A principios de este siglo, la editorial barcelonesa RBA editaba más novela negra que nadie en España. Las cosas parecían ir tan bien que hasta se creó un premio de literatura policial muy bien dotado económicamente que ganó en 2013 uno de los pilares de la casa, el islandés Arnaldur Indridason (Reikiavik, 1961), con su novela Pasaje de las sombras. Daba la impresión de que el género estaba firmemente asentado en nuestro país y que RBA llevaba la voz cantante en cuanto a publicaciones: gracias al buen criterio de la quebecoise Anik Lapointe, la editorial del señor Rodrigo publicaba thrillers a granel, alternando los clásicos (se le dio un muy necesario empujón al gran Jim Thompson) con las nuevas voces internacionales. Todo parecía ir de maravilla hasta que la señora Lapointe fue cesada (encontrando justo acomodo en Salamandra, donde publica un material tan interesante como escaso, nada que ver con la fértil y constante cosecha de su trabajo anterior), el ritmo de edición bajó de forma radical y RBA dejó de ser la firma de referencia para los aficionados españoles a la novela negra. Tal vez el negocio no funcionaba tan bien como parecía. O la editorial prefirió emprender nuevos caminos. La verdad es que nunca se nos ha dado una explicación convincente, pero por el camino hemos perdido a algunos autores interesantes a los que se ha dejado de traducir y que, en la práctica, da la impresión de que se han muerto o han dejado de escribir. Uno de los casos más graves para quién esto firma es el del señor Indridason, que sigue produciendo a un ritmo estajanovista, pero en España nadie se da por aludido. Menos mal que nos quedan los franceses.
Arnaldur Indridason se hizo popular entre nosotros gracias a la serie de novelas protagonizadas por el atormentado comisario Erlendur, que era como un personaje de Bergman obligado a resolver extraños crímenes en los que a menudo se mezclaban el presente y el pasado, como le ocurría en la vida real al polizonte, que seguía recordando a su hermano mayor, perdido en la montaña durante una ventisca cuando ambos eran unos críos y cuyo cuerpo nunca apareció. Las novelas de Erlendur son ejemplares a la hora de combinar la intriga policial con el factor humano. Cuando su autor decidió matarlo, a muchos nos sentó mal la cosa, aunque encontramos consuelo en algunas nuevas novelas de Indridason protagonizadas por el joven Erlendur, recién incorporado a la policía islandesa. Pero cuando nuestro Arnaldur decidió inventarse a un nuevo personaje que, en cierta medida, tomara el relevo del buen Erlendur, RBA se hizo el sueco y, a día de hoy, nadie parece muy interesado en publicar entre nosotros las aventuras de Konrad, un poli jubilado (aplastado también por un pasado familiar digamos tenebroso). Como les decía, menos mal que nos quedan los franceses.
¿Algún editor español que se anime?
Cuatro son ya las novelas del jubilado, pero muy trabajador, Konrad que ha publicado la editorial gala Métailié: Ce que savait la nuit (Lo que la noche sabía), Les fantomes de Reykjiavik (Los fantasmas de Reikiavik), La Pierre du remords (La piedra del remordimiento) y Le mur des silences (El muro de los silencios), que es la única que me falta por leer y que me guardo para cuando la necesite (las otras tres me las he tragado prácticamente seguidas). Menos atormentado que Erlendur, Konrad arrastra también una historia familiar que se las trae: su padre, un estafador especializado en montar sesiones de espiritismo con las que sacarles los cuartos a los crédulos desesperados, apareció asesinado hace décadas ante lo que entonces era el matadero de Reikiavik. Nunca se aclararon las cosas, que Konrad arrastra de novela en novela junto a su particular versión del doctor Watson, la vidente Eyglo, cuyo progenitor había sido el socio del suyo a la hora del tocomocho espiritista y que también acabó mal, ahogado en el puerto de la ciudad a consecuencia, probablemente (o no), de su alcoholismo rampante. Unidos por el pasado, Konrad y Eyglo forman una extraña pareja de investigadores que le sirve a Indridason para introducir un ingrediente nuevo en su prosa, el elemento paranormal, que al principio choca un tanto, pero se acaba integrando a la perfección en la trama. Como en las historias de Elendur, la combinación de lo humano y lo criminal está aquí perfectamente lograda.
De ahí que aproveche este artículo para pedir públicamente que algún editor español se haga cargo de Konrad y Eyglo. Los que aún echan de menos a Erlendur lo agradecerán, y los devotos del nordic noir también, pues el señor Indridason sigue en plena forma. ¿Alguien se anima? Anik, ¿me copias?