El último disco de Paolo Conte, Amazing game, del año 2016, es acústico, sus piezas musicales no llevan letras. Así alcanza su desembocadura una permanente insatisfacción consigo mismo como poeta, con su habilidad para escribir los versos, que durante toda la vida le ha llevado a tararear o usar la voz para imitar sonidos de instrumentos o inventarse un idioma inglés, como a veces los niños fingen. Alguna vez ha dicho Conte que además el italiano no es una lengua buena para las canciones. Y ha explicado cómo las compone: primero la música, y luego poco a poco sobre la melodía va incorporando la historia.
Que Amazing game sea un disco instrumental puede ser lógico en una persona que reiteradamente en sus canciones ha manifestado una especie de pereza de explicarse, una pereza de contar, como si partiendo de una consideración fatalista sobre la vida le pareciese que no vale la pena.
No vale la pena el esfuerzo de expresarse. Por ejemplo en uno de sus más logrados y celebrados himnos, Genova per noi, en que se pone en la piel de un pueblerino ignorante de tierra adentro, un campesino que, como todos los demás cuando ven Génova se le pone “una cara un poco así, una expresión un poco asá”. ¿Pero qué es eso de “un poco así”, Paolo, qué es exactamente “un poco asá”? Pereza de explicarse. La misma pereza que le lleva a resumir su juicio sobre la ciudad en este verso: “Génova, como les decía, / es una idea como otra / Ratatatatá tata tatá”.
Ha hecho Paolo Conte de la costumbre de no acabar los versos, de no redondear las historias, de no explicarse, todo un arte, toda una poética, llena de encanto y de misterio. Podríamos poner media docena de ejemplos. Nos conformaremos con recordar la alegre canción que compuso para celebrar a Bartali, el gran campeón ciclista italiano que ganó el Giro de Italia y el Tour de Francia dos veces: los ganó antes de la segunda Guerra Mundial; el conflicto canceló las vueltas ciclistas, pero cuando llegó la paz éstas volvieron, y Bartali volvió a ganar el Giro y el Tour. Por cierto, del Tour se retiró él y todo el equipo de su país, que él dirigía, cuando el público francés, por motivos que ignoro, quizá por resentimientos derivados de la segunda Guerra Mundial, agredió a algunos ciclistas italianos. Bartali dio la orden de volver a casa de inmediato porque “no quiero morirme aquí”. Fue un escándalo en su momento.
Y ya que hablamos de Bartali, aprovecharemos para celebrar que fuese un “justo entre las naciones”: título de reconocimiento que da el Estado de Israel a los ciudadanos particulares que ayudaron a los judíos a eludir el exterminio impuesto por el régimen nazi, a veces corriendo peligro mortal, como en este caso. Bartali, que era profundamente católico, colaboraba con una red clandestina liderada por algunos obispos y rabinos italianos para proporcionar documentación falsa que permitiera a los judíos perseguidos escapar de la Italia fascista. Para llevar esa documentación bajo el sillín, y oculta en el cuadro de su bicicleta, Bartali hacía largas excursiones, a veces de 400 kilómetros diarios, so pretexto de entrenarse para estar en forma cuando se reanudasen las carreras. Llevaba su nombre --el nombre de un héroe nacional-- bien visible en la camiseta. Nunca le pillaron, aunque le denunció un chivato y pasó mucho miedo el par de días que pasó encerrado en la tristemente famosa Villa Triste de Florencia, donde los fascistas de la llamada Banda Caritá (así llamada por su líder, Mario Caritá) encerraban, torturaban e interrogaban a los miembros de la resistencia...
Esa condición heroica Bartali la llevó con mucha discreción, y solo se supo después de su muerte en el año 2.000; Conte la ignoraba cuando compuso su canción, que se publicó en el disco Un gelato al limon, de 1979. Como en Azzurro (la letra es del poeta italiano Vito Pallavicini), presenta la extraña cualidad de tener una letra melancólica y una música animosa, optimista. Conte da voz a un hombre que está en una calle cualquiera, sentado en el bordillo de la acera. ¿Qué hace? “Estoy pensando en mis asuntos” ¿Qué asuntos son esos? ¿Cómo y por qué se ha sentado ahí? Le da pereza explicarlo, y sólo cuenta que “es todo un complejo de cosas”. Por la calle pasa una moto y luego “hay un gran silencio que no sabría describirte”.
Luego, el hombre meditabundo piensa que sus zapatos han hecho mucha carretera, se le ocurre que los de Bartali habrán hecho aún más... y se complace en la idea imposible de que de aquella curva asome, de repente, milagrosamente, la nariz, la narizota de Bartali, el atlético ciclista pedaleando, cumpliendo una de sus estimulantes hazañas deportivas. Finalmente, el personaje se dirige con impaciencia a su esposa: “Y tú me dices que hay que ir al cine. ¡Al cine ve tú, yo me quedo aquí, espero a Bartali!” Da pereza explicarse, sobre todo cuando además ya se entiende todo.