Aprovechando que paso unos días en el sur de Francia, me hago en una librería de Carcasona con la nueva novela de mi admirado Bernard Minier (Beziers, 1960), cuyas obras lleva un tiempo publicando en España la editorial Salamandra, aunque con cierto retraso sobre las originales (la última, aparecida no hace mucho, es Hermanas, una nueva aventura del capitán Martin Servaz, de la policía de Toulouse). Lucía es la primera entrega de una nueva serie del señor Minier que, por lo que llevo leído a más de cien páginas por noche, promete ser tan trepidante como la del estudiante que iba para escritor y acabó convertido en poli. La principal novedad del asunto es que Lucía transcurre en España, concretamente entre Madrid y Salamanca, y tiene por protagonista a la teniente de la Guardia Civil Lucía Guerrero, alias La guerreral. Los agentes Bevilacqua y Chamorro, creados años ha por Lorenzo Silva, ya no están tan solos a la hora de protagonizar intrigas que implican a la Benemérita.
Reconozco que la cosa me daba un poco de prevención, dada la tendencia natural de los franceses a hablar de las cosas de España con una ignorancia y una suficiencia que a menudo sacan de quicio. Pero no es el caso de Minier, un hombre de ascendencia española (su difunta abuela), que habla un castellano excelente y que ha hecho convenientemente los deberes antes de marcarse una ficción policial en su país vecino.
Lectura apasionante
Lucía arranca a lo grande, con el descubrimiento en un descampado a treinta kilómetros al sudoeste de Madrid del cuerpo crucificado de Sergio Castillo, compañero profesional (y amante esporádico) de la teniente Castillo. A falta de cuerdas o clavos, el cadáver parece flotar sobre la cruz, a la que ha sido enganchado literalmente con cola de pegar, con una especie de Super Glue de una gran potencia que deja al damnificado como si flotara en el espacio. El tipo que lo encontró y llamó a la policía es detenido con la ropa y las manos manchadas de sangre, pero pronto hay dudas sobre su posible autoría del desaguisado: carne de psiquiatra, Pablo Schwartz sufre un trastorno de múltiple personalidad gracias al cual alberga a varios personajes en su interior que se manifiestan, con diferentes voces, cada vez que Dios le da a entender. Uno de ellos, un tal Ricardo, parece especialmente peligroso y es, en teoría, el responsable de la crucifixión de Castillo. Paralelamente, en la universidad de Salamanca, un grupo de investigadores trabaja en un logaritmo que sirva de ayuda a la policía a la hora de desentrañar crímenes casi imposibles de resolver y el primer resultado práctico detecta a un tipo conocido como el asesino de la cola, que ha actuado tres veces en los últimos treinta años y cuyo método es idéntico al de quien crucificó al compañero de Lucía. Y hasta ahí puedo leer: porque no quiero practicar el spoiler y porque aún estoy a medio leer el libro. Lo único que puedo afirmar hasta el momento es que resulta apasionante.
Cambiaré, pues, de tercio y les recomendaré la lectura de Hermanas, que lleva ya unas semanas en nuestras librerías. Su protagonista es, de nuevo, el capitán Martin Servaz, al que ya conocemos de anteriores aventuras, un intelectual metido a poli, padre de una hija, al que nos presentaron en Glacé, la primera entrega de la saga (convertida en una miniserie de televisión por cortesía de Netflix, por cierto). Junto al comandante Verhoeven de las primeras novelas de Pierre Lemaitre, antes de que se convirtiera en un escritor serio con Nos vemos ahí arriba, Servaz me parece el personaje más interesante del reciente polar francés, el que mejor mezcla la intriga criminal con el factor humano, que se complementan a la perfección.
Minier, un valor seguro
Si Verhoeven era prácticamente un enano, Servaz tiene una mano floja, con muy poca fuerza, que puede llegar a gastarle bromas pesadas. En Hermanas pillamos al bueno de Martin en dos momentos de su vida: en 1993, cuando aparecieron asesinadas dos hermanas adolescentes a orillas del Garona y nuestro hombre daba sus primeros pasos en la policía de Toulouse, y 2018, cuando ya es un profesional con años de experiencia a la espalda y se agarra a la posibilidad de resolver un crimen que quedó sin castigo en su momento. En 1993, todo apuntaba a un escritor de thrillers crueles y perversos del que las hermanitas Oesterman eran fans. En 2018, el asesinato de la mujer de Erik Lang, el escritor en cuestión, un tipo sobrado, displicente y aparentemente carente de empatía, devuelve a éste al centro del escenario, que ya ocupó cuando los primeros crímenes, aunque no se pudo probar su participación en ellos. Quienes ya estén enganchados a las aventuras de Servaz encontrarán en Hermanas un buen motivo para seguir estándolo. Y quienes descubran ahora al poli de Toulouse pueden hacerlo con una de sus más trepidantes aventuras, con esa nueva mezcla de thriller americano y misterio a lo Simenon que ha hecho del señor Minier uno de los autores más interesantes de la actual literatura policial europea.
Aprovechando la visita a Carcasona, me hice con la siguiente investigación de Servaz, La chasse, que atacaré en cuanto acabe con Lucía. Me temo que ambas novelas tardarán un tiempo en ser traducidas al español, pero quienes lean francés y disfruten de la prosa del señor Minier harán bien en hacerse con las ediciones originales: nuestro hombre es un valor seguro.