Fueron muchos años de escritura silenciosa y anónima. Como Italo Svevo, Antonio Moresco también escribía de espaldas al mundo, un mundo que no comprendía la pulsión y esa ambición por intentar de narrar y hacerlo desde una mirada nueva. Los rechazos editoriales fueron muchos. Su novela Los comienzos, ahora publicada en castellano por Impedimenta, escrita mano a lo largo de casi quince años, no terminaba de convencer en Italia donde, triunfaba el realismo más plano y se creía que en literatura no había espacio para hacer nada nuevo, que la novela era un género que había llegado a su fin.
Moresco demuestra en Los comienzos lo contrario. Hoy, casi treinta años después, aquella novela ambiciosa es una de las obras más destacadas de la literatura italiana. Explora la posibilidad de vivir varias vidas dentro de una misma existencia. Moresco presenta a un mismo personaje en distintos ámbitos –el religioso, el político y el artístico- vinculados por un deseo de trascendencia.
-¿Cómo se vive pasar de ser alguien al que nadie quiere publicar a ser uno de los autores italianos de referencia más reconocidos internacionalmente?
–Esta es la demostración de que la vida es una locura. Yo he pasado gran parte de mi vida en la más absoluta oscuridad. Hasta los cuarenta y cinco años fui un escritor al que nadie quería. Escribía en la más total de las soledades. Con mucha lentitud, y tras años de anonimato, las cosas empezaron a cambiar. Una locura, si lo piensas bien, pero la vida es así. No hay otra forma de explicarlo. Quizás han jugado un papel importante la suerte, así como las personas que he ido encontrando a lo largo de mi vida. Mi caso no es ni único ni original. A lo largo de la historia son muchos los pintores, los escritores o los músicos que han permanecido en la oscuridad durante décadas y a los que el reconocimiento les llegó después de haber fallecido. Es duro, pero, pensándolo ahora, creo que ha sido una suerte que haya sido así.
-¿Por qué?
-Porque esos años de soledad me permitieron durante mucho tiempo estar cerca de mí mismo, sin distraerme y sin dejarme corromper por las exigencias que derivan del hecho de conseguir rápidamente el éxito. Al encontrarme con un muro delante, lo que he hecho es convertirme en una especie de topo que busca otros caminos para poder salir a la superficie. Esos años también me han servido para poner a prueba mi vocación: cuando no tienes respuesta alguna de los demás tienes que encontrar dentro de ti la fuerza para continuar adelante. Por eso, lo que me ha pasado en mi vida como escritor ha sido una desgracia y, a la vez, una suerte.
-Su historia demuestra que escribir y ser escritor no tiene que ver necesariamente con publicar.
-Exacto. Se cree muchas veces que para el escritor el fin último de la escritura y lo que le da sentido es la publicación de un libro, ver tu nombre impreso en la portada. No es así. Yo quería algo más. Mi objetivo a la hora de escribir siempre ha sido conquistar el corazón y la mente de los lectores, no limitarme simplemente a entretenerlos.
-La crítica lo compara con Kafka, Joyce, Melville…. ¿Se ve reflejado en ellos?
-Estos son grandes nombres, sin duda. Por muchas razones, sobre todo de índole personal y familiar, he tenido una relación complicada con el colegio. Era un estudiante pésimo. He repetido varias veces curso, me han echado. No estudié en la universidad, pero hice otras cosas que me llevaron lejos de casa. Empecé a leer tarde y por mi cuenta, sin el filtro de la crítica ni atendiendo a las enseñanzas escolares. El mío fue un encuentro cuerpo a cuerpo con los libros; leer era encontrarme con una especie de hermanos que me apelaban directamente.
Han sido muchos los escritores que me han marcado de manera indeleble, pero si tuviera que citar solo a algunos al primero que mencionaría sería Leopardi. Fue el primer autor que tuvo la llave para abrir mi corazón, cerrado por completo. Después de Leopardi, llegaron otros: clásicos como Herodoto y Homero, Cervantes, Swift, Melville, Balzac, Dostoievski y los rusos en general, Kafka… Sin duda hay más, pero estos son los que más me han tocado. A mí siempre me han gustado los escritores sonámbulos, aquellos que entran en la escritura con la clarividencia de los sonámbulos.
-Usted es un escritor para el que la trama no es lo principal de una novela
-Efectivamente. En Los comienzos, la trama no es lo que más importa. Esto sorprende porque hoy predomina la idea de que en literatura lo único que importa es el esqueleto: el esqueleto de las cosas, el esqueleto de la vida, los mecanismos causa-efecto… Yo quería plantear en Los comienzos una idea distinta de la vida. Quería plantear la vida como un constante abrirse de nuevo, y presentar a las personas como seres nunca vistos, una especie de apariciones.
Para mí, la literatura tiene que intentar mostrar algo de una manera absolutamente nueva. Si yo, como escritor, hago énfasis en una trama cerrada no dejo vivir a los personajes, no permito que sean percibidos de una manera diferente, sino que los limito a unas características conocidas. Por todo esto no doy demasiada importancia a la trama ni tampoco al tiempo narrativo. En la primera parte de mi libro el personaje no habla: cuando no existe la palabra, no se ven las cosas de la misma manera que cuando entras en el cortocircuito del intercambio de palabras.
-Más allá de los elementos autobiográficos, la novela nos presenta tres dimensiones que han articulado la sociedad hasta el siglo XVIII: la religiosa, la militar y la artística.
-Las circunstancias de la vida han hecho posible que haya experimentado estas tres dimensiones cuya importancia, efectivamente, va más allá de mi propia experiencia. Son tres etapas vitales que corresponden a tres momentos históricos: la parte del silencio corresponde a los cincuenta, los años de la paralización, donde apenas nada se movía; la parte segunda, la de la participación política, corresponde a los años sesenta y setenta; y la última parte, la de la escritura, corresponde a los años de paso entre los noventa y el nuevo milenio, una época dominada por la moda y las tendencias. Me interesaba explorar y atravesar estas tres posibles vidas, que son distintas y, a la vez, unas contienen a las otras. En las tres partes se buscan formas distintas de trascendencia: a través de la religión, el compromiso político y la creación.
-Este elemento religioso ha llevado a Tiziano Scarpa, uno de sus principales críticos, a leer Los comienzos en paralelo a la Divina Comedia.
-Antes me olvidé mencionar la Divina Comedia. Como italiano, la obra magna de Dante es un referente ineludible. El personaje de Dante pasa por tres dimensiones, el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Mi personaje vive tres distintas vidas. Tengo fijación con el número tres: Los comienzos está dividida en tres partes y es el principio de una trilogía, cuyas otras dos novelas también están divididas en tres partes. Todos los números de los capítulos de cada una de las tres partes son múltiplos de tres.
-¿Por qué el número tres?
-No sé decirle. Lo que sí puedo contarle es que cuando termino un libro lo primero que hago es mirar el número de capítulos. Si es un múltiplo de tres, entonces quiere decir que la novela está bien. Si, por el contrario, no lo es, entonces sé que hay algo que no funciona. Lo reviso y siempre me doy cuenta de que o hay un capítulo demasiado largo que debo dividir en dos o dos capítulos que necesitarían unirse en uno solo.
-Su literatura es compleja, como lo es la de los autores anteriormente citados. A Melville la crítica le destrozó cuando publicó Moby Dick. ¿Alguna vez pensó que su caso es similar en el sentido de que su literatura pueda no entenderse?
-Muchas veces. Comencé la redacción de Los comienzos en los ochenta, en un momento en el que la moda era afirmar que ya no se podía hacer nada nuevo, que todo había sido dicho, que la novela había muerto…. Era una época lúgubre y yo, sin embargo, estaba trabajando en mi novela, que propone volver a narrar el mundo y la vida de otra manera, mientras a mi alrededor se imponía una idea de la literatura minimalista, porque se sostenía que el autor lo único que podía hacer era mezclar materiales existentes.
Por suerte, la historia nos ha enseñado que tod oesto no era así y que estas ideas que no eran más que formas de consuelo frente al caos. También se creía que para narrar la realidad había que describir su esqueleto, representar lo que el espejo refleja. Esto a mí no me interesó: yo quería mostrar lo que hay arriba, abajo, de lado, detrás…. Por eso Los comienzos no convenció a editores y críticos, que estaban obcecados por las ideas del momento. Quien quería hacer algo distinto cometía el peor de los pecados: poner en discusión esos modos de hacer y esas ideas.
-¿Poner en discusión ciertos principios no se perdona o, por lo menos, no se acepta con facilidad?
-En el siglo XVII todos pintaban de la misma manera hasta que aparece un loco como Caravaggio, que le da la vuelta a todo y nos descubre el mundo de una manera completamente nueva. Volviendo a mi caso: las personas de las editoriales que rechazaban mi manuscrito eran profesores universitarios o críticos literarios que firmaban en periódicos. No se planteaban que alguien pudiera cuestionar su concepción de la literatura.
-¿Y ahora?
-Ahora no dicen nada. Ninguno quiere reconocer que me rechazaban. Cuando se publicó muchos de ellos siguieron criticando la novela.
-¿Nadie ha reconocido su error?
-Sería bonito que las personas tuvieran ese coraje, pero no. Esas personas que antes me tiraban piedras ahora, están calladas. La cultura italiana es muy provinciana y esto hace que, en voz baja, comenten con escepticismo el éxito que uno pueda tener en el extranjero.
-Antes citaba a Kafka. Su literatura también gira en torno al sinsentido.
-Nosotros nos hemos acostumbrado a dar una explicación a todo porque nos hace sentir seguros el hecho de dar una explicación a todas nuestras acciones y a los hechos que nos rodean. Nos construimos relatos para no enfrentarnos a que existen cosas que nos resultan misteriosas o no tienen una explicación lógica. Yo no quiero quitarle a la vida este elemento misterioso y sorprendente. No quiero darle un sentido total que no tiene. No narro los momentos de tránsito entre una vida y otra: ni cuento cómo el protagonista pasa de ser un seminarista a las barricadas y, al final, se reinventa como escritor. Si reducía su historia a la lógica causa-efecto hubiera escrito la clásica novela de formación en la que se nos cuenta cómo una cosa lleva a la otra.
-Dante tampoco nos narra el paso entre un mundo y el otro.
-Es cierto. Dante hace que su personaje se desmaye o caiga en un sueño profundo para, de repente, en el canto siguiente, situarlo en otro círculo.
-¿La ambigüedad está en el centro de su poética?
-Conceptos aparte, lo que yo quiero es que el lector tenga un papel activo. No quiero ser el escritor que le mete en la boca un embudo a través del cual mete la novela ya masticada. Quiero que el lector haga parte del trayecto solo, porque, como él, yo también me encuentro en una zona de desconocimiento al escribir, que consiste, precisamente, ir aproximándose a las zonas oscuras de lo que no se conoce. Leer es, en cierta medida, lo mismo. Me gusta que el lector llegue a interpretaciones distintas a las que yo tengo mientras escribo. Aunque sea el autor, no tengo todas las respuestas. Para mí es un signo de respeto hacia el lector no darle una literatura masticada.
-Algo que se hace muy a menudo.
-Sí. Sse da un producto para que el lector lo digiera sin más. Pero no es lo que yo quiero. No lo deseo como autor ni lo pretendo como escritor.
-Usted escribió su novela a mano. ¿Sigue haciéndolo así? Lo pregunto porque suele pensarse que el modo de escribir influye en la escritura.
-Siempre he escrito a mano hasta que cumplí, más o menos, los sesenta años. Cuando era muy joven empecé con la máquina de escribir, pero la dejé para poder escribir a mano. Hice el trayecto inverso al que hacen otros escritores: dejé la máquina y pasé al bolígrafo. Escribo rápido, con una caligrafía microscópica y casi ilegible, pero hacerlo a mano me permite modificar el texto al mismo tiempo que escribo, desviarme. El ordenador, aunque parezca un contrasentido, es menos veloz que mi mano. Obviamente, en el ordenador se puede también corregir y volver atrás, pero me obliga a un dominio mayor de la frase.
Los comienzos la escribí a mano; la segunda novela de la trilogía, también. Sin embargo, me pasé al ordenador para redactar la tercera novela final de la trilogía y lo hice porque me di cuenta que, a mi edad, no tengo quince años por delante para escribir a mano, corregir, reescribir. Por eso usé el ordenador. Al inicio no fue fácil, pero poco a poco fui sintiéndome cómodo, pero no es lo mismo. Escribir a mano implica mucho tiempo de corrección y desciframiento –muchas veces soy incapaz de comprender mi caligrafía-, pero no es tiempo perdido. En cada reescritura el escritor es distinto, en el sentido que te aproximas al texto con una visión más rica, fruto de esas relecturas y reescrituras previas.