Ochocientas páginas escritas a mano y transcritas, como es tradición, por su padre. Juan Manuel de Prada vuelve a su –tal vez– alter-ego Fernando Navales para retratar cómo se buscaron la vida los artistas y escritores republicanos, perdedores de la guerra de España, en el París ocupado por los nazis. Esa es la historia de Mil ojos esconde la noche (Espasa). La mala lengua y peor intención del personaje de su aclamada novela Las máscaras del héroe (Seix Barral, 1996) le sirven de hilo para hacer un retrato salvaje de las miserias humanas y bajar de la peana a algunos de los intocables de la cultura española del siglo XX. Si de condenar o salvar se tratara, salva a tres mujeres, entre ellas Ana María Martínez Sagi, poeta catalana a la que le ha dedicado años de investigación, protagonista de El derecho a soñar. Aunque lamenta las amenazas a la libertad de expresión y los corsés a la creación de las letras –occidentales, matiza- su novela es precisamente lo contrario: un ejercicio torrencial de irreverencias y obscenidades. Ya tiene escrita su continuación,que espera publicar en el primer trimestre de 2025 porque reconoce que un tocho de más de mil trescientas hojas es demasiado, incluso para él. Parece haberse divertido mucho. Se queja de que le invitan poco a los saraos literarios y a las ferias del libro.
[Los 8 mejores libros de Juan Manuel de Prada]
Dice que no pertenece a ninguna camarilla literaria y que se lo hacen pagar, pero también dice que lo lleva bien.
Hay mucho sectarismo en los saraos y en las ferias. Pocas veces me han invitado. No pertenezco a ninguna camarilla, tampoco literaria. Y lo llevo… en paz con Dios y con los hombres (sonríe). Tiene razón el refrán: el buey suelto bien se lame, así que lo llevo bien. Las águilas volamos siempre solas, los pájaros menores, en cambio, lo hacen en bandada.
Humilde no parece esa frase.
(Sonríe otra vez) Es una boutade lo que acabo de decir, pero es cierto. El oficio de escritor es sacrificado, artesanal, muy laborioso, al menos como yo lo vivo. Decidí ir por libre desde el principio. Tuve la fortuna o la desgracia de triunfar joven y descubrir enseguida cómo afloraban las envidias y los odios. Y pensé: ricos, ahí os quedáis. A partir de ese momento he llevado una carrera fuera de camarillas, banderías y facciones.
Artesanal, en su caso, es literal. He visto el manuscrito en fotos, de su puño y letra.
Siempre he escrito a mano. Siempre. (Enseña un dedo con una ligera muesca). Y siempre es mi padre quien lo transcribe, y va a seguir siendo así mientras le acompañe la salud. Mi padre es mi único lector en bruto, la única persona que me lee antes de que lo envíe a la editorial, tal cual me sale del caletre, sin filtro ninguno.
¿Le corrige?
No, corregir, no, pero me hace observaciones, recomendaciones, Lógicamente mira por el bien de su hijo y me advierte si algo le parece demasiado fuerte y cree que debo matizarlo.
¿Demasiado fuerte? Pues esta novela…
(Ríe satisfecho) Sí, no ha parado de decírmelo… Me lo ha repetido bastantes veces. Pero esta novela es así, esta es su naturaleza. Se cuentan muchas cosas fuertes de la vida pública y privada de grandes y pequeñas personalidades. Son personajes reales de la cultura, pero tengo que decir que está muy bien documentada, que lo que se cuenta es rigurosamente cierto en una altísima proporción. Apenas hay ficción, aparte de Navales, que es mi personaje testigo.
En contra del adagio, usted ha vuelto al lugar donde ha sido feliz: recupera ambiente y personajes de su novela Las máscaras del héroe, la más celebrada.
Bueno, en realidad rescato al personaje, pero lo llevo a un contexto diferente. El París de la Segunda Guerra Mundial, recién ocupado por los nazis, es muy diferente al Madrid de los años veinte y treinta, mucho. Aparte de la lucha por la supervivencia, en esta novela hay un trasfondo ideológico muy fuerte. Estamos en guerra, es un momento muy difícil, lleno de amenazas, erizado de peligros. Pero es verdad que siempre quise seguir las andanzas de Fernando Navales. Su continuación natural hubiera sido la Guerra Civil. Era lo suyo porque Las máscaras acaba en 1936 y lo lógico hubiera sido continuar desde ese año hasta 1939. Lo cierto es que me parecía un tiempo delicado, espinoso, por ser Navales un falangista fanatizado. Su punto de vista, siendo coherente con su perspectiva, no se si hubiera sido demasiado proceloso en un mundo en el que la libertad de expresión es tan frágil y donde se puede confundir la ficción con la realidad. Si hubiera llevado a Novales a ese momento siéndole fiel me temo que mucha gente se hubiera sentido ofendida. Diría cosas que no se entenderían hoy.
Las dice.
Sí, pero no sobre la guerra española… Es un territorio que escuece aún tanto... Sigo teniendo la idea en la cabeza, no la he abandonado, pero esa posible novela requiere una fortaleza y una serenidad que no encuentro en este momento. ¡La memoria es algo tan frágil y duele tanto! De todas maneras, la idea de recrear ese momento de los españoles en París me vino dada mientras investigaba la vida de la escritora Ana María Martínez Sagi. Ella había publicado unas memorias formidables pero que son la prueba de cómo, por honestos que seamos, nos sentimos cuando usamos la memoria. Yo hice un trabajo de búsqueda hercúleo, brutal, sobre su tiempo en esa Francia ocupada para publicar mi libro sobre ella. En archivos de la policía encontré informes de otros escritores y artistas y me di cuenta de que era un material precioso. Una joya sobre la colonia española refugiada en París. Entonces decidí llevar a Navales a la delegación de Falange en la capital francesa y contarlo desde su versión.
Estaban todos los nombres que más nos suenan. Algunos afectos al régimen y otros claramente desafectos.
Pero la gran mayoría colaboró con la oficina de Falange. Menos Picasso todos tuvieron que buscarse la vida. Todos.
Para haber sido premio González-Ruano en 1999 le hace usted un buen traje. Lo llama siempre Ruanito.
Así le llamaban siempre sus amigos de juventud. No me lo invento ni es una maldad de Navales. Lo que se cuenta, aparte de absolutamente cierto, tampoco resulta novedoso. Se sabe. Aparte de lo que se ha publicado yo tengo testimonios personales de algunos de sus amigos, como por ejemplo el añorado Manuel Alcántara, al que tuve el privilegio de tratar tanto. Sus peculiaridades sexuales son de sobra conocidas. No olvidemos que todo lo que se cuenta de Ruano pasa por la mirada deformante de Navales, el narrador.
El canalla todo lo encanalla.
Esa es la cuestión. Le confieso que personalmente considero a Ruano un escritor menor, no exento de mérito pero muy lejos de esa veneración que suscita. Sí creo que estaba dotado para el género periodístico, que fue un notable articulista pero de ninguna manera un gran escritor. Ya sabe: a veces esa glorificación no es inocente. Se vanagloria unos para minimizar a otros. Como decía Unamuno: ¿contra quién me elogian?
Con Picasso se ceba.
Quede claro que no comparto la opinión de Navales sobre sus cualidades como artista. Le llama pintamonas. Sí creo que su glorificación es un disparate, no creo que tenga la categoría de genio que se le adjudica pero tampoco era cómo lo considera mi personaje. Eso, como artista. Respecto a su vida personal creo que está mas que contrastada su bajeza moral y no solo en su trato con las mujeres. Por supuesto, no comparto la mojigatería infecta que nos viene de los Estados Unidos con las cancelaciones y toda esa morralla.
Resulta inaceptable intelectualmente valorar la obra por la vida del autor. Nos convertimos en fanáticos, en psicópatas, nos hundimos como civilización. Pero se puede hablar libremente de las lacras y vicios de nuestros grandes hombres o grandes mujeres. Con normalidad. Sabiendo que la naturaleza humana es así, que no somos ángeles. No somos perfectos, tenemos miserias; los grandes hombres, tambien. Sin ocultar la verdad pero sin pretender que un señor que pegaba a su madre o no daba limosna merece que nos olvidemos de su obra. En el caso de Picasso hay evidencias de que humanamente era una persona bastante deplorable.
Coincide usted con muchas feministas.
(Alza una ceja pero no cae en la provocación). Su actitud con las mujeres es lamentable, sí. Pero no solamente con ellas. Hay episodios lastimosos que por cierto aparecerán en la segunda parte de la novela (este tomo acaba con un continuará) y están más que confirmados. Si alguna virtud tengo es mi capacidad de trabajo. Esta novela me ha puesto a prueba. Por ejemplo, en 1943 Picasso pudo salvar la vida de Max Jacob, el artista judío que se había convertido al catolicismo. Le pidió que fuera su padrino en el bautismo.
Ese año los nazis lo detienen porque, aunque fuera católico, seguía siendo judío de raza y lo internan en un campo de concentración. Entonces Jean Cocteau -otro al que los nazis tenían prohibido tocar un pelo porque su fama les perjudicaría y los convertiría en víctimas internacionales- de manera gallarda, generosa, pide clemencia al embajador alemán y le pide a Picasso que firme con él. Picasso se niega. La carta de Cocteau surtió efecto. El embajador intervino, pero tarde: cuando llega la orden al campo, Jacob había fallecido de pulmonía. Un hecho tan triste como infumable es el comportamiento de Picasso. Pero el artista es otra cosa. No nos volvamos locos.
La dignidad es un privilegio de los que no temen nada. Se ceba usted con Marañón.
Yo, no. Es Navales quien lo odia. A Navales le sucede lo que al primogénito de la parábola del hijo Prodigo de la Biblia. Él se había hartado de pegar tiros y de dar la cara en la guerra y llega un liberal republicano y es recibido con los brazos abiertos por el nuevo régimen. No lo puede soportar. Es un tipo envenenado y rencoroso, no lo olvidemos. Por otra parte, no fue solo Marañón quien colaboró con Falange en París, todos los hicieron. La terrible situación en la que vivían, perdedores de una guerra y asilados en un país que estaba siendo ocupado por los amigos de sus perseguidores, los lleva a buscarse la vida. Habían perdido la guerra y podían perder la vida.
Eso sucede hasta 1944, más o menos, cuando intuyen que Alemania va a perder. Si nosotros, que vivimos en condiciones de libertad, somos cobardes cómo vamos a pretender que otrosm jugándose la vida, fueran intachables. Otra cosa es que lo ocultemos. Hay quien falsifica la historia y hace un retrato idealizado de personas que eran seres humanos como todos. Eso es hipocresía y fanatismo. Son falsificaciones muy peligrosas porque nos obligan a todos a mentirnos, a ocultar nuestras debilidades. La realidad es que todos los exiliados colaboraron con Falange, pero tambien que no hubo nadie tan malvado y vil como Navales. Mi personaje es ficción. No se puede ser malo sin interrupción, como no se puede ser sublime sin interrupción. Nadie sabe lo heroicos o cobardes que seríamos en circunstancias extremas.
De ese retrato feroz se salvan las mujeres.
Tres mujeres y por razones diversas. Ana María Sagi es una mujer con la que llevo años conviviendo, investigando a fondo su vida. En el caso de María Casares (actriz, hija de Casares Quiroga, ministro y jefe de gobierno de la república) es que es deslumbrante. La conocía por sus películas, aunque no hizo muchas; se dedicó sobre todo al teatro. Y he leído sus Memorias que son magníficas, muy literarias. Es un caso único de precocidad y de seguridad en la vocación artística. Con 18 años estudia francés tan disciplinadamente que logra una dicción perfecta, sin huella del deje gallego que tenía por razones familiares. Se convierte en la gran actriz del teatro francés. Es un personaje admirable y muy divertido. Una rara mezcla entre ingenuidad y astucia. Es una mujer limpia, no está contaminada por ninguna conveniencia. Y la tercera, Ana de Pombo, es una falangista convencida que, aunque herida, porque le habían asesinado a un hijo los rojos, es muy locatis, un poco disparatada. Últimamente se ha hecho un documental sobre su vida muy interesante. Es una de las que descubre, por así decirlo, Marbella en los años cincuenta y convierte la ciudad en frivolidad y lujo. Es la abuela del escritor Álvaro Pombo, por cierto.
Navales no se muerde la lengua y usted tampoco.
Cuando se tiene una voz pública hay que saber conciliar la defensa de las ideas que profesas con la prudencia. La situación exige amoldar los lenguajes según las audiencias. No se trata de mentir, yo no lo hago jamás, pero sí de aminorar ciertas verdades o restringir ideas. En temas importantes y sensibles, obviamente. Si me preguntan por la politiquilla, como me parece tan anecdótico todo, me esfuerzo poco, pero luego hay asuntos como la eutanasia o la justicia social o Gaza que me exigen matizar y expresar lo que pienso intentando ser honesto sin traicionarme. Lo último que he oído sobre la justicia social, fruto de la envidia, me ha enervado. Atenta directamente contra los principios de la doctrina cristiana que profeso.
¿Cambia de opinión?
Cuando tienes principios firmes hay un fondo que impregna toda tu vida. Claro que hay cuestiones sobre las que puedes tener dudas, más que cambios de opinión. El conocimiento de la realidad siempre es fragmentario a pesar de la fe. En mi caso, la fe marca mi visión del mundo. (Se le pregunta si ha flaqueado alguna vez). Las dudas pueden acompañarte toda la vida, pero nunca he perdido la fe en lo esencial. Luego hay asuntos… Por ejemplo, el dogma más difícil de aceptar para mí es la sucesión apostólica. Me cuesta creer que los obispos sean descendientes de los apóstoles. El comportamiento de algunos clérigos con mando me parece inaceptable, en lo que hacen y en lo que permiten que se haga. Pero en lo fundamental nunca he flaqueado. Creo que mi fe ha dado lugar al mayor esplendor de la historia humana. Es la que ha amparado la cultura más elevada y más hermosa.
¿Le gusta el Papa Francisco?
Me gustan muchas cosas del Papa. Me gusta que ha puesto en primer plano cuestiones que en otros papados tuvieron menor relieve, como la doctrina social de la Iglesia y sus valores de igualdad. Ha contribuido a desenmascarar catolicismos hipócritas que, desde el liberalismo, se le han lanzado a la yugular. Al mismo tiempo creo que a veces es imprudente y tiene un grave defecto: quiere caer bien. Eso le ha llevado a situaciones surrealistas, como incluir en documentos pontificios los índices del carbono (Se lleva las manos a la cabeza). El Papa debe alertar sobre la responsabilidad del hombre ante la naturaleza y sobre su obligación de cuidar de la creación, pero incluir índices atmosféricos me parece algo delirante (Sonríe ampliamente).
A lo mejor ahí sí está lo que queda de la democracia cristiana.
Siempre fue un disparate. La democracia cristiana, hasta cuando ha tenido mucho poder, como en Italia, siempre fue una barbaridad. Vuelvo a citar a Unamuno, que decía que decir democracia cristiana es lo mismo que decir obispo-isósceles. Se trata de categorías distintas. El cristianismo es una fe que no debe mezclase con la política. Su reino es de otro mundo.
En este mundo usted se moja mucho.
Aunque no hay libertad de expresión, le aseguro que hay temas tabú. No se ven los niños reventados en las guerras de Gaza o de Ucrania. Los medios de comunicación ocultan esas imágenes. Hay asuntos sobre los que no se habla. Al menos en Occidente, como comprenderá no tengo la menor idea de lo que ocurre en Bangladesh (hace un guiño), pero en muchos temas hay una auténtica mordaza. Cuando la pandemia cualquier objeción sobre las vacunas fue castigada o ocultada, y quienes las planteamos tachados de negacionistas o de locos. Había señalamiento y estigma. Eso, en cuanto a la opinión; en el ámbito creativo tengo amigos que me confiesan no se atreven a escribir sobre según qué asuntos por la presión de lo políticamente correcto o el lenguaje inclusivo. Las ideologías triunfantes están oprimiendo la libertad creativa.
¿Usted a quien lee?
(Pausa y sonrisa) Sobre todo leo muchos documentos, historia y especialmente en fases como ahora, que he trabajado tanto para la novela… De mis contemporáneos solamente leo a Joaquín Pérez Azaustre, que es mi amigo. En periodos de trabajo de escritura no suelo leer ficción. Ciertamente, lo he hecho sólo con Joaquín.
Dice que ha indagado en miles de documentos y cientos de libros. En España los investigadores se quejan de, la dificultad de acceso a los archivos.
Los archivos en España son, sobre todo, incómodos. En Francia te dejan fotografiar cualquier cosa que tenga más de 50 años. Tal vez en Cataluña sea más fácil. Pero no ocurre solamente aquí. Estos años he trabajado con archivos de Estados Unidos, de Venezuela y de Suiza. Ciertamente el acceso a las fuentes policiales francesas es más cómodo que en ningún sitio. También le digo aquí hay mucho investigador que no se ha arremangado jamás, investigadores de Google y Wikipedia. (Sonríe). Trabajar en documentación es muy esforzado y agotador. No todo el mundo lo hace.
En la biografía de Quico Rivas que ha escrito Fran G. Matute (Athenaica) hay un homenaje a Las máscaras del héroe y a Pedro Luis de Gálvez.
Acabo de leer ese libro y me ha gustado muchísimo. Conocí a Rivas bastante, pero me gustó descubrir esa faceta artística de los años setenta y sus correrías con Bonet. Efectivamente, Gálvez es un personaje que provoca fascinación, aunque conmigo se enfadó la familia. Pero la mayor parte de lo que se cuenta se puede comprobar, es verdad. Y a mí me da igual la imagen que se tenga de mí. No me afecta. Yo sigo mi camino.
¿Qué hace cuando tiene un día malo?
(Pone cara de asombro). Trabajo. Siempre trabajo. Yo soy lo que los franceses llaman un depresivo activo. Una persona pesimista en el diagnóstico de la realidad pero esperanzado en cuanto a la visión del hombre. Aunque la realidad te aplaste con su miseria creo que la puedo cambiar. Tengo fe, al menos, en influir para que cambie.
Mil trescientas páginas a mano y de un tirón ¿Sin consultar diccionarios?
(Ríe abiertamente). Hay gente que piensa que consulto el diccionario, pero no es verdad: escribo en torrente, jamás busco una palabra. Al corregir, alguna vez matizo, pero eso es otra cosa. Esta novela tiene un trabajo estilístico importante porque Navales es un estilista y, al mismo tiempo, hay un lenguaje coloquial y muy vulgar, dependiendo de los ambientes que frecuenta. Corrigiendo he descubierto con estupor que mientras la RAE ha incorporado palabras atroces, banales, efímeras, casi de jerga tecnológica, sigue sin admitir expresiones bellísimas como encalomar, que tiene un significado sexual parecido a empotrar. Me he divertido mucho, pero he trabajado como un condenado. Para mí escribir es más una condena que un gozo.
Podría probar con el ordenador.
Escribo a mano porque creo que doy lo mejor de mí escribiendo así. Tengo mayor entrega, mayor tino. Al escribir lento las ideas llegan a mi cabeza más sosegadas, más claras. Me obligo a pensarlas. La lengua se crece cuando es manuscrita. Nunca uso el ordenador para la literatura. Y jamás escribo conectado a Internet. Mi móvil solo sirve para llamar y que me llamen. En total le dedico menos de treinta minutos al día.
Me dirá que escribe cartas con pluma.
(Ríe) Eso confieso que no. Raramente. Sí escribo muchos mails. Y mire, es una lastima los que nos está pasando. Con los wasaps las grandes biografías están heridas de muerte. Van a desaparecer. No habrá epistolarios, confidencias o archivos manuscritos. Al final solo se harán biografías oficiales. Muchas de las incógnitas sobre la vida y la manera de ser de grandes personajes morirán en el limbo de la nube. Un horror.