Esa madre se hace querer. Desea viajar a África, ver cebras y ofrecer dinero “al primero que pase”. Ha leído a Georges Bataille, con su idea sobre los gastos inútiles y la relación con lo material. Y conoce el ‘potlatch’ de los indios norteamericanos, una práctica consistente en dar, en regalar. ¿Está casi enajenada? Sí y no. Es muy lúcida, y a quien desquicia es a su hijo, Christian, el propio narrador de Eurotrash (Vegueta), Christian Kracht, que ha elaborado una obra compleja, cómica, a veces agria, dura, sobre Alemania, y con Suiza como telón de fondo, su país de nacimiento. Kracht constata con su propio personaje, con su familia, un pasado que Alemania sigue sin soportar. Y tampoco Suiza, por su desinterés por todo.
Hay una generación de alemanes que quiere saber, que no aguanta el silencio de sus padres, y quiere respuestas sobre sus abuelos. En España se suele comparar la transición con Alemania, y muchos críticos con aquel proceso señalan que se fue muy condescendiente con el estado franquista, y que muchos de aquellos funcionarios, desde policías a jueces, o empresarios, siguieron en primera línea en la estrenada democracia, y que eso en Alemania no pasó. Pero en Alemania la llamada “desnazificación” fue una broma. Y muchas fortunas se pudieron mantener e incrementar sin demasiados problemas. Kracht habla sobre ello, relata esa relación con el dinero, a partir de un viaje entre real e imaginario con su propia madre, que tuvo a un padre nazi, dentro del núcleo duro de las SS, y a un marido que se declaraba “socialdemócrata”, y que se dedicó a guardar con celo obras de arte y a coleccionar casas y mansiones por media Europa. ¿Qué podía salir mal?
Kracht es un escritor respetado en Alemania. Con Eurotrash fue finalista del Schweizer Grand Prix Literatur, al que han calificado de “novelista metafísico”. En el libro muestra muchas claves, la de una clase social adinerada, ilustrada, con un enorme peso, con un lastre que no podrá superar. A Alemania las potencias que ganaron la II Guerra Mundial la condicionaron por completo. Su cometido iba a ser claro: una economía orientada por completo a la exportación, sin ejército, y con la cabeza baja para no despertar, de nuevo, sospechas entre sus vecinos. Ganar dinero, actuar de locomotora de Europa y silencio sobre el pasado reciente. Su sociedad ha evolucionado, claro, y las autocríticas acabaron aflorando, pero, ¿y el dinero? ¿Y los capitales? ¿Se evaporaron?
El escritor quiere reconciliarse con su madre, que ya no espera nada, agarrada a su botella de vodka y a los barbitúricos. Necesita que le cambien, además, de forma constante la bolsa de estoma. Su hijo se la lleva en un taxi, con una bolsa de plástico cargada de francos suizos, y con la posibilidad de recoger miles y miles en su banco de inversión. Porque su madre tiene el dinero bien invertido en una empresa de armamento. Y la disyuntiva está clara: o se acumula o se despilfarra, ¿para qué otra cosa?
Y en ese taxi, que recorre Suiza y en dirección circular, siempre con la tentación de entrar en Alemania y de tomar un vuelo a África, el único que se ve beneficado materialmente es el conductor del taxi, que asiste a las conversaciones rocambolescas de madre e hijo. Pero, ¿qué busca el autor de Eurotrash? Es una historia de amor, a pesar de los reproches. Es una búsqueda de la identidad personal, de la necesidad de saber qué hemos podido hacer en la vida con los mimbres que nos prestaron.
Los alemanes, y el título de la novela lo muestra, son amantes de la escatología. La bolsa de estoma es otra pista. Y durante la crisis económica de 2008 se puso de manifiesto, porque los bancos alemanes fueron los últimos en seguir comprando "bonos basura" que se vendían empaquetados por los grandes bancos norteamericanos. En Alemania existe una expresión para describir un momento complicado: Die Kacke ist am dampfen, algo así como ‘la mierda echa humo’. El comportamiento alemán tiene muy en cuenta esa relación. Se busca, aunque no de forma directa. Lo explicó el escritor y ex bróker de Salomon Brothers, Michael Lewis, en su libro sobre la crisis, Boomerang. Daba cuenta del estudio de un antropólogo norteamericano, Alan Dundes, que había señalado en su obra Life is like a Chichen Coop Ladder (La vida es como la escalera de un gallinero), la cantidad de citas que relacionan lo alemán con lo escatológico, con palabras como Scheisse (mierda); Dreck (suciedad); Mist (estiércol), o Arsch (culo). Y dichos y frases populares, como el personaje Der Dukatenscheisser (el que caga monedas de oro). O el propósito de Gutenberg, que, después de publicar la Biblia, quiso ofrecer también un programa de laxantes que denominó Calendario de purgantes. El mismo padre del protestantismo, Martín Lutero, se definió de forma particular: “Soy una caca madura y el mundo es un ano gigantesco”.
El hijo no entiende a su madre, pero no sabe si ella quiso o no reclamar respuestas a su padre nazi. Y se da cuenta de que es una mujer que deseó a otros hombres, además de su marido, que se enfrentó, a su manera, que vivió lo que pudo, que tiene lecturas, aunque no ahondara en ellas, porque la educación que recibió no tenía el objetivo de que las mujeres tuvieran las mismas oportunidades que los hombres. Es el hijo es que, sin ser un ilustrado, sí se adentró en las teorías sobre el derroche del dinero de Bataille. Es él quien quiere dilapidar la fortuna de la familia, y ofrece 80.000 francos suizos a tres turistas indias en las montañas suizas, y los billetes acaban volando tras un remolino de viento violento. No pasa nada, ¿para qué ese dinero?
“Leí algo. Teorías sobre el derroche del dinero. Mira, con eso quizá coincidían tus ideas. Si el dinero no se derrocha a lo loco o se regala, sistemáticamente va a parar a la guerra, se invierte en armamento para la guerra”, le dice la señora Kracht a su hijo, en una alusión a la obra de Bataille, La parte maldita. Ella dejó “bien lejos” el mundo nazi de sus padres, pero cuando Christian le pide algo más, una reacción, para que ellos rindieran cuentas, la madre contesta y da sentido a la relación siempre complicada entre padres e hijos:
“Tú mismo estás viendo en ti y en mí lo difícil que es…no: lo imposible que es obligar a los padres a enfrentarse a la verdad. Y, luego, dejarlo todo atrás para uno mismo con cierta distancia”.
¿Hay una reconciliación? Ella vuelve al sanatorio de Winterthur, aunque pueda pensar o hacer ver que se encuentra en África, al lado de las cebras, en el Ngorongoro. ¿Más lúcida que nunca en sus últimos días?
Un libro de altura, literatura de ideas, una novela para poder explicarse una vida, un país.