Comiendo con Eduardo Moga, en nuestro restaurante de siempre, donde ya lo conocen. De repente le digo: “Estoy leyendo un libro que es la hostia”. Él dice: “Yo también”. Lo sacamos a la vez, es Circular 22, el último libro de Vicente Luis Mora, publicado por Galaxia Gutenberg. Una obra que está despertando auténticos entusiasmos entre los lectores más enfermos, los más insomnes y hedonistas y ascéticos. Me comenta Eduardo: “En otro país, este libro llenaría los periódicos”. Es una especie de secreto a voces: Circular 22 no es un libro, es un acontecimiento literario.
Resulta entretenido tratar de entender qué es este extraño artefacto de 625 folios. De entrada parece una novela descentralizada, pero podría ser también un libro de poemas, poemas en prosa, poemas en verso. ¡En Circular 22 son buenas hasta las letras de Reguetón! No hay duda de que se trata de un libro multifocal, fragmentario, pero también dotado de una misteriosa unidad. De estilo y de arquitectura. Su factura tiene que ver con la Odisea, sin duda abundan los aromas a la Grecia más especulativa, la heraclitana. Por lo tanto, podría ser una epopeya, también un libro de filosofía, sobre el tema de la Ciudad, que engloba todos los materiales y sedimentos de esta obra viva, que no solo respira sino que también suda, sufre, habla por los descosidos y también sangra y excreta.
Lo más probable es que tenga relación con Las mil y una noches y su sed infinita y compulsiva de historias; también es posible que se aproxime a una especie de Decamerón pasado por el túrmix. La calidad de los relatos que lo componen es casi prodigiosa. A veces no son más que anécdotas, a veces tocan teclas de auténtico significado cósmico. ¿Cómo lo consigue? Construyendo personajes tan universales como fugaces, como la poeta Claudia, que harta de ser invisible se inventa sus propias giras norteamericanas y finge el éxito; o el viejo Cástulo, que solo se realiza si le dan una buena tunda. Este pasaje de múltiples direcciones permite que entren y salgan toda clase de soñadores vulnerables, nos habla directamente a nuestra conciencia de lectores nómadas e intranquilos, porque estos espectros urbanos buscan lo que también buscamos nosotros: significados.
Metafísica en un café
Otro ejemplo: el pizzero que reparte pizzas podridas. O el fotógrafo enamorado que cree jugar al juego de la rayuela y en realidad es con él con quien están jugando unas chicas pícaras. Todo tan espontáneo, tan sofisticado. O el ladrón que invita a churros y porras a sus víctimas. O los conmovedores enamorados que en su primera cita van a ver Crash de David Cronenberg al cine. Circular 22 es una Cosmovisión, es una Teogonía coral y fragmentaria. Una explicación centrada sobre un mundo que no da explicaciones. Es como uno de esos juegos de rol en los que uno puede meterse en la casa de quien le dé la gana, y curiosear, y hacer el voyeur, revolver cajones y armarios, disfrutar del ventanismo, y estar en Times Square y en Córdoba a la vez, en Carabanchel y en México DF. Es un libro que se biloca y se triloca y multiloca y se descentra en diversos centros. Es una epopeya cuántica, compuesta de chistes, observaciones, curiosidades y exploraciones. Es realmente la hostia.
Tampoco renuncia Mora a tratar de explicarnos qué está pretendiendo: “Un género, cabe completar, de géneros. Quizá sólo la utilización conjunta de todos o la mayoría, podría permitir un espectro artístico lo suficientemente amplio para recoger todas las facetas de Madrid, tan variada, entrópica, iridiscente, multidisciplinar. Teatro, poesía, relato, apunte, diálogo, dietario y narración aglomerados, girando, retorciéndose como hierros entrando los unos en los otros; un reticularismo cromático, un acopio general de transcripciones, una sublimación del Rastro. Un caleidoscopio de formas que deviene kinetoscopio. Un sistema para ver Madrid”. En definitiva, una versión actualizada y cosmopolita del ramonismo, con el añadido de un pulso cósmico. El filósofo Markus Gabriel afirma que el mundo no existe, pero el novelista Mora ha conseguido capturarlo.
Mora a veces parece confirmar nuestra hipótesis: su propuesta es una Micromitología, con un gran sentimiento del paisaje interno: “La geografía de Madrid es una cosmogonía; una galaxia de varios sistemas solares que sólo tienen en común su movimiento sincrónico y unidireccional. Madrid no se ensancha, sólo abre nuevos compartimentos”. El mapa de la ciudad nos pare y nosotros mismos parimos, también, en soledad, una parte de la Ciudad. Somos un movimiento que no podemos comunicar, en un sistema que no nos necesita.
Circular 22 nos entusiasma porque es literatura de verdad, ni sermón, ni ejercicio trilero, ni enésimo bodrio oportunista. ¿Estará pasando de verdad la época de la falsa política estética? Es una novela ambiciosa, pero no es nada megalómana. Combinar tanta ironía y tanta visión inteligente no es nada fácil, y ese humor tiñe el libro de una amenidad que te hace devorarlo sin control, hasta que llegas al final. Pero nada más alejado del dramón decimonónico, nada de pretenciosidad. Metafísica en un café, en una sala de espera de un aeropuerto, experiencias de mochila, de escritor real, que se ha paseado por el mundo y ha renunciado a juzgar.
La obra nocillera que los nocilleros se cansaron de esperar
Hacen falta este tipo de libros. En España grandes escritores se están dejando de pamemas y están apostando por la novela ambiciosa, por la diversión, el desafío, la exploración, lo inesperado y la lucha contra los tópicos. La pasión de Rafael Alconétar (KRK), novelaberinto del polígrafo cacereño Mario Martín, o la explosiva La señora Potter no es exactamente Santa Klaus (Random House) de Laura Fernández, que hace poco llevaba ya 27.000 copias vendidas, y que es el auténtico premio nacional de los lectores enfermos e impíos, nos indican que quizás estemos ya un poco cansados de moralidades y libros escuálidos absolutamente correctos y asépticos, con gente perfecta y conflictos ordenados. En este sentido, en los paratextos de Circular 22, que ojalá venda también otras 30.000 copias, el autor dice cosas interesantes; por ejemplo, que desautoficcionalizó su novela, que dispersó su foco geográfico, y el resultado huele a dosmiles, huele a la época en que no se había desatado esta furia puritana que lastra tantos libros bienintencionados pero lamentables de los últimos años.
No: Circular 22 no encaja, huele a asfalto, a amores que terminan, a no-lugares, a lluvia sobre el Templo de Debod, a marginalidades y barrios y palillos usados y a bares hopperianos. No se trata de un libro sucio, sino más bien de un libro especulativo. Quizás Circular fuera la obra nocillera que los nocilleros se cansaron de esperar (ya podéis fusilarme). Seguramente el nocillismo sea un mito cómodo, pero lo cierto es que a fuerza de traernos esos aromas anteriores al naufragio Mora consigue trasladarnos a la legitimidad de la obra que se impone con total rotundidad, por su sabiduría galdosiana y ballardesca, por su arquitectura y psicogeografía tan bien conseguidas, por esta unidad en la diversidad tan bien llevada.
Mora se inspira en técnicas propias de la vanguardia clásica, pero no sus soluciones o resultados más estridentes. Un ejemplo: los caligramas de las páginas 314 y 328. Otro ejemplo: la propia estructura de muchas de estas entradas de este diccionario de nuestra civilización, tripartita: este recurso de anunciar un título (suele ser una calle de Madrid o un lugar cualquiera del mundo), traer una cita aparentemente inconexa y desarrollar una trama que no tiene nada que ver con los dos enunciados anteriores, nos remite a Magritte y a ciertas formas poéticas juguetonas: se presentan, con frecuencia, estos tres mecanismos en una misma página, sin conexión semántica entre sí, pero con un inesperado sentido unitario.
Este libro consagra automáticamente a Vicente Luis Mora como uno de nuestros escritores más honestos. Aquí no hay más que pensamiento y gozo libres, desenfadados. Nos hacía tanta falta esto. Una celebración de la dispersión en un mundo de augurios apocalípticos. Un poco de escepticismo y unas gotas de ternura y comprensión humanas en un torbellino de transhumanismos y apocalipsis diversos. Y ahora ya se me puede fusilar. Ya lo he dicho, ¡avergoncémonos! Pero lo he escrito con total convicción. Y es que hay que repetirlo bien alto: hay que aplaudir esta apuesta por la calidad y por la inteligencia en un mundo que parece desear la eutanasia mental cada día un poquito más. Naveguen por estas páginas para salvarse de tanta, tanta mediocridad y sacerdocio.