Quien hubiera leído No contar todo debe haberse alegrado de ver que su autor, Emiliano Monge, publicaba otra novela, Justo antes del final (Random House). El deslumbramiento que sintió por aquella novela en la que reconstruía la historia de su abuelo y de su padre, a la vez que indagaba en su memoria personal, volverá a sentirlo esta nueva obra, que junto a No contar todo conforma un díptico sobre la violencia. En esta ocasión, la protagonista es la madre, cuya vida reconstruye a través de los relatos que ella misma cuenta a partir de sus propios recuerdos de los de quienes la rodeaban. La historia personal se cruza con la historia en mayúsculas en un mundo donde se suceden los conflictos, los descubrimientos, las revoluciones, los abusos y la violencia.

–En Justo antes del final volvemos a encontrarnos con el tema de la memoria.

–Siempre ha estado presente en mi literatura. Puede que resulte extraño e, incluso, absurdo pero hasta hace poco no fui consciente del peso de la memoria en mi obra. Era un lugar desde el cual me gustaba alimentar lo que escribía, pero tardé en darme cuenta de que es el tema central. Me fui dando cuenta a fuerza no tanto de escribir, sino de hablar sobre mi literatura. Cuando trabajas con material autobiográfico te preguntas acerca de los límites entre la ficción y la no ficción, y esta reflexión me llevó a preguntarme el papel de la imaginación y el recuerdo, acerca de lo que los distingue o los une. Los escritores lo único que tenemos es una monedita: en una de sus caras está la memoria; en la otra, la imaginación. Cuando escribimos tiramos la moneda: a veces cae de un lado y, a veces, del otro, pero las dos caras siempre son vasos comunicantes.

–Su acercamiento a la memoria es a través de la experiencia. ¿Le interesa más la que se tiene de cuanto se recuerda que la fidelidad del recuerdo a lo sucedido?

–Sin duda, sobre todo en esta novela. En No contar todo fue algo distinto: ahí dejé claros los límites entre la ficción y la no ficción, entre lo imaginado y lo realmente acaecido. Acá, sin embargo, los límites son más intangibles: la no ficción conforma los cimientos de la casa, que, sin embargo, está asediada por la maleza de la imaginación. Y lo que hace la imaginación es recalcar precisamente el aspecto experiencial, en tanto que no importa tanto qué sucedió realmente, sino cómo lo vivimos y qué ha quedado.

–En relación a la experiencia, en la novela subraya cómo la historia con mayúsculas afecta a las vidas íntimas de las personas, a su experiencia diaria.

–Siempre intento que el libro que voy a escribir sea completamente distinto al anterior. Sé que es absurdo pensar que un autor puede aprender y hacer algo desde cero en cada libro, porque hay un bagaje del que no puede desprenderse. Pero lo que sí podemos hacer los autores es enfrentarnos a los temas de siempre de una manera distinta. Por esto, a diferencia de en No contar todo, aquí opté porque hubiera un único personaje, la madre, la mujer, pero, al mismo tiempo, quería compensar su papel central y único con una historia compartida. En un primer momento pensé que esta historia compartida iluminaría la vida y la intimidad de esta mujer, pero me di cuenta de que, asimismo, su vida anónima iluminaba esa historia con mayúsculas a la que te refieres.

–La madre ya estaba presente en No contar todo, solo que quedaba en la sombra.

–Cuando escribía No contar todo sabía con toda seguridad de que se trataba de un libro sobre el machismo y que sus personajes centrales tenían que ser tres hombres. Sabía que antes o después terminaría escribiendo sobre todo aquello que quedaba fuera de foco, empezando por la figura de la mujer. Y lo sabía porque tengo la sospecha de que yo soy resultado principalmente de mi línea materna, no tanto de mi ascendente paterno.

–¿Desde el inicio supo que era un proyecto que implicaba dos libros?

–Siempre lo supe. Tenían que ser dos libros, necesariamente.

–Dos libros en los que habla de la violencia machista desde perspectivas distintas.

–Esa era, efectivamente, la idea. De ahí que No contar todo esté centrada en la figura de tres hombres y Justo antes del final gire alrededor de ella. Acá vemos como la protagonista vive y sufre el machismo desde el inicio por parte de su padre, de sus hermanos, de su marido y de sus hijos, a quienes precisamente les dice que, aunque no lo crean, ellos también son machistas. Luego está el machismo de algunas mujeres, porque lo heteropatriarcal también está presente en muchísimas mujeres.

–Mujeres que educan en el machismo a sus hijos varones

–Cierto. A veces lo hacen conscientemente, pero muchas veces se reproducen ciertas estructuras sin ser conscientes porque las han asimilado, las dan por naturales.

–¿La violencia patriarcal está en la base de las otras violencias?

–Absolutamente. Yo digo que hay cosas que uno entiende antes de escribir el libro, otras que uno entiende durante el proceso de escritura y otras cuando el libro ya está escrito. De todos descubrimientos lo que más me ha sorprendido es que esas preguntas sobre el machismo que yo pensaba que iba a resolver en No contar todo solamente las entendí escribiendo esta última novela, volteando el calcetín. Nos empeñamos en entender la violencia desde la violencia, pero hay que tratar de comprenderla desde su opuesto, desde el cuidado. Y esto es lo que he hecho acá.

–Quien encarna el cuidado es el hijo de la protagonista, narrador de la novela.

–Siempre busco que la novela tenga tensión entre la forma y el fondo. Es decir, que la historia y la arquitectura se parezcan, aunque sean animales de granjas distintas. Y de esta voluntad nace la figura del narrador escondido, que está diluido en la voz de la madre y, a la vez, diluye el presente porque lo que hace es traer el pasado para llevarlo al futuro. De ahí que su voz aparezca en pocas ocasiones, a veces, para interpelar a su madre o para contar hechos muy puntuales. Por eso es una segunda persona fantasmal, pero presente: no para de hablar en ningún momento, aunque para contar la historia de ella.

–¿Ese narrador es también una especie de lector? Es decir, ¿es lector de los relatos de los otros?

–Sí, podríamos definirlo así. Lo que intenté es que el lector se pusiera junto al narrador, que ocupara su lugar. El narrador asiste a los relatos que le cuentan y el lector asiste a lo que le cuenta el narrador. Ambos son lectores y, al mismo tiempo, el narrador evoca la figura del escritor puesto que transforma en literatura los relatos de los demás. Por esto, para mí, es una figura clave.

–Hay algo de proustiano en la novela: a través de la figura de la madre, pero también del hijo, vemos cómo el recuerdo comienza cuando se es consciente de que se recuerda.

–Los escritores somos conscientes de lo que robamos a muchos escritores a la hora de pensar y de escribir nuestros libros, pero, paradójicamente, no somos conscientes de todo lo que robamos. Somos inconscientes de cómo penetran en nosotros y en el engranaje de nuestra escritura muchos escritores por el hecho de leerlos. Evidentemente, solo los grandísimos escritores son los que te influyen sin tú saberlo ni buscarlo, y entre ellos está Proust, autor imprescindible a la hora de hablar de la memoria, pero también de la imaginación. Se habla de la famosa magdalena de Proust, pero en los primeros borradores no aparecía. Lo que comía el protagonista era un brioche de naranja. Por tanto, podemos hablar de lo que evoca la magdalena, pero lo cierto es que el cabrón de Proust no optó por este bollo hasta el cuarto manuscrito. Es decir, poco hay de memoria y mucho de imaginación. Proust hace otra cosa grandiosa: desmiente esa idea tan repetida de que la escritura es sujeto, verbo y predicado. Se va por las ramas, pero lo hace porque ni la memoria ni la imaginación tienen sujeto, verbo y predicado. La memoria y la imaginación se conforman por miles de subordinadas y esto Proust lo sabía.

–Usted también utiliza muchas subordinadas…

–Cierto.

–Aunque los capítulos son muy cortos, duran lo mismo que el recuerdo

–Sí, hay algo de camisa de fuerza en la estructura. Y esto se debe a lo que comentaba antes, a la relación entre forma y fondo. El padre y la protagonista trabajan con personas con trastornos mentales y lo que intentan es crear en este caos de vidas un orden. Por su parte, el hijo de la protagonista es escritor y también trata de poner orden a través de la escritura a los estallidos e ideas que tiene. La estructura de la novela refleja esta búsqueda de orden y lo hace tratando con la memoria: cada año hay un recuerdo que se dirige a muchas direcciones.

–¿Qué le costó más: construir la historia o darle forma?

–Yo escribo todos los días porque me cuesta mucho y lo que más disfruto es el trabajo con la forma, la lucha con las palabras, con el ritmo, con la estructura… En el caso de No contar todo y de esta novela ya tenía la historia. Pude dedicarme más a este aspecto y no tener que lidiar, como en obras anteriores, tanto con la forma como con el fondo. Fue tan difícil confeccionar la historia como organizarla, pero gocé más el trabajo vinculado a la forma, porque la trama ya la tenía.

–Dada la habitual palabrería sobre la felicidad que produce escribir, reconforta encontrar un escritor que hace hincapié en la dificultad que supone.

–Escribir no es fácil y todo los demás son tópicos de autoayuda. Como es un tópico afirmar que uno cree en las musas o en la inspiración. Cuando llevas tres semanas atrapado en un punto y resuelves cómo seguir adelante lo consigues no gracias a las musas, sino porque llevas semanas trabajando a todas horas para resolver el problema. Y si no lo logras no es porque no tengas inspiración, sino porque eres un pendejo. Si fuera racional, no escribiría, porque sufro más la escritura de cuanto la gozo. Lo que sucede es que los momentos de goce compensan y te hacen olvidar las semanas en las que estás obcecado y no sabes cómo seguir.

–Otro de los temas centrales de la novela es la locura como herramienta política.

–La novela comienza en 1947 y llega hasta la actualidad. A lo largo de todas estas décadas cuenta de qué manera el poder, tanto en la intimidad –el padre, el abuelo, el hombre de familia…– como institucionalmente, usa la locura para estigmatizar, para acallar y limitar formas de pensamiento que no circulan por el carril aceptado. Al loco se le ha caricaturizado y representado como un ser sujeto en una camisa de fuerza, pero si vamos más allá de esta imagen y ponemos a alguien con trastorno mental al lado de un creador nos daremos cuenta que la diferencia entre ambos es mínima. El creador es aquel que genera una metáfora. Lo mismo hace el loco. La diferencia es que el creador sabe que es una metáfora y la diferencia de la realidad exterior, mientras que el loco no la reconoce como tal, sino que se queda atrapado en ella. Otro de los temas de la novela es la dificultad que sentimos a la hora de enfrentarnos con la enfermedad mental.

–¿Por qué sigue siendo tabú?

–En mi familia, la enfermedad mental ha sido recurrente y, seguramente por esto, yo, que me reconozco un buen amigo, sé que no sé cómo actuar cuando alguien que conozco tiene un quiebre mental. Por mi historia no sé cómo acercarme a las personas que están sufriendo esto.

–Otros de los temas conflictivos es la medicalización.

–Hay infinidad de casos en los que los medicamentos ayudan a sobrevivir. Es evidente que existe una sobremedicación, pero también es cierto que hay un estigma hacia aquel que se medica por un tema mental. Si uno se enferma de covid, del riñón o de la gripe se toma lo que necesita para encontrarse mejor. El cerebro también se enferma,. ¿Por qué pensamos que no puede tratarse con medicamentos? El problema es que aceptamos lo que vemos, pero no lo que no. Si alguien te dice que tiene gripe, lo ves moquear y le crees. La depresión no se ve: si no vives con una persona o estás al tanto de las sutilezas de su vida el estado depresivo pasa desapercibido.

–La locura ha servido también para reprimir a las mujeres.

–La mujer es el sujeto más estigmatizado desde el poder. El heteropatriarcado ha utilizado las enfermedades mentales a niveles brutales.

–En el franquismo las madres solteras eran ingresadas en centros…

–…Donde se les quitaban el niño y se volvían realmente locas. Porque si tu encierras a una mujer y le arrancas a su hijo, ¿cómo no va a enloquecer? Pero este era el propósito del poder: señalarlas como locas y convertirlas en locas.

–Cuando se llega al final de la novela aparece –en medio de un relato– el duelo por la madre, que es el centro de todo.

–Sí, la novela de desvela con el duelo. Me cuesta hablar de este libro, sobre todo cuando llegamos a su parte final, porque, por culpa de esta educación recibida que tacha los sentimientos de cursi, uno teme hablar del dolor y la tristeza por el duelo de una madre. Me cuesta hablar desde el sentimiento y no hacerlo desde la cabeza y la razón, donde me he parapetado.  La novela se encamina hacia el duelo por la muerte de la madre, pero también por la muerte del planeta. Una de las ideas que están presentes a lo largo de todo el libro es que nos estamos cargando el planeta y lo hacemos siendo ajenos a lo que esto implica. Vivimos desconectados del sentimiento de duelo hacia un planeta, el nuestro, que agoniza. ¿Por qué nuestros hijos están enganchados a las pantallas? Porque lo que ahí encuentran es mejor a la realidad de fuera. Les estamos dejando un mundo de mierda.