Su elección fue inesperada. Es cierto que su nombre aparecía en algunas casas de apuestas, pero no era ni de lejos la favorita. Sin embargo, ha sido ella, la escritora Han Kang, la galardonada con el Premio Nobel de Literatura 2024. Con cincuenta y cuatro años esta autora surcoreana se convierte no solo en la primera escritora de su país en ser reconocida con el máximo galardón de las letras internacionales, sino en una de las creadoras más jóvenes en recibirlo, junto con Albert Camus, que lo ganó con cuarenta y cuatro años, y Olga Tokarczuck, que sumaba cincuenta y seis años cuando fue premiada en 2018.
Si nos fijamos en los títulos traducidos al castellano, Kang es una autora con una obra relativamente escasa. Su producción abraza distintos géneros, como el ensayo o la novela, pasando por las colecciones de relatos breves. Todavía son muchos los títulos pendientes de ser traducidos: ni sus relatos ni sus dos libros de ensayo tienen versión en español y aún existen novelas a la espera de traducción. Kang empezó a ser editada en España con La vegetariana, su tercera novela, publicada en su país en 2007 y que llegó a las librerías de nuestro país –en su versión castellano y en catalán– de la mano de Rata, una editorial por entonces dirigida por Iolanda Bataller.
La novela había sido traducida apenas dos años antes, en 2015, al inglés y había obtenido el Man Booker Internacional. Para muchos, La vegetariana es la gran novela de Kang. En ella narra la historia de una mujer que decide dejar de comer carne, pero esta elección no tiene nada que ver con cuestiones estéticas, sino que es una forma de renuncia a todo aquello que la vincula con la humanidad y, especialmente, con los aspectos más animalescos de la naturaleza: violencia, abusos, intolerancias…
La elección de la protagonista es, en este sentido, una rebelión frente a lo humano que se manifiesta en su hostil relación con quienes la rodean. De ahí que La vegetariana puede ser interpretada como el relato de una metamorfosis cuya protagonista recuerda al personaje Gregor Samsa de Kafka, dado su distanciamiento crítico con el mundo. Para Kang, La vegetariana es una obra sobre el sacrificio y el intento de salvación: la renuncia a la carne y a cualquier forma de alimentación animal, a pesar de las consecuencias físicas que acarrea, es la manera que encuentra de salvarse de la humanidad. A esta lectura puede añadirse otra: la protagonista se sustrae, de esta manera, a las violencias del patriarcado, a su rol social y a las obligaciones a él asociadas. La vegetariana es, al cabo, un retrato oblicuo y crítico de la sociedad surcoreana.
Mats Malm, secretario permanente de la Academia Sueca, señaló que con el Nobel a Kang se premi “su intensa prosa poética, que afronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida”. Kang vuelve la mirada hacia atrás (Actos humanos) y, al mismo tiempo, observa el presente; expone el origen de nuestros traumas y sus consecuencias sobre un presente en el que estos siguen marcando a la sociedad en su conjunto, así como la vida de los individuos.
Esta dialéctica queda patente si ponemos a dialogar La vegetariana con Actos humanos o con Decir adiós es imposible, su nueva novela, que Random House publicará en los próximos meses (debía salir en 2025, pero en Nobel precipitará su publicación). Si en este nuevo trabajo narrativo Kang reconstruye la insurrección de Jeju de 1948, cuya represión provocó más de 30.000 muertos, en Actos humanos, título publicado en su día por el sello Rata y posteriormente recuperado por Random House, la escritora narra el levantamiento democrático que tuvo lugar en 1980 en Gwangju, la ciudad en la que creció, y donde a partir de la muerte de un niño se produce una represión desatada.
A la dialéctica entre lo individual y lo colectivo, que se plasma también en la historia de la muerte del pequeño en medio de un acontecimiento de relevancia histórica, se suman las relaciones entre el presente y el pasado, particularmente marcadas en Decir adiós es imposible, donde la insurrección de Jeju es contada desde el presente, subrayando así la herida abierta provocada por aquellos muertos.
La clase de griego, otra de sus novelas traducidas, forma, en cierto sentido, un díptico con La vegetariana. Si en esta obra la protagonista deja de comer carne, en La clase de griego la protagonista deja de hablar, si bien “se mueve y lo comprende todo sin acudir a la lengua”. La lengua no es la única pérdida: su madre y su hijo, cuya custodia le han quitado, son otras dos carencias que arrastra y que expresa a través de unos silencios que se hacen particularmente elocuentes durante sus clases de griego clásico, a las que acude en un intento de recuperar el habla. Una lengua muerta impartida por un profesor que, tras años viviendo en Alemania, ha regresado a Corea del Sur y que está perdiendo lentamente la vista, es la herramienta para volver a acercarse a un lenguaje del que parece haber desertado.
“Me aterran todos los sonidos que mi lengua, mis dientes y mi garganta articulan con tanta tranquilidad. Me aterra el silencio del espacio por el que se expande mi voz. Me aterra no poder enmendar las palabras una vez pronunciadas, que esas palabras sepan mucho más de lo que yo sé”, leemos en La clase de griego, donde profundiza en las heridas de sus personajes y de la sociedad. La deserción se da la mano en este libro con la pérdida, un concepto que, de todas formas, no es ajeno a otras novelas, solo que aquí está en el centro de la historia. La pérdida del habla se añade a la pérdida de la vista, de la salud y de la vida (un amigo del profesor padece una enfermedad congénita).
La renuncia del habla de la protagonista puede leerse, asimismo, como una reflexión sobre la escritura: la palabra y sus límites o, dicho de otra manera, la palabra y su incapacidad de nombrar y la escritura como fracaso, algo que ya recordaba Blanchot a través de la figura de Orfeo, donde se compara la escritura con la pérdida de Eurídice, No existe la escritura sin pérdida. Kang lo sabe bien. De ahí que sus novelas traducidas al castellano conformen una sinfonía sobre las pérdidas, que se entonan a través de la deserción o de las heridas de un pasado al que es imprescindible volver a mirar.