todos nosotros, y de Allen Ginsberg. Es cierto que son libros de poesía de autores que ya formaban parte de su catálogo de narrativa y no había una colección exclusivamente de poesía.
¿Qué significa para La Bella Varsovia ser parte de Anagrama?
Tras diecisiete años de trayectoria me di cuenta de que estaba bloqueando a la editorial. Yo lo hacía todo: leía manuscritos, maquetaba, hablaba con la imprenta, hacía albaranes, envíos a prensa… Lo único de lo que no me encargaba era de la corrección, de la que se hacía cargo María Martínez. Había cosas que quería abordar, como la distribución en América Latina, que no conseguía sola y era imprescindible. Anagrama me permite dedicarme casi exclusivamente a la edición y a distribuir los libros en América Latina.
¿Cuál es su grado de independencia a la hora de configurar el catálogo?
El 100%. No he tenido ningún tipo de inferencia. Lo único que ha variado es que me piden más títulos cada años. Ahora tengo que publicar dieciséis, pero no es un problema, porque puedo dedicarme a ellos como editora.
¿Volverá a escribir?
Ahora mismo es complicado porque la editorial es el centro fundamental de mi día a día: mis jornadas laborales están dedicadas a editar y a leer manuscritos. El verano es, desde hace años, mi momento de escritura; cuando todo el mundo se va de vacaciones bajo la persiana para que nadie vea que estoy en casa y empiezo a escribir. Ojalá en algún momento poder volver a la escritura, pero es muy gratificante trabajar dedicarse a los textos de los demás. Supongo que en algún momento llegará el momento de volver a escribir, pero, si no llega, no pasa nada. Al fin y al cabo,me dedico a hacer libros y es algo que disfruto y quiero seguir haciendo.