Faltaban todavía dos semanas para que le concedieran el Premio Nacional de las Letras cuando Cristina Fernández Cubas me invitó a un aperitivo en su casa. Mi propuesta de entrevista en ocasión de la reedición de El columpio, novela publicada en 1995, por parte de la editorial gaditana Firmamento dio lugar a una extensa conversación que, muy pronto, se convirtió en una de esas que no se olvidan. Fernández Cubas no requiere presentación. La literatura española reciente y el género del cuento no se entienden sin sus obras. Pionera, maestra y referente ineludible de la narrativa breve en España, Fernández Cubas es un nombre imprescindible de la historia de las letras en castellano. Una autora a la que leer, releer y escuchar con atención.
-¿Cómo ha sido reencontrarse con un libro escrito en 1995?
-Ha sido extrañísimo, ante todo, porque yo creía recordarlo, pero no era así. A diferencia de los cuentos, que tengo bastante presentes porque vuelves a ellos cuando te los piden para una antología o cuando lees alguno en los congresos y charlas en las que participo, y a diferencia también de El año de gracia, que recordaba con exactitud, El columpio es una novela que había olvidado.
Me di cuenta cuando empecé a leerla: era como si el libro lo hubiera escrito otra persona. Me dejé llevar por la prosa y fui redescubriendo elementos y personajes que había olvidado por completo. En la lectura que realicé con ocasión de un taller que había organizado Mercedes Abad en el Ateneu de Barcelona, poco antes de que Firmamento reeditara la novela, me metí como una lectora más en la aventura de esta joven que viaja solo acompañada de un álbum de recuerdos ajenos.
-¿La idea de reeditarla fue una propuesta de los editores?
-Sí, efectivamente. Javier Vela me comentó que le gustaba mucho El columpio y que le gustaría reeditarla en vista de que, tal y como me dijo, no había ninguna edición accesible, cosa que era cierto, porque era inencontrable. Así fue la historia. Por mi parte, feliz de que vuelva a circular y de que, gracias a esta reedición, forme parte del catálogo de Firmamento, una editorial frente a la cual está un grupo de jóvenes que solo piensa en literatura. No puedo estar más encantada.
-¿Tuvo la tentación de reescribirla?
-No, reescribir, no. Lo único que hice es corregir cosas pequeñas: un adjetivo, algún pronombre… Es decir, cosas que, al cambiarlas, no alteraban la esencia del libro.
-Al releerla después de haber leído sus cuentos encontramos los elementos que definen su universo literario: el sueño, lo inquietante, los recuerdos, la familia…
-Está todo ahí, es verdad. Yo no sé si El columpio es una novela o un relato largo. No le pongo etiquetas. Lo único que sé es que es un texto que no podía publicarse acompañado de otro, sino que debía solo, como se hizo en su momento y como se ha vuelto a hacer ahora.
-Cuando publicó Mi hermana Elba hubo alguna reseña en la que se decía que aquellos relatos tenían una extensión que los aproximaba a la novela, pero mantenían el pulso del relato.
-Ten en cuenta que, cuando publiqué Mi hermana Elba, se sabía muy poco de relato en este país y, de hecho, en todas las entrevistas no hacían otra cosa que preguntarme cuándo iba a escribir una novela. Esta pregunta me la repitieron durante mucho tiempo. Ante esto, lo que hacía era insistir en el hecho de que el cuento es un género en sí mismo. Parece una obviedad, pero por entonces no lo era y había que reiterar que el cuento no era una primera fase de un supuesto camino hacia la novela, sino que un género independiente completamente de la novela. No sabes cuánto insistía en esta idea; repetí tantas veces lo mismo que llegué a cansarme de escucharme decir siempre lo mismo.
-¿Cómo entró en contacto con el mundo literario?
-Yo estudié Derecho y Periodismo. Derecho en Barcelona y Periodismo por libre en la Escuela de Madrid, pero sin irme a Madrid porque no me dejaron. Era una escuela muy rara; te matriculabas de cinco asignaturas, pero luego tenías que hacer el doble. Para que te hagas una idea: terminé antes Derecho, que eran cinco años, que Periodismo, que eran tres. Estudiando Derecho, me enamoré de Carlos Trias y años después nos casamos.
Mejor dicho, nos enamoramos en el autobús número 7, que sigue haciendo todavía hoy el mismo recorrido. Años después de ser estudiantes, Carlos publicó en Tusquets un libro extrañísimo titulado Santa Ada de Adis Abeba. Yo conocía a Beatriz de Moura, no sé de dónde. Muchas veces me han incluido en la gauche divine, pero yo era más joven. Carlos y yo no íbamos a Boccaccio, íbamos por las Ramblas, a otros lugares… pero no sabría decirte cómo entré en contacto con el mundo literario. Eran mis amigos, nos encontrábamos cada noche en el Patusset.
-¿Le llevó el manuscrito a Beatriz De Moura?
-¡Para nada! Cuando terminé de escribir La hermana Elba yo estaba a punto de viajar a Egipto para quedarme una temporada. Pensé que era el momento oportuno para presentarlo a una editorial. No me importaba que Carlos hubiera publicado en Tusquets, además conocía a Beatriz de habernos tomado algunas copas. Sin embargo, no se lo llegué a presentar porque un amigo mío, con toda la buena fe, me comentó que era inútil que fuera a allí porque tenían ya cerrada la programación de los siguientes cinco años y no querían nada. Ante esta situación, para que me digan que no, preferí no ir.
Así que me fui a El Cairo junto a Carlos, que volvió antes. Al llegar a Barcelona, encontró el manuscrito, lo leyó y le gustó mucho. Sin decirme nada se lo llevó a Beatriz, a la que le gustó muchísimo y decidió apostar por el libro. Fue entonces cuando Carlos me escribió una carta, que no sé por dónde me llegó porque en mi casa no recibía las cartas puesto que el portero se hacía cigarrillos con ellas. En esa carta me contaba que Beatriz iba a publicar mi libro. No te puedes imaginar los gritos de alegría que pegué. Fue una enorme alegría. Así empezó todo. Siempre digo que si tienes una editorial que te gusta y crees que es la ideal para tu libro es ahí donde tienes que llevar tu manuscrito. Hay que ir donde crees que tienes que ir. Y si te dicen que no, por lo menos lo has intentado.
-Se ha convertida en una maestra y una referencia para las generaciones que vinieron después.
-Me alegro mucho de oír esto.
-¿Es consciente de que abrió camino en la reivindicación del cuento?
-Sí, soy consciente de ello, más que nada porque las fechas hablan por sí solas.
-Hay quien también la considera una pionera dentro de lo fantástico, si bien muchos de sus relatos se definen más por lo inquietante que por lo fantástico. De todas formas, ¿tenía la voluntad de romper con el canon realista?
-En realidad, yo no quería romper con nada. Con mi literatura reflejaba mi mundo y mi mundo era y es así. ¿Mi literatura es fantástica? Hay algún relato que puede ser considerado fantástico, pero no sé si definiría toda mi literatura como fantástica. Es cierto que en una ocasión, durante un congreso, un señor me dijo: “¡Señora, no me diga que las ovejas salvajes que han desarrollado un rito entre ellas y que aparecen El año de gracia no son un elemento fantástico!”. Visto así, tenía razón, así que no le pude llevar la contraria, aunque, cuanto escribía El año de gracia, yo veía a esas ovejas normales.
-Pero lo que usted hace, y que puede leerse como un gesto crítico e incluso político, es cuestionar precisamente el concepto de normal y la normalidad.
-El primer compromiso del escritor es escribir lo mejor posible. Esta es su mayor responsabilidad. Dicho esto, algo que está siempre presente en todos mis libros es el respeto por el diferente. Me gusta mucho que el diferente note este respeto. No hay que olvidar que en nombre de la normalidad se han cometido a lo largo de la historia auténticos desmanes.
-Pero no puede negar que cuanto comenzó a publicar imperaba un realismo bastante decimonónico.
-Bueno, sí, es cierto. A mí eso no me interesaba. Cuando comencé no quería escribir a la manera de nadie; como te decía antes, quería reflejar mi mundo. Yo nunca he tenido una hermana Elba, pero en mi primer libro el colegio que describo es en parte mi colegio y los sueños que relato en torno al deseo de volverse invisible y encontrar lugares en los que nadie te puede ver son sueños que yo he tenido. Para mí el realismo es esto: en la vida real buscaba una serie de escondites y los encontré solamente en la literatura, en los relatos de Mi hermana Elba.
Hay que tener en cuenta, además, de que no todas las influencias son literarias. Ahora soy bastante insomne, pero he soñado mucho y los sueños siempre me han intrigado y me han parecido fascinantes. Por eso digo que soy una autora realista, puesto que la mitad de nuestro día lo pasamos durmiendo y soñando. Escribir sobre sueños es ser perfectamente realista. Eso sí, hay que tener en cuenta que los sueños tienen sus códigos propios y trastocan eso que nosotros llamamos realidad, pero, al mismo tiempo, tenemos que tener en cuenta que el sueño forma parte de esa realidad. El problema es que, cuando comencé a escribir, todo aquello que no era una fotocopia de la realidad era considerado fantástico.
-Ahora, sin embargo...
-Ahora es todo lo contrario. Hay un interés grande por lo fantástico y se aprecia en los múltiples congresos que se celebran acerca del tema. Por lo que a mí respecta, y así retomo lo que estábamos comentando, siempre he dicho que mis relatos son inquietantes en el sentido en que todos tienen una intriga. Un relato funciona si antes que nada me inquieta a mí mientras los escribo. Si me inquieto, estoy segura que podré comunicar esa inquietud a los lectores. Por el contrario, si al escribir me aburro, lo único que conseguiré es aburrir al lector. La escritura, no hay que olvidarlo, es un canal de transmisión de emociones increíble.
-En alguna ocasión ha comentado que el cuento le permite jugar con el tiempo y con el espacio o incluso anularlos.
-El cuento es el formato ideal para burlarse del tiempo y del espacio, para juguetear con estas dos dimensiones. Quizás sea precisamente por estas posibilidades que te ofrece que me divierta tanto escribir cuentos. Esto no significa, sin embargo, que no disfrutara con la redacción de mis otros libros. Disfruté mucho escribiendo novelas, si bien, pensando en El columpio, son libros que están a medio camino entre un género y otro. En El año de gracia, por ejemplo, el ambiente onírico puede remitir a un cuento… pero, en realidad, poco importa. Estas apreciaciones genéricas se las dejo a la gente que sabe de esto. Yo me dedico escribir y, como te decía, desde que empecé a escribir lo que hice es trasladar al papel lo que me gustaba, independientemente de las etiquetas.
-Un tema recurrente en su literatura es la infancia: los niños son personajes centrales en muchos de sus relatos, empezando por aquellos de Mi hermana Elba.
-Los niños tienen una manera de mirar el mundo distinta a la de los adultos. La infancia tiene un código de valores diferente y se abre a una serie de posibilidades enormes que luego se quiebran en la adolescencia, que es la época de la indefinición. La adolescencia es la peor de las épocas. Pero, volviendo al tema de la infancia, cuando hablo de un código de valores no lo hago en términos ingenuos.
-Basta pensar en su relato El legado del abuelo.
-Aquí encontramos a un niño que, más o menos conscientemente, mata al abuelo porque este ha hurgado en su hucha. Y, siguiendo su código, el abuelo debe ser castigado. El niño se venga y lo hace como niño que es, pero con un resultado trágico. El abuelo es un pelma. Reconozco que me lo pasé muy bien escribiendo este relato.
-¿Tiene algunos relatos preferidos o cuentos a los que les tiene más cariño?
-El libro principal de mi carrera es Mi hermana Elba, porque fue el primero y porque, en cierta medida, es la prima hermana de La habitación de Nona (se trata del libro de relatos con el que consiguió el Premio Nacional de Narrativa, y que vio la luz tras varios años sin publicar nada). Más allá de estos dos títulos, he disfrutado escribiendo muchos otros relatos. Pienso, por ejemplo, en El moscardón, sobre una anciana que no quiere ir a una residencia, y La fiebre azul, sobre un vendedor de estatuillas falsificadas.
-Me gusta escucharla hablar del disfrute de la escritura y no, como dicta el tópico, del sufrimiento que supone escribir.
-Por esto no publico un libro cada año. Eso de tener que escribir a toda prisa por publicar es peor que ir a galeras. Además, para mí hay una cosa clara: yo ya tengo una edad, no venerable, pero sí notable. No es pesimismo, sino realismo, decir que me queda menos tiempo de antes y, por tanto, lo que yo quiero hacer es escribir solo y únicamente cuando tengo algo que decir. Esto lo he hecho siempre, pero ahora aún más si cabe, porque quiero escribir cuando quiera y cuando la escritura me haga disfrutar. Y, ojo, puedo disfrutar escribiendo una cosa tristísima. Me pasó con Cosas que ya no existen, libro de recuerdos a lo largo de cuya redacción pasé de la risa al llanto y salí renovada, siendo mejor persona. Lo que busco en la escritura es la intensidad de la experiencia. No me interesa hacer una mera redacción para quedar bien no sabe con quién.
-¿Usted es una escritora de rutina? ¿Escribe cada día?
-No hay nada fijo, depende de muchas cosas. Antes era noctámbula y escribía de noche. Ahora ya no. Muchas veces escribo por la mañana, al levantarme. Si estoy muy prendida de alguna historia no tengo horarios. Hay veces, como me ha sucedido ahora, que tengo que apartar lo que estoy escribiendo porque aparecen compromisos que no puedo eludir. Esto puede ser un problema, no tanto con una novela, porque esta te aguarda, pero sí con un cuento porque, si lo dejas a medias, la intensidad puede romperse. Y, de hecho, no siempre es posible recuperar los relatos que dejas a medio escribir.
-¿La novela puede esperar y el cuento no?
-Esa es mi experiencia. Las novelas siempre me han esperado, pero los cuentos casi nunca. Tengo que hacer del tirón la primera de redacción y eso que, en líneas generales, no suelo hacer muchas redacciones. Escribo el relato y lo corrijo, pero no vuelvo a escribirlo. Evidentemente, hablo por mí. Habrá cuentistas que digan que ellos pueden hacer reposar sus relatos sin problema, pero no es mi caso.
-¿Los cuentos requieren, más que la novela, de la palabra precisa?
-Todas las cosas tienen su palabra y hay que buscarla. La preocupación por el lenguaje está siempre presente al escribir, pero el lector no debe percibir esta preocupación. Si encuentras el adjetivo exacto no se nota que estás preocupado por el lenguaje.
-Sigue los consejos de Chejov: todo debe tener un sentido, nada debe sobrar.
-No me siento identificada con ninguna escuela. Evidentemente, una lee, aprende y se sorprende por autores como Chejov o Borges, cuyo Aleph me deslumbró. Sin embargo, mi principal influencia proviene de las narraciones de mi niñera, a la que siempre cito; nobleza, obliga. De pequeña me dormía después de escuchar las historias que me contaba esta señora, ya mayor. Siempre he admirado a los narradores orales, esas personas que con la modulación de su voz son capaces de hacerte viajar a cualquier parte. Son unos auténticos magos. Por esto me entusiasmaban tanto las historias que me contaba mi niñera, historias que a veces dejaba sin terminar y de las que nunca nos explicaba su origen: “Me lo han contado y así lo cuento”, decía. Yo quiero que mi lector se vaya a la cama de la misma manera: con el deseo de continuar la historia, tratando así que la palabra fin no sea el punto final. El lector para un cuentista es importantísimo: es un socio, un cómplice.
-Hay quien dice que el lector de cuentos es más literario que el de novela.
-Seguro. El lector de cuento, que es un género donde está todo muy condensado, no puede ser ni es un vago. Por esto me gusta pensarlo como cómplice, alguien al que no le gusta que se lo des todo machacado. Si leo un cuento lo que yo quiero, y te hablo como lectora, es participar; que me consideren alguien capaz de atar cabos, que no necesita que se lo expliquen todo. Esta es la literatura: la que no explica todo, la que me interesa leer y escribir. Es evidente que hay libros que complacen a todos, no pasa nada. Pero no todos somos iguales. Existen lectores de todo tipo.
-Usted fue muy lectora de Agatha Christie, en cuyas novelas todo se resuelve casi de un plumazo.
-Es cierto, al final todo el rompecabezas se resuelve de una mano. Es cierto que la leí mucho de joven, tanto que escribí novelas policiacas que firmaba como 'Lagata Christie'. Era mi referente, y lo era también Edgar Allan Poe. Una extraña pareja, lo sé, pero era así.
-De ahí ese suspense oque caracteriza muchos de sus relatos.
-Me gusta mucho el suspense, pero no soy de novela de policiaca. Fíjate: era íntima amiga de Montse Clavé y de Paco Camarasa, los dueños de la librería Negra y Criminal, pero nunca fui lectora de novela negra. Montse sigue siendo amiga mía y Paco era una persona maravillosa. En su librería habían inventado una zona llamada de frontera en la que ponían mis libros. Montse siempre me ha pedido que escriba una novela policiaca, pero no es lo mío. En mis cuentos hay investigación, pero el policiaco no es lo mío.
-También aparecen muchos viajes: El columpio empieza con un viaje y su primera novela, El año de gracia, también es un viaje. Muchos de sus relatos son viajes estáticos
-Es cierto. Ya que vuelves a mencionar El columpio, te diré que en la relectura que he hecho, y que ha sido para mí también una especie de viaje, me he dado cuenta de cómo pasa el tiempo: para un lector de hoy lo que explico en El columpio queda lejísimo y está bien que así sea. Hablo de una época en la que no había móviles, no había mails y en los pueblos había una especie de posada que es un cruce de caminos, donde llegan todas las cartas, que son leídas de escondidas por la posadera, que así se entera de todo. Ahora esto es impensable, pero en 1995, en un pueblo perdido de los Pirineos como el que describo, las cosas eran así. De haberlo ambientado ahora, la trama hubiera cambiado radicalmente, ante todo porque la protagonista hubiera tenido móvil. La extrañeza que suscita El columpio en un lector actual es mayor precisamente por esto. Yo viví esa época, pero claro no puedo exigir que todos tengan mi edad.
-¿Parte siempre de la realidad, aunque sea de un pequeño detalle?
-Yo vengo de una época en la que la imaginación estaba mal vista, en la que todo aquello que implicaba imaginar fuera de ciertos esquemas era visto con sospecha. Por esto, para mí imaginar ha sido siempre muy importante. Sin embargo también han sido importantes las experiencias vividas, los recuerdos, lo que escucho por la calle. Todo influye. El relato 'Interno con figura' nace de una visita a una exposición de Adriano Cecioni donde escuché a unos niños que estaban allí. Y el relato 'Hablando con viejas' también nace de una experiencia personal: un día estaba mirando el escaparate de una zapatería de la calle París cuando una anciana se me acerca y me pide que le ayude a cruzar la calle. Era una señora monísima, alegre, estupenda.
La acompañé y, al llegar al otro lado de la acera, frente a su portal, me preguntó si quería subir a su casa y tomar unas pastas. Yo me excusé, le dije que no podía y me fui. Este cuento nace del remordimiento: esa mujer era tan agradable que en el corto camino que hay desde la calle París a mi casa estuve pensando en lo mala que había sido al rechazar la invitación. Pensé que esa señora, probablemente, estaba muy sola y me preguntaba qué me hubiera costado regalarle quince minutos. Tal era el remordimiento que me puse a escribir.
-¿La ha vuelto a ver?
-Nunca más.