No descubrimos nada si decimos que James Ellroy es el gran autor de la novela negra contemporánea. Alguien que ha sido capaz de redefinir el género, convirtiéndose en una de las figuras de la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Se ha dicho repetidamente que a través de sus novelas, sobre todo si consideramos su cuarteto de Los Ángeles y su trilogía de los Bajos Fondos, está escribiendo la historia de Estados Unidos en el siglo XX. Sin embargo, él hace énfasis en que lo que escribe es fruto de su imaginación, que usa la realidad para llevarla a su terreno.
Hay tanto de realidad como de recreación en sus obras, como prueba su último trabajo: Pánico (Random House). Se trata de una novela en clave paródica sobre Fred Otash, un detective sin escrúpulos que espiaba a los nombres más destacados de Los Ángeles en los años cincuenta. Conocía todo lo que escondía Hollywood, aunque las estrellas no eran sus únicas víctimas. Utilizado por el poder policial, el mediático –hizo fortuna vendiendo intimidades ajenas a la revista sensacionalista Confidential– y político –Kennedy requirió sus servicios– representó como pocos las cloacas de una sociedad que primero lo utilizó e, hipócritamente, al final terminó por condenarlo.
–¿Qué es para usted la imaginación?
–Imaginar es lo que siempre he hecho. La imaginación es segura, es confortable y, a la vez, es algo complejo. Todo está aquí, en mi cabeza y en mi alma. Con la imaginación puedo darle la vuelta al mundo entero en cualquier dirección y en cualquier aspecto. Puedo cerrar los ojos y ver las calles de Los Ángeles en ciertos momentos y años determinados y recrearlas. Vivo en sueños intensos, ardientes. Vivo aventuras amorosas apasionadas. Vivo entre mujeres y hombres engañados. La otra noche conocí a una mujer en una librería que me impresionó tanto que creo que será la protagonista del libro que escriba después de los dos que tengo ahora pendientes.
–¿Usted coge la realidad y la lleva a su mundo de fantasía?
–Exactamente. ¿Te gusta la idea?
–Esto desmiente la tesis de que usted está escribiendo en sus libros la historia real de Estados Unidos y que en ellos describe de verdad Los Ángeles.
–Claro, porque son todas recreaciones mías. Todo es fruto de mi imaginación.
–¿Qué hay de usted en la ciudad que aparece en sus novelas?
–Los Ángeles y yo somos indistinguibles el uno del otro. Yo soy de Los Ángeles. He vivido muchos años en Los Ángeles. Hace unos años que ya no vivo allí y no volveré a vivir allí nunca. Hay un Los Ángeles imaginado y otro real y verificable. He estado escribiendo durante más de cuarenta años sobre Los Ángeles, aunque también sobre otras ciudades y lugares de América y del mundo. No debería sorprender: más de la mitad de mi vida la he vivido fuera de Los Ángeles. Sin embargo, sigue siendo una ciudad central para mí, sobre la que quiero escribir. De todos los lugares, sobre el que más quiero escribir es Los Ángeles.
–También lo hizo Edward Bunker. Usted ha escrito el prólogo de No hay bestia tan feroz, una de sus novelas.
–No es tan bueno como digo en el prólogo. Era un autor –ahora está muerto– mayor que yo y, durante un tiempo, compartimos agente literario. No hay bestia tan feroz es una buena novela negra, ya está. Bunker era un criminal y yo no lo respetaba porque no me gustan los criminales. Amo a la policía y detesto a los criminales. Dicho esto, vale la pena leer a Bunker.
–Freddy Otash, su personaje, ha sido ambas cosas ¿No?
–Efectivamente.
–Actúa como un criminal, pero a usted le sirve para enviar a prisión a Caryl Chessman.
–Esa es una percepción interesante. Te cuento: Otash se mueve por su atracción por las mujeres. Caryl Chesman nunca mató a nadie, pero, en su época, el secuestro por violación –y él era un violador recurrente– era motivo suficiente para que te condenaran a muerte. Por esto acabó en la cámara de gas. Me alegro de que así fuera. No fui el único que se alegró. Mucha gente cree que la suya era una vida que se podía suprimir, puesto que Chessman era un pedazo de mierda. Volviendo a Otash, por malo que fuera Freddy, no era ni un pervertido ni un abusador de niños, ni tampoco un violador. En este sentido, no tengo problemas con él. No quiero ser hipócrita, lo acepto, no le condeno.
–Pensando en Otash: ¿El fin justifica los medios?
–Conozco esta idea. Otash nunca la menciona ni tampoco alude a algo parecido. Lo que le mueve es su intento constante de saciar su curiosidad. Él merodea por las habitaciones de las mujeres, huele sus bragas, lee sus diarios… En el fondo, Otash es un voyeur. Precisamente por eso es un gran detective.
–Es utilizado por el poder político y el mediático.
–Y también lo utiliza el Departamento de Policía de Los Ángeles y la revista Confidential, para la que trabaja.
–Una demostración de una gran hipocresía social: se le utiliza y luego se le condena.
–Totalmente. Es así.
–¿Esta hipocresía es la que domina Hollywood? ¿Proyecta una realidad que nada tiene que ver con los secretos que en el fondo esconde?
–Sí, Hollywood es todas estas cosas. Pero tampoco me interesa mucho. Al fin y al cabo, la mayoría de sus películas son malas, incluyendo aquellas que tienen una alta consideración. Las películas son malas. Netflix es malo. Sobre esto, no tengo nada que decir. Y, por lo que se refiere a la industria del cine, solo te puedo decir que no me importa nada. Escribí algunos guiones, hice el mejor trabajo que pude dentro de ese mundo, gané dinero con algunas películas y me marché para volver a los libros, que son lo único real para mí. Lo que aparece del mundo del cine en esta novela es el juego con ese género llamado novela de Hollywood, que mezclo con la novela negra y la novela popular.
–¿Cuáles son sus referentes?
–En la novela negra, mi único referente soy yo mismo. Por lo que se refiere a las novelas de Hollywood, tomo como modelos obras obras y autores que son considerados los más grandes: El día de la langosta, de Nathanel West, ¿Por qué corre Summy? y Los desencantados de Budd Schulberg. En cuanto a la novela popular, te puedo citar The Chapman Report de Irving Wallace o Los insaciables de Harold Robbins, pero también me han influenciado novelas de sexo y sobre la alta sociedad publicadas en los primeros años sesenta.
–Las revistas son un material que usted usa en sus libros…
–Las revistas son para mí un instrumento que me permite meter mi nariz en las vidas privadas de muchas personas y ejercer ese voyeurismo propio de Freddy Otash.
–¿Todo novelista es un poco voyeur?
–Hay muchos escritores que escriben simplemente por motivaciones políticas o por tener un trabajo. No escriben por pasión, algo que yo sí hago. De hecho, yo soy pura pasión.
–En su novela, Otash habla desde el Purgatorio mientras espera su salvación. ¿Cree en la redención?
–Soy cristiano. Creo en la redención, sin duda. Y creo en el perdón, al menos siempre que Dios así lo quiera. El perdón viene de Cristo sacrificado en la cruz.
–¿El amor también salva? Lo digo porque Otash busca el amor, igual que otros muchos personajes de sus novelas anteriores.
–Bueno, el amor entre personas no es lo mismo que el amor de Dios, pero mientras tanto hace las veces.
–Al leer su novela sobre Otash recordé la figura de Louella Parsons, que fue temida por Hollywood por los secretos que conocía y vendía al mejor postor.
–Bueno, ella no era una criminal. Era escrupulosa. No era violenta. Pero es cierto que vendía los secretos de la gente conocida. En este aspecto, te compro la comparación.
–Y en cuanto a secretos, si no me equivoco la revista Confidential alcanzó el mayor número de ventas con la noticia de la separación entre Marilyn Monroe y Joe DiMaggio.
–Es cierto. Fue en 1954. Había y hay mucho mito en torno a Marilyn. No sé muy bien por qué. Reconozco que no es alguien que me guste. Realmente, no era una actriz. Lo cierto es no hay mucha historia al respecto, aunque se digan muchas cosas y, seguramente, se seguirán diciendo. No fue asesinada. Es verdad que tuvo sexo con John Kennedy, pero no más de seis o siete veces. No era nada difícil acostarse con él, se acostaba con todas.