El bohemio casi más bohemio de las Ramblas es pequeño, cejijunto, con pómulos salientes, más todavía porque no hay en la cara más que una piel olivácea que cubre el chasis; con los dientes atrevidamente salidos como un tenedor humano. Habla deprisa como si quisiera aprovechar el tiempo. No pudo ni ha podido aún salir de una misérrima existencia, pero escribe de lo que más conoce: de su misma vida”.  

Quien asoma en ese perfil urgente de un viejo periódico es Alfonso Martínez Carrasco, escritor de ideología revolucionaria y anticlerical que sobresalió en la República y la Guerra Civil. Hoy es, sin embargo, un autor casi desconocido: el único hilo que le une a la memoria literaria es el prólogo que Antonio Machado firmó para su libro Poemas rojos. “Creo que siente honda y sinceramente cuanto dice y que, a su manera aborrascada y violenta, lo dice bien”, valoró el ilustre poeta.  

Las estilizadas pedradas verbales de Martínez Carrasco, lanzadas sin recato desde “folletos a tres duros” y distintas hojas informativas, lo llevaron a la Cárcel Modelo por escarnio a los dogmas católicos en 1934 e, iniciada la contienda española, publicó un par de poemarios de tono violento, llenos de exabruptos y coloquialismos dirigidos al recitado y la dramatización entre los combatientes republicanos. 

Portada de ‘Zafarrancho de España (Poemas de guerra)’, poemario de 1937.

Son los libros Zafarrancho de España (Poemas de guerra), editado en Barcelona hacia 1937 por la Secretaría de Agitación y Propaganda del PSUC con ilustraciones de Ignacio Díaz y José Bartolí, y Poemas rojos, que vio la luz al año siguiente tras ser escrito, a tenor de la información que se recoge en la portada interior de la segunda edición, en mitad de los combates: “Frente de Aragón, desde septiembre de 1936 a enero de 1938, en la 27 División”.   

Ambos títulos aparecen ahora reunidos en un único volumen al cuidado del catedrático de Literatura Española Rafael Alarcón Sierra, quien ha exhumado la vida y la obra de Alfonso Martínez Carrasco de archivos, hemerotecas y otras covachas de la memoria. Queda así contorneada una biografía subrayada por el exceso que se repliega hasta el silencio cuando se le pierde la pista de forma definitiva hacia mediados 1940.  

Aunque nacido en 1912 en el municipio jiennense de La Carolina, donde alcanzó cierto grado de escolarización, pues lo pusieron a trabajar “de cobrador en una Agencia” porque sabía leer y escribir, Martínez Carrasco se hizo escritor en Madrid. Debutó a los veinte años con un ensayo sobre la expulsión de los jesuitas y pronto se puso al frente de la colección La novela proletaria, en la que publicó el relato ¡Pero mató a un burgués! (1932). 

Luego, encontró cobijo en el polvorín de la Barcelona de la década de los treinta, dando a imprenta cuadernillos didácticos sobre el socialismo, el comunismo y el sindicalismo y panfletos de agitación, en los que dio rienda suelta a su furibundo anticlericalismo, con títulos como La ridícula Virgen María, La bárbara lujuria de la clerecía, El chascarrillo de la Santísima Trinidad y La barquilla de San Pedro, nave de piratas. 

Varios de estos trabajos le causaron problemas con la justicia (llegó a ser procesado, según él, hasta en diez ocasiones “por escarnio al dogma católico”), si bien sus ataques a la Iglesia continuaron en los artículos que publicó en la revista anticlerical catalana El Ateo. Órgano del grupo Nakens, cuyos redactores tuvieron incluso la humorada de organizar, en julio de 1934, un mitin irreverente “para celebrar el aniversario de la disolución del Santo Oficio”. 

Portada del libro que reúne la poesía completa de Alfonso M. Carrasco, en una edición a cargo de Rafael Alarcón Sierra.

En sus distintos pasos por prisión, Martínez Carrasco coincidió con muchos presos políticos, desde comunistas hasta “separatistas catalanes” (escamots, miembros de la organización paramilitar que pertenecía a las Joventuts d’Esquerra Republicana-Estat Català), con los que nunca se relacionó. “Otra vez que estuve en la cárcel de Barcelona, caí entre escamots y me negaron la caridad del subsidio porque yo no era separatista”, contó sobre aquel episodio.  

En el estudio incluido en Zafarrancho de España y Poemas rojos (Poesía completa), que ha visto la luz en la colección Literatura y Guerra Civil del sello Guillermo Escolar Editor, el profesor Alarcón Sierra llama también la atención sobre el ensayo Fascismo en España, publicado al poco de la fundación de Falange Española. Frente a sus libelos anteriores, aquí hay “cierta apariencia de objetividad”, al tiempo que muestra también cierto desengaño de sus ideales.   

“Su tesis es que, ante una República “sin fuerza eficaz revolucionaria, sin contenido republicano y menos popular, y sin contenido social “que no es capaz de acabar ni con la crisis económica ni con el hambre, y que enfurece a sus opositores, con cuyos privilegios tampoco acaba, es inevitable la revolución: la marxista o la fascista”, explica el catedrático de la Universidad de Jaén.    

Gracias a este ejercicio de espeleología literaria es posible descubrir a Martínez Carrasco asentado en el periodismo a mediados de la década de los treinta, con una relevante presencia en El Diluvio. Diario republicano de Barcelona, uno de los más longevos y populares de la ciudad (con una tirada de más de cuarenta mil ejemplares a partir de 1927), de orientación federalista y claramente anticlerical, dirigido entonces por Jaime Claramunt.

Dibujo de Ignacio Díaz para el libro ‘Zafarrancho de España’ de Alfonso M. Carrasco.

Sus artículos, que también tienen hueco en los periódicos El Pueblo (Valencia) y La Tierra (Madrid), ponen el foco en la cuestión religiosa, la denuncia de la miseria y, curiosamente, la penosa situación de los escritores de su tiempo. Declara que la literatura no sirve para nada y que no da de comer, pero aparta cualquier sesgo de victimismo. “Los escritores son malos bichos que cambian mucho de camisa”, afirma. 

Al inicio de la Guerra Civil, Martínez Carrasco escribe un reportaje de lo sucedido en la capital catalana los días 19 y 20 de julio de 1936, titulado ¡Barcelona con el puño en alto! Una jornada de sangre libertaria. Parece que entonces se alistó en las columnas milicianas organizadas por el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) que marcharon al frente de Aragón, en las que desempeñó el cargo de suboficial de milicias y comisario de prensa. 

Precisamente, el PSUC editó sus dos libros de poemas durante la contienda: Zafarrancho de España y Poemas rojos. “Llama la atención que un autor que no ha dado a la imprenta, que sepamos, ni un solo verso, publique no uno, sino dos poemarios durante la Guerra Civil”, señala Alarcón Sierra, quien sitúa sus composiciones como “ejemplo de poesía proletaria escrita por un soldado”. 

Los poemas de Carrasco, aunque deficientes desde un punto de vista tradicional, estético o estilístico, son tremendamente eficaces para los lectores y oyentes a los que van destinados: el pueblo llano y, en particular, sus compañeros de tropa y del ejército republicano, que, sin duda, se sentirían reconfortados y animados por la violencia y las groserías de estas composiciones, tan próximas a su misma forma de expresarse, a sus sentimientos y a sus experiencias. 

Portada de ‘Poemas rojos’, libro publicado en 1938.

De este modo, en Zafarrancho de España se suceden poemas como 'Los pueblos de España vienen a la lucha', 'Letanía del Madrid rojo' y 'Seseo en Sevilla', un crudo poema satírico dedicado al general Queipo de Llano. Dicha composición está acompañada por un dibujo expresionista de Bartolí, quien representa al militar fascista como un muñeco de guiñol sobre un collage de periódicos, gritando con la boca abierta frente a un micrófono (con una esvástica en la lengua), grandes y largos bigotes, ojos desorbitados, una cabeza cortada en una mano y un vaso de vino en la otra. 

Es de suponer que la acogida del primer libro de Alonso Martínez Carrasco fue buena porque, a los pocos meses, ya en 1938, aparece el segundo, Poemas rojos. El opúsculo está encabezado por el prefacio de Antonio Machado e incluye comentarios del general José Miaja, La Pasionaria y Ángel Samblancat, quienes indudablemente prestigian la obra. Si 'España en cruz' es una crítica a los militares traidores, los curas y los señoritos, “Fiesta nacional / 1500 obreros 1500 / en la plaza de Badajoz” relata el fusilamiento indiscriminado de republicanos en el coso taurino.  

Sus últimos pasos son, básicamente, una acumulación de probabilidades. Con casi toda seguridad, cruzó con la División 27 la frontera francesa por el paso de La Vajol el 8 de febrero de 1939 y estuvo interno los campos de concentración de Saint-Cyprien y de Agde, conocido como “el de los catalanes”, que llegó a albergar a unos 25.000 refugiados en 250 barracones de lona y madera. Iniciadas las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, se enroló en la Compañía de Trabajadores Extranjeros (CTE). Se le perdió definitivamente la pista tras la invasión alemana de Francia.