Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) no busca la notoriedad, pero no está dispuesto a quedarse en un rincón concentrado en cómo puede hilar una nueva historia que se plasme en una novela. Actúa, señala, “desdoblado”, al defender que el escritor es también un intelectual que debe ser consciente de su papel en el ámbito público. ¿Problemas? Muchos, admite Cercas, en esta larga conversación con Letra Global, porque posicionarse en los medios de comunicación, con una tribuna periódica –en su caso en El País—supone el desdén o el rechazo de otros ciudadanos, que comparten esa conversación pública. Pero “se debe hacer, porque los escritores no podemos decir que no seamos ciudadanos”. Cercas lo tiene claro. Lo ha reflejado en su libro No callar (Tusquests), que recoge una amplia selección de sus artículos y conferencias. Habla de corrido, rápido, mira al interlocutor, lo interpela, y conversa, en un diálogo que podría ser eterno: “Un escritor no puede encerrarse en una torre de marfil, como ciudadano debe mojarse", proclama.
¿Puede el escritor, con sus novelas, mantener un rol discreto, ajeno al bullicio, sin la pretensión de convencer a nadie? Cercas expone su posición, que, entiende, debería corresponder a cualquier escritor que asuma un papel activo en la sociedad. “Desde el siglo XIX el escritor es también una voz que hay que tener en cuenta. Es escritor, pero también persona, y adquiere la condición de ciudadano. Ese escritor, que se ha llamado intelectual cuando se pronuncia en el espacio público, debe decir sí o no ante muchas cuestiones, como pueda ser ahora la invasión rusa en Ucrania. Yo no reivindico nada, pero entiendo que ese debe ser mi papel, disociado en dos partes: como novelista, con mis creaciones literarias, y como ciudadano”.
Pero muchos otros narradores no tienen la notoriedad de Cercas, que mantiene una tribuna en El País, y que ha sido objeto de duras críticas, en particular cuando ha reprochado con contundencia a los dirigentes independentistas en Catalunya por impulsar el proceso independentista. ¿Puede ausentarse del debate público un escritor, el autor, entre otras obras, de El monarca de las sombras? “Puedo responder con otra pregunta, al considerar si soy o no un extraterreste. Pero, ¿se puede ser cuando un país se puede ir literalmente a la mierda, cuando asistes a lo que ha ocurrido en el Reino Unido con el Brexit, o en Catalunya durante el proceso independentista, que fue un golpe a la Constitución, o cuando se invade Ucrania, que es algo crucial para un europeo? No puedes aislarte. Un escritor no puede encerrarse en una torre de marfil, como ciudadano debe mojarse”.
¿Torres de marfil para los escritores, para que solo sirvan a sus lectores, que esperan con ansiedad nuevas entregas de sus creaciones? Cercas se inclina hacia delante, con sus brazos apoyados en la mesa, porque rechaza de plano algunos ejemplos de narradores ilustres: “Borges decía que la torre de marfil es una pieza de ajedrez. Él firmó muchos manifiestos antiperonistas. Y Kafka, que se suele malinterpretar, simpatizó con el anarquismo y en 1912 fue detenido por la policía por participar en un acto de protesta contra la ejecución en París del anarquista Liabeuf”. Los dos, a juicio de Javier Cercas, fueron intelectuales, lo asumieran de lleno o no, siguiendo la consideración de Kant, para quien una de las condiciones de la Ilustración consiste en que el individuo puede hacer un uso público de la razón. ¿Qué se entendía como uso público? Siguiendo a Kant, como apunta Cercas, “aquel que, en calidad de maestro, se puede hacer ante el gran público del mundo de los lectores”.
Cercas escribe, en muchos de esos artículos seleccionados en No callar sobre el proceso de creación, sobre autores y sobre el mundo de la literatura. Pero, a partir, principalmente, de 2008, esas columnas y conferencias dan paso a reflexiones profundas sobre la situación política. Experimenta un cambio, que él reconoce, producto de la crisis financiera y económica, que viene seguida del proceso independentista en Catalunya y del auge de los populismos a escala global, y que tiene un punto culminante en el Brexit, con la salida del Reino Unido de la Unión Europea. En momentos de ese calibre, Cercas insiste en que el escritor debe saber qué papel debe ocupar. “Te ves interpelado, porque, ¿alguien podía no sentirse concernido con lo que pasaba en Catalunya? Un escritor es como el personaje de Chus Lampreave en Mujeres al borde un ataque de nervios, cuando en una escena dice que es testigo de Jehová y que no puede mentir, y empieza a cantar ‘Me va, me va, me va, me van los sonidos de las trompetas del juicido final’. Somos como Chus Lampreave”.
¿Cómo lo concreta Cercas? “En las novelas imaginas, cuentas ficciones, pero frente a la realidad no puedes, estarías traicionando tu instrumento, que es la palabra. La palabra está hecha para decir la verdad”. ¿Y quién toma esa palabra? ¿Cómo se diferencia? La conversación sube en intensidad: “El novelista y el escritor-ciudadano son distintos, son opuestos, se llevan fatal. El novelista es un señor que trabaja con la palabra. Ambos buscan la verdad, pero el novelista trabaja con verdades esencialmente irónicas”. El ejemplo de Cercas es Don Quijote, alguien que parece que “está como una cabra, pero que muestra una lucidez total. Y esa es la ironía con la que trabaja el escritor. Todo tiene su envés”.
La idea la vuelve a remachar Cercas: “El novelista no dice nunca ni sí ni no, porque el instrumento esencial de la novela es la ironía y, siguiendo a Thomas Mann, la ironía no consiste en decir ‘ni esto ni aquello’, sino ‘esto y aquello’ a la vez. El intelectual, en cambio, igual que el ciudadano, tarde o temprano está obligado a decir sí o no”.
Las diferencias son claras. Otra cosa es la posición que cada escritor, que busca lectores, que dialoga a través de sus creaciones, decida tener. La de Cercas es diáfana. Pero con la misma pasión reivindica al novelista. “La novela es esencial para la modernidad, con Don Quijote en el centro. Sin novela no hay democracia, y la prueba de ello es la historia sobre cómo se abre camino, sobre cómo se desarrolla la sociedad abierta. Lo que crea Cervantes con Don Quijote es un arma de destrucción masiva contra la visión cerrada, totalizante del mundo”.
Ahora bien, ¿qué papel cumple esa literatura que reivindica Cercas? “Yo creo que la literatura es muy útil, pero siempre y cuando no se proponga ser útil. Si se lo propone, se convierte en propaganda o pedagogia. Si el novelista vence al ciudadano, las novelas se pueden convertir en ilustración de sus ideas, en apología de sus ideas”.
¿Se callará Cercas? ¿Se concentrará en sus próximas novelas? Experto en experimentar con la verdad, en busca, precisamente, de la verdad, como mostró en creaciones como Anatomía de un instante o El impostor, Cercas tiene claro que mantendrá su posición. “Tengo odiadores, y a todos ellos les digo que han pinchado en hueso, que no pienso cambiar. Que me gusta hablar y que no me voy a callar. El propósito que persiguen es inútil. Pero el libro, que refleja esa visión, sirve también para reivindicar lo que tengo muy claro desde hace mucho tiempo y es que la democracia es de todos. La democracia es demasiado importante para dejarla en manos sólo de los políticos”.
¿Y si se concentra en grandes novelas para la legión de lectores que son fieles a Cercas? “Sería decir como señalaba Franco, con aquello de ‘usted no se meta en política’”.
Cercas insiste en que no es una obligación señalar, comentar, reflexionar o reprochar con toda la contundencia posible a un determinado político o a una institución. Pero él ha tomado partido. Lo evidencia en No Callar, donde, realmente, no se deja nada en el tintero. El Cercas “ciudadano” opina y se moja. El Cercas novelista exhibe la ironía necesaria para que el lector se haga su propia composición de lugar y disfrute de la lectura.