Land no quiere ser escritor, a pesar de los deseos de sus padres, dos editores en cuyo catálogo tienen a César X Drill, escritor de cómic de gran éxito. Sus padres le regalan The Elements of style, un manual clásico sobre escritura en inglés, pero Land ambiciona ser solo lector. César X. Drill, casi sin quererlo, se convierte en su mentory lee dos obras –el Drácula de Bram Stoker y el Tractatus de Wittgenstein– que suponen un punto de inflexión. Todo esto sucede en una vida pasada, que Land ha olvidado y que escribe gracias a una serie de grabaciones que Ella, la joven de la que estaba enamorado y que desapareció, para posteriormente regresar.
Land transcribe esas grabaciones, en las que se reconoce y, a la vez, se siente extraño. Es Land el que habla y al mismo tiempo es otro; Land es un escritor fantasma de sí mismo. Rodrigo Fresán retoma con esta historia, origen de la novela El estilo de los elementos (Random House), sus temas de siempre: la escritura, la lectura, la paternidad, la condición filial, la memoria, y el tiempo. Una obra soberbia llena de humor divertimento e inteligencia.
-En su novela juega con las funciones que tiene cualquier reproductor de audio o video: del RECORD al REWIND o el PLAY sin STOP…
-Aluden al grabador que utiliza el personaje para escuchar y reescribir su vida.
-También alud a lo que usted hizo en 'El sistema educativo' de su libro Historia Argentina, un relato al que regresa y que, en cierta manera, reescribe introduciéndolo en esta novela.
-En realidad, yo no hablaría exactamente de un ejercicio de reescritura de 'El sistema educativo'. Más bien lo que hago es potenciarlo y, sobre todo, retomarlo para explorar la vocación de alguien que termina convirtiéndose en un ghostwriter de vidas ajenas. Esta es una de las exploraciones; la otra y que enlaza El estilo de los elementos con las tres partes tiene que ver con la chica de la piscina; exploro cuál es el origen de esa chica, Ella, que aquí vuelve a aparecer. Exploro de dónde viene, por qué aparece. Además, aquí vuelvo a indagar sobre una cuestión en torno a la cual, en realidad, giran todos mis libros: leer y escribir. Aquí opto por un personaje que es un autobiógrafo que está leyendo a una persona para, a continuación, reescribir su vida en primera persona y, así, poseerla o abducirla.
-¿La novela no nace de una voluntad clara de volver a trabajar sobre 'El sistema educativo'?
-Volver a ese relato surge a posteriori, en el sentido de que el primer impulso del libro fue ver la película de Paul Thomas Anderson, Licorice Pizza. Esa película hizo que me acordase mucho mi adolescencia exiliada en Caracas, si bien en la novela omito su nombre, igual que el de las otras ciudades, Buenos Aires y Barcelona. El libro surge no tanto de mi deseo de escribir algo en contra de la autoficción como de preguntarme qué se puede hacer con la autoficción, a qué se puede llegar con este género. Es una pregunta que me hago yo, al que la única autoficción que me interesa es la de Dickens en David Copperfield, la de Jack London con Martin Eden, la de Proust en En busca del tiempo perdido o, para citar una obra reciente, la de Bret Easton Ellis en Los destrozos. La autoficción que me interesa es aquella que coge algo que sucedió y lo arroja al aire, porque de lo que no se trata es de transcribir lo que tuvo lugar. Es cierto que aquí hay elementos de mi biografía y lo curioso de esto es que algunos lectores me han comentado que hay anécdotas inverosímiles, pero que…
-¿...Son reales?
-Efectivamente. Por ejemplo, es absolutamente verdadero que yo me pasé dos años sin ir al colegio y mis padres no se dieron cuenta.
-¿La ficción puede ser más verosímil que la propia realidad?
-Es así. No hay más. Por eso no hago autoficción. Yo hago tren-ficción o camión-ficción, en un sentido arrasador y descarrilado. Si yo escribo es porque quiero divertirme. ¿Para qué escribir, si no? El primer impulso del libro fue escribir algo rápidamente acerca de mi vida como lector clandestino, fingiendo que iba al colegio. Esto fue lo primero que escribí, pero de inmediato me di cuenta de lo anterior, es decir, faltaba contar cómo llegué a ser ese lector clandestino.
Así surgió la primera parte del libro y, luego, está la tercera parte en la que tiene lugar supuestamente una pandemia postapocalíptica, y digo supuestamente porque a lo largo de la novela voy dejando los suficientes indicios para pensar que, en realidad, se trata de una invención de Land, que se desdobla: está el escritor fantasma que narra y que se reconoce con el Land de las grabaciones y, al mismo tiempo, se cree otro. En un momento se dice que a Land se le ocurre una idea para escribir un libro en torno al olvido.
-El Tractatus juega un papel clave: es una lectura determinante para Land y a la vez es uno de los puntos de partida para reflexionar sobre la imposibilidad de escribir sobre la realidad.
-Es cierto, lo curioso es que mi relación con Wittgenstein fue completamente utilitaria. Yo no había leído el Tractatus ni me había llamado la atención Wittgenstein, pero el libro y su título me resultaba gracioso. Me remitía a un dibujo animado argentino llamado 'Las aventuras de Hijitus', donde hay personajes de nombres como Hijitus o Pichichus… No sé, me hacía gracia. Y me pregunté: ¿qué libro puede ser el que enloquezca a Land?
-Entonces optó por el Tractatus
-Sí, pero, como digo, no porque fuera objeto de interés mío. Encajó Wittgenstein como encajaron en otras novelas figuras como Glenn Gould, James Matthew Barrie o el padre de Melville… Ninguno fue parte de mis obsesiones, sino que aparecieron junto a la escritura de cada uno de los libros. A mí me gusta obsesionarme mientras escribo, me gusta que las obsesiones aparezcan. Algo parecido me pasa con los géneros: me gusta que vengan a mí y no yo tener que ir a los géneros. Es cierto que cuando escribí El fondo del cielo, leía mucha ciencia ficción, pero lo que hice es traerme a mi lado la ciencia-ficción y no ir yo al género para encajar en él.
-De ahí que no la defina como una novela de fantasmas, sino con fantasmas, de la misma manera que define El fondo del cielo como una novela con ciencia ficción.
-Cierto y por esto digo que El estilo de los elementos no es una novela de iniciación, sino de terminación. Me gusta jugar de la misma manera que lo hacían los escritores que más me interesan: Nabokov, Proust, Cheever, Bioy o Vonnegut.
-El protagonista es Land, un lector que no quiere ser escritor.
-No quería escribir una vez más una novela con escritor otra vez. Pero tampoco podía irme muy lejos. ¿Qué es lo más parecido a un escritor? Un lector. Así que, haciendo algo de trampa, pero cumpliendo un autodesafío, me decanté por un lector, que no deja de ser un escritor porque todo lector es un un poco escritor, ¿no? O lo es, por lo menos, en un estadio primigenio. Todo escritor es antes que nada lector.
-Land es un lector muy consciente de que no quiere convertirse en escritor
-Lo que no quiere es obedecer el mandato de los padres, en realidad.
-Parece una especie de Cósimo, el protagonista de El barón rampante.
-Es uno de esos libros que leí de adolescente y, efectivamente, aquí tenemos a un niño/adolescente que no quiere cumplir con las expectativas de sus progenitores.
-Unos padres que son editores…
-Sí, el deseo de que su hijo sea escritor nace de buscar lo que les falta: un escritor propio, exclusivamente suyo.
- “La senda hacia la ignorancia está pavimentada con buenos editores”. Usted incluye esta cita de Bernard Shaw entre otros comentarios irónicos en torno a los editores.
-Sí, pero he de aclarar que mis experiencias con los editores han sido siempre geniales. Nunca son los villanos de mi película. De hecho, mi eterno agradecimiento hacia mis editores. Yo no soy un escritor normalito. Las editoriales en las que he estado siempre se han esforzado y comprometido con mis libros. Cuando yo entrego un manuscrito, y ahí está Lourdes González para confirmarlo, empieza un proceso no fácil, porque yo envío inserts todos los días hasta el último momento. De hecho, esta novela ya tiene tres inserts que no llegaron a tiempo para esta primera edición.
-Luego está el personaje de Tano Tanito Tanatos, la joven promesa
-Todos los personajes resultan de una mezcla de personas y, a la vez, casi todos funcionan como arquetipos. En los años sesenta y setenta, en Buenos Aires, la figura del joven escritor prodigio que, sin embargo, no llega a nada era más que habitual. Este personaje remite a esa figura, a esas jóvenes promesas nunca cumplidas.
-De hecho, subraya que es algo propio de Buenos Aires. Al llegar a Gran Ciudad II, Land comenta que no existe toda esa gente deseando escribir.
-Y alude también a la invasión de psicoanalistas argentinos, pues muchísimos se instalaron en Caracas. Tal y como lo cuenta Land parece una película de ciencia-ficción.
-Hablando de arquetipos: ¿qué me dice de César X Drill, el mentor de Land?
-Como decía, no hay ningún personaje estrictamente verídico en el libro. Todos son compuestos de cosas y personas distintas. En el caso de César X Drill puedo decir que es una mezcla de personas que conocí mucho. Tiene una parte de Rodolfo Walsh o de Paco Porrúa, de Quino y Héctor Germán Westergel, el autor de El Eternauta, que es un cómic argentino legendario. Al mismo tiempo, tiene pequeñas cosas de Claudio López Lamadrid… Es un personaje que cumple la función de benefactor. Esta categoría de personajes me gusta mucho, me lleva a la figura del benefactor secreto, del benefactor dickensiano, al que encontramos, por ejemplo, en novelas como Grandes Esperanzas. Quizás el hecho de que me guste tanto esta figura es resultado de un deseo infantil: en el fondo, a todos nos gusta tener a alguien que vele por nosotros, aunque no sean nuestros padres y ni tan siquiera tu familia y tus amigos más directos.
-También podemos definir César X Drill como el teórico: alguien que reflexiona y teoriza sobre cuanto acontece y matiza a Land, que reescribe mal sus consejos y directrices. La reescritura es una constante.
-Porque es así. Esta reescritura es lo que hacemos todos cuando leemos. Está en la esencia del acto de la lectura y, precisamente por ello, nos gusta leer. Las radiaciones que tú vas a irradiar al escribir una novela no van a ser las mismas que yo reciba cuando la lea. De la misma manera que el personaje que uno crea no es el personaje que el lector percibe, ni tan siquiera en términos físicos. Esto es lo que hace que leer nos encante. Por esto no estoy muy preocupado ante alarmismos en torno al hecho de que se lea menos y se vea más Netflix o Tik Tok. El lector siempre estará. El lector resistirá como lo hace la pequeña aldea gala de Asterix.
Al lector el imperio tampoco lo va a doblegar. Cada uno escribe para un determinado lector. Ese lector es para el que escribo. No estoy a favor de que se escriban novelas pensando en su adaptación a serie de televisión; el problema es cuando la serie es infinitamente superior al libro; cuando esto pasa, porque sucede, si uno se pregunta si la serie es mejor ¿quién se va a leer el libro? ¿Por qué debería? De todas formas, mis novelas no son para ser adaptadas; de hacerse solo directores como David Lynch, los hermanos Coen o Terrence Malick podrían hacerlo. También Thomas Anderson, al que ya he citado.
-Usted afirma que en sus novelas lo que importa no es la trama, sino el estilo.
-Efectivamente, es el estilo literario, pero también es el estilo de una vida. Me niego a circunscribir el estilo a una cuestión de longitud de frase, a un determinado uso de adjetivos o a truquillos formales. El estilo es mucho más. El estilo también pasa por el tipo de historia que se te ocurre. Y en el caso de esta novela el estilo tiene que ver con la vida que se cuenta y cómo se cuenta: es una vida olvidada y recordada a partir de unas grabaciones.
-Lo curioso es que Land olvida todo, menos a Ella, un figura que ya aparecía en Las tres partes.
-Se me había ocurrido contar aquí el origen de esta chica que se cae en las piscinas, puesto que el personaje ya aparecía en Las partes, pero al final decidí no hacerlo, ante todo porque no sé me ocurrió nada y porque ella, como el resto de los personajes, es un compuesto de distintas chicas que conocí siendo un adolescente en esa casa de Caracas, un edificio en el que viví y que tenía una piscina.
-En las notas finales destaca la influencia de Nadja, la novela de Bretón
-Nadja es un libro que me parece extraordinario. Me interesó mucho esa figura de la mujer que aparece para desaparecer. Es una ausencia omnipresente, como lo era el padre de Melville en mi anterior novela. La ausencia es un tema recurrente en mis novelas.
-También está la reflexión sobre la paternidad y el hecho de ser hijo. Aquí nos encontramos con un hijo que intenta sobrevivir a los padres.
-Por más que tengas una infancia idea, siempre hay que sobrevivirla, poder crecer y pasar a la adolescencia, que es la vejez de la infancia. Una vez pasada la adolescencia todo lo que vives son variaciones sobre cosas que te ocurrieron. Quizás el último gran momento realmente novedoso en la vida de cualquiera es la primera experiencia sexual, sea a la edad que sea. Después ya no hay nada nuevo, todo son como remakes con mejores o peores efectos especiales, pero remakes, repeticiones, al fin y al cabo.
-¿La vida es metáfora de la escritura en tanto que repetición y reescritura?
-Por eso todas las grandes novelas del siglo XIX son vidas. El curso de las novelas de entonces es el curso de una vida, siempre. Hoy pasa lo mismo, solo que es difícil escribir tan bien como en el siglo XIX. Eso sí, hay un montón de mamotretos bestsellers que aspiran a ser las nuevas novelas decimonónicas, pero ya no funcionaban como lo hacían en el XIX. Entonces tenían otro rol y otro papel social. La novela era un órgano de difusión y de conocimiento a través de enciclopedias, de ahí que tuvieran un enorme afán educativo, didáctico, formador…
-Volvamos al tema de padres e hijos: está presente a través de la figura de Land, que se parece bastante a usted. Basta conocer algo de su biografía para darse cuenta de las coincidencias.
-Sin duda, y esto quizás tenga que ver con una especie de mecanismo de defensa. Hay una cosa que es real: he cumplido 60 años, toco madera para tener otros veinte años buenos. En la medida en que uno cumple años el pasado ocupa cada vez más espacio que el futuro. Pasa el tiempo y el pasado se vuelve infinitamente más grande del futuro y esto hace, tal vez, que empieces a escribir. Y en la medida en que escribes observas que cada vez vas más hacia atrás.
-¿Cuándo uno se convierte en padre revive lo ya vivido a través del hijo?
-Pero teniendo en cuenta que el hijo viene a reescribirte y a hacerte reconsiderar una gran cantidad de cosas. De hecho, el hijo hace tambalear todas las ideas que tenías claras. Quizás por esto llaman mucho mi atención esos escritores que deliberada y racionalmente optan por no tener hijos, porque consideran que un hijo podría perturbar su obra. Se equivocan. Al renunciar a los hijos renuncian a algo que les servirá muchísimo.
-La imagen del escritor que se debe aislar de todo, empezando de la propia familia, para crear es muy frecuente. Pienso en Thomas Mann.
- ¿Y cómo acabaron sus hijos? Su vida no fue nada feliz, todo lo contrario. Es cierto que está presente ese mito del escritor que necesita aislarse, pero no es mi modelo de escritor. Yo escribo en el comedor mientras mi hijo mira la televisión e intercambiamos algunas palabras. No necesito aislarme porque, antes de publicar mi primer libro, trabajé en un periódico y recuerdo que el silencio era sinónimo de que algo pasaba.
- Si algo define esta novela, igual que otras obras suyas, es el humor y la ironía. Todos sus libros están intercomunicados, como una obra total.
-Busco divertirme y divertir. Y lo busco porque esta es la diversión que encuentro en autores que me fascinan: Vonnegut, Cheever, Salinger… Sus novelas son puro gozo. Me gusta pensar que ese placer que encontré leyéndolos lo pueden hallar los lectores a través de mis libros. Me gustan los libros que te divierten y te hacen reír. En la medida en la que se supone que soy argentino y latinoamericano dentro del panorama literario, debo decir que me parece increíble que haya gente escribiendo novelas donde no te ríes. No voy a dar nombres, pero en la mayoría de las novelas no hay humor y lo sorprendente es que son novelas que se dicen realistas.
¿Cómo puede ser que no haya humor? En la vida hay humor. ¿Cómo puede ser que novelas que aspiran a ser testimoniales, a ser signos del tiempo, no tengan humor? La ausencia de humor es lo menos realista que hay…. Y, sin embargo, cuando salió Trampa 22, muchas reseñas criticaron su humor, señalando que nunca se había visto una novela sobre la guerra humorística. ¿Acaso en la guerra no hay humor? ¿Acaso los soldados, precisamente para sobrevivir, no se ríen? No es lo mismo, pero cuando hice el servicio militar en la Argentina de la dictadura, es decir, en un ambiente pesado, reí mucho. Nos reíamos por motivos incorrectos, como seguramente lo hacían los soldados en guerra. Hacer chistes es una forma para sobrevivir. El humor está en mis libros como están tantos otros tics y referencias; siempre que escriba aparecen mis obsesiones.
-Lo tiene muy asumido
-No sé si es una virtud, pero es inevitable. Uno de los mejores elogios que me han hecho, si bien no estoy seguro de que me lo dijeran como tal, es que si lees una página mía al azar –sin saber de antemano que es mía– me reconoces, sabes de inmediato que la he escrito yo. Habrá gente que piense: “¡qué horror!”. Para mí está bien: significa haber plantado una bandera en la superficie de la luna, dejar tu huella.