Uno de los aforismos de Jordi Doce –“Le obliga a limpiarse los ojos en el felpudo antes de entrar”– condensa, sin pretenderlo, la personalidad de este traductor, poeta y profesor, editor en el sello Galaxia Gutenberg y crítico literario. Doctor en Filología Inglesa por la Universidad de Sheffield, con una tesis sobre la influencia del romanticismo inglés en la poesía española contemporánea, como traductor ha vertido al español a W. H. Auden, Paul Auster, William Blake, Lewis Carroll, Anne Carson, T.S. Eliot, Ted Hughes, Sylvia Plath, Charles Simic o W. B. Yeats. Afirma que traducir fielmente la poesía es una tarea imposible y que en, el mejor de los casos, se trata de reinterpretar el sentido y la musicalidad de los poemas. La conversación está trufada de risas, aunque con emotivas alusiones a su mujer, la poeta Marta Agudo, fallecida recientemente. Intenta convivir con el dolor y la pérdida gracias al consuelo de la literatura. Se confiesa un melancólico que combate la melancolía estando permanentemente atareado.
¿Se sabe poemas de memoria?
(Sorprendido) Bueno, los tuve que aprender por cuestiones profesionales. He dado clase muchos años y es inevitable hacer uso de esa herramienta, tal vez la más eficaz, la mejor para compartir el sentido de la poesía. Además (hace una pausa, aunque sonríe) es que mi mujer se sabía muchísimos y me contagió la necesidad de memorizarlos y de recitarlos. Ella era capaz de recorrer de un tirón un repertorio que iba desde Lorca a Cernuda, pasando por Quevedo. Era una maravilla escucharla. Y hay que hacerle caso a Brodsky: ningún poeta debería dejar de recordarlos como un patrimonio, como una herencia. El poema formaliza una síntesis entre las ideas y la emoción, entre el pensamiento y la imaginación…
¿Los recita en privado?
A veces, sí. Ya le digo, los poemas condensan todo aquello que, si no consuela, al menos acompaña en un sentido hondo de la palabra compañía. Como un mantra. Como un rezo laico.
¿Algún poema recurrente?
(Lo piensa unos segundos) Hay una poeta peruana, Blanca Varela, que tiene un poema que se llama 'Ternera acosada por tábanos' que me emociona siempre. Le surgió un día que vio en la calle a una niña en Lima, en un ambiente de pobreza feroz, abandonada en una acera y rondada por las moscas. Entonces la convierte en una ternera y dice: “Ay señor/qué horrible dolor en los ojos/qué agua amarga en la boca/ de aquel intolerable mediodía/ en que más rápida más lenta/ más antigua y oscura que la muerte/ coronada de moscas/ pasó la vida.”. (Recita, deja una pausa para ver el efecto de los versos y reanuda la conversación). Es una voz de ahora mismo que me conmueve tanto… pero podría haber recitado a Quevedo. Un poema de Quevedo nunca falla.
Siempre ha dicho sentirse incómodo con la etiqueta de poeta, pero dicen de usted que es “post-simbolista con un fuerte acento meditativo y metafísico".
(Ríe a carcajadas y se encoge de hombros). Son etiquetas de antólogos, de críticos. Son inevitables. Pero yo no tengo una conciencia muy grande de lo que hago. Aunque analizo la obra de los demás, prefiero tenerme a mí mismo en una cierta y saludable ignorancia porque eso te impide trabajar con frescura. Aparte de que es puro narcisismo (pausa). A mí siempre me ha interesado la poesía de los demás, siempre me ha interesado leer a los demás, celebrar a los demás, traducir y editar a los demás. Me apasiona compartir la obra de otros, pero con la mía propia siempre he tenido una relación conflictiva … (Se adelanta a la entrevistadora) sí, puede ser el síndrome del impostor, no digo que no, pero es que nunca he logrado verme en tercera persona. Y la única forma de seguir siendo creativo, de mantener la pulsión de escribir, no es definirme ni aún menos releerme… Solamente me leo cuando lo hago en público; a solas, jamás.
¿Le gusta leer en público?
Mucho, cada vez más. Me gusta volver a mis poemas y leer a otros. Con los años terminas por aprender que la poesía es timbre de voz, entonación, pura oralidad. Es esa música que intentas que se convierta en una celebración colectiva…Pocos momentos de tanta comunión como leer y comprobar que esa emoción une y vincula. Que produce ese milagro de compartir algo parecido a un aliento común.
Y mire que hay poetas que leen mal…
Eso me lo ha dado la enseñanza. Se lo debo a más de 20 años de dar clase. Lo primero que hacía siempre era enseñar a los alumnos a leer en voz alta. No se imagina la cantidad de personas que no saben leer, no ya poesía, que tiene su complicación, sino prosa. En España hay varias carencias en educación, pero clama la falta de oratoria, el poco interés que se le pone. No sabemos expresarnos en público. Me dan envidia las destrezas de la mayoría de la gente en otras culturas: en Reino Unido, en Francia, hasta en Estados Unidos … Hay países donde personas que no saben leer ni escribir se expresan bien, saben enfatizar, se toman tiempo para hacerse entender.
Enseñar a leer antes que a escribir.
Justamente es lo que he intentado siempre y, sobre todo, en los cursos de escritura creativa. La poesía ocupa un lugar marginal tanto a nivel escolar y educativo como a nivel social, como hábito. La función que me he impuesto siempre es que los alumnos aprendan a entrar en una librería y sepan encontrar al menos dos libros de poesía que les llamen la atención y que les animen a seguir con la lectura.
Vocación de divulgador tiene.
Sí, lo reconozco o, al menos, me gusta compartir esa suerte de celebración que supone descubrir autores y la capacidad emotiva que tiene la poesía. Además del poso que deja siempre, como un pensamiento que se siembra y va germinando. Hace años, cuando organicé unas actividades para la Fundación Juan March, hice una ponencia sobre poética y poemas y la titulé Una fidelidad porque eso es la poesía para mí, algo permanente, estable. Y eso que la descubrí tarde, leyendo los clásicos del Siglo de Oro: sobre todo por el deslumbramiento con la Generación del 27, con Lorca, con Cernuda, con Guillén. Y siguen ahí, últimamente me ha dado más por Lope de Vega, entre los clásicos y por Blas de Otero. Lo descubrí de adolescente en la España de la Transición, prácticamente. Y me sigue emocionando. Y veo que sigue emocionando a otros. Por el camino, la poesía en francés y, claro, sobre todo en inglés que es parte de mi formación y a lo que me dedico.
¿Hemos dejado atrás la guerra entre los poetas de la experiencia y los novísimos? Se batían en duelo y ahora usted me cita a un poeta carne de cantautor.
Yo soy un señor muy ecuménico, me gusta la diversidad, lo mestizo, la mezcla. Cuando tuve el privilegio de trabajar para Galaxia Gutenberg -un auténtico honor, seguramente uno de los momentos importantes de mi vida- lo primero que hice fue la edición de la Poesía reunida de Blas de Otero. Fue una herencia que me dejó el anterior editor, Nicanor Vélez, que acababa de fallecer y la había dejado incompleta. Trabajé mucho con su viuda, Sabina de la Cruz, y fue muy emocionante. ¡Qué cosas del azar! En la contracubierta estaba previsto incorporar una frase de José Ángel Valente.
Sobre el que usted ha escrito un libro y muchos artículos. ¿Lo trató? Porque aparte de su calidad literaria también se le atribuía un carácter un tanto difícil.
No, una lástima enorme. No lo llegué a tratar porque yo viví ocho años en Reino Unido y justo el verano de 2000, cuando volví a España, fallece Valente. No tuve oportunidad de conocerlo en persona, pero, aunque me hubiera gustado, eso no es lo importante. Ya sabe hay genios que se mueven mejor en soledad. Adoro a Van Morrison y todo el que lo ha tratado dice que es un asperger de libro, lo que no quita que sea uno de los mejores músicos y que queramos escucharlo e incluso ir a sus conciertos (Ríe sonoramente). En Valente yo encontré en los años noventa una mezcla de tres elementos: una fuerza tan eficaz como excesiva, como si escribiera con latigazos, la capacidad de ajustar un verso-sentencia, un verso pensamiento, podríamos decir que sentencioso y una enorme capacidad para expresar la vivencia íntima y también la social. Un poeta emotivo, pero con una gran carga de crítica intelectual. Recuerdo exactamente del día que lo descubrí, tenía 19 años. Encontré por casualidad un libro de su poesía escrita hasta 1966 y aunque había cosas que no entendía me deslumbró completamente. Esa forma poética me golpeaba y, a la vez, me conmovía. Me atrajo sin entenderlo, todavía. O no entonces.
Es usted uno de los traductores más prolíficos de poesía en habla inglesa. Aparte del sentido de las palabras, parece que hay una dificultad añadida de diferente musicalidad entre las dos lenguas.
No crea. Se trata de buscar ese poema en la lengua en la que lo viertes…Por otra parte yo tengo una relación particular con el español, para nada beligerante ni incómoda, pero sí peculiar. Mi madre es normanda, nacida en Francia; mi padre es catalán y yo nací en Oviedo. De hecho, de pequeño hablaba francés mucho mejor que ahora (se le pregunta si eligió Filología Inglesa para fastidiar a su madre y ríe, pero no lo desmiente). Cuando empecé a escribir, antes que a traducir, puse mucho cuidado en evitar galicismos y giros que no son de la lengua española. Me esforcé y me esfuerzo mucho en eso.
¿El primer autor que tradujo fue por elección o le vino dado?
Fue también un descubrimiento personal, casi una epifanía. Descubrí a la pareja Sylvia Plath y Ted Hughes y eso me creó la necesidad de traducirlos. Fue un poema de Hughes que se llama 'El Cuervo' que me parece de una extraordinaria vigencia. Me sigue pareciendo impresionante.
He leído que cambiaría aquella traducción.
Es que han pasado veintitrés años… Yo creo que cada generación debe retraducir a ciertos poetas para traerlos a la lengua viva de ahora. Si yo ahora leo Goethe o Verlaine en traducciones de hace cincuenta años pienso que es una lástima que no esté traducido a la lengua poética de nuestro tiempo. Tal vez, en mi caso, haya también excesivo perfeccionismo, pero estoy convencido de que ni para mí, ni para los lectores, ni la manera de leer poesía ni la manera de entenderla es la misma. El mundo escucha hoy de manera diferente que hace dos décadas. La misma poética cambia, los autores jóvenes de ahora están contagiados por otras tendencias; por el realismo sucio, sin ir más lejos… Escriben como no se hacía hace veinticinco años y eso lo puedes incorporar a tu paleta musical …Y sí, voy a hacer unos ajustes a 'El Cuervo' (pone cara de complicidad).
¿Coincide con sus traducidos Blake y Plath en su excesiva autocrítica?
Si, yo creo que esa pulsión es buena, es creativa, pero que el exceso puede llegar a paralizar. A mí me ha pasado: he tenido temporadas de bloqueo, creo que por mirarme demasiado. No deja de ser un narcisismo muy triste e improductivo (sonríe). Con los años aprendes a no dramatizar como postura, o como pose, seguramente porque vives dramas de verdad. Dolores reales y muy duros de superar.
José Carlos Llop, poeta y traductor, dice que traducir poesía es reescribirla.
Claro, porque las lenguas se comportan de manera diferente; sobre todo, en poesía. La traducción es un fenómeno paradójico en el que se mezclan la creación y el rigor. Lo cierto es que la traducción como tal es imposible sin traición (alude al viejo adagio, traduttore/traditore). Y, de todas maneras, el ser humano lleva traduciéndose desde que tenemos la capacidad del habla… de muchas maneras. De una civilización a otra nos hemos ido interpretando. Las culturas se han traducido, se han influido, se han mezclado. Esa es parte de nuestra función civilizatoria como especie. Desde el punto de vista teórico nunca un poema es original. La traducción es una lectura y es una reconstrucción. Incluso dos traducciones contemporáneas no son nunca la misma. Seguro que Llop y yo traduciríamos el mismo poema de manera distinta.
¿Incluso a Shakespeare?
Claro. El poema tiene algo de escultura: tiene una primera vista, pero está hecho de piezas que se ensamblan. Lo bonito es esa capacidad de transformarse y transmutarse en otro texto. Un poema traducido muchas veces no pierde su integridad. Cada vez que se traduce a Shakespeare se enriquece, pervive entre culturas que se van sucediendo. No soy nada rigorista, la poesía debe estar viva y ser compartida por cada generación. No es algo de ahora, se ha hecho siempre. Cuando Yeats habla de Irlanda y su familia usa mitos y metáforas de la tradición helénica. Cuando Derek Walcott –poeta caribeño, norteamericano, premio Nobel 1992– dice que una vela en el horizonte es Ulises volviendo a casa, él que está en El Caribe viendo una pequeña lancha volviendo de la pesca. Es lo local teñido de lo universal, no sólo en cuanto al espacio, sino en cuanto al mismo tiempo.
¿Ha salvado algún poema malo de algún grande? Todo el mundo tiene un mal día.
A mí no me ha pasado nunca. De verdad se lo digo. No es casualidad que permanezcan, no, no me pasa. Aunque… tal vez Blake, que admiro tanto, abuse un tanto de la destrucción y el fuego, ese ambiente gore que tanto gusta a los jóvenes. Pero no se trata de salvar, sino de trasladar. Se aprende a discernir lo sobrante, la parte decorativa, del fondo. Algunas obras teatrales de Lorca seguro que adolecen de un cierto anacronismo, pero hay que saber rescatar la sustancia. Como Yeats, que fuerza a veces un poco la rima, cosas de su época. Nada de esto es importante, lo verdaderamente trascendente es poder vivir todos los yoes que nos da la literatura. Un autor en realidad es un actor que interpreta; el traductor y el lector podemos ponernos también ese traje. Asumir esa perspectiva. Lo maravilloso de la cultura heredada es abrirse a otros, canalizar esas personalidades y convertirnos también en el actor de su poema. Sobre todo (sonríe) para descansar de uno mismo.
Parece que al fin se reconoce los traductores. Sus nombres ya aparecen en las portadas de los libros.
Se nos ha tratado mal en todas partes, no crea que es un caso español. Aquí se traduce bastante más que en el mundo anglosajón. En ese mundo editorial son refractarios a incluir el nombre de los traductores y, si me apura, a traducir. Soy muy reacio a comparar para mal las culturas hispanoparlantes con otras. Creo honestamente que tenemos mucho de lo que enorgullecernos. Tenemos un patrimonio rico y plural y unas vanguardias que fueron y son un referente. Estamos a muy alto nivel, no hay que tener ningún complejo.
¿Es justo que sea Lorca el poeta español más universal?
Ni justo ni injusto, es así. Y es un orgullo. Yo creo que influyen dos aspectos. Por un lado, que es poeta pero también un autor teatral que sigue representándose en todo el mundo (comenta la cita de La Casa de Bernarda Alba que hizo Meryl Streep en el discurso del Premio Princesa de Asturias). Además, es un mártir de la democracia: su asesinato se vive como un símbolo. Después de Lorca yo creo que el poeta español más universal es Antonio Machado. Seguramente por su facilidad para ser traducido, por delante de Juan Ramón Jiménez y Lorca, más difíciles de traducir. Machado tiene un verbo y unas referencias que resultan muy agradecidas para trasladar al inglés o a cualquier otro idioma. Reconozco que es una hipótesis particular, mía, que lanzo ahora.
Supongo que tiene un autor talismán para iniciarse en la poesía anglosajona.
De entrada, Shakespeare. No solamente por su obra poética, algunas de sus obras en verso funcionan muy bien como piezas independientes. Son brillantes, emocionantes y relativamente sencillas. Confieso mi debilidad por el último Yeats, el de Bizancio o por La Tierra Baldía de Eliot, que es un hito de la literatura, aunque tal vez más complejo. O el Ariel de Sylvia Plath, de una terrible belleza. Y apunte a Coleridge, el poeta romántico por excelencia, que tiene unos poemas en forma epistolar deslumbrantes. Son poemas de una naturalidad y una frescura increíbles. Aunque sea un topicazo parece cierto que hay culturas más proclives a un arte que a otro. El Reino Unido en poesía es excepcional mientras que en música, por ejemplo, no le llega a Alemania o a Italia ni a la suela de los zapatos (la entrevistadora le menciona a The Beatles y el pop y él hace un gesto; habla de música clásica, obviamente).
Para musicalidad, la de los actores británicos declamando
Han crecido recitando a Shakespeare. Es su tradición, su rito iniciático. Pero es verdad la declamación es fundamental en Reino Unido para las artes escénicas. Ciertamente el verso del teatro clásico español es de arte menor, con mucha rima, un poco forzado. Tenga en cuenta que Shakespeare es un patrimonio del que se enorgullecen y al que mantienen vivo. España aún no ha actualizado del todo a sus grandes autores del Siglo de Oro, aunque se hayan hecho esfuerzos notables, hay que reconocerlo
¿De qué nos salva la cultura?
La violencia y la muerte y el dolor están en la esencia de la especie humana. Somos capaces de lo mejor y lo peor. Lo terrible es cuando lideran los malos. Pero yo creo fervientemente en la capacidad civilizatoria de la humanidad. No me gusta idealizar el pasado, ya no tenemos que ir por las calles armados y embozados para sobrevivir. Hemos conquistado una idea de seguridad, de equidad y de libertad. Aunque puedan estar en peligro, forman parte de la causa común de la supervivencia. La violencia no está desterrada, pero sí descartada como opción moral. Por otro lado, sobre su pregunta, yo no creo que la cultura tenga la misión de salvar. Es inevitable que la generemos porque forma parte de la condición humana: sublimarse, crecer, imaginar, comunicar, crear. El ser humano es simbólico: creamos canciones, pinturas, relatos por necesidad vital. La cultura nos salva porque es inevitable, no porque tenga la función de salvar.
¿Quién hace la cultura?
Antiguamente esos roles estaban muy bien administrados. El bardo, el cantor, el monje, el chamán. Ahora, muchos siglos, después las trasmisiones están fragmentadas y a la vez son más plurales y universales. Pero me gusta pensar en la cultura –como se dice en un poema de Anne Carson– la palabra poema es gracia y es regalo, que se pasa de mano en mano. Ahora mismo tengo la impresión de que el circuito está roto, somos muchos, la tribu resulta inabarcable. Pero eso no significa que no exista.
¿Existe un fervor juvenil por la poesía?
Bueno, alguno, pero sobre todo sé lo que lee mi hija. A veces intento influir en sus lecturas, pero al final ella decide. Lee poesía y yo creo que la escribe, pero no me la enseña. Llega a las lecturas por vías para mí desconocidas. Por ejemplo, ayer mismo me mandó un vídeo del programa de televisión de Estados Unidos, The Graham Norton Show, en el que la actriz Judy Dench recita a Shakespeare. Estaba entusiasmada. ¿Qué libros le regalo? Mmm, últimamente uno de y el de Blanca Varela que le he comentado al principio.
¿Cómo combate los días malos?
Uf, yo no soy especialmente pesimista. Diría que soy un melancólico vitalista (ríe). Yo soy de hacer. Me gusta hacer. Supongo que hago de la necesidad virtud y que hay algo de terapia ocupacional, pero en el fondo es que me gusta celebrar el mundo. Si uno mira los grandes retos, los recursos que escasean, la amenaza de la crisis climática o las guerras, es fácil caer en el pesimismo, pero si analizas la sociedad en los últimos cien años... las cosas para la mayoría de la gente han cambiado para mejor. Hay que tener perspectiva, incluso para el propio dolor.