La imagen es optimista, preciosa, unos jóvenes montados en un coche de época, sonrientes. Evoca los felices años veinte, aunque en España en esa época pasó de todo. El futuro es suyo. Se sienten preparados, sin prejuicios, no quieren saber nada de las generaciones anteriores y expresan el respeto por el otro, las ganas de amar y de que el país mejore, huyendo, sin embargo, de nacionalismos cerriles. Es la imagen de la portada de un libro excepcional por lo que consigue expresar: La generación perdida, una encuesta sobre la juventud de 1929, del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, Juan Francisco Fuentes. Es la historia emocionante que plasma Fuentes, a través de un material que publicó el diario El Sol, y que ha trabajado durante años. Ahora, tras el apoyo del editor Miguel Aguilar, ha publicado la investigación en la editorial Taurus. Y sí, esa frase del título es muy ilustrativa: "Trabajando yo, es lógico que piense que la mujer debe trabajar".
¿Quién la pronuncia? Nieves B. De Quirós, una joven de Madrid, de 21 años, que responde a la encuesta que había promocionado el diario El Sol, apoyado por el gran intelectual del momento, José Ortega y Gasset, para conocer la forma de pensar y de actuar de esas nuevas generaciones. Es la España de 1929, que vive bajo la dictadura de Primo de Rivera, considerada en la historiografía como una dictablanda, aunque no lo fuera tanto, como ha explicado en estas mismas páginas de Letra Global el biógrafo del dictador jerezano, Alejandro Quiroga. Una España que, sin embargo, experimenta un enorme crecimiento económico y permite el acceso –todavía minoritario—de muchos hombres y mujeres a los estudios universitarios. Un momento de gran efervescencia, que apuntaba la convergencia de España con la modernidad europea, con los países más avanzados de Europa. Todo aquello se truncó con la Guerra Civil, y Juan Francisco Fuentes, en una primera parte del libro magistral, muestra lo que podía haber sido y no fue, porque el material humano existía y prometía pensar en una sociedad respetuosa, plural, ilusionada, muy urbana y moderna.
Ese instante fue luminoso, pero efímero. Ahora se reivindica, se pone en valor, que es una de las expresiones más manidas por ciertos gurús de los movimientos sociales. Lo cierto es que el diario El Sol recibió, tras pedir respuestas a un extenso cuestionario sobre muchos aspectos políticos, sociales y culturales, un total de 1.326 entregas. De todas ellas, seleccionó para su publicación 36. Y, aunque las respuestas de las mujeres, --se preguntaba a jóvenes entre 18 y 30 años—son en menor cuantía, destaca una actitud libre, reivindicativa y firme por parte de todas ellas.
“De mi tiempo me gusta en primer lugar la independencia que hemos logrado las mujeres; el poder estudiar lo mismo que nuestros hermanos y saber ganar lo que ellos. ¿Qué me disgusta? Muchas cosas: el vicio principalmente de ellos, que hace que la mayor parte de nuestros jóvenes estén como unas verdaderas ruinas moral y materialmente, lo bajo que cotizan las prendas morales habiendo oro con que encubrir las bajezas, y el equivocado concepto que tiene la mayoría de los hombres sobre la mujer moderna, que vale para todo lo que valía la de hace cincuenta años, más para ganarse dignamente la vida sin necesidad de acudir al matrimonio como único modus vivendi, como hacían ellas”, afirma De Quirós con contundencia.
Su respuesta es similar a la de otras jóvenes. Pero ejemplifica lo que ahora se ha dado a conocer como empoderamiento de la mujer, y que todavía causa verdaderos estragos, con mujeres asesinadas por sus parejas, como se ha producido a lo largo de este pasado mes de diciembre. La joven de Madrid cree en el amor, pero desde el respeto y sin sometimiento alguno: “El matrimonio por amor es la meta de mis aspiraciones. Trabajando yo, es lógico que piense que la mujer debe trabajar”.
La primera mujer arquitecto de España
Las cuestiones nacionales también están presentes. El denominador común es una aversión al nacionalismo, pese a que la dictadura lo fomentaba, con un plan nacionalizador desde las escuelas, con libros de texto adecuados, que se había convertido en la obsesión de Primo de Rivera. Lo cierto es que, como apunta su biógrafo, Alejandro Quiroga, ese plan se giró en contra, y dio pie a un patriotismo republicano, laico, que sorprendió, incluso, a los propios políticos republicanos. La misma joven responde sobre la pregunta acerca de España: “Que se enaltezca la unidad nacional, conservando cada región sus características esenciales, sin olvidar el conocido símil de García Sanchiz, para el que España semeja una naranja integrada por varios gajos, dentro todos de la envoltura. No soy partidaria de las corrientes nacionalistas que citan”, en alusión a lo que le preguntaba el diario El Sol.
Aquellos jóvenes que responden el cuestionario acabarían divididos por la Guerra Civil. Aunque existe un terreno de juego común, progresista, --en el sentido de creer en la mejora de vida de los tiempos futuros—algunos ingresarán después en la Falange, como es el caso de Maximiano García Venero, que se había declarado marxista. Otros acabarán fusilados en 1936, con el golpe militar. Y, entre todos ellos, destaca la figura de Matilde Ucelay. Juan Francisco Fuentes indagó durante años tras las iniciales de M.U, para conseguir saber que se trataba de Ucelay, la primera mujer arquitecto en España, que fue homenajeda con 93 años con el Premio Nacional de Arquitectura concedido por el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, tras una vida en la que sufrió enormes calamidades.
Como estudiante de secundaria, con 17 años, Matilde Ucelay se expresa sobre el amor: “El amor moderno, cuando es amor, es sano, enérgico, noble y, aunque carnal, algo infantil. Conviene que la mujer trabaje aspirando a una independencia económica. Apruebo la coeducación”, señala. Y refleja lo que era una pasión total en aquel momento: la práctica deportiva, como valor en sí mismo. “El cuerpo tiene mucho (sic) más importancia para esta juventud que para las anteriores. Practico casi todos los deportes, todos me gustan”.
¿Y España? La que sería la primera mujer arquitecto, se expresa como una cosmopolita que quiere superar la idea del arraigo patrio. “Para mí el sentimiento de la patria queda reducido a una añoranza por los paisajes, cantos y gran parte de costumbres. La generación anterior comprendía la patria absurdamente, y por eso la expresaba mal. Nuestra generación debe hacer lo posible por poner España a la altura de los demás países europeos, aunque creo que no está muy retrasada”, precisa.
Un periódico liberal
Las dudas, claro, se ciernen en la propia selección del diario El Sol, moderno, elitista, que intentaba superar las luchas cainitas españolas, bajo ese mecenazgo intelectual de Ortega. Un periódico fundado en 1917 por el empresario Nicolás María Urgoiti. De alguna forma aquellas respuestas de un puñado de jóvenes reforzaban la España liberal en la que creía el diario. Pero esa parte de España existía, era claro. Una España que no pudo prosperar, por la ruptura que supuso la Guerra Civil, y cuyo traumatismo no se ha sabido, todavía, interiorizar. ¿Era imposible, en todo caso, escapar a la polarización política que iba a destrozar a todo el continente europeo años más tarde? En cualquier caso, no hubiera sido una guerra entre españoles, condenando a la mitad al ostracismo durante décadas.
El libro evoca aquella realidad, bajo una dictadura particular, llena de contradicciones, con la que España se modernizó. El PIB crecía durante la década de los veinte con una media del 4%, y la producción industrial al 5,5%. La población comenzaba a ser urbana, aumentando en un 30%, con Madrid y Barcelona en torno al millón de habitantes. La población activa en el sector primario había bajado, por primera vez, del 50%. Se crearon las primeras emisoras de radio, y los primeros grandes campos de fútbol, y se duplicaron las salas de cine. Una explosión de modernidad que benefició mucho a las mujeres, a pesar de que se debe contextualizar. La cifra de mujeres que estudiaban en la Universidad de Madrid se había multiplicado por cuatro desde 1922, aunque era aun muy pequeña: un millar de universitarias. Pero suponía un avance enérgico y una tendencia clara.
Aquellos jóvenes podían haber sido, eran potencialmente la vanguardia del país. Algunos llegaron, como Ucelay. La mayoría se quedó por el camino. La generación mejor de España, hasta aquel momento, se perdió. La generación perdida que ahora rescata Juan Francisco Fuentes.