El escocés Graeme Macrae Burnet (Kilmarnock, 1967) publicó su primera novela, La desaparición de Adele Bedeau, en 2013. Ocho años después, la editorial Impedimenta la presentaría al público español, que así conocería a uno de los personajes más peculiares de la novela negra contemporánea, el inspector Georges Gorski, un pusilánime proactivo (si tal cosa es posible) que vegeta en un pueblo alsaciano, Saint Louis, intentando huir de la melancolía con los pocos casos de interés que se le presentan en su hábitat natural, que ni le gusta ni le deja de gustar, limitándose a aceptarlo como otra de esas cosas que suceden en su vida y que tampoco tienen mucho interés. Su mujer, la hija del alcalde, es una esnob que regenta una boutique, adora la vida social y considera, no sin razón, que su marido es un hombre aburrido y carente de ambiciones que, para acabarlo de arreglar, muestra cierta tendencia a beber más de la cuenta.
La desaparición de Adele Bedeau recordaba poderosamente el estilo del belga Georges Simenon (1903 – 1989), creador del célebre comisario Maigret, de quien Gorski ha heredado la constancia y la escasa confianza en el género humano. Lejos de consagrarse al tartan noir, que tan bien le ha ido a su compatriota Ian Rankin, Burnet se había desplazado mentalmente a un pueblo francés cercano a la frontera con Suiza para urdir una trama que, en teoría, ni siquiera era suya, pues se presentaba como el destinatario de un libro supuestamente escrito por un tal Raymond Brunet, nacido en Saint Louis en 1953 y fallecido en ese mismo lugar, vía suicidio, en 1992: Burnet se habría limitado a traducir al inglés el texto original en francés. Ya puestos, se inventó una vida (atormentada) para el pobre Brunet (del que solo le separa el orden de las letras de su apellido), nos habló de sus breves años parisinos y nos informó de que La desaparición de Adele Bedeau había sido llevada al cine por Claude Chabrol. Con la técnica del objet trouvé, Burnet había fabricado una espléndida novela en la que el misterio era tan importante como el análisis humano de los personajes. Dejándonos, de paso, con la necesidad de leer nuevas aventuras del extraño inspector Gorski.
Una larga espera
La segunda novela de tan peculiar personaje vio la luz en inglés en el 2017, pero hemos tenido que esperar seis años a la edición española. En el ínterin, Impedimenta ha publicado sus otros dos libros, que nada tienen que ver con Gorski, pero también están muy bien: Un plan sangriento (2015, aparecida aquí en 2019) y Caso clínico (2021, edición española en 2022). La primera es un falso true crime acaecido en la Escocia de finales del XIX y en la que un descendiente del presunto asesino original indaga si realmente su antepasado fue el monstruo que todos quisieron ver; la segunda, partiendo también de falsos papeles e informes (Burnet disfruta disfrazándose de traductor simultáneo de gente inventada), nos traslada al Swinging London de los años 60, donde un reputado psiquiatra puede haber matado, o no, a la hermana de la chica que se adentra voluntariamente en el misterio, acudiendo a su consulta, ocultándole su parentesco con la difunta y, en definitiva, ejerciendo de detective aficionada en una época y una ciudad que le hacía un sitio a la antipsiquiatría en la década prodigiosa de los Beatles, los Stones, el amor libre y demás asuntos del momento.
Por bien que estuvieran estas dos novelas (que lo estaban), uno se quedó con ganas de contactar de nuevo con el inspector Gorski, cuya segunda entrega, El accidente en la A35 databa de 2015 y seguía sin traducirse al español. La espera, en cualquier caso, ha merecido la pena. En esta ocasión, el elemento desencadenante no es la extraña desaparición de una atractiva camarera, sino la muerte en accidente de tráfico de un abogado local que tal vez no haya sido exactamente un accidente de tráfico: su segunda esposa, más joven que él, no parecía sentir un afecto desmesurado por el difunto; su hijo adolescente, directamente, lo detestaba; el accidente tuvo lugar viniendo de Mulhouse, cuando se suponía que el leguleyo había estado cenando en el pueblo con unos amigos de toda la vida -él los llamaba El club-, quienes, al ser contactados por Gorski, sostenían que no existía tal club, ni la costumbre de reunirse a cenar con frecuencia, ni una gran amistad de ninguno de ellos hacia el fallecido, que llevaba tiempo sirviéndose de ese falso compromiso para desaparecer todos los martes por la noche hacia un destino desconocido. De momento.
Personajes atormentados
A Gorski lo ha plantado su mujer y él reparte su tiempo entre la comisaría -donde ni se le aprecia ni se le respeta mucho- y el bar Le Pot, donde se pone a gusto de cervezas. No sabe si la ausencia de su esposa le causa tristeza o alivio. Su relación con la existencia es similar: la asume, la soporta y, con un poco de alcohol, hasta puede llegar a parecerle mínimamente interesante. Pero este hombre que, aparentemente, se ha rendido a su realidad de forma incondicional, solo vive de verdad cuando tiene un caso entre manos. Por eso, aunque sus superiores quieran cerrarlo con la excusa de que se trata de un accidente clarísimo, él se obceca con el destino del muerto en las noches de los martes, y no parará hasta averiguarlo. En paralelo, el hijo del abogado emprende su propia investigación para intentar saber algo más de un sujeto que siempre dio muestras de una altivez insoportable y del que jamás recibió la más mínima muestra de afecto.
Sin peligro de incurrir en el spoiler, puedo decirles que acabaremos averiguando dónde se metía el abogado los martes por la noche (cherchez la femme, evidentemente), pero eso no será lo más relevante de El accidente en la A35, una novela que, como su antecesora, La desaparición de Adele Bedeau, hace especial hincapié, sin descuidar la trama policial, en la psicología de unos personajes atormentados, aburridos y grises que, curiosamente, resultan apasionantes sobre el papel, empezando por ese policía que no quiere ascender ni cambiar de destino, que no sabe si desea que su mujer vuelva con él o desparezca de su existencia, que puede ser al mismo tiempo un pusilánime y un sabueso de los que muerden y no sueltan….
En el epílogo de El accidente en la A35, el señor Burnet hace referencia a otros dos supuestos manuscritos del joven suicida Raymond Brunet que aún no han visto la luz. Quiero creer que están siendo traducidos al inglés en estos mismos momentos.