Todos los demonios del mundo aguardan escondidos en un oscuro rincón de nuestra mente. La única señal que nos ayuda a distinguir entre las edades de la Historia, esa infinita colección de calamidades sucesivas, es que, en cada momento, éstos eligen formas diferentes para saltar desde el fondo de nuestro cerebro a la realidad, transformándola para siempre. En 1871 Dostoyevski empezó a publicar en un periódico –El Mensajero– una narración sobre una oscura y desconocida secta de jóvenes rusos (los nihilistas) que aspiraban a redimir del hambre y de la pobreza a sus compatriotas.

Los lectores encontraron en aquel relato –editado más tarde como novela: Los demonios– una sátira sobre las utopías. También era, como sucede con todos los libros realmente importantes, un drama sobre la ceguera que guía a los individuos deslumbrados obsesivamente por una idea o presos de una misión trascendente. 

Un tablero con uno de los movimientos de la máquina AlphaGo

En realidad, el libro de Dostoyevski era una advertencia. Lo que el novelista ruso contaba a través de la ficción era que los sueños (comunales) de liberación podían transformarse en pesadillas sin que llegaran a sospecharlo, hasta que ya era tarde, sus propios devotos que, movidos por la obstinación, alimentaban a un monstruo imaginario que acabaría haciéndose tangible. Las primeras víctimas de la Revolución Rusa fueron sus propios fundadores, quemados por una ideología que nació como una pulsión de ira piadosa antes de mudar en una doctrina totalitaria.

La realidad siempre se parece a la ficción, nunca sucede al contrario. Algo similar cabe concluir sobre la tecnología, que se nos presenta como una revolución cultural y sin sangre cuyas ingenuas víctimas, en el fondo, somos nosotros. De este nuevo tiempo en el que ya no somos capaces de distinguir entre realidad y ficción, hablan los libros del escritor chileno Benjamín Labatut (Roterdam, 1980), que acaba de publicar la novela MANIAC (Anagrama) tras el éxito internacional cosechado con un libro de relatos –Un verdor terrible– y con el breviario La piedra de la locura.

El escritor chileno Benjamín Labatut

Antes de estos dos títulos, Labatut había editado en Latinoamérica La Antártica empieza aquí (Alfaguara), una colección de siete cuentos, y Después de la luz (Huerdes), una gavilla de piezas en las que, al modo de las célebres biografías de Stefan Zweig, explora la trayectoria de algunos notables personajes históricos –Einstein, Freud, Borges, Srinivasa Ramanujan– que destacaron entre sus contemporáneos por cambiar el mundo a través de sus particulares delirios. 

'Maniac' ANAGRAMA

Famosos por su indiscutible talento, en el devenir vital de todos estos nombres se hace cierta la frase que Truman Capote escribió en Música para camaleones: “Cuando Dios te da un don, también te da un látigo”. Ellos conocieron ambas cosas. La inteligencia y la agonía. La clarividencia y la amargura. Son ejemplos de que la luz del supremo conocimiento conduce al cadalso del tormento. A partir de esta incertidumbre –Dios no existe y estamos solos en el universo– es como funcionan las historias de Labatut, dedicadas a una estirpe de científicos que caminaron por ese quicio (suicida) donde la genialidad se cruza con la locura. 

El escritor chileno habla a través de criaturas reales, muchas olvidadas, de los miedos del presente, pero, en el fondo, escribe acerca de los oscuros pánicos del pasado. No hay excesiva diferencia entre ambos. Sus libros actualizan el mito del demiurgo –el supremo artesano que pone en marcha las cosas, según la filosofía idealista– personificándolo en una serie de hombres excepcionales, siempre al límite, náufragos de la tragedia del saber. La originalidad de Labatut no está en el tema –la fecunda cohabitación entre ciencia y literatura– sino en el tratamiento. MANIAC, por ejemplo, presentada como novela, es una criatura literaria de condición ambigua. 

El físico Paul Ehrenfest

Comienza con una biografía del físico Paul Ehrenfest, que asesinó a su hijo, afectado por la enfermedad del síndrome de Down, y a continuación se suicidó tras ser consciente de lo que suponía el advenimiento de los nazis. Prosigue con un extenso relato dedicado al matemático John Von Neumann, uno de los héroes de la física cuántica, colaborador del Proyecto Manhattan, que produjo las primeras bombas atómicas, y creador de una de las primeras computadoras en la década de los años cuarenta del pasado siglo. 

El relato sobre su vida no es directo, sino compuesto. Labatut prefiere trabajar al personaje desde la distancia y mediante la acumulación. Por eso deja que sea un coro de voces ajenas, también procedentes de personajes reales, quienes delimiten el misterioso rostro de su protagonista. La amplificación de estas voces –a veces, excesivas– convierte MANIAC en un caleidoscopio que huye de la linealidad del retrato directo.

El matemático John von Neuman (1956)

A continuación, el libro se remata con un salto temporal para contar el funcionamiento de AlphaZero, una Inteligencia Artificial que, en lugar de aprender a partir de las bases de datos de internet, todas de procedencia humana, es capaz de aprender de sus errores, sin someterse a patrones establecidos previamente e, igual que DeepBlue, la computadora que venció a Kaspárov jugando al ajedrez, se impone en un duelo con Lee Sedol, el campeón mundial de Go, un juego (similar a las damas) surcoreano. 

Es entonces cuando se desvela el drama. Las tres historias están vinculadas por el hecho de que un hallazgo de la inteligencia humana acaba, de una forma u otra, sometiendo a su creador e inaugurando una nueva era donde el ser humano deja de ser el monarca de la creación. La coherencia entre las distintas partes del conjunto narrativo que es MANIAC es subjetiva, aunque en todas, a pesar de su condición fragmentaria, subyace una misma constante: los sueños creados por la ciencia pueden cambiar de escala al convertirse en realidad. Y, cuando ocurre, resucitan el terror atávico de crear un infierno donde pretendía construirse el paraíso. 

Dos operadoras delante de la computadora MANIAC (1952)

En La piedra de la locura, Labatut recurre a Lovecraft, el escritor de terror de Providence, como uno de los mejores vigías de este presente cuyo origen reposa en el pretérito. Su convulsa percepción del terror, tan contemporánea, fue formulada hace casi un siglo a través del mito (premoderno) de Cthulhu. El escritor chileno traslada este pánico ancestral a nuestros días. En sus libros late el vértigo causado por el descubrimiento de la libertad absoluta por parte de una civilización que sospecha que el universo no es más que un caos e intuye que no hay nadie al mando de la nave.

Al contrario de la convención que rige en la literatura de ideas, la narrativa especular de Labatut funciona mediante la metonimia: la historia de un científico conduce a la de otro, sugiriendo posibles sentidos más que concluyendo significados precisos. El autor se retira de la primera línea enunciativa para ceder al lector la misión de destilar las correspondencias y asociaciones de este bestiario de genios superados por sus logros.

'La piedra de la locura' ANAGRAMA

Saber demasiado, y sin límite, lejos de ser una bendición, puede convertirse en una maldición. Es lo que le sucedió al químico Fritz Haber, descubridor del pesticida que los nazis usaron para asesinar a los judíos en los campos de concentración, como se cuenta en Un verdor tan terrible. Es el mismo asombro que intuyó Philip K. Dick, el novelista de ciencia-ficción, al creer que el mundo real no es más que un gigantesco simulacro.

'Un verdor terrible' ANAGRAMA

Su futuro es ya nuestro presente: la tecnología es capaz de crear universos paralelos que, desde el interior de las máquinas, gracias a la autocracia estadística del algoritmo, han comenzado a alterar nuestra noción de la realidad. Labatut enuncia a través de su enciclopedismo científico –en su tono se percibe el acogedor perfume de Borges, capaz de combinar la sabiduría de la Enciclopedia Británica con el Reader’s Digest– la misma disyuntiva que, con su infalible poética, ya expresó una vez Dylan: “Acepto el caos, pero no estoy seguro de que el caos me acepte a mí”.