Resumir en pocas líneas la trayectoria de unos de los cineastas y escritores más relevantes, singulares e interesantes del último medio siglo es una tarea imposible. Porque es poco lo que puede decirse de Gonzalo Suárez, director de películas como Ditirambo, Epílogo o Don Juan en los infiernos. También del escritor, alabado por Vicente Aleixandre o Julio Cortázar, que llegó a compararle con Boris Vian. Casi seis décadas después de publicar su primer libro, Suárez regresa con El cementerio azul (Random House), un libro de relatos, donde ejerce de maestro del género. Narraciones inquietantes donde la realidad se desdibuja entre evocaciones y sueños, donde el velo de la ficción –la única vida verdadera– lo envuelve todo, obligando a los lectores a mirarlo todo de nuevo, de manera distinta, bajo otro prisma.
–Han pasado 59 años desde que publicara –en 1963– De cuerpo presente, su primera novela. Javier Cercas le definió como un outsider dentro de la literatura española. Tras casi seis décadas, ¿se siente un outsider?
–Bueno, en realidad, me siento más bien fuera de cualquier contexto que reste libertad, sea literario o no.
–Al final del relato Paranoia leemos que las noticias de periódico del día anterior “cobran en papel verosimilitud impresa”. ¿La realidad se vuelve verosímil cuando se ficcionaliza? Dicho de otra forma: ¿la verdad está en la ficción?
–No tengo una respuesta taxativa para esa pregunta. La ficción es un acontecer para el que la escribe, la lee, la ve en una pantalla o la sueña con la intensidad de un niño que juega o alguien que quiere emanciparse, o fugarse de una llamada realidad que le resulta aburrida y adversa. Dicho esto, la ficción así vivida cobra en la memoria un espacio similar a la de cualquier recuerdo o suceso real. Pero, al respecto, no quisiera parecer alguien que conoce las respuestas, las aventuro.
–Hablando de soñar: El cementerio azul se abre con un sueño insertado en un relato sobre un rodaje, ¿qué le interesa de lo onírico?
–El cementerio azul empieza con un relato real. El rodaje en Varsovia de El detective y la muerte. Nada soñado, por cierto. Además, a diferencia de los surrealistas, no considero los sueños como símbolos o metáforas sino como un acontecer paralelo a la realidad que vivimos despiertos
–Lo que nunca le ha interesado mucho es el realismo. Pienso en El sueño de Malinche o en La colmena, proyecto que abandonó por su exceso de costumbrismo.
–Un relato escrito o una película tienen una realidad propia y, si pretenden ser exactamente como la vida misma son inevitablemente una falsificación. Además, la vida son instantes imposibles de atrapar. Cuando los dibujas o los cuentas ya se han ido, igual que lo que digo mientras lo estoy diciendo.
–¿Qué importancia tuvo su formación afrancesada? Su primera película es de 1966, cuando la Nouvelle Vague se había consolidado. ¿Cómo influenció su mirada esteticista y su concepción del montaje en su idea del cine?
–No creo que encuentre en El extraño caso del doctor Fausto ni en Aoom ninguna influencia de la Nouvelle Vague, salvo el impulso de rodar en libertad. Fue, eso sí, una generación liberadora como lo sigue siendo para Jonás Trueba y otros jóvenes.
–En Barcelona rodó Ditirambo. Y coincidió con el crítico Román Gubern y los miembros de la Escuela de Barcelona. ¿Se forjó en Barcelona una idea del cine más intelectual con respecto al que se hacía entonces? ¿Se concebía el cine como cine de autor?
–El cine es, inevitablemente, de autor si hay un autor. Para encontrar grandes autores cuya mirada ha dejado huella no es necesario circunscribirse al cine francés que tachas de intelectual, sino a la historia del cine. Concretamente, en Ditirambo pretendía, si acaso, deberle más a La jungla de asfalto de John Huston, por ejemplo, que a Godard. Aunque, mal que me pese, sólo consiguiera parecerme a mí mismo. Por otro lado, sospecho que mis películas deben tanto o más a mis libros que a otras películas de las que, paradójicamente, mis libros se habían nutrido.
–¿Le gusta que definan el suyo como cine de autor?
–Para mal o para bien, no puedo emanciparme de ser el que soy, ni de hacer lo que hago y cómo lo hago. En literatura y cine, o viceversa, me gustaría llegar a hacer o haber hecho algo que mereciera la pena. Aunque, en los tiempos que corren, me temo que nadie necesite ni un libro ni una película más.
–Trabajó haciendo anuncios para rodar Epílogo. ¿La independencia, por un tema económico, hay que pelearla más en el mundo del cine que en literatura? ¿El cine corre más riesgo que otras artes de sucumbir ante las exigencias del mercado?
–Desde luego. Estoy escribiendo un guión sin demasiadas esperanzas de encontrar financiación, pero sigo escribiéndolo. Me gustaría, al menos, que se editase como se editan las obras de teatro.
–“Esta es una historia que nunca sucedió. Pero nos bastará imaginarla para que suceda, como si hubiera sucedido o estuviera a punto de suceder, porque los tiempos pasados se reencuentran con el presente cuando el futuro los alcanza y lo sucedido y lo imaginado ocupan el mismo lugar en la memoria”. ¿De dónde viene esta idea del tiempo?
–La fugacidad del tiempo viene del día a día y el cine, a mi entender, bebe de la literatura desde el momento en que existe un guión previo. Cuando contamos una película solemos limitarnos a su argumento. No tengo ni idea de lo que es el tiempo, sólo vértigo.
–En otro de sus relatos se lee: “La muerte nunca podrá borrar de la memoria un recuerdo olvidado”. Me parece interesante cómo ha trabajado usted la memoria: en un país que ha hecho –véase el cine o la literatura– de la Guerra Civil y la posguerra, un género, usted le ha dado la vuelta. ¿Le interesan los géneros vinculados a la memoria?
–Me interesa lo que se cuenta y cómo se cuenta. Aprecio y admiro el talento ajeno y los temas, sean o no sean históricos o imaginados, dependen –en definitiva –de las personas que los trasladan a la escritura y a la imagen a través de libros, películas, música, danza o pintura. El mejor o más importante tema no hace que una obra sea mejor.
–Dijo Aleixandre que “los cuentos de Gonzalo Suárez” descargaban un fluido nervioso. Estos relatos dialogan con su obra, que es un proyecto coherente de una única voz con distintas tonalidades. ¿Tenía conciencia de construir una obra total?
–Una obra siempre queda sin terminar cuando aspira a lograr una armonía total que le confiera sentido en un mundo que no lo tiene. Si acaso, cobra esporádico sentido por espacios y momentos nunca compartidos globalmente. Veo que se me adscriben intenciones más allá de la coherencia del paso a paso. Son las imágenes y las palabras las que me hacen avanzar hacia no sé dónde y llegar a no sé qué. Se trata más bien –lo confieso– de una aventura en la que predomina el instinto del juego, sin meta ni tablero.
–¿Cómo ve el panorama cinematográfico? Usted que apareció en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y ayudó a Almodóvar a encontrar trabajo cuando rodaba cortos. Hoy es uno de los directores de cine de autor más relevantes
–Con alegría por haberle conocido en sus inicios y orgulloso de haber participado en alguna de sus películas. No le ayudé a encontrar trabajo, sino que él me ayudó como secretario en la etapa en que era yo quien buscaba encargos en publicidad haciendo spots. Me enorgullece que tengamos un director internacional y el haber aportado, entre otras cuestiones, el lagarto de Qué he hecho yo… .
–Javier Bardem, Fernán Gómez, Jesús Sacristán, Adolfo Marsillach, Francisco Rabal… ¿Ha trabajado usted con los mejores?
–He tenido mucha suerte. Pero la lista es todavía más amplia y, para no enumerar a todas las grandes actrices con las que he tenido el privilegio de trabajar, me limitaré a citar a Charo López que fue muy importante desde mis inicios. Yo no puedo ni debo hacer una selección –como usted hace– con los actores en su lista masculina. No podría omitir a Fernando Guillén, Carmelo Gómez, José Luis Gómez, Donald Pleasence, Michael Dunn, Michael Pollard, Nigel Davenport, Lex Barker, Valentine Pelka, Hugh Grant, etc. ¿Y qué decir de las mujeres? Las actrices suelen ser frecuentemente mis preferidas por su intuición, inteligencia y sensibilidad.
–Hablando de mujeres, Carla Simón acaba de convertirse en la primera directora española en ganar el Oso de Oro y en 2021 Penélope Cruz fue la primera actriz española en ganar la Copa Volpi antes de tener un Oscar ¿Estamos viviendo un momento privilegiado del cine? ¿ Están jugando un papel clave las mujeres?
–El cine nunca muere, aunque las salas agonicen y los productores hayan sido sustituidos por plataformas. Y las mujeres, por supuesto, siempre contribuyen al esplendor, aunque yo no considere los premios, ni siquiera los que me dan y acumulo, como la prueba más importante del talento, sino las películas, sean hechas por hombres o mujeres de diferente raza o condición.
–¿Tenía el mundo del cine una deuda con las directoras, actrices y guionistas?
–Lo que dice y reclama se puede extrapolar a la sociedad en general y al condicionamiento que el hecho de ser mujer comporta. Dicho sea de paso, la literatura ha sido en muchos aspectos más liberadora desde mucho tiempo atrás, porque depende sobre todo de la voluntad personal