Ignacio Martínez de Pisón (1960) es uno de esos tipos que suelen caer bien a (casi) todo el mundo. Una rareza en la república de las letras. Aún más en un mundo como la industria editorial, donde las capillas, las afinidades y los intereses mutuos, igual que sucede en otros ámbitos profesionales, gozan de la indudable atracción de la eficacia, aunque sea a cambio de sacrificar determinados valores morales. Nada es perfecto y no se puede aspirar a todo en esta vida.

El escritor aragonés, uno de los autores que mejor ha sobrevivido al irregular devenir de la nueva narrativa, aquel intento de los sellos editoriales de renovar el panorama de las librerías en los comienzos (tan inciertos) de la Santa Transición, acaso como un gesto tardío de autoreivindicación ante la pujanza de la literatura en español que veinte años antes había irrumpido desde América con éxito de crítica, público y ventas, ha mantenido una esforzada carrera de fondo –y esto ya es un gran triunfo– pero no lineal. 

Ignacio Martínez de Pisón SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Sus libros más tempranos (mantiene fuera de catálogo varios títulos) ignoraron de forma consciente la tradición de la narrativa de posguerra. Cosa natural: la juventud, y Martínez de Pisón comenzó a publicar a comienzos los ochenta, con algo más de veinte años, no rinde tributo sino a sí misma, aunque sea a través de personajes y paisajes interpuestos. Ha pasado desde entonces medio siglo. Y, sin sospecharlo, Pisón ha terminado instalándose en el realismo infalible y haciendo de la vida ordinaria, que es la única que existe, la materia de su narrativa.

Descubrió que podía escribir, sin avergonzarse, sobre aquello que tenía más cerca: historias familiares, urbes periféricas (como Melilla), la vida real de las carreteras secundarias y frescos narrativos que unas veces eran corales –Castillos de fuego– y otras parciales –El tiempo de las mujeres– acerca de las sucesivas edades de la sociedad española. Libros (magníficos) sobre la intrahistoria de la España de la Guerra Civil, que se extiende en el tiempo desde antes de 1936 y durante los cuarenta años de sombra del franquismo. 

'Ropa de casa' SEIX BARRAL

Ahora regresa a esta veta fecundísima para desvelarnos el pasado reciente, pero cambiando de género: con unas memorias concebidas como un acto de agradecimiento a la vida y a sus criaturas. Cumplidos los sesenta años, uno ha dejado hace tiempo atrás nel mezzo del cammin di nostra vita y sabe de sobra que es imposible regresar, salvo de forma fingida, al origen de lo que somos, que es lo que una vez fuimos. Este ejercicio de remembranza (literaria) es la sustancia que alimenta Ropa de casa (Seix Barral), donde el escritor hace un modesto viaje a su particular semilla con tres estaciones: la niñez en Logroño, su juventud en Zaragoza y los rituales y las gentes de su aprendizaje literario en Barcelona. 

Las memorias de Pisón nacen como un libro difunto –donde se rinde culto a los muertos, origen de los sagrados lares familiares– pero, paradójicamente, está lleno de vida. El proyecto germinó tras la muerte de su madre en 2018, aunque el concepto que se evoca en el título, con variaciones, ya lo había utilizado una década antes (Ropa de calle es el título de un texto publicado por la revista Turia). Está construido por instantáneas que nacen del recuerdo y de una precisa labor de evocación realizada a partir de los álbumnes familiares, el regusto de los sencillos momentos de felicidad y el desconsuelo ante los ratos de incertidumbre. 

'Foto de familia' ANAGRAMA

No es un libro doloroso, si exceptuamos la rotunda y temprana orfandad, que se cuenta de forma sobria, sin caer en la autoconmiseración. El relato, en general, está lleno de afecto por lugares y personas. Pisón retrata las huellas de una España genéticamente vieja que se corresponde con su peripecia individual: una “vida pequeña”, sin revoluciones, a pesar del relato sobrecargado de sí misma que ha hecho buena parte de su generación, cuyo evangelio enaltece una ruptura que nunca sucedió. Donde otros han cantado este tiempo nuevo de la democracia –imperfecta, vigilada o malversada– el escritor aragonés tiende puentes de continuidad con ese pretérito que cada día se torna más lejano: un padre, militar franquista, que no participó en la represión; una madre al que el destino y los infartos ajenos no dejaban de maltratar, viuda joven y con cinco hijos, mujer endurecida pero entrañable. 

Todo vuelve a resurgir en estas páginas. Los años de los altos estudios jesuíticos, la pandilla de amigos y profesores de filología. Los veraneos en Comarruga (Tarragona). La pasión por el séptimo arte nacida de esa cultura menestral de los cine-clubes de provincias y el descubrimiento –capital– de que la literatura podía ser arte, un secretum desvelado a través de las novelas carlistas de Valle-Inclán, encontradas en un tomo heredado de un vago pasado familiar tradicionalista evaporado con el tiempo. Pisón hace observación, más que mitología. No se recrea y no persigue la epifanía del tiempo pedido. Fija, define y retrata.

'La ternura del dragón', la primera novela de Martínez de Pisón SEIX BARRAL

En Zaragoza, que todavía es el Norte de su ancla sentimental, nació la voluntad de cumplir con un destino imaginado que lo conduciría –inciertos comienzos de los ochenta– a Barcelona. La parte más sabrosa de estas memorias se refiere a su iniciación literaria, contada sobre un fondo alérgico a la docencia y la suerte, que en la vida es tan importante como el talento, de estar en el sitio preciso en el momento (histórico) adecuado.

Pisón narra su incorporación a la generación de la nueva narrativa sin énfasis, perspectiva que contrasta con la habitual tendencia a la prosopopeya barcelonesa, que gusta de describir como un acontecimiento planetario la configuración del polo editorial de la Ciudad Condal entre los últimos años del franquismo y el tantear de la democracia. Una galaxia donde cohabitan sellos editoriales independientes –Anagrama, Tusquets– con corporaciones como Planeta. La mirada del escritor aragonés, acaso porque él llegó a las Ramblas desde fuera, se antoja más sincera que la parábola que nos habla de una Atenas en el Noroeste del Mediterráneo. 

'Carreteras secundarias' SEIX BARRAL

Pisón resucita la orografía y el bestiarium de la Barcelona posterior a la gauche divina y al underground –el famoso rollosin ceder a la tentación del autoembellecimiento: “Aquella ciudad” –escribe– “empezaba a decaer como centro irradiador de cultura. Seguía siendo la capital de la industria editorial española (lo que no era irrelevante para alguien que aspiraba a ser escritor), pero algunas cosas que yo creía que pasaban en Barcelona ya habían pasado. Donde de verdad empezaban a ocurrir cosas era en Madrid, en la que ya daba señales de vida lo que se conocería como la Movida (…) De golpe se esfumaría la hegemonía cultural que Barcelona, sucia y destartalada, había ostentado durante más de una década”. 

No hubo milagro ni una época dorada. Todo es más sencillo: acontecimientos y personajes confluyeron en unos escenarios –El Salón Ibérico, la Bodega Bohemia, los cines Casablanca y Arkadin, el Gimlet de la calle Rec, la Sala Zeleste o el Bar Bikini– que terminaron siendo devorados por el escaparate a cielo abierto de la candidatura olímpica de los años noventa, que es cuando Pisón, que admite que comenzó a publicar (su primera novela, La ternura del dragón, es de mediados de los ochenta) antes de saber qué clase de escritor quería ser, encuentra su Tao.

Retrato de Ignacio Martínez de Pisón LENA PRIETO

El camino exigía seguir una rutina franciscana: disciplina y trabajo, esfuerzo, investigación, prosaísmo. Su rigurosa práctica es lo que salvó al escritor aragonés de la frivolidad, que no es lo mismo que la sociabilidad, practicada a diario en los billares o en las anchas noches (italianas) del Giardinetto.La galería de personajes que salen en las páginas de Ropa de casa, es abundante. Sobresalen Luis Buñuel y Carlos Barral, dos mitos de Pisón. También aparecen nombres como Enrique Murillo, el editor capaz de hacer todos los libros del mundo, Beatriz de Moura (Tusquets) o Jorge Herralde, dueño de Anagrama y llamado (por sí mismo) al mandarinato absoluto.

Otras figuras de época son los profesores Jordi Llovet y el Jaume Vallcorba anterior a la fundación de Quaderns Crema y Acantilado, el crítico Rafael Conte, (El País, Abc) o escritores: el santanderino Álvaro Pombo, Enrique Vila-Matas, pensionado por sus progenitores, Cristina Fernández Cubas, el inigualable Ramón de España, el finísimo Ignacio Vidal Folch, Soledad Puértolas, la aguda voz del periodista canario Juan Cruz –“¡Qué Cruz, qué Cruz!”– un Javier Tomeo, diabético y amante de los dulces, inmortalizado en un gran apunte del natural; Labordeta en el Hotel Suizo de Vía Layetana, el dipsómano novelista Alfredo Bryche Echenique, Bernardo Atxaga o el zaragozano Félix Romeo, epítome del entusiasmo cultural y lloradísimo amigo muerto antes de tiempo. 

'La buena reputación' SEIX BARRAL

Pisón relata con pudor su boda y (con emoción) su experiencia ante la paternidad. Explica sus trabajos como articulista, guionista o traductor. Y dedica varias páginas a dar cuenta de su relación –afectuosa primero, fría después; sepultada al final– con Javier Marías, sin duda el mejor novelista de su generación, en las que practica una elipsis selectiva a la hora de tratar la ruptura del autor madrileño con Jorge Herralde, sobre la que se extiende más que acerca de su salida de Anagrama para irse a Seix Barral, un asunto que, paradójicamente, obvia por completo.

Rnuncia a hacer ajustes de cuentas en estas memorias. No es su estilo. Habla de aquellos a los que conoció y quiere. Sus recuerdos terminan con el ocaso de la juventud y la entrada en la madurez, dejando abierta a puerta a una segunda parte. El escritor cierra su evocación con quienes le han acompañado en el viaje de la vida, “actores que, al término de la función, salen al escenario a agradecer los aplausos. Se mueven hacia mí. Los veo sonreír. Los veo hacer una pequeña reverencia”. Y les da las gracias por haber sido.

'Dientes de leche' SEIX BARRAL