Si le preguntas a cualquier persona alrededor del mundo sobre el boom latinoamericano, alguna idea se hace al pensar en autores como García Márquez a Vargas Llosa. El boom se extendió y fue más allá, sin embargo, ¿qué sabemos de la literatura que lo rodeó, la que no llegó a tener un foco de luz para encumbrarse?
Son muchos los autores alrededor del boom, como amplio es el territorio latinoamericano. De finales del costumbrismo al realismo mágico --ese que aún no sabremos por qué le dicen mágico si más bien era más real de lo normal--, pasando por las invenciones poéticas hasta llegar a los grandes intelectuales que hoy siguen dando de qué hablar. Es por eso que en esa búsqueda por extender el foco a todo el territorio latinoamericano la escritora e investigadora Clara Obligado ha publicado el Atlas de literatura latinoamericana. Arquitectura inestable (Nórdica, 2022), una cartografía que bebe de la sabiduría de autores e investigadores contemporáneos para explicar quiénes fueron esos otros escritores del boom que no se vieron favorecidos, como sabemos, del éxito comercial.
Las ilustraciones de Agustín Comotto acompañan un libro que va avanzando por esa arquitectura honda que son las letras latinoamericanas. ¿En qué se parece Sara Gallardo, Rómulo Gallegos o Camila Enriquez Ureña a Julio Ramón Ribeyro? Los vasos comunicantes entre escritores laten a medida que las palabras se expanden y los datos resuenan. Por ejemplo: Elena Garro había escrito realismo mágico en Los recuerdos del porvenir cuatro años antes que Cien años de soledad. Mientras, Teresa de la Parra sacaba de las jaulas los sueños o frustraciones de sus personajes femeninos, porque era ella misma quien rompía con un rol como mujer en la literatura. A su vez, Guillermo Cabrera Infante moría en el exilio pero, en su Cuba natal, sus novelas ya eran clásicos y se vendían clandestinamente en el mercado negro o, gran parte de la ciencia ficción erótica que se ve en el porno actual no sería rentable, sin el imaginario de Marosa Di Giorgio.
Como bien afirma Clara Obligado en el prólogo este libro, la selección de autores de esta compilación se compara con un atlas: no pretende ser exacto, con escalas perfectas o detalles demasiado irrisorios porque siempre, en esa búsqueda por la perfección, se dejan cosas fuera. Obligado sabe lo que no ha podido incluir: desde autores de las lenguas originarias hasta la poca representación de lo que es el Brasil actual; pero así son los atlas, como los compendios literarios, nunca pueden mostrar la complejidad de las variaciones del territorio sin sacrificar el paisaje o a sus habitantes.
Entendiendo esa dificultad en la selección, los escritores o investigadores que ayudan con su prosa y experiencia a escribir los perfiles de estos autores clásicos, han podido dar su opinión y recomendar a algún escritor que se desconocía o, simplemente, ahondar en lo que ya sabíamos de esa biografía. Desde Mariana Enriquez pasando por Leila Guerriero o Munir Hachemí hasta llegar a Fernanda Trías o Violeta Rojo, son solo algunas de las firmas de las más de cuarenta personas involucradas en esta “arquitectura inestable”, un coro de personas que nos recuerda desde el presente las reverberaciones de un pasado.
Homenaje al Caribe y a la Centroamérica desconocida
Este atlas nos hace ver montañas tan altas como la poesía de Alejandra Pizarnik, la prosa de Lezama Lima o Bolaño. Sin embargo, vale la pena resaltar la visibilidad de autores como Rogelio Sinán, ese autor panameño que nació en la isla de Taboga, donde ahora los europeos van hacer clases de vela pero que en la época de Sinán era un terreno desconocido y aún pertenecía al departamento de Colombia. Si Sinán se convirtió en “todos nuestros santos y demonios literarios”, su compatriota de espacio tropical, la escritora puertorriqueña Julia de Burgos, sería una furia literaria que acabaría con el posesivo “de” al divorciarse tres veces y dejar todo asentado en su escritura con tan solo veinticuatro años.
En ese mismo centro de la cartografía estaba Carlos Martínez Rivas, ese poeta nicaragüense gratamente deseado por “las futuras celebridades de América Latina” como Octavio Paz, Elena Garro o Julio Cortázar, a quien se le publicó la obra Infierno en el cielo post mortem porque no quería que fuese publicado en vida, pero que, a su vez, fue censurado por el gobierno de su propio país mientras desde España se intentar publicar una antología de su obra.
La profesora de la Universidad de Granada, Ana Gallego, rescata a esa poeta dominicana y feminista Camila Henríquez Ureña, quien no solo fue invisibilizada por la geopolítica --“no es lo mismo ser dominicana que argentina”--, por su familia sino, también, por el canon. Sin embargo, Henríquez Ureña se zafó de todas esas sombras al convertirse en una de las mujeres que lideraron el movimiento feminista en Centroamérica y es, hoy en día, una de las pioneras en los ensayos del género por promover ideas que actualmente forman categorías como “feminicidio”, “economía barroca” o “transfeminismo”.
Por ultimo, el final caribeño pertenece a la escritora costarricense Carmen Lyra, esa mujer que quería ser monja y que terminó por deconstruir en sus textos a la Costa Rica conservadora reflejando así a esa otra parte negada: la Centroamérica indígena e híbrida. Lyra construyó un universo desde la literatura infantil y juvenil, ese otro espacio tan desvalorizado dentro en el mundo literario. Su libro Bananas y hombres emplea conceptos como colonialidad o extractivismo que posteriormente fueron utilizados por la literatura científica.