Un ciudadano, alguien comprometido con su comunidad, la más inmediata, que escribe, que juega al tenis, y que ha alcanzado el sueño de ser un escritor reconocido, tal vez el narrador español más internacional, y que, todavía, es capaz de mostrar su perplejidad ante lo que le rodea y frente a las acciones de personas que él creía tan racionales y “comunes y corrientes” como él. Es Javier Cercas, autor de libros tan determinantes como Anatomía de un instante –Jordi Pujol dijo de esa obra frene a un grupo de periodistas: “Si quieren conocer y entender la Transicion, deben leerlo”--, Soldados de Salamina, El monarca de las sombras o El impostor. Habrá gustos literarios, claro, pero Cercas ya ha logrado un puesto de honor en la literatura española. Sin embargo, ¿debe el escritor batallar en el barro y alzar su voz cuando lo considere oportuno? En eso Cercas, que se define como “un catalán común y corriente”, --luego se verá en qué contexto—no ha tenido dudas. Ha actuado como un ciudadano comprometido y tiene la intención de seguir haciéndolo.
Nada mejor para comprobar su misión ciudadana que recoger toda su obra no literaria, la que ha publicado principalmente en el diario El País, pero que ha diseminado también en conferencias y ensayos. Cercas publica ahora No callar, crónicas, ensayos y artículos, entre 2000 y 2022, editado por Tusquests, con la selección y ordenación de los textos por parte de Juan Cerezo y Josep Maria Ventosa. El resultado, con todo el material clasificado a partir de nueve grandes temas o perspectivas, constatan la voluntad de Cercas de aprehender el signo de los tiempos desde su propia perspectiva generacional. A modo de Canetti --cuando el premio Nobel de 1981 aseguraba que quería agarrar por el cuello al siglo XX con su monumental obra Masa y poder—Cercas sigue también a Borges, para manejarse entre dualidades, asombros y paradojas.
Y establece Cercas algunas lecciones, en momentos en los que todo es relativo, en lo que todo se cuestiona, y donde nadie, parece, estuvo a la altura de las circunstancias. Su posición respecto a la Transición es nítida y Cercas podría hacer gala de ello, porque ha presentado sus luces y sombras, con una premisa que, desde la honestidad, poco se puede discutir. En uno de sus artículos, La transicion, papá y mamá, constata lo que irá repitiendo de mil maneras a lo largo de su obra periodística y también literaria: la transición se hizo como se pudo y más bien que mal. Ofreció las bases para una democracia naciente. El problema vino luego, no con la Transición. Fue el letargo posterior, la “siesta” de muchos, que creyeron que todo estaba hecho. Y la democracia española necesitaba mimarse, fortalecerse, mejorar en distintos aspectos. Una democracia que sufre, para Cercas, un gran golpe con la crisis económica de 2007 y 2008, y que genera formas de hacer y de enteder la política –“el kitsch de izquierdas”—que no han resultado mejores. Al contrario.
Como el mejor politólogo, Cercas ahonda en el gran problema de la democracia española, comprensible en la Transición, pero sin que, con posterioridad, se quisiera o se intentara ponerle remedio. ¿Cuál? El poder de los partidos políticos, que era preciso que lo tuvieran a finales de los años setenta para poner en pie una democracia, tras cuarenta años de dictadura, pero que, con el paso del tiempo, han ocupado todas las instituciones. Es una partitocracia que ha anulado el potencial de una democracia todavía joven.
La otra gran cuestión en la que Cercas indaga, porque él se reconoce en esa tradición, es la izquierda política. ¿Cómo pudo admitir en territorios como Cataluña la hegemonía del nacionalismo? ¿Y cómo ha podido en el conjunto de España ir en contra de sus propios méritos, atacar la propia obra de la izquierda –la Transición—en la que trabajó más y se sacrificó más que la derecha? Eso lo ejemplifica Cercas –aunque hay muchos artículos en el libro sobre esa cuestión—en el escrito bajo el título Contra Felipe González. No defiende su figura sin crítica alguna, al revés, pero Cercas señala “un hecho”. Lo remata así: “En todo caso, lo seguro es que ha contribuido infinitamente más a mejorar la vida de sus conciudadanos que cuantos, desde todos los confines del espectro ideológico, continúan abominando a diario de él. Esto no es una opinión: es un hecho”.
Gran parte de lo que tiene dentro Cercas, de lo que asimila y quiere expresar como ciudadano –siempre, claro, desde la tribuna que se le ofrece por ser un escritor de éxito—se plasma en ¿Qué significa hoy ser español?, publicado en 2017, en el fragor de todo el proceso independentista en Cataluña. Ese artículo es vital, porque huye de las esencias y constata que la crítica a lo que pasó en Cataluña no puede de ningún modo asimilarse a la defensa de un proyecto político diametralmente opuesto. No, de ningún modo.
Lengua catalana y poder
Él mismo se desnuda: “Nací en 1962 en Extremadura, al sudoeste de España, pero cuando tenía cuatro años mi familia emigró a Cataluña. Soy, por tanto, un catalán común y corriente, porque la Cataluña del siglo XX se construyó con un trasvase masivo de emigrantes desde el sur pobre de España hasta el norte rico. Añadiré que no me siento ni especialmente español ni especialmente catalán; o quizá me siento ambas cosas, y desde luego en mi casa se habla catalán y castellano, como en tantas casas catalanas”. (…) “Simplemente, no me gusta vivir en un sitio donde los gobernantes violan de manera flagrante, en nombre de una ilusoria patria oprimida y por supuesto de la democracia, las más elementales reglas democráticas, con el fin de obtener todo el poder y toda la pompa, y lo hacen además cuando el país empezaba a salir de una crisis económica atroz, sin importarles lo más mínimo el perjuicio evidente que estaban causando al bienestar de sus conciudadanos”.
Por fijar esa posición, Cercas fue objeto de furiosas invectivas y rechazado como parte de una comunidad que ha identificado la lengua y la cultura catalanas con el nacionalismo y el independentismo. Dando un salto hacia atrás, Cercas escribió en 2011 su artículo El fracaso de la izquierda en Cataluña, recogido en el libro, en el que destaca cómo no se ha podido separar el proyecto político de la defensa de la lengua y la cultura catalanas. ¿Ha sido imposible desde el primer momento?
Cada lector encontrará su artículo ideal, con el que más se identifique con el escritor. Pero deberá detenerse en uno en concreto: Si yo fuera un escritor en catalán. A partir de un encargo, de un encuentro entre escritores, en el que le piden a Cercas que imaginara cómo podría trabajar y sentirse siendo escritor en una lengua minoritaria y no en la potente lengua castellana, el autor cumple la misión y desarrolla una teoría sobre el poder en Cataluña, con la pretensión de que también en el conjunto de España se sepa entender el problema.
Atacar el catalán, o cuestionar –algo que es mejorable y podría subsanarse de forma relativamente fácil—la forma en la que se enseña en las escuelas –la derecha española lo hace de forma constante—cohesiona, a juicio de Cercas, a los nacionalistas-independentistas, que asumen un hecho: catalán e independencia van unidos. El escritor se revuelve, contra los independentistas, pero también contra los que niegan la pluralidad en España: “No se engañen: lo que pasa ahora mismo en Cataluña no es cuestión de lenguas; es cuestión de poder: a ojos de la mayoría de los políticos secesionistas, la lengua es solo un instrumento para conseguir todo el poder; de hecho, contra lo que creen muchos de mis colegas catalanes que escriben en catalán, no hay razón alguna para pensar que, si Cataluña alcanza la secesión, al día siguiente los políticos secesionistas no empiecen a olvidarse del catalán”, asegura Cercas, que toma el caso de Irlanda y su independencia como ejemplo, en alusión al gaélico, que se arrinconó en beneficio del inglés.
Volvamos al Cercas tenista para abordar el conjunto del libro. Es el artículo más bello. En Los sueños cumplidos, el escritor recuerda que, tal vez, --aquellas cosas que cuando uno va cumpliendo años siempre tiene presente—pudo haber sido tenista. Asegura que no era muy bueno, pero le encantaba el juego, y podía pasar horas y horas en una pista de tenis. En un campeonato infantil, el joven Javier coincidió con Juan Aguilera (también nacido en 1962). Fue un jugador de cierto éxito, ganador de varios torneos de la ATP. Jugando con su hijo, ya como Cercas escritor aficionado al tenis, el autor de Soldados de Salamina recueda aquel lejano torneo. Desde el suelo, tras caer al buscar una bola “imposible” que le acaba de lanzar su hijo, Cercas, mirando al cielo, piensa que sus sueños de tenista se cumplieron con Aguilera, aunque tuvo un éxito fugaz. Y recordaba que al joven Juan le gustaban más el rock y la literatura que el propio tenis. Así que, ya erguido, dispuesto a servir para un nuevo juego, con su hijo al resto, Cercas piensa: “Me pregunto qué habrá sido de Aguilera y también me pregunto si es verdad que quería ser escritor y me contesto que, si lo es, quizá todavía estoy a tiempo de intentar cumplir su sueño”.
Escrito en 2010, los lectores dirán si Javier Cercas, en 2023, es ya ese enorme escritor, pero, ante todo, si es un ciudadano comprometido, del que, por supuesto, se puede discrepar.