Toni Hill se ha vuelto a enfrentar a la trilogía, después de aquellas tres primeras novelas con las que se dio a conocer y que lo convirtieron en uno de los autores de novela negra más destacados de las letras españolas. El último verdugo, la primera novela de esta segunda trilogía fue justamente aplaudida por la crítica literaria que suele desdeñar el género. Ya nadie duda del talento de Hill. Sin renunciar a la narrativa, Hill, que ha ejercido también como traductor y trabaja como editor, ha demostrado una extraordinaria versatilidad. Para él, la ambición literaria y noir no están reñidos. Ahora publica La hora del lobo, el segundo título de esta nueva trilogía. En ella volvemos a encontrarnos con Lena, una investigadora que intenta dejar atrás el caso de Nicomedes Méndez, que está ahora en prisión, aunque continúe siendo una presencia constante en su vida. La acción tiene lugar en el aislado valle de Bohí y el punto de partida es la desaparición, hace varios años, de un adolescente del que nunca se ha sabido nada.
Vuelve a la trilogía y al código del género negro más canónico
Esta trilogía es un thriller. La anterior –compuesta por El verano de los juguetes rotos, Los buenos suicidas y Los amantes de Hiroshima– sí se inscribía en el género negro. Con ella inicié mi carrera como escritor. No sabía muy bien hacia dónde iba va a dirigirme. La primera novela dejaba abierta la posibilidad de una continuación, algo que también sucedía en la segunda. Cuando terminé esas tres primeras novelas me prometí que jamás volvería a hacer una trilogía porque es algo complejísimo: tienes que articular distintas tramas teniendo presente la trama madre, por llamarla de alguna manera.
Sin embargo, llega un momento en la vida en que tienes que desdecirte. Y es lo que me ha pasado. Cuando terminé la primera novela, El último verdugo, tuve la sensación de que me quedaban algunas cosas por contar de los personajes y que, por tanto, si bien la novela estaba cerrada, faltaba algo. Tenía ganas de seguir indagando.
¿Primero viene el concepto o la idea y luego la trama?
Evidentemente. Antes de articular la trama, tienes qué pensar qué tipo de caso quieres escribir, el tipo de crimen y sus connotaciones. A medida que comienzas a escribir, las piezas empiezan a juntarse, pero antes debe existir una idea o una intención. Esto es lo que sucedía en mi primera novela, El último verdugo, donde el personaje de Nicomedes Méndez me ayuda a hablar reflexionar sobre la justicia. En La hora del lobo nos encontramos con que Nicomedes Méndez ha dejado de ser un verdugo, está en cárcel, así que aparece otro nuevo tema que vertebra la novela.
¿La traición?
Efectivamente. La traición es una cuestión a la que se alude muy poco. ¿Quién habla hoy de traición? Es una palabra muy shakesperiana que nadie utiliza. ¿Quién dice hoy frases como me han traicionado o lo he traicionado? Nadie. Sin embargo, no hacemos otra cosa más que traicionarnos constantemente. A veces somos conscientes, pero lo que nunca reconocemos es la traición hacia los demás. Me parecía interesante reflexionar sobre este concepto -dicho sea de paso: es una palabra bonita y a mí me gustan las palabras que suenan bien- y pensar la traición desde niveles y situaciones distintas.
El punto de partida es la relación de amistad y amor entre un grupo de adolescentes.
Sí. Ahí el término traición resuena más fuerte vinculada a los adolescentes porque implica desmontar la idea de la inocencia entre los niños y los jóvenes. La inocencia es un mito. No existe entre los niños ni en los adolescentes. Cualquiera que haya tratado con ellos, lo sabe. Debido a su inexperiencia se traicionan lo hacen de manera burda. No la viven de la misma manera que los adultos; tampoco funciona igual entre chicos y las chicas. Cada personaje la vive de manera distinta. Esto es lo que me interesaba observar: distintas formas de vivir la traición. Entre ellas, la traición a uno mismo.
La traición vincula esta novela con la anterior y, a la vez, une la trama con un crimen que, por decirlo en términos cinematográficos, está fuera de cámara.
Sí, el punto de partida de la trama es un asesinato que tuvo lugar siete años antes de los hechos que se narran y que desencadena la acción y la investigación policial. A esto se suman ecos a la anterior novela, El último verdugo,a través del personaje de Lena Mayoral, la criminóloga –contratada para investigar el caso– de El último verdugo.
¿Concibe cada novela como obra autónoma?
Cada novela debe funcionar autónomamente. No pueden funcionar solamente en tanto que son partes de una trilogía
Su literatura está marcada por conceptos abstractos y que, en cierta manera, se dan la mano, como la justicia y la traición.
No puedo decir que sean conceptos negativos, porque la justicia no lo es, pero sí es cierto que en nombre de la justicia se puede llegar a extremos peligrosos. A estos dos conceptos se añade el rencor.
Que también se da la mano con la justicia y la traición.
Efectivamente. El rencor tiene que ver con el enfrentamiento entre víctima y verdugo, que es, en el fondo, la línea que une las tres novelas. En un primer momento, tenemos muy claro que la víctima es Lena y el verdugo, Nicomedes. A medida en que seguimos su historia de las novelas, él nos va cayendo mejor y ella deja parecernos una víctima. Lo que verdaderamente une las tres novelas es el personaje de Lena, que encarna la reflexión sobre la justicia, la traición y el rencor. Esto es lo que le pasa a Lena: el mal la va pudriendo, la transforma y la convierte en turbia.
El personaje de Lena también nos muestra cómo ha cambiado la novela negra desde su origen. Ahora el policía o investigador ya no son los héroea.
También ha dejado de existir el villano al estilo norteamericano. Lo más interesante es trabajar la ambigüedad. A nivel comercial funciona mejor la claridad porque la gente puede identificarse con el personaje, pero la ambigüedad es más interesante por cuanto permite construir personajes y ahondar en sus conflictos personales. Esto es lo que intento hacer con Lena, un personaje que no necesariamente resulta simpático.
¿Está de acuerdo con la idea de que la novela negra tiende a ser social?
Puede serlo, pero es un tópico. Es igual que decir que la novela negra es de derechas. Puede serlo, obviamente, pero no necesariamente. Es cierto que existe una novela negra que platea la ley como forma de perseguir a los delincuentes y, por tanto, como restitución del orden, pero el género está abierto a muchas más cosas. Creo que si se plantea bien, la novela negra permite crear distintos tipos de personajes con sus contradicciones. Nuestra sociedad es profundamente injusta, así que el elemento de denuncia aparece por sí solo.
La crítica ha destacado en más de una ocasión su habilidad a la hora de construir personajes y tramas corales. ¿Hasta qué punto su concepción de la novela negra está condicionada por su trabajo como traductor de literatura anglosajona?
Uno, al final, escribe lo que le gusta leer. Hay novelas españolas de género policiaco muy buenas, pero, en términos generales, echo de menos cierta ambición literaria, que implica trabajar la novela y sus personajes independientemente del género, y una mirada más amplia que vaya más allá del misterio. Me explico: nos encontramos con un crimen, un criminal terrible y una trama compleja, pero ¿por qué no nos encontramos con personajes con más consistencia que permanezcan en la memoria de los lectores? Cuando me refiero a construir personajes con consistencia no hablo solamente a los protagonistas, sino de los secundarios. Yo me acerco a ellos siempre pensando que, quizás ahora sean secundarios, pero que pueden ser protagonistas en otra novela.
No hay que asumir que la novela negra solo puede ser un producto comercial
Exacto. Esta es la idea contra la cual luchamos muchos. Creo no obstante que la novela negra no puede ser experimental o, en todo caso, experimentar dentro de sus límites, que son pocos. El negro es un género popular dirigido al mainstream. Esto es así. Por tanto, no nos pongamos estupendos. Asumámoslo. No existe una Virginia Woolf dentro de la historia del género negro como tampoco existe un Joyce. Y es normal porque sería una contradicción en términos. Lo que debe ser una novela negra es una novela bien escrita, como cualquier obra literaria, aunque no siempre pasa.
Hablamos de un género que se ha mantenido siempre igual. No tiene autores de peso que hayan experimentado y lo hayan transformado. Las novelas negras de hoy se escriben tal y como se escribían hace un siglo. El género no ha cambiado, pero sí la sociedad. Hablamos de literatura popular escrita para que la gente se entretenga. ¿Esto implica escribir una mala novela? En absoluto. No debería excluir ni la ambición ni tampoco una escritura elevada, sin caer en la pedantería.
En una ocasión me comentó Cristina Fernández Cubas que no hay nada más difícil que esa forma de escritura que aparentemente fácil.
Completamente de acuerdo. La facilidad es horriblemente difícil de conseguir. Obliga a pulir mucho y desnudar la escritura en busca de la palabra precisa. Esto es algo que siempre he buscado en todas mis novelas, incluso en un thriller de carácter gótico como Los ángeles de hielo, en el que huía del más mínimo alarde de estilo, pero esta contención no implica que no haya voluntad de estilo. En esto radica la fácil dificultad.
En esta última novela solo se percibe cierto alarde de estilo en la primera frase.
Sí, es la frase más poética de toda la novela. Sin embargo, debo decir que, en un inicio, esta frase era más larga, pero la reduje; la fui depurando en el proceso de escritura. E ra evocadora, pero no aportaba nada y no era necesaria en el thriller, que exige concisión.
La concisión define la escritura de sus relatos.
Tengo un libro de relatos todavía por terminar. Aunque haya publicado solo novelas, me gusta la concisión, a pesar de que la novela es un género que te permite la expansión.
Antes comentaba que, en ocasiones, echa de menos la falta de ambición literaria. ¿Cree que tiene que ver con que la novela negra y policial española se consolidado a partir de la influencia de otras tradiciones?
Primero fue la influencia norteamericana, luego los nórdicos...En realidad, nosotros no tenemos una tradición fuerte. La novela negra moderna nace en Estados Unidos en los años 40, asociada al conservadurismo: James M. Cain con El cartero siempre llama dos veces o Mike Spillman, cuyas novelas son directamente fascismo enmascarado. En España encontramos, como mucho, Los santos inocentes, donde el género negro está enmascarado. Y¿Por qué no tenemos novelas abiertamente negras? Porque en la España de la dictadura no había (supuestamente crímenes). Se nos decía que la Guardia Civil detenía de inmediato a los criminales. La crónica negra estaba relegada a El Caso. No solo carecemos de esta tradición; tampoco tenemos literatura fantástica o de terror. Cualquier suplemento literario anglosajón tiene páginas dedicadas a novelas fantásticas y de terror. Aquí no: cuesta aceptar las novelas de género como literatura.
Algo ha cambiado…
Comenzaron hacerlo gracias a autores como Andreu Martín. Actualmente, somos varios los autores de género negro con ambición y sin complejos. Lo que pasa es que siempre se le ha considerado un género menor o ajeno a la literatura. Estas dos ideas se han asumido hasta tal punto, sobre todo entre la crítica literaria, que para algunos críticos da igual lo que escribas. Si es género negro, siempre será menor. Como mucho te dirán que lo que has escrito no está mal para ser novela negra. Hay novelas de esas que definimos como literarias que, si las analizamos en serio, son mucho más cuestionables.