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La literatura, pese a la convención que sostiene lo contrario, no es un fin. Es la consecuencia (brillante o desafortunada, que de todo hay en las librerías y en las bibliotecas) de un método. La escritura siempre antecede al libro. No sólo en el aspecto lógico y material –sin escritor no hay obra que valga–, sino en el artístico. Andrés Trapiello (1953) ha hecho casi toda su trayectoria literaria caminando a contracorriente. Frente a las modas (pasajeras). En contra de su generación –que despreció la tradición española y abrazó, en muchos casos sin conocimiento preciso, la narrativa extranjera–. Lidiando sin descanso con una hostilidad ambiental que durante muchísimos años condujo a la novelística española a un callejón sin salida que coincidió –en parte– con la fascinante emergencia y entronización de los grandes autores hispanoamericanos. 

No lo ha tenido nada fácil. Ni por una parte de la crítica (véase el recibimiento a su segunda novela, El buque fantasma), ni por la soberbia editorial, ciertos malentendidos, determinados menosprecios sonoros y la incomprensión general del borreguismo cultural, mucho más pendiente de los focos que de los libros. A sus 71 años, el tiempo lo ha conducido, sin estrépito, a la cúspide del mástil mayor que impulsa la nave de la literatura en español frente a los vientos adversos y a las mareas gremiales. No es resultado de un prodigio. Es el fruto de un ejercicio (discreto, constante, fértil) de disciplina. De saber cuál es su barco, por humilde que sea, y conducirlo –con las velas al viento– hasta el puerto deseado, que siempre es el menos malo de todos los posibles, porque las costas, incluso cuando se practica la exploración de cabotaje, no es lisa, sino abrupta. 

El escritor Andrés Trapiello / YOLANDA CARDO

Este hecho, al margen de su famosa obstinación creativa, explica que el poeta leonés, que lleva media vida en Madrid, pero nunca ha dejado en el olvido los comienzos que le tocaron en suerte –basta leer sus versos para constatarlo–, escriba y reescriba muchos de sus libros, en una suerte de ritornello que no es tanto repetición –como prescribe el arte musical del rondó– cuanto una variante melódica con una distinta tonalidad. La exploración, con todos los hallazgos asociados, de los diferentes planos de una misma historia, que nunca es idéntica porque cada punto de vista nos desvela una perspectiva distinta. 

Trapiello es un escritor realista, pero su concepción de lo real, donde la verdad y la ficción no se confunden, consiste en un ejercicio de destilación, igual que hacen los grandes artesanos con los vinos. En casi medio siglo de escritura se ha situado a la cabeza del ensayismo literario –con más de veinte estudios donde describe a fondo a sus precursores, reivindicando el talento ajeno allí donde se encuentre– y es uno de los poetas más hondos de su tiempo. Las armas y las letras (1994), libro mítico, ampliado y enriquecido en sucesivas ediciones; Los nietos del Cid (rescatado hace meses por Athenaica), Las vidas de Miguel de Cervantes o El arca de las palabras son obras amenísimas, documentadas, valientes, libres y –cosa que no le perdonan algunos académicos– influyentes. Sin ellas nuestra perspectiva de la literatura española sería mucho más pobre. 

Edición de bolsillo de 'Las armas y las letras' AUSTRAL

En la decena de poemarios que ha publicado, y especialmente en La fuente del encanto (Vandalia), uno de los libros más hermosos que hemos leído nunca, donde se altera el verso con la prosa impresionista, está el escritor más íntimo, del mismo modo que su perfil autobiográfico palpita en la colección de sus diarios –los veinticuatro tomos del Salón de pasos perdidos, que Alianza va a reeditar tras dar a la imprenta la antología Fractal– donde el poeta se convierte en retratista familiar y cronista de la vida (literaria), tan cómica como trágica. 

Trapiello ha escrito mucho, casi siempre bueno, en muchos géneros y tonos, porque la afinación literaria únicamente se obtiene mediante el trabajo esforzado y el decurso de los días. Con la novela y los relatos, en cambio, no siempre le sonrió la fortuna, a pesar de su tempranísima entrega al género con La tinta simpática, obra publicada a mediados de los años ochenta. De hecho, ha dejado pasar una una década entre El final de Sancho Panza y otras suertes, continuación de la saga post-cervantina que abrió con Al morir don Quijote, y Me piden que regrese (Destino), la obra con la que regresa a la narrativa de ficción. Un retorno que es, en cierto sentido, una suerte de consagración. 

'La noche de los cuatro caminos' AGUILAR

Si la aparición de sus mejores libros de ensayo –como el dedicado a la historia de Madrid, donde entrevera la suya propia– siempre es un acontecimiento, esta novela lo coloca como uno de los indudables maestros (algunos dirán que tardío, pero las cosas no pasan cuando uno desea, sino cuando suceden) de la narrativa española contemporánea. La guadianesca carrera narrativa del poeta leonés queda así conjurada con este libro importante, que va a perdurar en el tiempo, que no renuncia (más bien persigue) a las mayorías, cosa que debe hacer un escritor profesional, y que pone de manifiesto que el arte de la novela no es flor de un día, ni fruto de un lustro. Es una tarea modesta que lleva toda una vida. 

Me piden que regrese es una fábula de intriga, acción, amor y aventuras, síntesis de los espíritus de Galdós y Baroja, sobre el Madrid, oscuro y vital, cruel y enternecedor, de la posguerra. De fondo está, por supuesto, el paisaje del atentado en el cuartelillo de Falange de Cuatro Caminos, contado ya en La noche de Cuatro Caminos (Aguilar) y, mucho después, al modo de una crónica panorámica sobre un tiempo y una época, con sus columpios sangrientos, en Madrid, 1945 (Destino).

'Madrid 1945' DESTINO

Esta última novela no es política, sino humana. Y atmosférica: el novelista, con los diálogos y las palabras, logra revivir una España desaparecida hace ocho décadas que, sin embargo, todavía nos convoca. El comienzo del libro es anticlimático. El narrador –omnisciente– se permite licencias Ancien Régime. La trama promete una historia de espías, tan queridas por el difunto Javier Marías. Pero el resultado es muy distinto y, en general, deslumbrante, porque estos elementos, sabiamente administrados, dan lugar a un friso carnal en el que podemos ver ese rastro amarillento, como de dolorosa y larga despedida, que dejan siempre los muertos, especialmente aquellos que nos antecedieron a nosotros como paseantes sonámbulos por las mismas calles y esquinas que transitamos cada día. 

La novela alcanza momentos llenos de de emoción porque los ingredientes ambientales se funden de forma natural, sin imposturas ni digresiones, en un magna fascinante análogo a la vida misma, aunque hayan sido ordenados –en esto se nota el oficio– con maestría, dejando libre el aire necesario para que los personajes y los ambientes luzcan por sí mismos. Trapiello, tan aficionado a las miniaturas y a los abandonados cachivaches del rastro, reconstruye el idioma de los españoles y los escenarios del Madrid de los años cuarenta.

'Madrid, 1945', la posguerra según Trapiello / DANIEL ROSELL

De Galdós y de Baroja toma la mágica oralidad de las conversaciones –incluyendo muchos de los arcaísmos que definían la época, como decirle a una mujer que es “sugerente”–; de Cansinos-Assens y su Diario de posguerra en Madrid, 1944 (Arca), los episodios de las cuerdas de presos, que andaban atados por las calles, empujados por policías que a veces son crueles y otras misericordiosos, entre un paisanaje inquieto y asustado; acaso La colmena de Cela le haya inspirado el océano de las tertulias de los cafés y sus libros sean la semilla de la trama sobre las prensas clandestinas de los viejos comunistas, un homenaje a sus queridos tipógrafos. De lo que no cabe duda es de que la mirada compasiva del autor ante los personajes, a los que retrata sin juzgarlos, dejando que sean sus hechos –y los lectores– quienes emitan juicios morales, bebe de Cervantes. 

El retrato de época es fascinante (por extremo) y verosímil. La caracterización de Chito, el niño-escudero del protagonista, es excepcional. La pareja formada por Benjamín Cortés y Sol Neville (espía, él; aristócrata, ella: seres libres y al tiempo contradictorios) inolvidable. Frente a las novelas que sólo se fijan en la oscuridad y la miseria de un Madrid lleno de lisiados, bronquíticos, hambre, piojos, estraperlo, militares y gasógeno, y quizás también contra los escritores que pretenden reescribir la Guerra Civil ciegos de un ojo, contándola sólo a través de la represión de los vencedores –que permitía que las familias de orden dejaran aparcados sus coches con las llaves puestas, sin temor a los ladrones–, Trapiello trabaja con las ambigüedades y los contrastes. Con la vida tal y como se presenta. Sucia unas veces; luminosa, otras.

'Me piden que regrese' DESTINO

Entreteje su historia de amor y venganza, de violencia y humillación cotidiana, de traición y ternura, con la envidiable vitalidad de la gente anónima que deseaba sacar adelante a sus familias y dejar atrás la tragedia –sin olvidarla, necesariamente– y la irritante fiesta de los vencedores, que saboreaban su triunfo en los elegantes salones de Lhardy, en las congas del cabaret Pasapoga, en los vaporosos desfiles de Balenciaga o en las corridas de toros de Manolete, mientras el generalato y los hombres de régimen se reían de la desgracia ajena, abrazaban la corrupción moral y política y se iban desprendiendo de los símbolos fascistas para dar paso al viraje (católico) del franquismo intermedio. 

De la posguerra, igual que de la Guerra (in)civil, como la llamase Unamuno, se ha escrito mucho. Nunca es demasiado. Ese Mediterráneo está descubierto hace mucho tiempo. El mérito y la valentía de esta novela de Trapiello es la manera sensorial de explorarlo: sin sectarismos, atento a las cosas pequeñas, incluso diminutas –un objeto, una palabra, un libro, un anuncio, un nombre falso, un hábito involuntario–, que son capaces de revivir el universo de embajadas, cacerías del caudillo, niños perdidos de la Inclusa, puestas de largo de las niñas ricas en el Palace, delaciones vergonzosas, fanfarronería fascista, la miseria de los dirigentes comunistas hacia sus propios camaradas y toda esa humanidad tan terrestre que, herida, injusta y desgarradora, unía –y todavía une– a las dos Españas. Me piden que regrese es la novela maestra de un escritor total. 

Andrés Trapiello y 'Éramos otros' DANIELROSELL