Se vuelve a los autores queridos como a las adicciones. Ellos, esas grandes personalidades por escrito, más grandes que la vida, están allí lejos, al fondo de una bruma, y de repente se acercan y ya has recaído. Ahora me llega Romain Gary ou le roman total (Classiques Garnier), ensayo coral sobre el autor de La promesa del alba.
Tengo con Gary (1914-1980) la máxima intimidad, ya que he traducido un par de sus novelas decisivas. Así, traduciéndolos, se alcanza con los autores una intimidad casi mágica. Traduje Europa, recreación fantástica de la crisis de depresión y amenaza de locura cuando Gary era portavoz, a finales de los años 50, del Estado francés ante las Naciones Unidas en Berna, y se veía obligado a desmentirse y contradecirse de un día para el otro, al albur de los cambios de posición política de Francia en diversos asuntos. Parece, por lo que dice, que esto le trastornaba. Por cierto que esos brotes depresivos, agravados, sino generados, por la desaparición de todos sus seres queridos en las más dramáticas circunstancias –algunos en Treblinka— acabarían, décadas después, empujándole a la muerte por decisión propia.
Así pues, recibí este libro, lo leí, y al día siguiente estando en Jaimes no pude menos que comprar Le sens de ma vie, delgado volumen que reúne unas entrevistas radiofónicas que dio pocos meses antes de morir, en las que repasa su propia vida, extraordinariamente azarosa y aventurera, de aviador de guerra, escritor, diplomático, una autobiografía oral donde repasa sucintamente lo que contaba en La nuit sera calme, título tristísimo pues ya anuncia el designio de encontrar paz en la noche, un eufemismo.
Le sens de ma vie es otro libro estupendo de Gary, plagado de anécdotas que retratan un tiempo increíble. Por ejemplo, cuando sus compañeros de una escuadrilla de aviación en África negra, durante la segunda guerra mundial, para tomarle el pelo porque era rigurosamente abstemio, vaciaron de forma subrepticia dos copas de whisky en su sopa al curry, cuyo fuerte y picante sabor disimulaba el del alcohol. El efecto, como puede imaginarse, fue fulminante. Pero la reacción de Gary fue inesperada. Sin saber qué le estaba pasando se frotó las manos, dijo “On va voir ce que l’on va voir” (ahora veréis), fue a la pista a por su avión y bombardeó el palacio presidencial… por fortuna sin causar víctimas pues estaba en aquel momento deshabitado.
Uno es vivido por la vida
Al margen de anécdotas como ésta que retratan una época de locura, es curioso ver cómo Gary, al que la izquierda de su época despreciaba como conservador cuando no reaccionario, se reivindicaba en 1980 como primer novelista defensor de ideas hoy capitales, como el ecologismo, mediante Las raíces del cielo (ed. De Bolsillo), alegato contra el exterminio de los elefantes africanos a partir del cual John Huston rodó la película homónima. O el feminismo: cito de las páginas finales, cuando acaba de explicar El sentido de mi vida: “Lo único que me interesa es la mujer, no digo las mujeres, atención, digo la mujer, la feminidad. El gran motivo, la gran alegría de mi vida ha sido el amor rendido por las mujeres y por la mujer. He sido lo contrario de un seductor pese a todo lo que se haya querido contar sobre este tema (…) en todo lo que he escrito a partir de la imagen de mi madre lo que ha inspirado todos mis libros ha sido la feminidad. Lo cual a veces me hace entrar en conflicto con las feministas porque sostengo que la primera voz femenina del mundo, el primer hombre que habló con voz femenina, fue Jesucristo. La ternura, los valores de ternura, de compasión, de amor, son valores femeninos y, la primera vez, fueron proclamados por un hombre, que era Jesús…”
Yo creo que Gary dictó a la radio estos párrafos en estado de gracia, sin cuidarse del efecto que causaran sus palabras. Estaba ya más allá de todo. Abocado al último abismo. Me admira que un escritor que tuvo una vida tan extraordinaria, y una y otra vez temeraria, hasta el punto de que se puede decir que fue heroica, concluyese su monólogo autobiográfico con estas palabras: “No es tanto que uno viva su vida, sino que uno es vivido por ella. Tengo la impresión de haber sido vivido por mi vida, de haber sido objeto de una vida más que haberla elegido, y encima, con la notoriedad, uno es manipulado por la misma vida. Con la notoriedad viene además un fenómeno curioso que es el de una imagen que gracias a los media y por mediación de vuestras cámaras, como estoy haciendo ahora, se establece en el público, y que tiene muy poca relación con la realidad del hombre. Cada día me doy cuenta, en todo lo que se escribe sobre mí, de que no me reconozco absolutamente nada en esa imagen de marca que arrastro. De todas formas, entre un autor y lo que escribe hay una profunda diferencia. Un autor mete lo mejor de sí mismo, de su imaginación, en el libro, y se guarda para sí mismo lo demás, ‘el miserable montoncito de secretos’, como decía Malraux”. Discurso de un hombre adorable que se ha visto abocado a la soledad, y que trata de explicarse los motivos, pero en el fondo ya tampoco le interesan mucho.