El escrito malagueño Antonio Soler ha escrito una de las novelas más inquietantes de este año. En Yo que fui un perro (Galaxia Gutenberg), se adentra en la mente de un estudiante de Medicina que vive obsesionado por su novia, una joven alumna de Magisterio a la que somete al más violento de los escrutinios: cómo se viste, con quien se ve, cuándo sale y dónde va, con quién habla, cómo se comporta… Esta obsesión se traduce en control asfixiante, celos enfermizos y el rechazo de cualquier conducta de la mujer que no responda a los rígidos parámetros del novio. A lo largo de las páginas del libro asistimos a la obsesión y a la locura de este joven frustrado con el mundo, enemistado con todo aquel que le rodea.
-¿Cómo nace una novela de este tipo?
-Aunque pueda parecer un recurso literario, no es así: a finales de los ochenta, una amiga le dio a mi madre una serie de libros viejos que –pensaba– creía que a mí, en tanto que escritor, podían interesarme. Entre ellos encontré unas cuartillas: páginas de una agenda utilizadas como diario. No había en ellas una intención literaria, pero sí se percibía a un personaje de una rotundidad alucinante. Tomé solo algunos elementos, como el hecho de que el protagonista era un estudiante de ;edicina obsesionado con una novia que vivía en frente. Recuerdo la impresión que me provocaron esas páginas, donde leí cosas alucinantes.
Había un momento en el que el protagonista, durante una clase de anatomía, mientras disecciona un brazo, dice: Me acuerdo de ella”. Estas páginas fueron el punto de partida. Posteriormente lo que hice fue crear el entorno, los personajes que lo rodean y, para profundizar en la figura del protagonista, recordé muchas cosas que de joven, y no tan joven, oí comentar a ciertos hombres. No están muy lejos de lo que el personaje de la novela dice. Creo que si algunos hombres, de antes y de ahora, hubieran escrito un diario sobre su relación con algunas de sus parejas, y sin tener la sospecha de que podían ser leídos, encontraríamos algunos de los pensamientos del protagonista. Prueba de esto es que algún lector me ha dicho que le han resultado desagradables determinados pasajes porque se sentía fugazmente reconocido en el personaje y sabía que, en algún momento de su vida, él había pensado lo mismo que el protagonista.
-Igual que esta, su anterior novela, Sacramento, tiene su origen en una serie de documentos históricos o en un hecho real convertido, con el tiempo, en una especie de leyenda o rumor urbano…
-Diría que hay mucho de casualidad en esto. Mis dos últimas novelas se basan en documentos o historias de las que tuve conocimiento muchos años atrás. La primera información sobre la historia de Sacramento me llegó en los años ochenta, casi la misma época en los que llegaron a mí las cuartillas de Yo que fui un perro. Son dos novelas que llegan de afuera, en el sentido en que no nacen de dentro, como sí pasa con la mayoría de los libros que he escrito.
Por esto hablo de casualidad. Eso sí, el trabajo realizado en ambos libros ha sido muy distinto. Sacramento tenía un origen histórico en los años oscuros de la posguerra. Me obligó a estar sometido a la disciplina y al rigor de la historia. Esto no ha sucedido en Yo que fui un perro: aquí parto de un destello que viene de fuera para luego construir una ficción. En Sacramento no podía desviarme si quería ser riguroso con los hechos realmente acontecidos.
-Las dos novelas tienen un elemento en común: los dos protagonistas son dos manipuladores
-Sí, es cierto. Podríamos decir que el protagonista de Yo que fui un perro es una especie de aprendiz del cura de Sacramento, que era un tipo tremendamente hábil y que, además, tenía el poder. De hecho, por su parte existe un abuso de poder muy claro en cuanto es un representante de la Iglesia, que en ese momento era un estamento intocable. A través del confesionario manipulaba a sus víctimas, diciéndoles que tenía autoridad para hacer lo que hacía porque el mandato divino era sacarlas del pecado.
En Yo que fui un perro encontramos a un chico sin armas, desvalido y que se mueve de manera pendular: va del amor a la inquietud provocada por los celos y vive la frustración por no obtener lo que desea. Hay que tener en cuenta que su novia es más avanzada mentalmente y está por delante de él en su concepción de las relaciones sentimentales, humanas, sexuales…. Esto genera una gran frustración al protagonista.
-La novela está escrita en primera persona. ¿Es una manera de que la voz del protagonista nos lleve por los vericuetos de su locura? ¿Qué referentes tenía?
-Cuando hace un par de años retomé las páginas de esas cuartillas y decidí comenzar esta novela tuve que reflexionar sobre cómo abordarla. Me pareció oportuno mantener la forma del diario y, por tanto, la primera persona. Me permitía ir de manera directa a la mente del protagonista. Corría el riesgo de que los otros personajes quedaran dibujados únicamente desde el punto de vista del protagonista. Sin embargo, a pesar de este riesgo, creía que, si lo que quería hacer era adentrarme en la mente de este chico, lo más acertado era hacerle hablar. En este sentido, salvando las distancias, creo que esta novela se inscribe en la estela de Dostoievski: dialoga con esa literatura de almas atormentadas y perturbadas que a veces, frente a la peor coyuntura, eligen el peor camino, un camino que no tiene salida.
-Por lo que se refiere a los otros personajes lo que está claro es que no responden a las exigencias, deseos y expectativas del protagonista.
-Él está dentro de un pequeño mundo y, de hecho, leyendo una novela, se identifica con el personaje de un bufón en la corte del siglo XV porque cree que ese bufón está en posesión de la verdad y conoce los códigos del mundo. A alguien que cree estar convencido de tener la verdad le descoloca por completo el hecho de que todo a su alrededor no siga los códigos que para él son los debidos. De ahí nace su frustración, su amargura y su ira, que vuelca en contra de los demás, pero también le hace padecer a él. El libro comienza con una frase de Walser que dice: “A nadie le desearía ser yo”. No quería que el personaje fuera meramente un bruto que da mamporros a diestro y siniestro; mi protagonista es alguien con una carga psicológica más que peliaguda para él mismo e, indudablemente, para los otros.
- Su protagonista estudia Medicina; tiene una mentalidad fría, analítica.
-Efectivamente. Él analiza a los demás desde su punto de vista y cuando estos se salen de las pautas que él considera obligadas se vuelve muy susceptible. Esta susceptibilidad es fruto de su inseguridad, de sus celos y de su amargura. Y todos estos elementos terminan dando forma a un paraguas que no le deja ver el cielo.
-Un amigo suyo le da a leer El árbol de la ciencia. Sin embargo, para él la literatura no es una herramienta de reflexión.
-No elegí El árbol de la ciencia como la lectura que iba a hacer el protagonista de manera casual. Alcontrario. Lo hice porque se podía establecer un diálogo entre ambos personajes desde el momento en que el protagonista de Baroja, Andrés Hurtado, es también un estudiante de Medicina. Es un tipo solitario, huraño y, como decía, entre él y mi protagonista se establece un diálogo, en cuanto a que mi protagonista se reconoce en Andrés, aunque en otros momentos lo rechaza, porque no le gusta lo que lee de él.
Este rechazo le lleva a desconfiar del amigo que le ha dado la novela. Siendo alguien que tiene una enorme carga de sospecha hacia el mundo, piensa que si su amigo le ha dado El árbol de la ciencia es por algo. Para él siempre hay segundas intenciones; las hay en la ropa que la novia decide ponerse, las hay en lo que le dice su madre e, indudablemente, las hay en el regalo de su amigo. Si le ha dado El libro de la ciencia, piensa mi protagonista, es porque quiere que reflexione, porque quiere decirme que soy un tipo bastante desagradable, porque quiere que cambie….
-Podríamos decir que es un sujeto conspiranoico muy propio de nuestros días.
-Sí, es tan conspiranoico como aquel que cree que con las vacunas nos introducen un chip para controlarnos.
-Él vive frente al edificio donde vive su pareja. Ese edificio parece una especie de correlato de ella.
-La fachada del edificio se convierte en una tabla de información para él: si son las diez de la noche y las luces de la casa están apagadas, quiere decir que ella no está. Entonces él comienza a preguntarse dónde está, con quien está o por qué no está en casa si a esa hora ya debería estar allí. Toda la información que recibe alimenta sus celos o favorecen su desconfianza. Sale a saludarme, pero no lleva la ropa que debería llevar o lleva un escote muy grande. Todo sirve para justificar la idea de que él es el único que debe llevar a su novia “por el buen camino”. En este sentido, me parecía interesante que el control sobre su novia se lleve a cabo a través de la fachada del edificio en el que ella vive. Ese control hubiera sido mayor si hubiera trasladado esta historia desde finales de los ochenta al presente. Dudé si hacerlo, pero me di cuenta de que no hubiera cambiado la historia: el control hubiera sido mayor debido a la tecnología, pero la lógica de dominio que ejercen algunos jóvenes sobre sus novias es la misma hoy y ayer.
-Recuerdo artículos, algunos polémicos, en los que se preguntaba hasta qué punto podía la literatura meterse en la cabeza de un loco, de un hombre abyecto…
-Sí, estoy sucedió con una novela de Jonathan Littell.
-A eso iba: ¿cómo ha sido el acercamiento a un ser tan perverso como el protagonista de su novela?
-Fundamentalmente, lo que he hecho es recordar conversaciones que he oído, recordando a algún amigo de juventud al que a veces le ponía cara y recordando, sobre todo, los comentarios que se hacían en ambientes con testosterona alta. Por obligación estuve en el ejército durante un año y pico y puedo decir que en ese ambiente se oían cosas bastante bestias y que, sin embargo, se decían y se escuchaban con absoluta normalidad. Por suerte ahora no frecuento esos sitios, pero me imagino que todavía hoy se pueden escuchar frases como las que se oían en el ejército. Es a través del recuerdo como he ido construyendo a mi personaje. Y no porque yo haya conocido a gente perturbada, sino porque en ciertos ambientes y en ciertas situaciones era habitual oír frases, comentarios y sentencias sobre las mujeres que ocultaban un gran desprecio. Lo que sucedía es que no se iba más allá. Pero muchos de esos hombres si hubieran escrito un diario exponiendo lo que pensaban tras ser abandonados por sus novias, lo que sentían por los celos…Nos encontraríamos con más de una sorpresa
-Nos recuerda el peso que tiene la palabra escrita, su contundencia
-Sin duda. Y algo de esto quise introducir en la novela a través de las tachaduras: el protagonista tacha frases que escribe precisamente por el peso de la palabra. Él le puede decir a ella cualquier barbaridad, pero las palabras se las lleva el viento. Sin embargo, cuando él, cargado de frustración y llevado por la ira, escribe algo y lo relee, se da cuenta de que el relato que está dejando de sí mismo no le gusta. Por esto borra ciertas frases; las borra porque no quiere reconocerse en aquello que ha escrito. No es un bestia que da mamporros, tacha porque no quiere escribir algo de lo que, quizás, en el futuro se pueda arrepentir.
-Por lo tanto, es un hombre lúcido. Su lucidez lo hace aún más culpable.
-Claro. Por esto lo definía como un personaje pendular que, sin embargo, en la medida que avanza la novela se va inclinando cada vez más hacia un lado. Pero, como dices, es alguien que no actúa de manera inconsciente, sino que reflexiona sobre lo que hace. En este sentido, volvemos a Dostoievski: Raskólnikov sabe que ha matado a la anciana y el crimen se va volviendo para él una carga cada vez más pesada.
-Su delirio sigue una lógica. Es coherente, pero ¿cómo comprender esa lógica?
-Esto es lo que se supone que debemos hacer los novelistas: tratar de comprender incluso a los personajes que no nos gustan. A lo largo de mi carrera he construido personajes con los que no me iría a tomar una cerveza, pero son reflejo de tipos que existen, que conoces, que te encuentras por la calle. No escribo sobre personajes que no me puedo encontrar por la calle. No escribo sobre mercenarios ni sobre estrellas de Hollywood.
-La actitud del protagonista se define por el factor machista, pero no solo. En él hay también un fuerte clasismo –un elemento que muchas veces va de la mano del machismo- y un gran rechazo a la realidad social y económica de la que proviene.
-Es cierto. Todos estos elementos se entremezclan y provocan ese odio que él dirige hacia todo. Él estudia Medicina y en su facultad hay estudiantes de distinto nivel social, que provienen de una clase más que acomodada. Cuando va a la casa de estos compañeros que están –económicamente hablando– en un nivel superior al suyo, expresa admiración por todo: por la casa, el entorno social, los objetos… De hecho, en la casa a la que va para dar clases privadas se queda sorprendido por la tira de un sujetador de la señora de la casa, pues no sabía que podía haber sujetadores de este color y, piensa, que su madre y su novia nunca tendrán uno así. Esta admiración es el reflejo de ese deseo suyo de salir del mundo al que pertenece y que no le gusta nada. De ahí también que se muestre tan condescendiente con respecto a su novia, a quien mira por encima del hombro por el hecho de estudiar Magisterio.
-Estudiar Magisterio, además de ser una carrera femenina, no goza de mucho prestigio social.
-Implica estar con los niños más pequeños. Considera que la carrera importante es la suya, así que cuando piensa en la posibilidad de casarse con su novia lo primero que se pregunta es si ella podrá adaptar sus vacaciones a las suyas. Para él es esencial que, si tienen hijos, ella esté con ellos en tanto que madre. La novela está ambientada en los noventa, pero este machismo todavía está presente. Está muy arraigado y tiene que ver con un posicionamiento del hombre ante la mujer que no ha cambiado demasiado. Como me dijo una amiga, el problema es que hay hombres que buscan mujeres que ya no existen y hay mujeres que buscan hombres que todavía no existen.