Cruz Sánchez de Lara se declara una “emprendedora” que está a punto de cumplir 50 años. Abogada y activista en temas relacionados con los derechos humanos y la sostenibilidad, vicepresidenta de El Español, es máster en Derecho Internacional de los Derechos Humanos y Derecho Humanitario por la Universidad de Washington. Pero Sánchez de Lara ha escrito siempre, para ella misma, aunque también se presentó de joven a distintos premios literarios. Ahora recuerda que ganó un premio regional, y que recibió 25.000 pesetas. Su padre le ha evocado aquel “gran éxito”, tras la publicación –este miércoles en las librerías—de Cazar leones en Escocia, un título que nos lleva a Hitchcock y a esa idea de que lo accesorio sirve para concentrarse en lo importante. Es lo que ha trasladado en la novela, publicada por Espasa, en la que, a través de tres generaciones de mujeres, ahonda en los sentimientos. Silvana, Cata y Miranda, las tres damas de la obra, muestran la reivindicación de las mujeres por sus derechos, también el derecho al gozo, a una vida sexual satisfactoria. A la muerte de Cata, Miranda –su hija—recibe una curiosa herencia que la lleva a conocer realmente a su madre y su familia. En esta entrevista con Letra Global, Cruz Sánchez de Lara lo tiene claro: "No hay edad para la pasión, es bonito tocarse y besarse siempre"
--Pregunta: En Cazar leones en Escocia hay lujo, hay hoteles, villas. ¿Por qué esas elecciones tan sofisticadas?
--Quería reflejar lo importante y para ello pensaba que era necesario que los personajes tuvieran las necesidades cubiertas. Todas las personas tenemos sentimientos sobre las mismas cosas. Pero no es lo mismo cuando no tienes el frigorífico lleno, o la factura de la luz pagada. Consideré que era mejor ofrecer esas vidas acomodadas para que el lector se pudiera centrar en las relaciones sentimentales que se establecen.
--¿Hay algún tipo de vivencia personal o profesional que se refleje en las páginas de la novela?
--No es biográfica para nada. Mi madre sigue viva, afortunadamente. Pero sí es verdad que quien lo ha leído me ha dicho que hay muchos puntos de vista míos en boca de los personajes. Yo, en todo caso, no soy ninguno de ellos. Me he inspirado, eso sí, para la abuela y la madre, en personas que he conocido. Veo sus gestos y movimientos. Y, al ser abogada, es evidente que he manejado con soltura la cuestión de la herencia y se muestra también que he vivido.
--La gran mujer es Silvana, la abuela, la que enseña al resto de generaciones qué se podía hacer y que se debía hacer. ¿Qué representa dentro de la novela?
--Es un homenaje, a través de ella, a las mujeres que tuvieron que vivir de otra manera. Generaciones que no podían hacer nada sin sus maridos. No tenían una autonomía real, no podían, por ejemplo, abrir una cuenta bancaria, algo que resulta impensable ahora. Es una mujer, como dice Silvana, que fue una picapedrera del ego ajeno.
--Silvana incita al gozo sexual, a una vida sexual no sometida a las convenciones.
--Es que el sexo no debe entender de géneros. Hay una reivindicación de la intimidad, como un espacio de libertad. El sexo, el placer, ahora lo damos por asumido, pero venimos de una época marcada por los prejuicios que no se puede olvidar.
--Vidas que son ficciones. Hombres homosexuales que se casan y la mujer lo sabe al poco tiempo, pero se mantiene la ficción. ¿Todavía sucede?
--Cada vez menos, afortunadamente. Los homosexuales se pueden casar ahora entre ellos. Pero eso sucedía, sí. Hay que reconocer ahora el aval de otras generaciones anteriores que nos lo pusieron más fácil. Y esas vidas no son tan antiguas. La ley del divorcio es de 1981, y la ley que despenalizó el adulterio y el amancebamiento es de 1978. Ha habido un avance de la sociedad, aunque ahora parezca que retrocedemos con esa guerra incomprensible en pleno siglo XXI que se libra en Ucrania, que da vergüenza.
--¿Aquellas relaciones y esas vidas ficticias, se producían en las capas más altas de la sociedad española?
--Los trapos sucios se lavan más fácil cuando hay lavadora. El dinero no da la felicidad, pero tapa muchos problemas. Cuando no se podía abortar, las hijas de familias más adineradas se iban a Londres. Afortunadamente, la sociedad se ha democratizado en todos los sentidos. Había un sistema de estamentos en el que el dinero facilitaba a unas personas tener más intimidad que a otras.
--¿Es también el reflejo de una determinada España?
--He pretendido situar los problemas de todo el mundo, de todas las capas sociales, en un estrato donde todo es más vistoso. Cuando lo tienes todo, puedes pensar sobre el amor, los celos o la amistad. Es mucho más fácil. La sofisticación es un buen disfraz para lo profundo. Porque si hablas de cosas profundas, son menos cursis cuando las disfrazas de un halo de pompa.
--Hay una cuestión crucial, y esa relación entre madres e hijas, con un cierto desapego. ¿La sociedad castiga o entiende más esas relaciones, que no significan que se quieran más o menos a una madre o a una hija?
--La relación es más complicada cuando tienes una madre potente. No digo poderosa, sino con personalidad, con carácter. La hija de una madre así vive siempre en medio de comparaciones. Lo que planteo son esos retos generacionales. La protagonista se da cuenta que no debe competir con su madre. A muchos hombres y mujeres se nos pone esa meta, la de demostrar ciertas cosas. Y cuando eso se plantea, la reacción es la de llevarle la contraria a tu madre por cualquier cosa. Es una batalla con una persona que adoras. La protagonista se da cuenta cuando ya no tiene solución. Su madre ya está muerta. Luego hay otra cuestión sobre la maternidad. Las mujeres hemos sido cuidadoras de los hijos y de nuestros padres cuando se hacen mayores. Y ahora no pensamos para nada en esa posibilidad, porque los hijos tienen que trabajar. Y nosotras, las mujeres, debemos compaginar ese rol de cuidadoras con nuestras vidas profesionales.
--¿Los hijos e hijas conocen de verdad a sus padres y madres?
--Yo he procurado que mi hijo me conozca como mujer. Los lectores jóvenes no lo entenderán, pero a nuestras madres se les enseñaba a hacerse fuertes frente a sus hijos ocultando sus emociones. Hemos visto a las madres coger la peor fruta del cesto para dejarles a los hijos las mejores. Ha sido siempre una acción de generosidad. Ocultaron sentimientos y debilidades, y eso nos hizo perder mucho de aquellas generaciones. No escuchamos un ‘tengo miedo’ o un ‘no puedo más’. Las madres de antes siempre podían.
--¿Pero, los conocemos de verdad, a nuestros padres ahora?
--Nos conocemos más todos. Delante de los niños no se hablaba. Ahora, tenemos menos miedo para mostrarnos imperfectos y ponerle nombre a los sentimientos.
--Igual nunca los podemos conocer del todo.
--Probablemente no, y la novela es una reivindicación de esos vínculos. Cuando existen, vemos que perdemos mucho cuando se hacen mayores.
--¿Miranda se arrepiente de saber, o es lo mejor que le puede pasar?
--Miranda es una niña de mamá. Y empieza a vivir con la muerte de su madre. Porque, como le decía ella, lo había tenido todo muy fácil. Cuando algo cuesta, se valora mucho más. Y a mí me gustan esas personas. Lo que sucede con Miranda es que madura cuando ve todas esas lecciones de su madre, que conoce tras su fallecimiento. Lo bueno de escribir la novela es que se puede construir con total libertad, teniendo en cuenta que los abogados somos esbirros de las palabras, como los periodistas.
--¿Liberada para escribir más en el campo de la ficción?
--Ojalá me deje el público. Mi aspiración no es ser popular. Espero que el público me pida otra, porque me hace feliz escribir ficción. Pienso que es la mejor jubilación que alguien pueda tener, porque no necesitas más que tu cabeza para poder escribir. Es una aventura. Mi padre me ha recordado ahora que obtuve un premio regional, y me pagaron 25.000 pesetas. Aquello, el poder escribir, me parecía lo mejor que me podía pasar.
--¿Siempre has escrito?
--Siempre. Y he publicado ahora, gracias a Espasa. La ficción es un ejercicio de libertad. Espero que sea rentable para la editorial, para poder seguir con otra novela.
--Los personajes masculinos tienen un papel secundario. Destaca Martín Solís, el segundo marido de Cata. ¿Es el intelectual que no dice nada? ¿Hay muchos como él en España?
--Es un personaje muy potente, que representa a un sector de la sociedad que, afortunadamente, ya no es tan frecuente. Tiene un ego mal entendido. Tira de resortes personales que no son suyos. Es un soberbio que intenta tapar frustraciones con una erudición que no es cierta. Exhibe un abolengo que no tiene, y su atractivo inicial no conduce a ninguna parte. La mujer se da cuenta muy rápido. Le genera una vida de insatisfacción, sonriendo de cara a la galería cuando es infeliz. Ella renuncia a muchas cosas por él. Los personajes masculinos son fuertes, aunque la historia está contada a través de las mujeres.
--Martín Solís, ¿representa, entonces, un arquetipo?
--Es un arquetipo, sí, de esnobismo, de arribismo social. Personas que son fachada, sin nada detrás.
--Hablas de una novela fundamental en la novela, Middlemarch, de George Elliot, el seudónimo de una mujer, Mary Anne Evans.
--Si mi novela sirviera para que esa obra se conociera más, me daría por satisfecha. Supone la representación de cualquier sociedad, el retrato del convencionalismo, que sedujo a grandes escritores. Elliot, el seudónimo de una mujer, que vivió con un hombre casado.
--En ese triángulo que es el centro de la novela, entre Cata, sus maridos y su amante, surge la pregunta. ¿Por qué no se abandona a esas parejas?, ni Cata ni su amante Paul Dombasle lo hacen.
--Es un acuerdo a tres. Al final, sin querer ahora desvelar nada, la más beneficiada es la que parece perjudicada al principio.
--¿Hay que reivindicar la pasión, a cualquier edad?
--Sí, la pasión, el entusiasmo y la ilusión, en todo lo que hacemos. No hay edad para la pasión, es bonito tocarse y besarse siempre.
--Es un viaje por grandes emplazamientos, por hoteles y villas. El Four Seasons en Lisboa, una cadena que se iba a instalar en Barcelona y se fue a Madrid.
--Me ha gustado que los personajes pasen por bellos emplazamientos, sí. En el caso de París, me inspiré en la suite Bernstein, en el hotel Crillon. La noche cuesta entre 18.000 y 25.000 euros. Yo no podría, ni de broma. Pero, después de escribir la novela, fui a París y me la enseñaron. Era tal y como la había descrito. Documentarse hoy es fácil. Pero esa idea de colocar sitios muy bonitos me parece que era necesaria para que el lector se concentre en los sentimientos. Hablar de todo eso, pensando, además, que necesitamos un descanso, que con tanta información que recibimos y ahora con la guerra de Ucrania no podemos más.
--¿Cómo crees que puede interpretar el movimiento feminista la historia que narras, un movimiento que aparece últimamente muy dividido?
--Tendemos a utilizar la palabra feminista como si fuera una división entre izquierdas y derechas. Yo me tengo por una feminista, desde hace muchos años. Y creo que lo que supone es la apuesta por la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Cargar en la mochila del feminismo con otras luchas me parece injusto. Ya tenemos suficiente. Y esta novela puede parecer que juega con cosas aparentemente frívolas, pero es un homenaje a la lucha de una generación de mujeres y un reconocimiento del cambio que posibilitaron.
--Todo ha cambiado, pues.
--Es más fácil. Antes no podías probar, ni ellos ni nosotras. Y es excepcional el hecho de tener una pareja para toda la vida. Es una suerte, si ocurre, que se debe valorar.
--Sin embargo, es la narración de lo que ocurre en un rincón del planeta. Las bodas acordadas, los matrimonios con niñas todavía existen.
--Hablamos de placer sexual, sí, pero existe la mutilación genital femenina. En Afganistán las niñas no pueden ir al colegio todavía porque los fundamentalistas no han encontrado el uniforme que quieren. Es gravísimo. Estaba hace poco en una mesa con mujeres y me decían que estábamos bien, que lo teníamos ya todo. Y les dije que, aunque se tenga lo mínimo, ya se forma parte de una elite, si nos comparamos con el resto del planeta. La pandemia, además, ha agrandado la brecha de la desigualdad. Aquí en España ha habido quien no quería vacunarse, pero es que las vacunas han llegado a muy pocos países, en relación al conjunto del mundo.