A las tres y veinte de la tarde del 23 de octubre de 1958, el secretario permanente de la Academia sueca, Anders Österling, entró en la sala de la biblioteca Nobel de Estocolmo y anunció a la prensa lo que se esperaba: “Es Pasternak”. El anuncio del ganador del premio literario más importante del mundo ocultaba una intrahistoria merecedora de las mejores películas de Hitchcock y de las novelas de John Le Carré. Que el escritor ruso ganara por la mano a los otros candidatos favoritos, el italiano Alberto Moravia y la danesa Karen Blissen, no fue solo una cuestión de calidad u oportunidad literaria, sino consecuencia del impacto que, a un lado y otro del telón de acero, supuso la divulgación de su novela: Doctor Zhivago.

Peter Finn y Petra Couvée (con traducción de Valentina Reyes) publicaron un trabajo, El Expediente Zhivago que, a pesar de su rigor histórico funciona como una novela de espías: cuenta las gracias y desgracias de una novela archiconocida y los secretos que envuelven, aun hoy, su traducción al ruso. Se trata de una obra que editó Bóveda en 2016 y que puede encontrarse en esas mesas de saldo que, a veces, esconden auténticas joyas. El libro recoge con amplitud la vida y la personalidad del Nobel ruso, reconocido como poeta y, sin embargo, conocido internacionalmente a partir de ese momento por una novela que le granjeó la enemistad con la Administración soviética y el poderoso sindicato de escritores que ejercía como un censor con poder absoluto. Pero también alude a los personajes que se tuvieron algo que ver con la publicación, dentro y fuera de la URSS, de Doctor Zhivago.  

El lector asiste a las guerras intestinas del régimen soviético, que bajó un tanto la mano a la muerte de Stalin pero nunca renunció a controlar a los intelectuales que, en caso de ser considerados críticos, le hacían el juego al capitalismo y al imperialismo yanqui, ya fuera en verso o en prosa. Si la supervivencia de un escritor en ese Estado de miedo y control ya es materia suficientemente interesante, los autores de El Expediente Zhivago trascienden las fronteras soviéticas para iluminar las intrigas, no siempre inocentes, que rodearon a quienes sí dieron a conocer a Pasternak y su melodrama con la tundra de fondo. 

El lector asiste a las guerras intestinas del

Las conspiraciones preceden a la decisión sueca: antes del Nobel la novela del que era considerado un glorioso poeta, si no mimado, sí tolerado por la jerarquía soviética, sufrió avatares que tenían que ver con la oposición del PCUS a que fuera publicada en su país y en su lengua. No pudieron evitar, sin embargo, que antes se tradujera a otros idiomas, especialmente al italiano, de la mano del personaje más deslumbrante de esta historia: el editor comunista Giangiacomo Feltrinelli que, vacunado de sospechas por su historial antifascista y su lealtad al PCI (al margen queda su muerte, autoprovocada por un atentado fallido), se puso por montera al mismísimo Jrushchov y la editó en 1957 convirtiéndola en un éxito total. 

Feltrinelli se había estrenado como editor con la biografía del sucesor de Gandhi, el primer ministro indio Nehru demostrando convicciones ideológicas y un enorme instinto comercial. Puso al corresponsal italiano de Radio Moscú a buscar el manuscrito de Doctor Zhivago cuando de la novela solamente se sabía que su autor la estaba escribiendo. Movió Roma con Santiago para procurar su traducción al todopoderoso  inglés. Aún no habían invadido los tanques soviéticos las calles de Praga. Habrían de pasar diez años y el editor marcó distancias con la madre URSS, como más tarde haría su partido con Berlinguer y el eurocomunismo

Feltrinelli se había estrenado como editor con la biografía del sucesor de

Volviendo a Pasternak y a sus vicisitudes antes del Nobel, este libro cuenta la rocambolesca trama con la que se filtró en su país una traducción al ruso que los gerifaltes soviéticos habían intentado evitar de mil maneras. Como su autor se negó a excluir algunas reflexiones del protagonista (“Ha ocurrido muchas veces en la historia. Lo que había sido concebido [originalmente] como noble y alto, se ha convertido en tosca materia. Así, Grecia se ha convertido en Roma; así, el iluminismo ruso se han transformado en la revolución”) que le parecieron desviacionistas, la censura decidió que podía ignorar lo que ocurriera allende las fronteras sin tener que mandar al laureado poeta a un Gulag. Con mostrarle indiferencia era suficiente. Pero lo que no podía permitir es que esa novela decadente, obra de un burgués deprimido, llegara a los hogares rusos. Y ahí interviene, según los autores, la CIA en una intrincada y compleja operación que salpica a varias asociaciones progresistas, nada tolerantes con la política oficial norteamericana que se financiaban de los fondos reservados del Imperio, capaz de todo para meterle el dedo en el ojo al Gran Enemigo

El resto de la historia es sobradamente conocido: el escritor, tras aceptar y agradecer el nombramiento, envía un mensaje a la academia sueca rechazando el galardón, sometido a un infierno del que no salió  hasta su muerte, apenas dos años después. El Nobel fue un deshonor para un régimen que lo humilló y le invito a salir de la URSS, algo que Pasternak jamás quiso hacer.  Bien es cierto que otros corrieron peor fortuna y Pasternak, mal que bien, conservó al menos su casa. A su muerte, su amante Olga Ivinskaya fue perseguida y juzgada. 

Que la mayor parte de los lectores conozcan esta historia, y la tragedia del Nobel, no le resta un ápice al interés que provoca este libro donde la realidad supera a la ficción. El Doctor Zhivago tendrá eternamente el rostro de Omar Sharif en la película que le valió a David Lean la nominación a un Oscar en 1966.