1/ El asesinato, consumado o fallido, de Salman Rushdie, fue inmediatamente seguido por la detención del autor de los hechos, el joven Hedi Matar, a quien no se le puede presagiar una vida venturosa, por más que, seguramente, en la celda donde pasará el resto de su vida le proveerán de una alfombrita sobre la que se arrodillará cinco veces al día para rezar a Alá. Supongo que también se le permitirá la posesión y lectura de un ejemplar del Corán. En adelante no tendrá que preocuparse por pagar impuestos, estar al día con el alquiler ni conservar el empleo. Y si Rushdie fallece de sus heridas, la familia Matar quizá reciba la recompensa millonaria por su cabeza ofrecida por el sector duro del gobierno iraní. Ya se verá. En todo caso le esperan al asesino unos años poco envidiables, poco apetecibles, en compañías ingratas, con una calidad de vida muy baja.
Seguramente él lo dé por bien empleado, considerándolo un meritorio martirio, hasta que llegue, quizá después de décadas de encierro, un día de locura en que oiga la voz de Alá resonando en su celda:
--Hedi, Hedi… ¿Me oyes?
--¡Señor! ¿Eres tú? ¿Será posible?
--Hedi, tengo un mensaje que transmitirte...
--Te escucho atentamente, Señor.
--Quiero transmitirte esto: no me gustó nada, pero nada, lo que le hiciste a Salman Rushdie... Él era un creador, un inventor de bellas historias, y tú sólo has sabido destruir. Destruir su vida, pero también la tuya cuando estás precisamente en la flor de la edad. Por eso, que sepas que tu alma está condenada. Jamás verás, ni mucho menos tocarás a las huríes.
--Pero, Señor, si yo lo hice por ti, si lo único que hice fue cumplir con la voluntad de...
--Ta, ta, ta. Jomeini y los demás ayatolás están chiflados, enloquecidos por la frustración y el odio, por sus bocas de fanáticos habla el diablo. Hiciste mal en obedecerlos, hiciste muy mal. Así que cuando mueras te espera una eternidad en el lago de fuego del Yahannam.
A continuación resumiremos los argumentos de las dos novelas fundamentales de Salman Rushdie, aunque el amigo Eduardo Lago dice (en El País) que la mejor manera de constatar la gran calidad literaria de Rushdie es empezar por su autobiografía Joseph Anton (2012). Y en el apartado 3 evocaremos los días en que Jomeini emitió la fatwa.
2 / Salman Rushdie (1949) era un copy (un redactor de anuncios) en la sede de la agencia de publicidad Ogilvy en Londres cuando, inspirado en García Márquez, Lispector y Fuentes, escribió en 1980 Hijos de la Medianoche, una copiosa novela de trama histórica que adapta perfectamente el realismo mágico de los autores citados a la India onírica, proteica y embrujada por mil deidades. El protagonista y narrador, Saleem Sinai, nace dotado de poderes extraordinarios en el momento exacto de la Independencia de la India, el 15 de agosto de 1947. Comparte su poder telepático con todos los niños y niñas que nacieron ese mismo día y a esa misma hora, en cualquier confín de la India, con los que se pone en contacto mediante la conferencia de los Hijos de la Medianoche.
A través de la conferencia, la novela expone la complejidad de los conflictos étnicos y religiosos, la partición del país en dos, India y Pakistán, las guerras del país durante las primeras décadas de la independencia, y paralelamente, imbricado en tales acontecimientos, el destino de los protagonistas. Los hijos de la medianoche fue traducida a todas las lenguas, obtuvo premios relevantes, alcanzó un éxito sensacional y fue abanderada de la novelística británica de la espléndida generación del autor (Amis, McEwan y Barnes nacieron entre el 46 y el 49).
La otra obra fundamental en la celebrada carrera literaria de Salman Rushdie es la que le ha costado la fatwa (condena a muerte) del ayatolá Jomeini por incorporar una representación irreverente de Mahoma y quizá le cueste la vida: Los versos satánicos (1988). El título hace referencia a una discutida tradición musulmana que se relata en el libro. Según esta tradición, Mahoma (llamado Mahound en el libro) agregó versos (Ayah) al Corán aceptando a tres diosas paganas árabes que solían ser adoradas en La Meca como seres divinos. Según la leyenda, Mahoma luego revocó los versos, diciendo que fue el diablo el que lo tentó para que escribiese esas líneas con el objetivo de apaciguar a los ciudadanos de La Meca (de ahí los versos "satánicos"). Durante el sueño de uno de los personajes, varias figuras sagradas del Islam aparecen junto a prostitutas, Alá es definido como Destructor del Hombre y Mahoma (Mahound) como falso profeta.
3 / El libro fue prohibido en muchos países con grandes comunidades musulmanas (13 en total: Irán, India, Bangladesh, Sudán, Sudáfrica, Sri Lanka, Kenia, Tailandia, Tanzania, Indonesia, Singapur, Venezuela y Pakistán.) La fatwa de Jomeini dio el pistoletazo de salida para varios atentados fallidos entre los colaboradores del novelista, el asesinato de su traductor japonés, varias matanzas policiales en países musulmanes con motivo de manifestaciones de odio a Rushdie, el pavor de las editoriales de medio mundo que habían publicado o se disponían a publicar la novela. El autor vivió nueve años escondido, cambiando continuamente de casa, hasta que la fatwa fue oficialmente levantada.
Cuando Jomeini la pronunció, yo trabajaba en la sección de cultura de un periódico barcelonés y me encargué de llamar a varios intelectuales españoles para sondear su opinión sobre el conflicto. Me complació la firmeza de algunos en la defensa de Rushdie y de la libertad de expresión como fundamento civilizatorio, comprendí el temor de otros que prefirieron no decir ni mu –el miedo es libre--, y también me abrumó la indignación que manifestaron otros (mejor silenciar los nombres), indignación no contra el maldito ayatolá, sino contra Rushdie, por escribir chistes innecesariamente provocadores de los sentimientos religiosos de millones de musulmanes. En la misma Inglaterra el grandísimo cuentista Roald Dhal le acusó de ser un imbécil inmaduro (no recuerdo si estos fueron los términos exactos) y es inolvidable el debate televisado en donde Yusuf Islam (antes Cat Stevens) sin alzar la voz, pausadamente, lamentó que en vez de la efigie de Rushdie que los fanáticos acababan de quemar en Londres no hubieran quemado al novelista en carne y huesos; y por si en la estupefacta audiencia quedaban dudas, reiteró que si él pudiera lo entregaría personalmente a Jomeini. Siempre es en los momentos críticos cuando se conoce el fondo de la gente.
4 / Quiero acabar estas notas recordando que la escritora Fay Weldon, que participaba en el debate, tomó en seguida la palabra, y sin alzar tampoco la voz, instó a un oficial de policía que también participaba a detener inmediatamente a Cat Stevens por incitación al asesinato y propaganda terrorista. En la grabación se ve al policía mordiéndose el labio, sin saber qué debería hacer. Bendita sea la señora Weldon.