Erri de Luca es uno de los grandes escritores de la literatura italiana contemporánea. Con una extensa trayectoria, este escritor nacido en Nápoles y amante de la montaña ha firmado novelas como Historia de Irene, Los peces no cierran los ojos o Imposible. En los años setenta, militó en Lotta continua [una organización de izquierda radical]. Su compromiso político ha marcado su vida y su literatura, a la que comenzó a dedicarse sin pensar en vivir de ella. Por eso, ejerció otros trabajos. Fue albañil, trabajó en una fábrica y en el aeropuerto de Catania. Autodidacta, habla varias lenguas y tiene un profundo conocimiento de los clásicos. Ahora publica Las reglas del Mikado (Seix Barral), una breve novela dialogada en la que se narra el encuentro en lo alto de una montaña, en zona fronteriza, entre un anciano y una niña a las puertas de la adolescencia que huye de un matrimonio amañado. Este encuentro marcará las vidas de estas dos personas, que, en una conversación que proseguirá a lo largo de los años a través de cartas, irán relatándose aquellos secretos que nunca osaron contar a nadie.
Como en otras de sus novelas, pienso en Historia de Irene y en El día antes de la felicidad, el punto de partida es el encuentro entre personajes de distintas edades y generaciones.
Como habrá podido observar, no me fío mucho de los adultos, es decir, de las personas que, por decirlo de alguna manera, están en la edad intermedia y ya no son jóvenes y tampoco ancianos. Creo que están demasiado implicados e, incluso, atrapados en el presente y son incapaces de pensar en el futuro. Los jóvenes y los jovencísimos, es decir, los niños, proyectan por definición el tiempo que tiene que llegar, puesto que al hacerlo imaginan cuál será su futuro e intentan prepararse a él. Los viejos, por el otro lado, tienen una visión del futuro muy particular, puesto que es un tiempo en el que ellos ya no estarán, del que no formarán parte. La imposibilidad de pertenecer al futuro convierte a los ancianos en visionarios, puesto que es como si estuvieran en lo alto de un bosque donde los árboles son más escasos, hay más luz y, por tanto, se puede mirar más lejos.
Entre estas dos maneras de concebir el futuro se produce un encuentro
Efectivamente. Un encuentro es un suceso importante en la vida de las personas. Es un suceso que no se puede predecir ni tampoco provocar. Los encuentros no son citas. Por eso hago tanto énfasis en la idea de que es algo que sucede sin que se sepa cómo va a acabar. No es algo fulminante, como puede ser un amor a primera vista, en absoluto. Cuando tiene lugar un encuentro con alguien no se sabe ni siquiera que se trata de un encuentro -esto lo dirá el tiempo- y tampoco se puede saber si será importante, como lo es para estos personajes, cuya reunión se vuelve la clave de sus vidas, al orientarla. Todo encuentro comienza con un diálogo. Por eso prefiero que sean los personajes quienes cuenten su reunión, más que yo, en tanto que escritor y narrador.
En otras obras suyas había un narrador; aquí, en efecto, las voces de los personajes no están condicionadas por ninguna voz externa.
Sí, porque su encuentro tiene sentido en tanto que diálogo. Aquí no hay un anciano que quiere adoptar a una niña; no existe un deseo de pertenencia, pero sí de responsabilidad. Es como si el encuentro entre ambos fuera una pregunta acerca de las vidas que quieren llevar. El diálogo es un intento de dar respuesta a estas preguntas. No olvidemos que respuesta y responsabilidad tienen, en términos filológicos, la misma raíz, por lo que podemos decir que los encuentros son preguntas y la relación que nace a partir de ellos se sustenta en un sentimiento de recíproca responsabilidad.
¿No podemos hablar de una relación de enseñanza? El anciano es también un maestro para la niña, que, a raíz de ese encuentro, quiere aprender a leer y a escribir para escribirle cartas.
Yo no hablaría tanto de enseñanza, cuanto de ejemplo. Ambos son un ejemplo mutuo, el uno para el otro. Es cierto que ella aprende a leer, pero también le cuenta que prefiere los cuentos narrados oralmente antes que los que están escritos y se leen en solitario porque, una vez que se escriben, pierden la potencia de la voz que narra. Es cierto que, al final de su encuentro, ella decide aprender a leer y a escribir y que con el dinero que recibe tras cortarse el pelo y donarlo compra un diccionario y una gramática. Pero no lo hace porque él se lo haya enseñado. Lo hace movida por su ejemplo. Él no quería enseñarle nada en concreto. Ahí está la diferencia. La enseñanza es algo intencional, ser un ejemplo, no. Por esto creo que la relación entre ambos es más rica. No está orientada ni determinada por la lógica de la enseñanza. El ejemplo es algo que uno puede tomar para sí mismo o rechazar, si considera que no es apto para él.
Lo mismo le pasa a él, que también ve en ella a un ejemplo.
Claro, porque el ejemplo pone en relación a dos personas. Él siente fascinación por la conciencia y la manera de ser de esta joven, que llama personas a los animales. Al anciano nunca se le habría ocurrido que los animales pudieran ser personas, pero, tras escuchar hablar a la niña, comienza a mirar a los animales de una manera distinta.
Hay un momento en el que él le dice que no le importan que tengan edades distintas porque, en realidad, no existen las generaciones, puesto que desde el momento que dos personas viven en un mismo tiempo son contemporáneos. ¿No le gusta la idea de generación?
Sí, esta es una idea que yo comparto y comparten las personas que, como yo. no tienen hijos y no hemos pasado a convertirnos a ser de esa otra generación responsable de la educación, el crecimiento o la creación de la posterior. Las personas sin hijos permanecemos siempre coetáneos de los demás. Para mí es lo mismo hablar con un viejo o con un niño: yo no cambio mi vocabulario, mi manera de expresarme o mi tono de voz si me dirijo a uno o a otro. Para mí, todos son iguales y no consigo percibir la diferencia entre generaciones. Esto es lo que le pasa al anciano de mi novela, al cual presto muchas de mis impresiones de anciano, pues ya lo soy yo también.
Ese sentimiento de responsabilidad del que hablaba, sin embargo, no aparece de inmediato
No, porque él, al inicio, solo quiere ayudarla porque tiene una finalidad oculta que no revela. Todas las personas tienen secretos y creo que son los secretos los que dotan de consistencia humana a las personas. Las personas, todas, se constituyen sobre una serie de secretos que tienen que permanecer ocultos, que no pueden ser revelados…
O que solo pueden decirse por carta, como le sucede al anciano.
Esos son secretos que solo se pueden revelar a distancia, temporal y geográfica. Las personas somos así, siempre hay un doble fondo. Yo vengo de Nápoles, una ciudad que por debajo está vacía porque se ha excavado desde la época de los griegos para extraer material de construcción. Por tanto, conozco desde pequeño este doble fondo que tienen las personas y que muchas ciudades. Allí se guardan secretos que solo a veces, y a mucha distancia, pueden salir a la luz.
Para el anciano romper el secreto implica también desobedecer.
Desobedecer le trae unas consecuencias enormes y gravísimas. Por ello, para mí, la excepción es aquello que hace más fuerte la regla.
Usted, en más de una ocasión, ha defendido la desobediencia, es decir, ha sostenido que lo ético era precisamente desobedecer.
La ética es también el primer acto de libertad y la libertad muchas veces es desobediencia. Piensa en la historia de Adán y Eva. Ella arranca el fruto prohibido del árbol del conocimiento: comete un acto de desobediencia, pero gracias a él inicia su camino hacia la libertad. Hasta que no arrancó el fruto prohibido ella y Adán tenían la misma vida. Al arrancar el fruto adquieren el conocimiento y la conciencia de la propia especificidad, un crecimiento de la percepción. De repente, se descubren desnudos. Adquieren una conciencia sobre ellos mismos que ningún animal tiene. Ese acto de libertad los separa de los otros animales y convierte ese jardín cerrado en un espacio demasiado pequeño, que ya no pueden habitar. La desobediencia abre puertas de par en par, pero permite la entrada también de todas las consecuencias negativas que conlleva la libertad, que no es un simple paseo ni una excursión a un parque de atracciones.
De hecho, en nombre de la libertad se han pagado y se pagan precios altos.
Esto es lo que le sucede a mi protagonista.
Que escapa de un matrimonio impuesto.
Y esto le obliga a romper con todas sus raíces. Ella huye sabiendo que no podrá volver atrás y que debe renegar de su pasado e inventarse una nueva vida día tras día. Ese día comienza la noche que entra en la tienda de campaña en la que está en anciano. Quise que la protagonista fuera una niña gitana porque en en ese mundo el sentimiento de pertenencia al clan y a la familia es muy fuerte. La ruptura es un acto de laceración definitivo, incluso en el caso de una persona tan joven y decidida como mi protagonista. Ella tiene un temperamento rebelde, lo vemos cuando cuenta su vida antes de la huida y libera el oso que querían sacrificar puesto que no era útil para el circo familiar. Ella vomita para no engordar, tal y como quieren que haga, pues creen que para casarse tiene que estar más gorda. Sus actos de rebelión comienzan antes de su huida.
El anciano, en cierta manera, también es alguien que ha dejado atrás su origen. Napolitano, ha vivido en Suiza y está en una zona fronteriza junto a la chica.
-Es como yo, que digo que vengo de Nápoles pero, al no vivir allí, ya no puedo decir que soy de Nápoles. Yo no tengo hacia Nápoles este sentimiento de pertenencia. Es solo mi procedencia, pero es un rasgo total no solo porque el napolitano sea mi lengua madr, sino porque toda mi educación sentimental -compasiones, cóleras, vergüenzas- se han formado sobre la lengua napolitana y sobre la realidad de Nápoles. Todo esto explica quién soy. Luego, con el tiempo, he buscado el sentimiento de pertenencia en otros lugares y lo he encontrado. Por ejemplo, pertenezco a la generación revolucionaria de los años setenta. Esa implicación política me descubrió un nuevo sentimiento de comunidad con el que rompía, en parte, con el pasado, en el sentido en que, de golpe, me sentía perteneciente a un colectivo de revolucionarios de la Italia de los setenta.
¿Luego llegaron otras pertenencias?
Claro, porque este sentimiento puede cambiar. Se puede sentir pertenencia por otras cosas. Lo que cuenta realmente es el origen, que nunca cambia.
El anciano, casi como si se tratara de una reencarnación de Rober Walser, termina sus días aislado en la montaña…
La montaña es un lugar donde es necesario orientarse, porque es suficiente con que baje la niebla para perderse y no saber por dónde se debe caminar, incluso si se conocen perfectamente los senderos. Por tradición, la montaña también es un lugar donde separarse de los demás yesconderse… Toda la guerra partisana italiana se desarrolló principalmente en la montaña.
En las montañas, como en el mar, las fronteras se desdibujan y se tiene la idea de que alguien que viene de afuera puede ser problemático.
Es aquí donde aparece también la hospitalidad no como algo obligatorio, sino como un hecho natural. La hospitalidad es lo que se impone siempre y cuando no haya un exceso de autoridades. Si las autoridades se ponen por medio, la hospitalidad se vuelve algo difícil. Los pueblos se ayudan, se encuentran, se mezclan…Recuerdo que un escritor italiano que participó en la invasión de Rusia contaba que, durante la retirada, entró en una isba (casa campesina rusa). Él estaba solo, aislado, así que llamó a la puerta. Cuando le abrieron se encontró con soldados rusos. Le dice a la dueña de la isba que tiene hambre. “Siéntate italiano”, le contesta y le da un plato de sopa, que el come rodeado de soldados rusos. En ese momento ya no eran enemigos. En la isba, existía solo hospitalidad.
Como en otras novelas, la montaña es también protagonista, igual que Nápoles, la ciudad que también es el escenario de otras muchas novelas suyas.
Obviamente, porque vengo de Nápoles. Es más que una ciudad madre, es una ciudad causa de lo que soy. Soy uno de los efectos de mi vida en la ciudad de Nápoles. Es cierto que mi cuerpo se mueve mejor en la montaña o escalando que en el mar o nadando en el agua.
He leído que, cuando se enfada, las palabrotas las sigue diciendo en napolitano
El napolitano es la lengua con la que me hablo a mí mismo. Consigue pellizcarme como no lo hace el italiano, que para mí es una lengua excesivamente depurada. De hecho, si alguien me insulta en italiano no me hace ningún efecto.
¿Queda algo del Nápoles de su infancia?
-Su nombre, Neapolis, significa ciudad nueva. Nápoles ha estado obligada a renovarse siempre. La ciudad de la que me fui ya no existe, ha desaparecido por completo. Me refiero a la Nápoles que tenía la mortalidad infantil más alta de toda Italia, la de la sexta flota de los Estados Unidos que obernaba la ciudad….Obviamente, no puedo sentir ningún tipo de nostalgia hacia esta ciudad. Ahora es una urbe nueva, pero, cuando escribo sobre ella sigue siendo la misma. Cuando escribo, consigo invocar aquella Nápoles y habitarla.
¿Le puedo preguntar sobre cómo ve Italia ahora? ¿Es muy pesimista?
Yo soy una persona muy fría con respecto a las pasiones políticas de los italianos. De vez en cuando los italianos se apasionan con algún personaje, lo montan sobre una carroza, le dan vueltas y luego lo descargan. Así ha sido de manera regular a lo largo de la historia. Por tanto, estamos en el momento del carrusel, pero pronto pasará. No me preocupa demasiado Itañoa: se trata de las infatuaciones provisionales de los italianos que no tienen un verdadero fundamento político y responden, más bien, a la necesidad de imaginarse otra persona y de hacerse representar por ella. Una vez que termine eeste carrusel, precisamente porque no existe fundamento político, se volverán a jugar todas las cartas.