Junto al balneario alpino de Oestrich-Winkel, la poetisa Karoline von Günderrode explora el camino hacia la iluminación; sueña por última vez en sombras bajo alces y secuoyas, junto a fuentes cristalinas. Es el 26 de julio de 1806; se pone un elegante vestido rojo y se atraviesa el corazón con un estilete con mango de plata, a causa de un amor imposible.
La Safo del Romanticismo -Tu rojo fuerte / hasta la muerte/ se te parecerá/ mi amor/ no palidecerá el color....- cae a los 26 años a orillas del Rin, y sacude el entorno de jóvenes artistas en el que se encuentra su amiga Betina Brentano, el que sería su marido, Achim von Arnim, o el hermano de Betina, Clemens Brentano, casado con Sofía Mereau. Todos son miembros del Círculo de Heidelberg, la bella ciudad unida al río a través de canales. Pertenecen a la llamada segunda seneración romántica; aman su entorno, la naturaleza idealizada que exhibe todavía hoy sus clásicos establecimientos termales, como el histórico Thermalbad, necesario más que exigible.
El suicidio enmarca el destino de una generación proyectada por el axioma de Fichte: “Yo me produzco como yo, por eso soy”. Este último, uno de los padres del idealismo alemán, es el precursor de Willhelm Schlegel a quien todos consideran “el árbol del conocimiento”. En Heidelberg, donde late el corazón de Alemania, sus vanguardias han escuchado el toque de cornetín de la Naturaleza. Aunque la ciencia ha prosperado, no puede opacar al humanismo.
La imposición del yo se concentra en Bettina, que se traslada a Frankfurt, traba amistad con la madre de Goethe, lo conoce a través de ella y lo visita en Weimar en 1807, hasta acabar convirtiéndose en su amante. Con un añadido: Goethe ha sido amante primero de Maximiliana von La Roche, la madre de Betina, y esta última está convencida de que es hija del gran poeta, lo que no le impide amarlo apasionadamente.
Mucho después, entrado el siglo XX, ante la necesidad de superar los obstáculos que imponen las convenciones sociales y sin dejar de pensar en casos como el de Betina, el gran poeta alemán, nacido en Praga, Rilke, exclama: “No lo derribes, convierte tu muro en un peldaño”.
El embrujo de Marienbad
Cuando Rilke escribe esta frase, la Brentano lleva más de medio siglo muerta; sin embargo, nadie duda de que ella, dotada de un espíritu de piedra preciosa, escogió el camino selvático de existir a destajo. El poeta, como le ocurre antes a Kafka y después a Kundera, se siente vinculado sentimentalmente a Bohemia, su tierra natal, donde hay tantos balnearios como castillos.
Allí sobrevive Marienbad, el más melancólico y embrujador de los espacios termales, coronado en parte gracias a sus visitantes: Turgueniev, Gogol, Twain, Zweig, Ibsen o Mahler. Allí es víctima de la Gestapo Theodor Lessing y compone Richard Strauss. También allí, en una de sus visitas, Robbe-Grillet y Alain Resnais retienen sus instalaciones en la memoria para filmar El año pasado en Marienbad.
La muerte de Gúnderroder tiene lugar en el Alto Rin alpino. Incapaz de soportar la pérdida definitiva de una vida al lado de su amado, devorada por sus emociones, decide entregarse al sueño total. Más cerca ya de la frontera suizo-alemana, la colonia balnearia Bad Hof Ragaz no ha cambiado casi nada desde que, en 1924, el mismo Rilke planea visitar a su amada Marina Tsvietaieva, que se hospeda en casa del noble Alexandre von Thurn und Taxis; en aquella ocasión, el poeta no puede ver a Marina y se conforma con mantener correspondencia con ella –“cuando alguien nos sueña juntos, nosotros nos encontramos” (Las elegías de Dunio)-, pero Rilke muere, dos años más tarde, sin haber conocido realmente a la Tsvietaieva.
Considerado un simbolista, el poeta nunca ha formado parte de la nómina romántica, pero no puede evitar acercarse a los precipicios del alma. En los años veinte Rilke, su amigo Georg Trakl y Stephan George fundan la nueva senda de la poesía alemana y bien puede decirse que son tres postrománticos descatalogados.
Herder se hace a la mar
Los ideales juveniles de Heidelberg y Jena tienen su prehistoria, “un comienzo antes del comienzo”, en palabras de Rüdiger Safranski (Romanticismo, una odisea del espíritu alemán (Tusquets). Los nuevos del ochocientos le deben lo que son a los pioneros de medio siglo antes.
El movimiento comienza como tal el día de 1769 en que Johann Goefried Herder se hace a la mar, bajo el lema sturn und drang, dispuesto a alcanzar las costas de Normandía y olvidarse del ambiente opresivo de Riga, el puerto sobre el mar Báltico. Cuando sale de la enorme ensenada que rodea a la actual capital de Letonia se da cuenta de que su aventura a mar abierto es el origen de la libertad pedida a gritos.
Al Este del Rin, el ímpetu romántico sobre el país se deja notar también a lo lejos, concretamente en Bayreuth, la ciudad monumentalizada por Luis II de Baviera y convertida en un museo wagneriano. En la zona norte de la ciudad, el Hotel Fantasie es la parada obligada, en la que, en 1894, se establecen Pierre Louÿse y su amada, Meariem bint Alí, musa de Bilitis.
No existen solo Parsifal o el Nibelungo; también el poeta francés y otros posteriores, que llegarán más tarde, son almas flotantes y tienen su momento a lo largo del novecientos. El Rin es fiel a su curso, pero su influencia recorre Alemania entera y media Europa.
Al principio del ochocientos, casi todo se desencadena a partir del luctuoso suceso de Günderrode; la redefinición estética en ciernes abre el camino único de una libertad que infantiliza y se hace intolerable. En Heidelberg, el grupo de amigos -los Brentano, Von Arnim, etc- publica El cuerno maravilloso, un cancionero de la naturaleza y el amor, que se convierte, de momento, en el segundo libro de culto del Romanticismo, después de Franz Sternbald de Lutwich Tieck.
Cuerno maravilloso proporciona inspiraciones a la lírica del Romanticismo y del XIX. En su momento su inspiración fue tan grande como la Goethe, quien revisó canción por canción con una justeza de juicio indiscutible. Una generación naciente se nutrió de los cuentos: Eichendorff, Uhland, Morike, Geibel, Greif, Heine y Lenau; y, entre los no alemanes, Longfellow. Entre los prosistas, los hermanos Grimm tomaron del Cuerno maravilloso el punto de partida para sus investigaciones sobre poesía popular.
También músicos, como Schubert o Schuman se inspiran en ellos. Ambos libros son glosados positivamente criticados por Schiller en su libro Sobre poesía ingenua y poesía sentimental, donde advierte sobre el peligro de presentar lo natural con artificiosidad. La reacción ante el empacho de belleza extrema empieza con Schiller y concluye con Mahler: “Mi cuento de hadas ha terminado al fin; es un verdadero hijo del dolor”, escribe el compositor respecto de su pieza La canción del lamento.
Cuando el curso bajo del Rin busca nuevos caudales encuentra la ayuda del Fulda, que llega después de bañar Kassel, donde vivieron los legendarios hermanos Jacob y Wilhelm Grimm. Allí, donde se inspiraron los hermanos folcloristas y lexicógrafos, todavía es posible hacer noche en Donröschen, una fortaleza medieval convertida en hotel en 1960; sus habitaciones sin número llevan nombres de animales del bosque y, cuando llegan al reino de las hadas, a los huéspedes se les ofrece una poción mágica, con suplemento en euros, que incluye el trato en inglés.
Los Grimm, que eternizan el despertar de la Bella Durmiente en brazos de príncipe encantador, estudian Derecho y Literatura en la Universidad de Marburgo. Pero quien les influye en su juventud es Clemens Brentano, el poeta y folclorista, que les abre las puertas del Círculo de Heidelberg. Los hermanos hicieron del bosque su segunda residencia; allí donde levantaron un castillo de hadas cubierto de hierba y espino, reflejado en Cuentos de niños y del hogar publicado en 1812. En la colección en castellano titulada Cuentos de hadas de los hermanos Grimm (LaOficina), van apareciendo, La historia de uno que hizo en viaje para saber lo que era el miedo, El rey rana, Hansel y Gretel o El gato y el ratón hacen vida en común, entre muchos más.
Himnos de la noche
Para entonces, Novalis, ya es una de las claves del romanticismo temprano. El autor de Himnos de la noche, asiste a las clases de Friedrch Schiller y conoce a Fichte, Hegel y Schelling, sabios que iniciaron sus estudios en los dicasterios eclesiásticos, pasaron por el luteranismo y acabaron aceptando la masonería.
A orillas del río Saale, en el último año del siglo XVIII, sobre los acantilados calcáreos, un grupo de amigos junto al fuego hablan y se contemplan con curiosidad: Auguste Wielhelm Schehel y su hermano Friedrich, la atractiva esposa del primero, el catedrático Schelling, el poeta y novelista Ludwig Teitn y sentado en el suelo, el joven Friedrich von Hardenberg (Novalis). Nace el Círculo de Jena, en el otro extremo del país, pero marcado a fuego por idénticos principios a los del Círculo de Heidelberg. Desde aquel día y sin pretenderlo, Novalis será un cemento entre ambos lados.
Novalis y Schlegel admiran la Revolución Francesa hasta que Napoleón invade el Este. El primero se parapeta entonces detrás de la poesía en el ensayo La cristiandad o Europa (Rialp), junto a sus amigos de Jena; los primeros románticos se apartan así de Prusia, para refugiarse en la inspiración imperial de Viena, el Sacro Imperio que salvará a la cristiandad. El pannacionalismo germánico no ha mostrado todavía sus afiladas garras y una gran parte de la intelectualidad alemana ve a los Habsburgo como la solución, una fe similar a la del Libro de Daniel -el exilio de los israelitas en Babilonia bajo el reinado Nabucodonosor- que profetiza la salvación del mundo.
La nobleza alemana, origen y cruce de los gentilicios más poderosos de Europa, se mantiene al margen. No existen madame de Rambouillet ni el salón rival de Scudéry; la Ilustración, a su paso por los salones del Marais parisino, ha dejado arrumbadas en las bibliotecas las obras de Voltaire y Rousseau o Diderot. Cuando en Alemania comienza el nuevo ciclo, el resto del continente dormita. La Europa que hablaba francés se contrae y se abre el primer resquicio de Mitteleuropa, una marea lenta que acabará con el romanticismo y que se disipará después en las nuevas vanguardias. El romanticismo alemán ha sido un grito de guerra; sus capitales, Weimar y Viena, han sido encumbradas antes de convertirse en las cenizas del fuego pangermánico.
Como movimiento, el radicalismo estético del XIX también tiene un final, que tal vez debamos celebrar ahora, a través de una cita en Coblenza. La ciudad de Orden Teutónica bañada por la confluencia del Rin y el Mosela. Es el paisaje de la Esquina Alemana la Deutsches Eck, con la estatua ecuestre de Guillermo I. Una ciudad silente laboriosa industrial pero ignota.
Novalis coloca un broche de oro a lo él llama romantizar el mundo: “...cuando doy alto sentido a lo ordinario, a la conocida dignidad de lo desconocido y apariencia infinita a lo finito, con todo ello romantizo”. El ich romantisiere desvela la relación del movimiento con la religión. Han sido dos siglos de perseverancia, tratando de contraponer el arte al mundo desencantado de la secularización. Lo romántico es la actitud mental del espíritu, no se le puede encorsetar en una época. Pero puestos a ofrecen un final, nuestro viaje de verano, después de Dresde, Riga, Weimar, Jena, Heidelberg, Maguncia o Koblenza, llega al maestro E.T.A. Hoffman, el creador que deja de vincular su arte con el altísimo y pone punto final a lo infinito.
El mensaje romántico por excelencia dice “prohibido banalizar”, y sin embargo en los confines más rigurosos de la literatura alemana nos aguarda Doctor Faustus, de Thomas Mann, una ficción alejada históricamente del romanticismo académico, y que sin embargo convierte en épica la sórdida realidad; un libro romántico que lleva el Romanticismo a juicio. Sin olvidarnos de un atronador final, con Wagner y Nietzsche, faros de la cultura alemana que no son románticos, pero se consideran siempre discípulos de Dionisio.