Leí por recomendación de unas amigas Nuestra parte de noche, larga novela gótico romántica, novela de miedo y de realismo sucio de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) que fue premiada con el Herralde de novela en el año 2019, en la que los terrores clásicos de la novela de este género (casa encantadas, jinetes de las cuatro de la mañana, aparecidos, etcétera) se ven sustituidos por las alusiones veladas pero evidentes al espanto de la reciente historia de Argentina, y a una visión torcida de la precaria vida cotidiana en las ciudades desgarradas del subcontinente. Tiene esta autora una naturalidad narrativa, estilística, lingüística, que es un privilegio reservado a pocos.
Impresionado por su imaginación perversa y humanista, por sus retratos de muchachas adolescentes no convencionales, de barrios y ambientes a la vez cotidianos y demoníacos, en fin, por esa literatura del miedo que también es testimonio de forma oblicua del miedo político difuso en el país de los “desaparecidos”, del miedo económico en el país de los corralitos y las inflaciones a la Weimar, leí también unos brillantes relatos del mismo género titulados Las cosas que perdimos en el fuego; también ahí impacta ese sentido del terror actual del que la he oído hablar, “que no tiene que ver con castillos nevados con fantasmas, pues esas cosas ya no existen, sino con la política, con el hecho concreto de que en un interrogatorio te arranquen las uñas, de que todo lo que estuvo oculto durante la dictadura fue subiendo, entre otras cosas el horror de los desaparecidos en un país donde a los fantasmas los llamamos aparecidos.
Semanas después, el destino abismal del “niño sucio” de una mendiga loca en no sé qué suburbio marginal de Buenos Aires aún me eriza el vello. El niño sucio pretende acompañarme todavía algún tiempo más. Veré si puedo librarme de él.
Convicciones feministas o simplemente sensatas
En fin, intrigado por identificar los ingredientes que alimentan esa imaginación torturada he leído la copiosa antología de sus trabajos periodísticos organizada por Leila Guerrero, la mayoría de ellos publicados en el periódico donde Enríquez trabaja desde hace ya bastante tiempo, titulada El otro lado, editada por la universidad Diego Portales (Chile), y ahora recién aparecida en España, de la mano de Anagrama, con una portada de color azul Klein, que para mí realza cualquier cosa que cubra. Debe de ser el primer libro de “periodismo cultural” que leo en muchos años, pero es que tenía verdaderas ganas de de-construir esa mente, ver cuáles eran sus referencias. Hay mucha música pop en el libro, mucha erudición rocanrolera --los Rolling Stones, Led Zeppelin, Amy Winehouse, Madonna, etcétera. Estas estampas roqueras se alternan con columnas de comentarios sobre aspectos cotidianos de la realidad bonaerense, tanto en sus aspectos más conflictivos como de costumbrismo trivial, desde un punto personal y femenino, basado en sólidas convicciones feministas o simplemente sensatas, que conforman una historia social de la Argentina de los últimos años y están escritos con gracia, con un suave, nunca salvaje sentido del humor, con aplomo pero sin asomo de dogmatismo. Diría que con elegancia, pero no una elegancia tradicional sino juvenil y cercana.
Y ya para rematar éste mi “año Enríquez”, finalmente fui a escucharla la otra tarde en el espacio Telefónica en la Gran Vía de Madrid, adonde vino a presentar esta antología de su periodismo ante un público “fan”, compuesto sobre todo por mujeres, no pocas de ellas iberoamericanas. Allí explicó ese “sentido del terror actual” que ella practica y “que no tiene que ver como antes con castillos nevados con fantasmas, pues esas cosas ya no existen, sino que tiene que ver con la política, con el hecho concreto de que en un interrogatorio te arranquen las uñas, de que todo lo que estuvo oculto durante la dictadura fue subiendo, entre otras cosas el horror de los desaparecidos en un país donde a los fantasmas los llamamos aparecidos”.
Todo eso palpita desde luego en sus ficciones. En el auditorio de Telefónica ella explicó su larga relación con el periodismo: “Mi formación cultural fue a través de las revistas. Yo lo que soñaba era ser periodista para hacer rock, seguir a una banda, pero publiqué una primera novela antes de entrar en una revista, y cuando lo hice en vez de eso me enviaron como chica joven a pisar la calle, a hacer periodismo social. Luego todo lo que vi ahí dejó en mí su huella. Recuerdo que uno de mis primeros reportajes fue sobre un camión de transporte de vacas que sufrió un accidente. Las vacas cayeron muertas a la carretera. Era un espectáculo dantesco. Los vecinos del barrio aparecieron con los cuchillos y se pusieron a sajarles la carne para hacer sus asados… En fin, escenas como esa, a las que asistí como periodista de calle, alimentan luego mis ficciones … Escribí una nota sobre esto, y me di cuenta de que lo que yo decía me ayudaba a mí, pero no ayudaba para nada a la gente. Luego comprendí que no es esa la función del periodista..”
“El periodismo, dijo luego, “me gusta porque es un género popular, como el humor, como los cuentos de terror: los géneros. La gente tiene que poder consumirlo sin formación previa. Pero desde luego eso no quita que la responsabilidad del que escribe es grande”.
El fin del mundo es...la inflación
En el año 2001 se declaró una crisis abismal en Argentina. A Enríquez le ofrecieron que escribiera una columna sobre la mujer “y aunque no me apeteciera en aquella época tomaría cualquier cosa que me ofrecieran”; de ese encargo salió lo mejor de su periodismo: sus columnas sobre ciertos temas sociales asociados con la mujer –las miradas en la calle, las dificultades con la propia imagen, la menstruación, los hombres— abordados no desde el reproche desabrido sino desde un yo con humor, como comedia. “Por ejemplo, odio a los vendedores de ropa. Ves esa prenda que te va a quedar fantástica, pero el momento en el probador es totalmente humillante. No, te dice el dependiente con ese tonillo despectivo, no tenemos otra talla más grande. Humillante. Pero yo partía de la convicción de que ese diseñador cabrón no me iba a derrotar, y de que para los lectores yo tenía que sacarle el poder riéndome de él”.
El público se reía, ella al hablar tiene una gracia que no se puede reproducir por escrito. En el turno de preguntas del publico alguien le preguntó por su conciencia ecológica: “Desde luego que tenemos conciencia del desafío ecológico, sucede que lo vemos desde otra perspectiva, porque para nosotros el fin del mundo ya llegó, con el narco, la pobreza, la inflación, los asesinatos de los activistas. La conciencia y la sensación de amenaza es muy diferente en Suramérica, donde lo más urgente es llegar a fin de mes, y donde el que cae ya no se puede levantar nunca más”.
Todo esto lo decía con seriedad pero sin dramatismo, y lo hacía vivo y visible. Sólo por eso ya valió la pena ir a escucharla, pero además reveló ese secreto de su mente que yo andaba buscando: resulta que el secreto está en las canciones de Nick Cave. Por lo menos ella ve una correspondencia entre las canciones de este trovador y la forma de su mente. “Me sé de memoria y puedo recitar en su orden las canciones de todos sus discos; lo que pasa en mi cabeza es lo que dicen y cómo lo dicen esas canciones. Me ofrecieron varias veces entrevistarlo a Nick Cave, pero no puedo aceptarlo, sencillamente no me atrevo. Yo, que viajé a países lejanos y me gasté los ahorros que no tenía para asistir a un concierto de alguna banda que me gustaba, no me atrevo a ir a los suyos. Fui una vez y me pasé las tres primeras canciones llorando sin parar. Mi marido, que estaba a mi lado y es australiano como Nick Cave, no daba crédito: Pero qué te pasa, decía viéndome llorar, ¿estás loca?”