Una mente alimentada por la aspiración de eternidad. Se hizo el dueño de la cultura civilizatoria de Eugeni D’Ors, pero no de la que inspira la realidad, sino de la que es parte del escenario; la que emerge de la materia; podríamos decir la que vive en la materia invisible. La poética y lo dietarios de Alex Susanna concluyen que el paraíso terrenal es el simple producto de un día ordinario. Su reacción estalla lánguidamente ante el exceso de romanticismo de generaciones anteriores, que hicieron de la naturaleza su jardín poético. Susanna, fundador y exdirector del Institut Ramon Llull, falleció el pasado 27 de julio. Su notable aportación literaria anuncia el momento en el que la subjetividad del poeta ocupa el lugar del tema poetizado; el momento en que el poeta se convierte en poesía.
La prosa de Susanna se concreta en sus dietarios, el relevo brillante de Pere Gimferrer y de otros anteriores, como el memoralista Maurici Serrahima. Especialmente en Paisatge amb figures, publicado en 1919, el mismo año en el que apareció la antología de su obra poética, titulada Dits marcas. En sus prosas se amalgaman, por ejemplo, los espasmos literarios con la armonía de sabores de una cocina rural y sabia, rociada con el vino Principia Mathematica de Alemany i Corrió, fermentado en roble francés. Sin solución de continuidad pero en coherencia con el resto aparece la mesa iluminada de las viejas casas de Badalona, pequeñas joyas artesana, donde la percepción del escritor se funde en la palabra de poetas como Sebastià Sánchez-Juan y Salvat-Papasseit. Susanna une el imaginario del extrarradio urbano con la poética pictórica, -él le llama un terrain vague- de Calsina, Rusiñol o Mercadè, y añade otros encuentros, efectuados cerca da Valls (Taragona) y amenizado con músicas de Momtpou o Blancafort.
La prosa de Susanna es una sábana blanca arrojada de letras en un continuo sin entradas ni salidas; un texto sin índice y alejado de la cita ilustrada; combate al barroco almibarado. Sus letras no son monólogos, sino instantes y percepciones atravesando escenarios capaces de encajonar ríos, mover montañas o hacerse a la mar sin levantarse de su silla de comensal junto a sus amigos y los caldos de la tierra, cuando aparecen y desaparecen los recuerdos como por ensalmo. Sin la acidez de Josep Pla ni el impresionismo de Baltasar Porcel, Susana va de la Plana del Conflent a la calle Pelayo de Barcelona; a medio camino, cena con Jep Gourzy, un poeta de Sant Feliu d’Amunt que no era sanfeliuense, pero sanfeliuaba y cuyo polimorfismo le convirtió para muchos en un poeta francés que escribía en catalán. Iba del Matarraña al Montseny, pasando por el Brull, hasta aterrizar en Gelida, donde ha muerto víctima de un cáncer a los 66 años.
Londres fue una de sus referencias; desvelador, editor -creó Columna con su amigo Miquel Alzueta- y melómano, rescatador de Feliberto Laurenzi, que trabajó con Monteverdi en La incoronazione di Popea, especialmente en su dúo final entre Nerón y Popea: Pur ti moro-Pur ti godo. Elegancia y precisión. Eso resume a este último noucentista, que ha sido realmente Àlex Susanna. Sus amigos del diario Ara, acaso sorprendidos por su rápida desaparición, han levantado una copa en su honor; me sumo, especialmente cuando dicen que a Susanna le hirió la caída de tono del país en los últimos tiempos. Es cierto, aunque ellos le llaman nacionalista cosmopolita y elitista civilizado. Prefiero lo segundo. Y refuerzo al Susanna que escribió que el referéndum británico fue un error, producto del Brexit, como ocurrió aquí “con el procés, una lata”.
Merece la verdad. Fundó en los ochenta, junto a García Montero, los Diálogos de Verines, un espacio de encuentro entre las nuevas generaciones de poetas de las lenguas que se hablan en el Estado. Fascinador y detallista, Susanna será recordado por los destellos producto de las mentes finas. Ante sus colegas de Madrid, Granada o Santiago, elogió a la Barcelona cervantina, archivo de cortesía; fue el traductor de Wordsworth, Keats, Leopardi o Shelley, y también tradujo del francés a Breton, Aragón y Péret. Ha sido un impulsor de la modernización del catalán como lengua capaz de sugerir un lugar en el mundo con el mismo estilo que, en su tiempo, lo hicieron Francesc Cambó y Joan Estelrich en la Editorial Selecta, traductora de clásicos de la mano del inigualable Carles Riba. Susanna ha investigado al maestro del que sitió descendiente y deudor hasta establecer un antes y un después en el Riba del exilio, en Boissy-la-Rivière, donde escribió Elegies de Bierville, en los 40, después de un viaje a Grecia, junto a su esposa Clementina Arderiu.
En uno de los dietarios más conspicuos de Susanna, Quadern venecià (Premio Josep Pla, 1989) inicia su vocación descriptiva a través de las sombras dejadas por sus mayores -la otra cara de su obra, al margen de la poética-, síntesis de su celebración de vida y amistad entre los autores muy consagrados, los emergentes y la recuperación de los que habían perdido su papel en el canon. “Un día yo también me convertí en invisible como les había ocurrido a otros antes que a mí”, resumió en una confesión en clave de escarnio contra el olvido que seremos”. Su prosa es un paréntesis que incluye Quadern de Fornells (1995) y Quadern d’ombres (1999); se abre en el citado Quadern venecià y se cierra con La dansa dels dies (publicada en 2024, año de su despedida).
El autor confiesa que su tránsito de la poesía al género narrativo autobiográfico se ha ido configurando a lo largo de conversaciones con otros autores como Menent, Vinyoli, Blai Bonet, Foix o Gil de Biedma. Ha vivido con el temor a que estos intercambios no verían la luz y finalmente se los “tragaría el hiperbólico presente". Simplificó su mensaje convencido de que era el poseedor de una profecía salvadora, que germinó encerrada en su instinto creativo y que salió al exterior, cuando el autor decidió hacerse dietarista para comunicar al mundo opiniones y andanzas entre las que se entremezclan momentos filosóficos y fragmentos poéticos.
El Susanna que se une al galerista, Antoni Vila Casas, en Torroella, es el contador de historias vividas que anima al coleccionista a contar con fotoperiodistas como Frank Hovart o Cartier-Bresson, capaces de describir la cámara Rollei-Flex como la única con capacidad para escrutar las pinturas de Poussin en el Louvre o descubrir la iconografía erótica en los capiteles de las iglesias románicas, cuyo detalle asombró a Goethe en su Viaje a Italia. Este tipo de exploraciones dieron lugar a exposiciones en el Palau Solterra -el escritor fallecido dirigió la Fundación Vila Casas- frente al Farallón del Águila con las islas Formigues sobre el horizonte, y en un flanco, las casas de S’Alguer que invitan al visitante, más en invierno que en verano, o el palazzo italianizante de Duran i Reynals levantado al pie de una pineda ufana.
Susanna ha sido un defensor de la cordialidad sin desfallecer jamás, ni en tiempos de despecho como los actuales. Buceó en el estilo elegante, excavó en las alacenas del arte y de la música; ha sido un intelectual comprometido, capaz de convertir en lírica al resto de géneros desde el romance o la epístola pasando por la elegía. Luchó, casi en silencio, contra la muerte del amor y la destrucción de la integridad que proponen el populismo y la barbarie. Buscó sin encontrarlo al Nobel catalán y dirigió su mirada hacia el prestigio interior de su lengua materna, sin utilizar los atajos políticos de la fiebre soberanista.