La cancelación alemana de unas novelas sobre Winnetou, el jefe apache y hermano de sangre de Old Shatterhand en las novelas de Karl May, con el argumento de que son colonialistas, no podía menos que dibujarnos en la cara una sonrisa. Pero no es una sonrisa simpática, pues nosotros ya cancelamos, sin querer, a May, al no volver nunca a sus libros, después de haber disfrutado tanto de ellos en la infancia. Es una sonrisa de amarga superioridad.
Creo que de todos los autores a los que leo, sólo Fernando Savater ha hecho un contundente elogio del popular autor alemán, en La infancia recuperada (1975) --aquel canto tan coyunturalmente oportuno a la literatura de aventuras--: "El lector de Karl May se encuentra en la estupenda disposición del perfecto aficionado literario a la aventura: saber que en cada página va a pasar algo, y que ese algo puede ser cualquier cosa".
Aquella vindicación, nostálgica pero también estética, de May y demás autores de novelas de aventuras, que fue recibida con un suspiro de difuso alivio como la ruptura de un pesado tabú, Benet la descalificó con su artículo Pan y chocolate.
En el que sostenía que se pasa, por poner ejemplos, de Julio Verne y Stevenson a Kafka y Hemingway (o sea, desde el subgénero comercial --del cual la prolongación sería la novela policiaca-- a la verdadera literatura creativa) del mismo modo que se pasa de la merienda infantil a la cerveza y las tapas, o al cubata con la primera novia; y, en fin, lamentaba “la desdichada e innecesaria vuelta al pan y chocolate”. De la que era influyente heraldo el libro de Savater.
El artículo de Benet es pariente cercano del panfleto de Gracq La littérature à l’estomac. Con la diferencia, si acaso, de que Gracq era más coherente, porque rechazó el Goncourt que le ofrecieron poco después de publicar su ensayo contra la arquitectura comercial que ahogaría a la literatura; mientras que Benet, un año antes de publicar su pan y chocolate, se prestó a concursar al Planeta (con El aire de un crimen, quedando, ay, finalista), premio comercial y sustancialmente metalizado, por usar un vocablo cuya caída en desuso él lamentaba en el mencionado artículo.
Por cierto que Savater quedó finalista de ese premio en el mismo año en que murió Benet (1993), y luego lo ganó en 2008.
En realidad, no sé muy bien si el autor de Volverás a Región combatía directamente a Savater, o a la puerta que este, con La infancia recuperada, abría y daba bienvenida a la literatura comercial. O si ni siquiera pensaba en él cuando escribía lo del pan con chocolate. Pero en defensa del filósofo hay que decir que el título, al mencionar la “infancia”, ya se protege con elocuencia.
Sobre el fondo de la cuestión he de decir solemnemente que mi opinión es que no tengo opinión; no la tengo porque las polémicas literarias y editoriales en realidad me interesan relativamente y más que nada como curiosas coqueterías intelectuales de los autores que sí me interesan: también puede interesarte la Biblia y eso no significa que te interpele la escolástica.
Aquí me remito a la sentencia de mi madre, no sé si perezosa o escapista, cuando le pregunto si prefiere esto o lo otro, a fulano o a mengano, y me responde: "Cada uno en su estilo".
De niño, me parecía una respuesta escapista. Ahora, en cambio, me parece muy acertada, y que se aplica a este caso pues los dos autores tienen razón, cada uno en su estilo. Y por cierto que a los dos los leí y releo con placer. Aunque si se me arrincona, diré que, puestos a elegir entre La marcha Radetzky, de Joseph Roth, y Ulises, de Joyce, sin pensarlo dos veces elegiría a Roth, excluido del canon de la narrativa vanguardista del siglo XX.
Volviendo al tema de la cancelación de May: entre aquellas privilegiadas lecturas de las tardes de la infancia --Richmal Crompton, Emilio Salgari, Karl May, Julio Verne, Enid Blyton y algunos países perdidos más-- sólo he osado volver, con no pocos recelos, a Crompton, la autora de Guillermo el travieso. Y sólo en dosis homeopáticas, pues pese a su gracia imperecedera se sienten escalofríos al constatar todas las fantasías que han quedado atrás como niebla que se diluye. Uno ve ahora el panorama mucho más claro, pero no tiene misterio.
Aunque al planeta de Karl May no me he atrevido a regresar, tengo muy presente la atmósfera densa y verbosa que se respiraba en sus aventuras, la gran habilidad de Old Shatterhand, preso de los indios creek, los ogalalla o los comanches, todos igualmente belicosos, dignos y respetables, para liberarse una y otra vez del poste de tortura, al que lo ataban sin cesar; y la nobleza incesante del apache mescalero Winnetou; y, en fin, el detallado y hondo conocimiento del Far West y sus inacabables prodigios que demostraba tener Karl May, que nunca puso allí los pies.
Que ahora un editor alemán retire de la circulación dos libros suyos por causa de corrección política no es sino un signo de la contemporánea pasión censora. En realidad ¿qué más da? Esos libros ya no existen mucho. Lo único que tenemos, lo único que existe de verdad, está en la memoria.
Y en las praderas de la memoria Old Shatterhand y Winnitou siguen, intocables, cabalgando bajo la luz dorada y rara de los sueños de la infancia.