Contar una historia a un amigo, a un compañero de trabajo, a un desconocido con el que compartes una cerveza en un bar. Un relato que fascine, que provoque el asombro, hasta el punto de dudar sobre su verosimilitud. En tiempos de impactos informativos constantes, aparece el arquitecto Pedro Torrijos (Madrid, 1975), escritor, “contador de historias”, con un libro que logra ese objetivo, el de valorar la condición humana. “No estamos tan mal”, se podría decir, tomando prestada la frase de Joan Laporta, cuando hablaba de la situación del F.C.Barcelona. El ser humano todavía es capaz de deslumbrar a sus semejantes. Torrijos acaba de publicar La pirámide del fin del mundo (Kailas), un conjunto de relatos que llevan al lector por todo el planeta. “Debemos redescubir el sentido de la maravilla, el viaje con nosotros mismos”, señala, en una entrevista con Letra Global.
La geografía sigue siendo esencial para entender cómo funciona el ser humano. La lucha por el territorio, la necesidad de cumplir un sueño, aunque sea casi imposible realizarlo en un lugar inhóspito, la curiosidad siempre presente. Torrijos se refiere de forma constante a esa característica que ha posibilitado el vuelo del hombre, con la percepción de que se está abandonando. “Hay muchas ocupaciones, muchas necesidades vitales y a medida que nos hacemos mayores se pierde esa curiosidad, más propia de los más pequeños, pero ellos también han ido apartando algo que resulta vital, no lo podemos perder”, señala.
El “contador de historias”, sin embargo, ha comprobado que su hijo, de un año, vive en un “estado de maravilla continuo”, porque todo le fascina, “todo lo quiere tocar”. Sin embargo, ¿queremos los adultos saber, conocer, admirar, más allá de lo que tenemos en el día a día? Ese es el reto que plantea Torrijos, como si fuera un despertador de nuestras conciencias. En la historia que da cuenta del título del libro, La pirámide del fin del mundo, Torrijos explica, en el capítulo Apocalipsis por miedo, cómo se construyó una pirámide de hormigón en la llanura de Dakota del Norte, en Estados Unidos, con sesenta metros de lado, por treinta de alto. Se trata de una edificación basada en algo, a priori, absurdo. “La mejor manera de evitar una escalada armamentística no es dejar de fabricar armas; es dejar de fabricar defensas contra esas armas. Parece contraintuitivo, pero es la base sobre la que se redactó el Tratado de Misiles Antibalísticos de 1972: cuantas más defensas contra misiles nucleares balísticos haya, más misiles nucleares balísticos serán necesarios para mantener la teoría de la disuasión mutua”, escribe Torrijos.
Y ese tratado, firmado por Nixon y Brézhnev, limitaba a ambas superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, a la construcción de dos instalaciones de misiles antibalísticos con un máximo de cien en cada una. ¿Cómo acabó la historia? No hubo guerra nuclear, aunque se estuvo cerca, en varias ocasiones. Y la extraña pirámide, pensada para localizar mísiles soviéticos, es hoy un monumento que adquirió, después de varias ventas, una empresa de criptomonedas que dice que lo convertirá en un data center. ¿Es una simple curiosidad? Puede ser, pero Torrijos recuerda: “Estuvo el mundo en momentos muy críticos, la guerra nuclear estuvo cerca”. Y eso hay que saberlo, para seguir caminando, aunque no sirva, tal vez, para evitar errores y calamidades, porque la humanidad puede dar pasos atrás. Nada está escrito.
El escritor insiste: “Escribo historias que encuentro, las que pueda descubrir, con la idea de contarlas a otros, como nos gustaría a todos, con la esperanza de que acompañen, que nos hagan redescubrir el sentido de la maravilla y que puedan ser, también, un viaje con nosotros mismos”.
Porque esa es la cuestión de fondo. Con una enorme oferta, ¿qué podemos?, ¿qué debemos?, y ¿qué nos gustaría leer? Son preguntas distintas, claro. Pero lo principal es que todavía tengamos viva la curiosidad.
El conde Drácula
Torrijos lo ilustra con muchas historias. Una de ellas es la de El puente de Peljesac, ahora que muchos europeos –a los españoles les encanta—viajarán en vacaciones a Dubrovnic. En cuatro páginas, el escritor presenta la historia de Bosnia-Herzegovina, de Crocia, y, en realidad, de esa parte tan bella y tan fiera de Europa. Y siempre bajo la mirada de Drácula, que fue, en realidad, Vlad III, príncipe de Valaquia a mediados del siglo XV y héroe nacional de Rumanía. El lector lo descubrirá, pero el hecho es que un puente moderno, inaugurado en 2022, --que solucionaba el engorro de los croatas para sortear la doble frontera de Neum, entre Croacia y Bosnia-Herzegovina, y el hecho de poder ir a Dubrovnik sin pasar por dos puestos fronterizos en el seno de la misma Croacia--, “nos hace viajar por esa Europa de Drácula, por la historia del Imperio Otomano y por un territorio enormemente bello”.
El autor de La pirámide del fin del mundo señala que se siente cómodo siguiendo un camino que otros escritores han abordado en los últimos años. Le inspira, y considera que sigue esa misma senda, obras como Un verdor terrible, de Benjamin Labatut, o El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Se trata de un hilo conductor, a través de muchas historias, que hablan sobre la ciencia y los descubrimientos científicos que desconocemos, en el caso del autor francés, o de la historia del libro, como artefacto transmisor de la cultura y el conocimiento, en el caso de la escritora española.
Porque Torrijos camina hacia “la maravilla”, con la idea de que el ser humano “todavía vale la pena”, más allá de relatos distópicos, o de poner el acento en sus dislates, como la propia pirámide de Dakota del Norte podría ilustrar. El hilo conductor aterriza en un campo de fútbol muy atípico.
“Es la historia del esfuerzo y la ilusión, de que es posible”, apunta el escritor, cuando se refiere al relato Maradona y los niños acuáticos. Allá donde haya algo que valga la pena escribir, aparecerá Torrijos. Ese es su empeño. Se trata de un relato sobre unos niños de Ko Panyi, en Tailandia. Tras ver el gol de Maradona contra Inglaterra, en el Mundial de México, en 1986, los niños del lugar se entusiasmaron por un deporte que no era el más seguido, ni, por supuesto, el más practicado. De hecho, ellos no podían jugar porque no había un lugar terrestre. Formado el poblado a partir de casas flotantes con pilones de madera, rodeados por completo de agua, los niños trataron de construir, también, un campo de fútbol flotante, y de formar su propio equipo, que llegaría a competir como uno de los mejores en toda la región. Torrijos escribe: “En serio, que flota en el agua. No está apoyada en ningún sitio, solo flota, como una especie de supercolchoneta semirrígida”.
El arquitecto del futuro
“¿No hay maravilla en eso?”, pregunta Pedro Torrijos. Y es que más que el ímpetu de los chicos, la historia muestra cómo los adultos recuperaron la “ilusión”, mayores “divertidos con la ocurrencia” para levantar un campo de fútbol. Pero, ¿qué sucede en un mundo globalizado? La paradoja es que el planeta no supo nada de esa “maravilla” hasta que en 2011 el cineasta Matthew Devine rodó un corto publicitario para el banco TMB donde “lo contaba todo”.
Pero, ¿hay que viajar físicamente? Torrijos tiene claro que no es necesario. Habrá que viajar con libros, como La Pirámide del fin del mundo. Porque esa es también la propuesta. La curiosidad lleva a la lectura, y ésta puede llevar al viaje, o a la propia ciudad donde uno vive. “Muchas veces desconocemos lo que tenemos al lado, rincones, figuras en una iglesia, por eso creo que debemos redescubrir el sentido de la maravilla, que está siempre muy cerca”, señala el escritor.
¿Y si se viaja? Habrá que ver una ventana muy especial, que es una joya del Renacimiento, en el Palacio del Deán Ortega, en Úbeda. Y su viajamos más lejos, habrá que admirar, de nuevo, la Cúpula de Santa Maria del Fiore, en Florencia. ¿Quién fue el ‘arquitecto del futuro’ con el que estableció contacto Brunelleschi? Torrijos se maravilla.