Uno de los poemas más famosos de Pessoa es Poema en línea recta, donde se queja de que no conoce a nadie a quien le hayan dado una paliza, todas las personas que conoce son “campeones en todo”. Con sarcasmo lo dice. Él, Pessoa, es vil, es un parásito, de hecho a veces no se baña por mera pereza, es un puerco, también ha hecho cochinadas económicas, ha pedido prestado dinero que nunca ha devuelto, le han injuriado y en vez de responder a la agresión se ha callado, y a la hora de las bofetadas es de los que se agachan para no recibirlas, en vez de plantar cara al enemigo. Etcétera. Resulta que toda la gente que conoce nunca ha hecho nada ridículo, pueden, tal vez, haber fracasado, pero ¿caer en el ridículo? ¡No, eso no, nunca! Al cabo de unos versos, concluye: “Me doy cuenta de que no tengo par en esto en todo el mundo”.
Bueno, es un extraño, divertido, penetrante ejercicio solamente en apariencia auto-denigratorio, masoquista, sólo en apariencia, digo, porque Pessoa, aunque consciente de que como cualquiera tenía sus fallas y sus limitaciones, en realidad estaba convencido no sólo de que era un poeta mejor que el poeta nacional portugués, Luis de Camôes, y que encarnaba a un “Super-Camôes”, sino que con él se inauguraría un nuevo imperio portugués, que no sería un imperio, como los otros, de naturaleza militar o colonial, sino cultural, literaria. Así que de ser excesivamente “modesto” nadie puede acusar al gran Pessoa.
Empecé contando esto para calentar un poco, este sábado, en la librería Olavide (Olid, 14) de Madrid, al público, que era numeroso, abarrotaba la bonita y sugerente librería, cosa que me sorprendió siendo sábado a la hora del aperitivo, que es cuando la población entera de la ciudad si no ha salido de fin de semana está tomando el aperitivo en las diez mil terrazas. Presentábamos el libro Algún día seré recuerdo (Anagrama) donde Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) reúne una rigurosa e intencionada selección de sus conferencias, ensayos literarios que fueron prólogos a libros de otros autores, y colaboraciones en prensa de las últimas décadas.
Un orgulloso de primera categoría
Mencioné el Poema en línea recta, donde Pessoa, siendo secretamente tan orgulloso, se presenta como “vil, literalmente vil, vil en el sentido mezquino e infame de la vileza”, porque Giralt, que estoy seguro es plenamente consciente de su excelencia como prosista (baste recordar su lograda, exitosa y muy influyente influyente deconstrucción paterna Tiempo de vida, o París, premio Herralde de novela) también se presenta en un texto singular, con el mismo título del libro, como el protagonista de “varias anécdotas vergonzosas” que explica dando lujo de detalles en vez de cubrirlas con un tupido velo, y alguien que cuando se reparten bofetadas y el varón que se precia tiene que dar la cara, escurre el bulto, tanto por miedo al daño como, sobre todo, por vergüenza ajena.
A mí, conociendo al autor, no me engaña: es un truco para la captiato benevolentiae del lector, para hacerle sentirse cómodo y no entre esos que, supuestamente, no fueron “nunca sino príncipes, todos ellos príncipes en la vida”. Como en el caso de Pessoa, esa poquedad es impostada, y yo estoy convencido –dije ayer como un elogio— de que en realidad Giralt es un orgulloso de primera categoría. No puede haber escritor, artista o músico que no lo sea en alguna medida. Pero se le agradece la impostura porque ilumina otra impostura poco señalada sobre la vida social y del ego de cada uno.
Digo, dije, que la selección era “rigurosa e intencionada”, porque son 250 páginas destiladas de una actividad pública copiosa en el periodo 2000-2023, con la que además de salvar algunos de los escritos para la prensa o para las conferencias de su natural condena al olvido inmediato, el autor compone una especie de autobiografía lateral, en la que caben las meditaciones sobre la naturaleza y el destino de la novela en el siglo XXI, las anécdotas personales, los personajes extraordinarios y “más fuertes que la vida” que ha encontrado o que ha sabido descubrir dentro de su propia familia, lo confesional, las glosas al mundo de las artes plásticas y los aguafuertes de siluetas literarias –Boswell, Bioy Casares, Pitol, Javier Marías o el propio abuelo de Giralt, Torrente Ballester--. En fin: la vida de un escritor, que salvo alguna extravagancia puntual consiste, básicamente, en estar sentado, leer, pensar y escribir, y en torno a la cual, eso sí, gira la vida como un torbellino más o menos divertido, más o menos angustioso.
También dije que Giralt escribe muy bien, aunque eso ya lo sabía el público, si no de qué hubiera estado allí, abarrotando una librería de Madrid, ayer, sábado de abril, día de cielo diáfano, día dulce y soleado.