Poeta, ensayista, narradora. En apenas dos días María Negroni regresa a Buenos Aires tras dos meses en Barcelona, donde acaba de publicar La idea natural (Acantilado) un libro en el que indaga cómo la naturaleza ha sido escrita. Como Pequeño mundo ilustrado (Wunderkammer), La idea natural es una especie de catálogo, de gabinete de maravillas, en el que reúne artistas, escritores y científicos que han escrito sobre la naturaleza, que se han refugiado en ella. En sus páginas, como en la de todos sus libros, empezando por su novela El corazón del daño, son constantes las reflexiones sobre la palabra y el lenguaje. Porque el acercamiento de esta escritora argentina a la palabra es siempre la de una poeta, la de alguien que sabe que toda palabra es “irremplazable” porque su sentido, su sonido y su ritmo es único.
Creo que, para empezar a hablar de su último libro, La idea natural, es importante inscribirlo dentro del resto de su obra, en especial en relación a Pequeño mundo ilustrado, donde indaga en la idea del diccionario íntimo.
Este libro lo empecé hace más o menos diez años, es decir, su origen precede al de El corazón del daño y, de hecho, comencé a escribirlo antes y dilaté su escritura hasta ahora, que se publica. Diría que el origen de La idea natural está en mi fascinación, un deseo desmesurado y compartido por todos los seres humanos, de ordenar este caos que es la vida, el mundo y la realidad. Se trata, es cierto, de una empresa desesperada, por momentos delirante o bulímica querer ordenar y clasificar el mundo, tiquetarlo, darle nomenclaturas y taxonomías. Responde a un deseo de control y, a la vez, a un intento de dar forma a este liber natura que no deja de ser el mundo. El gesto tiene mucho que ver con lo que, en el fondo, hacemos los escritores: al escribir, deseamos ordenar un mundo dentro de un libro o un poema, que es la forma más breve y concisa de ordenar un mundo. De hecho, diría que la poesía es de por sí la condensación de un mundo que se crea a través de las palabras. El poema es un microcosmos; es algo condensado que pone nombre a una cosa que es enorme, inasible…porque el poema siempre se dirige a lo que no se puede atrapar.
Resulta algo paradójico
Sí, es una especie de paradoja entre una cosa muy chiquita, el poema, y una cosa muy grande, el mundo. Por esto me interesé por los naturalistas: independientemente de que tengan un ropaje científico y filosófico hacen lo mismo que los escritores: intentar ordenar este caos que nos supera.
Usted habla de ordenar, pero, como señalaba Victoria Cirlot en un artículo sobre su obra, no solo ordena, sino que con sus libros ha creado un mundo. ¿Podríamos decir que usted ordena y, a partir de ahí, crea?
Bueno, sí, porque un libro es una construcción, un poema es una construcción. Vicente Huidobro decía que el poeta es un pequeño dios. Si pensamos conjuntamente naturaleza y creación veremos que, en realidad, el libro de la naturaleza es el libro divino. De ahí que ordenar y construir estén unidos.
En el prólogo se define como urbanita y se acerca a la escritura sobre la naturaleza desde esta preferencia por la ciudad. El relato que construye es distinto, absolutamente personal, a partir de personajes como Rosa Luxemburgo.
Sí, que alguien se puede preguntar qué hace acá
Exacto, a esto me refiero
Esta conversación está llena de paradojas. Este libro se titula La idea natural, pero no es un libro sobre la naturaleza, sino un libro sobre la naturaleza escrita, es decir, sobre cómo ha sido escrita la naturaleza. Quiero hacer hincapié en esto porque es importante. La naturaleza es una preocupación, forma y debe formar parte de las agendas políticas. La falta de agua, los incendios…. Son muchas las cosas que están sucediendo que nos dicen que la naturaleza es un tema relevante. Muchas veces cuestiones esenciales que ocupan necesariamente las agendas políticas se transforman en potenciales negocios para la industria editorial. Si entras ahora en cualquier librería, encontrarás una zona dedicada a la naturaleza que cada vez está más llena de libros. Yo quiero distanciarme de este tipo de libros.
Me parece muy bien que existan, pero yo quiero hacer otra cosa y el libro tiene otros objetivos. Uno de ellos es el desmentir la distancia entre ciencia y letras. La ciencia es también emoción, no es puro pensamiento. De la misma manera que hay pensamiento también en poesía. La poesía no es solo emoción, necesita pensamiento de la misma manera que la ciencia necesita emoción. Imagínate a Einstein nada más descubrir la teoría de la relatividad. Debió sentir una emoción enorme. Pensemos en Humboldt, que aparece en el libro: es un hombre de una enorme complejidad. Se pasa gran parte de su vida huyendo de su historia familiar. Es un desterrado con una vulnerabilidad psicológica extrema que tiene problemas con su sexualidad…. Quiero decir que es una persona compleja que no puede entenderse sin el elemento emocional y que, además, se acerca a la ciencia desde la pasión.
Hablando de desmentidos: hay que decir que cuando habla de escritura sobre naturaleza se refiere a la escritura en términos amplios, pues incluye también la pintura o la fotografía.
Tal cual. Hay científicos, hay artistas, hay escritores y hay músicos como John Cage, que se retira apasionado por las setas. Su historia me recuerda a la de Nabokov, que, al final de su carrera literaria, cuando ya tiene todo el éxito y el dinero posible, se retira en Suiza y se dedica a escribir tres libros sobre mariposas.
Y luego está Wittgenstein…
Sí, que se retira a leer en una cabaña frente a un precipicio de Bergen, en Noruega. Tú te podés imaginar: el tipo que ha estado en Oxford termina en medio de la nada, retirado a leer. Debo decir que yo tengo una fantasía similar, la fantasía de retirarme, de irme… aunque, en realidad, para aislarse no es necesario irse al bosque. Ya lo decía Virginia Woolf cuando hablaba del cuarto propio. Son muchos los escritores que deciden retirarse de todo. Pienso, por ejemplo, en Salinger, que llegó a prohibir a su familia que le molestara, aunque pasara algo gravísimo. Volviendo al libro, en él hay seres movidos por dos pulsiones, la de catalogar el mundo, de dar orden al caos escribiendo sobre naturaleza y la pulsión de retirarse, de aislarse.
-Por lo que se refiere al gesto de catalogar, de hacer listas, La idea natural se inscribe dentro de una tradición muy concreta. Se podría decir que las listas y la catalogación son ya casi un género en sí mismo. Pensemos, por ejemplo, en Pérec.
Por supuesto. En Pequeño Mundo ilustrado cito, al respecto, a Italo Calvino que decía que hacemos listas porque no queremos morir. Y es así, porque las listas, como las colecciones, son infinitas; se sustentan en la idea de sumar y de seguir sumando sin llegar nunca a una conclusión. Por definición una colección que llega a su fin, que se completa, deja de ser una colección.
Además, una colección siempre es subjetiva, aleatoria… ¿Me equivoco?
Claro. Esto que comentás me hace pensar en lo que les suelo decir a los alumnos de la maestría de escritura que dirijo en Argentina. Muchas veces me vienen alumnos muy académicos y me preguntan sobre cómo poner notas al pie de página o las citas. Yo siempre les digo lo mismo: la literatura es una arbitrariedad razonada. Es decir, tienes que razonar tu arbitrariedad, pero no tienes que justificarla, solo tienes que razonarla.
Comentaba que empezó este libro hace diez años. Fueron, por tanto, muchos años de investigación.
No empecé a trabajar a todos los personajes que aparecen en el libro a la vez. En 2005, publiqué una novela, que aquí no se ha publicado, titulada La Anunciación. Se trata de la historia de un desaparecido en la época de la dictadura de la Argentina. Por entonces los militantes y activistas tenían nombres de guerra o alias. No sé por qué, pero opté porque uno de los activistas tuviera como alias el nombre de Humboldt. Sé que es un alias rarísimo, pero yo se lo puse. Por haber optado por ese nombre comencé a leer a Humboldt. Esto fue hace veinte años.
Lo que quiero decir con esto es que leí durante mucho tiempo a Humboldt que me parece su personaje fascinante. Después, investigué a Buffon. Fui hasta Montbard, a seis horas de París, a ver su casa, en la que se conserva el jardín con las plantas. Después, me interesé por Rousseau, a quien leí mucho. Con el tiempo apareció la idea de reunirlos e incorporar otros nombres, como Darwin, a quien comencé a leer a continuación. Lo que tenía claro desde casi el inicio es que no quería dar mucha información de los personajes; lo que buscaba era hacer una especie de siluetas de cada uno de ellos. Es decir, me interesaba iluminar cada personaje con pocos detalles. De ahí que pueda ofrecer un dato sobre su infancia, sobre la relación con su familia, sobre sus últimos años… Doy datos curiosos que permiten comprender el personaje.
Pero para eso es necesario poseer mucha información y seleccionar muchos datos. En otras palabras, ¿la clave está en la selección?
-Claro. La pregunta al final es siempre la misma: “¿Con qué te quedas?”. Cuando publiqué El corazón del daño, este, alguien me dijo que ahí narraba mi vida, pero no, no es así. Mi vida no entra en cien páginas. Ninguna vida entra en cien páginas. En El corazón del daño hay una selección de escenas a partir de las cuales el lector luego construye un personaje. No se necesita contarlo todo para iluminar determinados aspectos o hitos para conseguir un personaje.
-Esta escritura concisa, este intento de iluminar a partir de pocos datos ¿cuánto le debe a al hecho de que usted sea poeta?
-Mucho, porque escribir poesía es ir al hueso. Y es importante señalar esto porque la gente tiene una visión de lo que es la poesía que nada tiene que ver con la mía. Se suele pensar que es sentimiento, pero no es así. Se trata de una visión muy anticuada de lo que es la poesía. Para mí es el lugar donde hay mayor conciencia de lo es el lenguaje y, precisamente por esto, todo lo que escribo está tocado por la poesía, por esa conciencia sobre el lenguaje. La palabra es un instrumento complicado en cuanto a que es siempre irremplazable. Siempre digo que no hay sinónimos. Cada palabra representa y da origen a significados, imágenes y pensamientos únicos.
-Además, ¿las palabras son también insuficientes?
Claro. Las palabras son insuficientes, pero también pueden ser tramposas y dañinas. Para mí la poesía es una especie de escalpelo, un instrumento de precisión a la hora de trabajar con la palabra
¿En el poema está mucho más desnuda que en la prosa?
Claro, la poesía es lenguaje crudo, desnudo… la poesía es esquelética, va al hueso.
-¿Por esto El corazón del daño es una novela de frases cortas, de fragmentos…?
No me gusta que la palabra se pierda en la prosa florida o en la anécdota. ¿No te pasa a veces de estar leyendo un libro y piensas que hay muchas páginas que son solo relleno? Tienes que ser un gran escritor como Proust para llenar la novela con divagaciones, con páginas floridas… Encontrar autores así es difícil. Lo que no es difícil es encontrarse novelas con mucho relleno.
-En una entrevista, en relación esto que estamos comentando, afirmaba que para usted no hay nada más allá de la palabra.
Es así. Se cuenta que, en una ocasión, el pintor Degas fue a visitar a Mallarmé para comentarle que tenía muchas ideas en torno a lo que podía escribir, pero no sabía cómo empezar. Mallarmé le contestó que la poesía, y la literatura en general, no se hace con ideas o con sentimientos. La poesía se hace con palabras. Hace unos días, durante la presentación de mi libro, la editora Sandra Ollo comentó que mi la escritura es un intento de transformar lo invisible en enunciable. Como decía Juan Ramón Jiménez, la palabra da entidad, hace aparecer, pero al mismo tiempo hace suprimir la cosa a la que se refiere. Como dice un verso de Juan Gelman: “Diciendo un pájaro, lo destruí”. Nombrar, a veces, te separa, de las cosas que nombras. De ahí la carta que Emerson le escribe a Thoreau y que menciono en este libro: cuando Thoreau se va a Walden y comienza a escribir, Emerson le recuerda que no debe olvidarse de que la vida es nuestro diccionario y de que no es lo mismo escribir el bosque que ser el bosque. “Sé el bosque”, le dice Emerson, “no lo escribas”. Ante este dilema, ¿qué podemos hacer los escritores? Porque nuestro modo de sentirnos, de ser, es a través de la escritura, pero escribiendo nos alejamos de lo aquello sobre lo que escribimos.
La escritura nace de una ausencia, de una pérdida.
Exacto Y la escritura devuelve, pero solo por poco tiempo, siempre de manera breve, nunca devuelve por completo. Si estuviéramos colmados y plenos, si no estuviera la fisura de lo que falta, no habría escritura. Escribimos porque nos faltan cosas. Por esto, la escritura es un consuelo breve. Decía Octavio Paz que el poeta es aquel que sube la piedra como Sísifo y que, una vez en lo alto, la deja caer. Si esa piedra no se perdiera, no volviera a caer, no habría escritura.
Blanchot decía que la escritura nace de la mirada de Orfeo, es decir, de la pérdida de Eurídice.
Exactamente. Y ahora que lo mencionas, he de decir que Orfeo es una figura que me interesa. Lo tengo muy presente. Si algún día escribo algo sobre él, te acordarás de esta entrevista.
Hablando de escritura y proyectos, ¿es usted alguien que siempre está escribiendo, aunque no tenga un proyecto encima de la mesa?
Como dicen los norteamericanos, soy trabajólica. No quiero decir que escriba cada día. Lo que hago es pensar siempre en la escritura, aunque no necesariamente esté escribiendo. La literatura tiene muchos aspectos, no solo la escritura. Esta entrevista forma parte de los alrededores del trabajo literario, como lo forma parte la lectura. Escribir tiene que ver con obsesionarse. Antes de escribir, una se obsesiona con aquello sobre lo cual va a escribir. La obsesión empieza a buscar su forma: al inicio, el libro que se escribe es imperfecto y requiere de corrección porque es un libro que está buscando su forma. Cuando la encuentra, la escritura ya no es tan lenta y dubitativa; se escribe de manera rápida, todo fluye hasta que, de repente, es necesario dejarlo, darle fin, porque esa obsesión inicial comienza a morir. El proyecto llega a su fin cuando la obsesión se agota. En ese momento, como diría Pavese, nace el libro en su versión definitiva. Por esto no tiene sentido seguir por seguir. Ha habido algún editor que me ha dicho de escribir una segunda parte de El corazón del daño.
¿Segunda parte?
Sí, tras escribir sobre mi madre, hacer un libro sobre el padre, sobre el hijo…. ¿No ves todos esos libros con secuelas o que son una serie en torno a un mismo tema? Pero, en mi caso, ¿qué sentido tiene? Todo lo que tenía que decir ya lo dije, punto. Ahora vendrá otra cosa, mala, bueno, no me importa, pero diferente.
De lo que no tengo dudas es que en todo lo que escriba habrá una reflexión sobre la escritura, puesto que, en todos sus libros la reflexión sobre la escritura y el lenguaje es un asunto central.
Es cierto. En El corazón del daño, por ejemplo, reflexiono sobre cómo las palabras resuenan en cada uno de nosotros de manera distinta y con un peso distinto. Tus hijas reciben de tu manera de hablar un ritmo, un tono y una prosodia. Todos recibimos de nuestra madre una forma de hablar, una manera de decir determinadas palabras, que se nos queda grabada.
-En su caso, el tupadre puesto en cursiva
-Sí, para mi madre era una única palabra, tupadre, y lo es también para mí. A la hora de escribir, el sonido y el ritmo son importantes. No soy alguien que lea en voz alta, escucho para adentro la manera en que suenan las palabras, indiferentemente de si estoy escribiendo prosa o poesía.