"Sí, hubo utopía, porque todo estaba por hacer y erámos muy jóvenes", sentencia el periodista Xavier Sardà, que también tiene claro que recordar todo aquello resulta ahora "un horror, porque esto lo he vivido, con intensidad, todo lo que se cuenta". Jóvenes, con 20 años. Y Barcelona sin ley, sin un proyecto claro. Fueron “cinco años en los que nos dejaron en paz”, señala Ramón de España, porque “no se sabía qué estaba prohibido y qué no, entre la muerte de Franco y la primera victoria de Jordi Pujol”. Y Jordi Basté añade que cada generación ha vivido su juventud, pero que la que vivió aquellos años, entre los setenta y ochenta “fueron más felices, porque había muchas cosas, más sencillas que ahora, pero había más diversión”. Una Barcelona “canalla y cretina”, como apunta Sardà. Y "desenfocada", sentencia el autor del libro. Sardà, sin embargo, plantea el dilema: "Se vivió, pero también se trabajaba y se estudiaba, y yo mismo, durante las noches en las que se salía, pensaba en que por la mañana tenía que trabajar y hacer cosas".
Ramón de España conversa con Xavier Sardà y Jordi Basté, con las reflexiones de la editora Eva Moll, responsable de la edición de Barcelona fantasma (Ediciones Vegueta). El auditorio de la librería Casa del Llibre sonríe. Vive en directo los comentarios de los tres protagonistas sobre un libro que refleja, como si fuera una autobiografía de Ramón de España, la Barcelona de finales de los setenta y mediados de los ochenta, con lugares que ya no existen, como la sala Zeleste, en la calle Platería, o Studio 54, o Bikini. O con publicaciones como Star o Ajoblanco. Todo eso pasó, como canta Luis Eduardo Aute en uno de sus temas sobre el cine. Y ahí estaba Ramón de España. El libro recoge los artículos de Ramón de España publicados semanalmente en Letra Global en los últimos años, dentro del grupo Global Media Group.
El personaje de Flowers
Pero, ¿hay nostalgia? Sardà, en un duelo dialéctico con el autor del libro y con puntualizaciones de Basté, el más joven de los tres y que vivió menos aquella época, busca el debate, dejando de lado esa emoción por el pasado. “¿Por qué no quisiste entrar en El Molino?” Y aquí el autor de Barcelona fantasma ofrece una reflexión que es también la de un cambio en la sociología de la ciudad: “Eran artistas mayores, con un ambiente sórdido, mientras yo escuchaba a Lou Reed, David Bowie y los Sex Pistols”. Es una ciudad que cambia, y el autor ya está en otro lado, con el sueño de una ciudad que pudiera acercarse a otras realidades como la cosmopolita Nueva York.
Era una Barcelona que declinaba, y que iba a dar pie a otra urbe, muy distinta, con las obras que comenzaron para los Juegos Olímpicos de 1992. Era una Barcelona “desenfocada”, como muchos de aquellos protagonistas, como el mítico Flowers, un personaje que retrata Ramón de España en el libro. Y aquella ciudad ya fue otra, se transformó, "en una especie ahora de “Lloret y capital de una nación milenaria”, en palabras de Ramón de España.
El personaje de Flowers, del que hablan como si fuera ayer Sardà y Ramón de España ilustra aquella Barcelona. Se trataba de un fotógrafo alternativo, "maestro del desenfoque creativo", que ofrecía conciertos como cantante en el Club La Orquidea, un "tugurio" en el barrio de Gràcia. Pero Flowers instaló luego su cuartel general en el bar María, en calle de Gràcia del mismo nombre. Y allí trataba de vender sus fotos y el calendario que editaba cada año. Según Ramón de España, cuando cerraron Disco Exprés y Star, en 1980, el personaje se quedó "un poco como el pintor de paredes al que se le retira la escalera y se queda agarrado a la brocha".
Vivir al límite
Esa técnica del "desenfoque", le sirve a Ramón de España para hablar de una Barcelona que ahora se ve muy difusa, una Barcelona "desenfocada", porque los que la vivieron tienen sus particulares recuerdos, y les han servido para analizar la ciudad actual. Pero el autor huye de la nostalgia. Y pregunta en voz alta si el problema ahora es que todos los veteranos "no tienen ni idea de cómo se lo pasan bien los jóvenes de ahora". No hay pretension de señalar que todo aquello fue mejor, pero fue lo que vivió Ramón de España, y, objetivamente, sí cree que pudo ser más interesante, porque "todo estaba por hacer, y nos dejaron cinco años en paz", repite.
Con el "procés soberanista" como fondo de la conversación, aunque solo ocupa una parte pequeña, entre Sardà, Basté y Ramón de España, surge la lección de todos aquellos años. "Fue un momento utópico", señala raudo Sardà. Utópico porque aquella juventud --una determinada, centrada en la creatividad intelectual en publicaciones underground-- vivió también al límite y pagó las consecuencias, con muertes prematuras que no se esquivan en el libro, debido al consumo de drogas. Pero que quería cambiar la situación, desde distintos ámbitos.
La emoción, siempre contenida, llega con el nombre de Rosa Maria Sardà. Basté señala que, consciente de que era una actriz con personalidad y "mala leche" en las entrevistas, buscó una salida ante un cara a cara difícil en la radio. Y se le ocurrió fumar con ella antes de iniciar la entrevista. "Eso permitió romper todas las tonterías previas y lograr un buen clima para la conversación". Y su hermano, Xavier Sardà, no pudo evitar lo que quería destacar Ramón de España, que la conoció en su última etapa, unidos por el común reproche al proceso soberanista. "Mi hermana un día, soledado, decidió ir a devolver la cruz de Sant Jordi, después de conocer la confesión de Jordi Pujol, y pidió, en la Generalitat, un acuse de recibo, una firma, para que quedara constancia y que no se le publicara una esquela por parte de la Generalitat". Los asistentes no evitaron las risas.
Unas risas que se intensifican cuando Ramón de España habla de Carmen de Mairena y de las frases dedicadas a Artur Mas o a José Montilla, en sus críticas, también, al procés. Unos comentarios con el sexo siempre presente y que encantan a los asistentes, ávidos de diversión.
La Barcelona de Ramón de España sigue muy viva, con un espíritu combativo, y lúdico. Lo expresa casi al inicio de la conversación, con una idea también ilustrativa: "En Barcelona íbamos a Zeleste, pero la música era un peñazo, cercana a una especie de jazz moderno, cuando en Madrid el Pop comenzaba a ser puntero y fue lo que llevó a la Movida. En Barcelona reinaba la onda laietana, el rock progresivo", señala, marcando una distancia que ha podido acrecentarse con los años, una cierta diferencia entre lo 'serio-comprometido' (y que dio pie políticamente al procés), frente a lo más lúdico y pragmático que se identifica ahora con la capital de España.
Hay más. Chascarrillos sobre el servicio militar. La confesión de Jordi Basté de que él se presentó voluntario para poderlo realizar en Barcelona. Y reflexiones vagas sobre el paso del tiempo, y recuerdos para los que se fueron demasiado rápido, demasiado jóvenes. Y ganas, muchas, de avanzar, y de que se pueda hablar de todo, ya con el proceso soberanista visto desde el retrovisor.