El imaginario popular los ha convertido en lugares terroríficos. Sin embargo, los cementerios son espacios donde está inscrita gran parte de nuestra historia, en los que la vida está mucho más presente de lo que podríamos creer. Al visitarlos nos reencontrarnos a nuestros difuntos, los recordamos y volvemos a hacerlos presentes. Hay muertos ilustres cuyas tumbas se han convertido en lugares de peregrinaje y muertos marginados cuyos nombres se han olvidado y cuyos cuerpos fueron enterrados por separado al no ser considerados dignos.
Ellos cuentan la historia de nosotros, una sociedad que se enfrenta a la muerte y al arte funerario de manera distinta en cada periodo de la historia. En Una tumba con vistas (Capitán Swing), el periodista Peter Ross escribe una historia de cementerios que es una historia de personas, relatos distintos y un fascinante recorrido entre tumbas.
-Usted creció cerca de un cementerio. ¿Por qué se los asocia con lo terrorífico?
-Estoy tan asustado por la perspectiva de mi propia muerte, y la muerte de mis seres queridos, como la mayoría de la gente, pero nunca he pensado que los cementerios sean lugares aterradores. Los muertos no lo son. En mi infancia solía pasar los días jugando y explorando el cementerio de Old Town en Stirling, una ciudad en el centro de Escocia.
Era muy consciente de que había muertos a mí alrededor. Los nombres y fechas de las piedras anunciaban su presencia. Pero eso no me daba miedo. Simplemente me hizo preguntarme acerca de sus vidas. ¿Cómo eran? ¿Se conocían? Si es así, ¿qué tipo de relaciones tenían? Incluso ahora los viejos cementerios me parecen intelectual y emocionalmente más estimulantes que aterradores. Siento las historias por todas partes.
–Usted terminó de escribir el libro cuando comenzó la pandemia. ¿El Covid ha transformado nuestra relación con la muerte y con los muertos?
–Creo que la experiencia de la pandemia nos ha cambiado de maneras tan profundas que aún no las apreciamos por completo. Terminé de escribir el libro en marzo de 2020, en un momento en que estaba claro que mucha gente iba a morir, pero no cuánto iba a durar este tiempo de enfermedad y muerte.
Mi editor y yo discutimos lo que esto significaría para el libro. ¿No sería un libro sobre la muerte lo último que la gente querría leer en ese momento? La cuestión es que el libro no trata realmente sobre la muerte, sino sobre la vida. De hecho, trata del amor. Lo que descubrí es que muchos lectores, al encontrar el libro durante la pandemia y después, descubrieron que habla muy profundamente sobre la vida, el amor y la pérdida.
La gente me dice que lo encuentran reconfortante y significativo, en lugar de sombrío y aterrador. Y eso es lo que encontré en los cementerios en la pandemia. Durante el período de cierre, cuando se nos permitía salir una hora cada día para hacer ejercicio, mi familia y yo caminábamos por el cementerio que hay detrás de nuestra casa. Podrías pensar que la muerte estaba tan en el aire y que un cementerio sería un lugar de oscuridad y miedo, pero la presencia de los muertos me pareció un consuelo. Eran como vecinos. Ya habían pasado por todo eso antes, momentos de enfermedad y ansiedad, y sentí como si tuvieran un brazo alrededor de mi hombro.
–¿Podríamos decir que sin los cementerios no podemos narrar nuestra historia?
–Sheldon K. Goodman, que dirige Cemetery Club, llama a los cementerios bibliotecas de los muertos. Esto es exactamente lo que siento por ellos. Caminas mirando las piedras y es como mirar libros en un estante. Un nombre o una imagen tallada te llama la atención y, de repente, te encuentras con ganas de saber más sobre esa persona.
También hay algo muy íntimo en una tumba. Estás parado donde yace esa persona. Creo que el elemento físico hace que un cementerio sea estimulante como lugar de historias. No es puramente intelectual. Ellos están en la tierra, tú estás parado sobre ella, así que se produce una especie de encuentro entre ambos. Todavía hay una distancia, por supuesto. Han ido donde tú no has ido. Sin embargo, estás cerca de su cuerpo y cerca de su memorial, y creo que es natural que quieras aprender más sobre su vida.
–El cementerio de Highgate plantea cuestiones interesantes. ¿Al ser uno de los cementerios más caros de Inglaterra, no es un ejemplo de que uno es tratado también una vez muerto en función a la clase social a la que pertenece?
–No es tanto la clase social como la riqueza lo que es importante. Highgate es un lugar caro para ser enterrado por dos razones. Es el cementerio más célebre del Reino Unido, conocido por la grandeza de sus monumentos y edificios y por las personas famosas que están enterradas allí. Descansar allí es un símbolo de estatus.
En segundo lugar, no queda mucho espacio para nuevos entierros. Es una economía de oferta y demanda. Mucha gente quisiera ser enterrada allí, pero no todos pueden serlo. Los grandes cementerios-jardín del siglo XIX eran lugares que permitían demostrar estatus social. Para los victorianos, el monumento que erigiste para un ser querido es una oportunidad para mostrar la profundidad de tu dolor, la profundidad de tu fe y la profundidad de tus bolsillos. Había algo performativo en ellos cuando se construyeron.
–Highgate evidencia el fenómeno del turismo funerario y sus contradicciones. Pensemos en el cantante George Michael. ¿Debe prevalecer el derecho de la familia o el de los fans?
–En el momento en que escribí el libro, solo se podía acceder al lado oeste de Highgate en una visita guiada que no pasaba por la tumba de George Michael. En una visita más reciente descubrí que ahora era posible hacer un recorrido sin acompañante por el lado oeste y ver su tumba. Sin embargo, un letrero al lado de la piedra pedía a los visitantes que no tomaran fotografías ni dejaran homenajes. Por lo que pude ver, la gente estaba respetando eso.
Los deseos de la familia son más importantes que el deseo de los fans. Creo que es significativo que su nombre real, su nombre griego, esté escrito en la piedra. George Michael pertenecía al mundo, pero el hombre enterrado en ese lugar era un hijo y un hermano. Pasará el tiempo y la tumba llegará a convertirse en un hito histórico, pero en este momento me parece un lugar muy importante como lugar de recuerdo y dolor para quienes lo conocieron.
–¿Tiene sentido que un cementerio se convierta en museo? ¿Puede un cementerio, convertido en una atracción turística, no admitir nuevos enterramientos?
–Cuando un cementerio se cierra a nuevos entierros, muere. Es entonces cuando se vuelve puramente histórico, una especie de museo. El dolor sentido en el presente es el pulso de un cementerio, el latido bajo los pies. Estos lugares están vivos mientras dan la bienvenida a los recién fallecidos. Cuando pasa ese día y un cementerio ya no cumple esta función puede seguir siendo un lugar hermoso y fascinante, pero pierde algo significativo: el latido de su corazón, supongo.
–Usted rescata la historia de una chica de Crossbone, muerta por sífilis. Su cuerpo fue hallado en las obras de ampliación del metro de Londres. ¿Recuperar su historia y devolverle la identidad es un acto de justicia?
-Sufría sífilis, pero no podemos decir que su muerte fuera resultado de la enfermedad.Su verdadero nombre pudo haber sido Elizabeth Mitchell. Murió en la década de 1850 y fue una de las mujeres (muchas de las cuales se creía que eran prostitutas) que fueron enterradas en tumbas anónimas en ese rincón particular de Londres durante siglos.
Este capítulo del libro no pretende ser ningún tipo de acto de justicia o un gesto político; más bien, estoy escribiendo sobre las acciones. Me fascina la forma en que el Cementerio de Tibias Cruzadas se ha convertido en un lugar donde los muertos marginados son honrados de una manera que no lo fueron en vida. Ese sitio se ha convertido en un lugar donde las personas que se sienten marginadas pueden venir y recordar sus pérdidas.
También admiro al clero de la Catedral de Southwark que, cada año, alrededor de la Fiesta de María Magdalena, realiza una procesión hasta el cementerio y celebra un servicio religioso dentro del mismo en el que se disculpan por el papel de la Iglesia en el tratamiento dado a las trabajadoras sexuales medievales, que estaban autorizadas por la Iglesia, pero se las consideraba indignas de tener su sepultura en suelo consagrado.