En 1975 se editaron 590 títulos en catalán. En 1982, la cifra llegó a los 2.188. Transcurridas dos décadas, en 2002, la producción alcanzó los 9.446. Según el avance de resultados del estudio Comercio Interior del Libro 2022, presentado semanas atrás por la Federación de Gremios de Editores de España, el año pasado se publicaron 11.594 libros en lengua catalana, muy por encima del euskera (1.883) y del gallego (1.855), llegando a aglutinar el 14% del mercado nacional. Se trata de un dato histórico: únicamente en 2017 se pusieron más en circulación, con un global de 12.041.
Contrasta este registro con el hecho de que, a día de hoy, sólo uno de cada tres residentes en Cataluña lee habitualmente en catalán. Así lo indica el reciente informe de la Generalitat sobre Hàbits de lectura i compra de llibres 2022, en el que se recoge que el 32,3% elige el catalán, mientras que el 65,5% prefiere el español y el 2,2% restante, cualquier otro idioma. Este porcentaje se mantiene constante en los últimos años, si bien difiere en algunos puntos de los datos aparecidos en el mismo estudio de 2015, el primero que trató esta cuestión, en el que el reparto era del 71% frente al 26,4%.
Este estudio, promovido por el Institut Catalá de les Empreses Culturals (ICEC), también aborda el idioma en el que los encuestados leyeron el último libro –el 65,5% en español, el 29,2% en catalán y el 5,3%, en otro idioma– y qué razones les llevaron a no leerlo en catalán. Al respecto, el 33,4% señaló que le resultaba más sencillo en castellano, el 26,1% no tenía preferencia o alternaba la lengua, el 21,4% no lo eligió, el 20,3% argumentó que no estaba editado en catalán, el 12,4% no entendía el idioma y, finalmente, el 3,7% explicó que no era fácil conseguirlo traducido.
A la luz de dicho análisis, el lector asiduo en catalán tiene, en la actualidad, un perfil muy definido: joven o adolescente, posee estudios secundarios o universitarios y reside en la provincia de Lleida, que se sitúa a la cabeza de este índice, con un 42%, por delante de Barcelona (33,7%), Girona (28,6%) y Tarragona (21,1%). Es más, el documento señala que el 47,5% de los catalanes entre 14 y 25 años leen habitualmente en catalán, llegando al 56% entre los menores de 10 a 13 años, siendo la única ocasión en la que se consulta los hábitos lectores de esa franja de edad en el citado informe.
Este incremento de los lectores habituales en las franjas infantil y juvenil parece inseparable de las consecuencias del modelo de inmersión lingüística implantado en las escuelas de Cataluña, en la que el catalán es la lengua única de enseñanza en la etapa no universitaria. Pese al conflicto político y judicial –la Generalitat ignora, por ejemplo, la sentencia del Tribunal Supremo que obliga a impartir un 25% de horas en castellano–, sus defensores insisten en la necesidad de compensar los años de prohibición. Al tiempo, explican, se garantiza a los alumnos catalanes un dominio del español similar al de estudiantes de otros lugares.
Por el contrario, sus detractores sostienen que las condiciones que se daban en los años ochenta, en los que el catalán se encontraba en clara inferioridad, han cambiado, y que los padres tienen derecho a escolarizar a sus hijos en la lengua de su preferencia. De la misma forma, argumentan que la inmersión impide que los alumnos sean escolarizados en su lengua materna, lo que puede afectar a su rendimiento académico, y que no existe evidencia actualizada y comparable acerca del nivel de castellano de los alumnos catalanes.
Sobre el asunto, Jorge Calero y Álvaro Choi, profesores de la Universidad de Barcelona, concluyeron en el estudio Efectos de la inmersión lingüística sobre el alumnado castellanoparlante en Cataluña (2019) que el modelo “tiene una dimensión problemática” y que su identificación como propuesta de éxito no está avalada por “evidencia empírica contrastable”. A partir de los resultados del PISA 2015 (Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes), sus autores alertan de que el alumnado en cuyos hogares se habla castellano salen perjudicados en las materias afectadas por la inmersión, es decir, Lengua y Ciencias.
Más recientemente, otra encuesta internacional de evaluación educativa, el estudio PIRLS (Progress in International Reading Literacy Study) indicaba que la comprensión lectora de los estudiantes catalanes que cursaban cuarto de Primaria en 2021 había bajado 15 puntos respecto a 2016, quedando muy por debajo de la media española, con 522, a diez puntos del promedio de la OCDE (532). En Cataluña la cifra se sitúa en 507, sólo por encima de Melilla (498) y Ceuta (496) y casi con un curso de retraso con respecto a Asturias, comunidad autónoma que lidera el ranking español con 550 puntos –50 equivalen a un curso escolar–.
Resulta interesante anotar al respecto que el nuevo Pla Nacional del Llibre i la Lectura –aprobado por el Govern a mediados de julio con el lema Lleguim! para dar continuidad a las propuestas del mismo tenor puestas en marcha en 2008, 2012 y 2017– hace referencia en su diagnóstico a los datos del último estudio PIRLS, si bien elude cualquier referencia al modelo de inmersión y achaca los pésimos resultados a cuestiones como la desigualdad social, el contexto familiar, el género e, incluso, la pandemia. Uno de los principales objetivos del plan, dotado con 58 millones de euros, es alcanzar el 40% de lectores habituales en catalán en 2030.
Al tiempo que estos movimientos se suceden de forma más o menos sigilosa en el ámbito lector, la industria editorial en Cataluña –radicada, principalmente, en la provincia de Barcelona– mantiene su fortaleza. A tenor de los datos incluidos en el Anuario de Estadísticas Culturales 2022, elaborado por el Ministerio de Cultura y Deportes a partir de los datos de la Agencia del ISBN, los sellos catalanes lideraron en 2022 la producción de libros en España, con 24.748 (el 26,7% del total), seguidos por los establecidos en la Comunidad de Madrid, con 24.235, el 26,1% en términos porcentuales.
En este punto, es importante indicar que las editoriales catalanas –agrupadas en dos colectivos: el Gremi d’Editors y la Associació d’Editors en Llengua Catalana– publican el 69,6% de sus títulos en castellano y el 26,4% en catalán, según el informe Comercio Interior del Libro 2021. De igual forma, la industria catalana publica el 44,8% de los libros que se editan en castellano en el conjunto de España, sólo superada por Madrid, con el 47,7%, además, lógicamente, del 86,8% de las obras que se publican en catalán en el conjunto del país.
Llama la atención que la facturación del libro en catalán se maneja en términos más o menos estables desde hace años: de los 245,6 millones en 2006 a los 243,2 en 2021, si exceptuamos lo ocurrido a lo largo de la crisis que arrancó a final de 2008 y que tuvo su mayor impacto en 2013, cuando las ventas se desplomaron hasta los 216,7 millones. Por temáticas, ese caudal de ingresos se sustenta en el libro de texto no universitario (105,3 millones), la literatura (52,8) y las letras infantiles y juveniles (49).
Por otro lado, si se tiene en cuenta que el conjunto de la producción editorial de Cataluña ha incrementado su facturación en el mercado interior durante el periodo de 2017 a 2021 –de los 1.178,9 a los 1.345,4 millones, según el documento Estadístiques culturals de Catalunya 2023 difundidas el pasado junio por el Departament de Cultura de la Generalitat–, se podría concluir que el libro en catalán ha perdido, aunque de forma leve, cuota de mercado, pasando del 18,9 al 18,07%, ya que sus ventas crecieron poco más de 20 millones en esos años, de 223,1 en 2017 a los 243,2 en 2021.
Llegados a este punto, resulta interesante anotar el importante despliegue de ayudas públicas que existe a la edición en catalán, convertida, por tanto, en una prioridad política de gran calado: no existe ninguna otra comunidad autónoma con un respaldo similar al sector del libro. Sólo la Generalitat y el Institut Ramón Llull ofrecen un amplio de catálogo de subvenciones para la edición, la promoción y la traducción de libros, así como para la proyección internacional, con presencia habitual en las ferias de Fráncfort, Londres y Guadalajara.
Existen un total de 543 agentes editores en catalán registrados en ISBN, de los que 476 son privados y 67 públicos, destacando en este apartado la Generalitat, con nueve, y la administración local, con 22. Más de un centenar de ellas están vinculadas a la Associació d’Editors en Llengua Catalana, que presentó hace escasas semanas la 41 edición de la Setmana del Llibre en Català que se celebra este mes de septiembre en el Moll de la Fusta de Barcelona. La cita es una de las fechas claves del libro en Cataluña, junto, por supuesto, a la festividad de Sant Jordi.
Por lo demás, el tejido empresarial de la edición en lengua catalana no difiere demasiado del que existe en la actualidad en el resto de España. Se conjuga en él un doble movimiento de concentración y de atomización. En consecuencia, hay grandes grupos editoriales y empresas medianas (algunas de ellas centradas en el libro educativo) e innumerables iniciativas pequeñas de nueva incorporación atraídas por los bajos costes de entrada en el sector. En términos globales, la actividad del libro da empleo a un total de 4.963 personas en Cataluña.
Un cambio importante en este mercado editorial fue la creación, en 2006, de Grup 62, que aglutinaba más de una decena de sellos, entre los que estaban Edicions 62, Proa, Empúries, Columna, Destino, Pòrtic, Educació 62, Estrella Polar, Fanbooks y labutxaca. La compañía –participada mayoritariamente por Planeta desde 2013– aglutina, a día de hoy, en torno al 30% de la edición en catalán, posición que reforzó a comienzos de este año con la entrada en el accionariado del grupo valenciano Bromera, que superó los 7,5 millones de euros de facturación en 2021.
Ya superados los problemas de distribución surgidos el año pasado a raíz de la unión de las dos distribuidoras de libros catalanas más importantes, Àgora y Les Punxes, los retos del sector editorial en Cataluña, al igual que en el resto de España, están en el incremento de los costes y, por tanto, en la subida de los precios de los libros, y en la presumible caída de las ventas tras una masiva vuelta al hábito de la lectura durante la pandemia, si bien algunos expertos alertan de que podrían notarse con mayor virulencia por tratarse de un mercado de dimensiones modestas y con difícil expansión.