El camino no ha sido fácil. Lo reconocía el ministro de Cultura, Miquel Iceta, durante la presentación de la campaña Creatividad desbordante, que engloba las iniciativas y actividades relacionadas con la elección de España como país invitado en la Feria de Frankfurt. La preparación de la cita ha sido larga. Los motores se pusieron en marcha en 2018 con iniciativas que tenían como objetivo dar a conocer internacionalmente nuestra literatura, junto a otras disciplinas artísticas. En el último año, estas acciones promocionales se han intensificado.
La Feria de Frankfurt va a ser el centro neurálgico, pero la presencia de la cultura española se extenderá a otras ciudades alemanas para ofrecer un escaparate a los artistas a través de espectáculos de danza, representaciones teatrales, exposiciones, ciclos de cine, eventos musicales, lecturas dramatizadas e instalaciones”. Sin restar importancia al resto de disciplinas, la protagonista de la mayoría de las actividades programadas es la literatura, cuya promoción aspira a fomentar las traducciones de autores a otras lenguas y animar las ventas de derechos. Y en Europa no hay mejor lugar para hacerlo que Frankfurt.
¿Qué es la Feria de Frankfurt?
Con una facturación anual de alrededor 90 millones de euros, la Feria de Frankfurt es, junto a su gemela en Guadalajara (México), el más importante salón comercial para el mundo editorial. Con 7.500 expositores –el número disminuyó a 1500 en 2021 por culpa de la pandemia– la ciudad alemana acoge un enorme mercado en el que se subastan, se negocian, se compran y se venden derechos de autor. Los verdaderos protagonistas de la cita son los agentes y los intermediarios editoriales; de sus habilidades negociadoras depende la suerte de los libros y de sus autores. La agencia Lynch Casanova consiguió, hace apenas cuatro años, convertir la primera novela de Karina Sainz Borgo, La hija de la española, en la más solicitada de la feria, obteniendo en pocos días un enorme número de traducciones que no dejaron de aumentar en los meses siguientes. Algo parecido le sucedió también a Milena Busquets: su agente, Anna Soler-Pont, consiguió quince contratos para traducir su novela, También esto pasará, antes de que esta saliera a la venta en España de la mano de Anagrama.
Los editores tampoco se quedan atrás, especialmente aquellos cuyos sellos se ocupan prioritariamente de literatura extranjera. Para ellos, Frankfurt es el lugar donde reforzar su catálogo y conseguir los títulos que les interesan al mejor precio posible. La feria es también importante para aquellos editores que ejercen de agentes de sus propios catálogos: Seix Barral o Anagrama, entre otros, son ejemplos de editoriales que, a la vez, trabajan la intermediación y la edición. Frankfurt, en su caso, implica comprar pero también vender, nutrir su catálogo y, a la vez, exportar a sus autores.
A juicio de los editores consultados por Letra Global, “ser el país invitado te sitúa en el foco de atención, te posiciona en un lugar privilegiado para que los agentes y editores extranjeros se interesen por tu catálogo o tus autores”. Al mismo tiempo, te convierte en “foco de interés informativo y ayuda a establecer contactos editoriales e institucionales de relevancia”. Consciente de esto, el Gremio de Editores de Madrid ha realizado un catálogo de los derechos de todos los autores editados por los sellos de esta comunidad autónoma, “una herramienta fundamental a la hora de facilitar la venta de los derechos y la obtención de traducciones”.
Las traducciones son el objetivo principal
Cualquier país sabe que la traducción es la herramienta principal para el reconocimiento internacional de cualquier literatura nacional. Más aún en un contexto en el que las traducciones del inglés a otros idiomas copan el mercado. De la misma manera que difícilmente se puede conseguir éxito internacional sin pasar por el mercado anglosajón y, más en concreto, por el norteamericano, la traducción al francés, sobre todo en sellos como Hachette o Gallimard, otorga prestigio literario, mientras que la traducción al sueco se vuelve imprescindible si de lo que se trata es de aspirar al Nobel porque, como contaba una editora, “nunca se ha otorgado un Nobel de Literatura a un autor no traducido al sueco”.
De ahí que las ayudas a la traducción sean indispensables, como saben bien países como Noruega que, desde hace muchos años, realiza notables inversiones con el objetivo de dar a conocer su literatura. El Institut Ramón Llull ha sido una institución pionera al respecto: desde hace años divulga la literatura catalana gracias a las ayudas económivas. En lengua española, desde hace tres años, Acción Cultural Española ofrece apoyos económicos de este tipo. El Ministerio de Cultura también otorga anualmente subvenciones con este objetivo de dar a conocer la literatura española, hacer que sus autores sean leídos en el extrajero y que su talento sea reconocido.¿Qué significa, sin embargo, divulgar la literatura española? ¿De qué hablamos exactamente?¿Cuál es la literatura se quiere exportar desde las instituciones?
Un manifiesto desconcertante y un lema lleno de interrogantes
“Del Siglo de Oro al Modernismo y el Realismo Mágico. Del Quijote a las vanguardias. Del 98, del 27, del 50, de los 70. De tinta, de tuit. Ahora estamos asistiendo en directo al nacimiento de una nueva conciencia que da forma a una nueva generación. Una que no entiende de edad o género, que incluye a autores y editores; grandes y pequeños, agentes, ilustradores y traductores”. Así comienza el manifiesto con el que España se presenta en Frankfurt, que anuncia una nueva generación –GeneraciónDel22–, cuyos autores no tienen más punto en común que la de haber sido invitados a la feria. “Somos creativos y digitales, inclusivos, sostenibles”, sostiene el manifiesto, cuya cosa es: “Somos literatura española”.
¿A quién representa ese nosotros? ¿Qué literatura se esconde tras esta presentación? El manifiesto, desde luego, no es excesivamente claro. Nos dice que esa literatura española mira al futuro, desborda creatividad y “porta la genética de las mejores letras de la historia”, pero no concreta. Es imposible saber con exactitud cuáles son los rasgos con los que España acude a Frankfurt y qué literatura mostramos “al mundo”.
Si se deja de lado el desafortunado manifiesto y se presta atención a los más de setenta autores que invitados a participar en las actividades programadas, la cosa cambia. A primera vista, la selección tiene mucho de batiburrillo: están los autores habituales, los que siempre van a Frankfurt, y autores jóvenes, algunos de ellos con uno o dos títulos como máximo. Después están los bestsellers –los escritores que son “ventas seguras”– y los autores con una indudable proyección y proyectos literarios sólidos aunque se muevan en circuitos minoritarios. También creadores de otras lenguas oficiales, como el catalán (9), el vasco (4), el gallego (4) y el asturiano (1).
Junto a ellos, viajan también traductores –quizás los que más importancia tengan, por encima incluso de los escritores–, periodistas, gestores culturales, músicos y el cocinero Ferran Adrià. Si la impresión inicial es la de ausencia de un criterio definido –en ningún momento los organizadores hacen referencia a sus criterios de selección–, un análisis del programa de actividades evidencia de que la intención institucional es ir sobre seguro. La presencia de autores como Bibiana Candía, María Sánchez, Juan Gómez Bárcena, Luz Pichel, Matías Candeira, Miren Agur Meabe o Elena Medel señala el deseo de mostrar otras miradas literarias, abundan escritores que no necesitan presentación y tienen reconocimiento exterior.
Una de las principales protagonistas es Irene Vallejo, cuyo ensayo El infinito en un junco ya ha sido traducido a más de veinte idiomas. Junto a ella encontramos a Dolores Redondo, cuya Trilogía del Baztán también puede leerse en más de veinte idiomas, a Fernando Aramburu, cuya novela Patria puede leerse en 24 países y ha sido adaptada por HBO, o a Arturo Pérez-Reverte, traducido a más de 40 idiomas. Al lado encontramos también a figuras como Vila-Matas o Muñoz Molina, cuyo conocimiento internacional, tanto en Europa como en América, es indiscutible.
Todos responden a la imagen de nuestras letras en el extranjero. Se busca así no correr riesgos y cumplir expectativas. Prueba de esto es que en la mesa organizada para discutir sobre la España vacía se ha incluido a Sergio del Molino; en la del suspense, a Lorenzo Silva o a Berna González Harbour; en la de la memoria a Aramburu; en la de novela gráfica a María Hesse, para la novela histórica se remite a Julia Navarro y Santiago Posteguillo. Las nuevas voces tampoco escapan del encasillamiento: a Candía y a Gómez Bárcena se les programa en una mesa sobre literatura e inmigración y a María Sánchez en otra sobre naturaleza. Los antagonismos quedan así diluidos. Todo parece reducirse a una cuestión de tópicos.
Una de cal y otra de arena
La participación de España como país invitado en Frankfurt es una ocasión única en términos empresariales. Es una oportunidad para que muchos proyectos editoriales y autores vean reconocido su trabajo. Para que obras hasta hora inéditas en otros idiomas exploren nuevos mercados y para que las aportaciones literarias de los autores no queden atrapados dentro de los límites nacionales. Dicho esto, no cabe tampoco considerar a Frankfurt como una panacea. A pesar de los excesos publicitarios de las instituciones, la “creatividad desbordante” de la literatura española es la creatividad de siempre. Los nombres habituales, los temas de moda y bastante encasillamiento.
Más que “desbordante”, la creatividad queda encajada en unos parámetros muy limitados, que impiden dar mayor espacio a autores desconocidos o mostrar temáticas alternativas al mainstream. España ofrece en Frankfurt lo que esperan los agentes del libro, lo que espera el mercado. En definitiva, una creatividad sin excesivos riesgos.