Habrá una ceremonia conmemorando la rendición de las tropas ocupantes alemanas. Un desfile de la Libertad. Una ceremonia en homenaje a los combatientes españoles. Conciertos “populares” y otras fiestas y celebraciones, pero el memorial más permanente en las celebraciones del próximo 25 de agosto, en que se conmemora el 75 aniversario de la liberación de París de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial es la inauguración del nuevo Musée de la Libération, versión corregida, aumentada, mejorada y actualizada de un centro ya existente pero desafecto que se abría en la estación de Montparnasse.

Las dos personalidades clave del museo son dos héroes nacionales: el líder de la Resistencia clandestina interior, Jean Moulin, y el general Leclerc, que liberó la capital francesa al frente de su división acorazada nº 2. De uno y otro se exhibe una memorabilia de objetos personales, documentos fotográficos y cinematográficos, testimonios de personas cercanas a ellos. De Moulin, los esquís, la caja de cerillas en que ocultaba microfilms con las órdenes de De Gaulle, lienzos de la galería en Niza que dirigía como “cobertura” de sus actividades clandestinas y la maleta que llevaba cuando volvió por última vez de Londres a Francia, en marzo de 1943, antes de su caída. De Leclerc, el característico bastón...

A partir de estos dos polos (los datos de esta nota proceden de la página web del museo parisiense y del diario británico The Guaridan) se despliegan con voluntad pedagógica unos centenares de objetos que documentan la vida de la población en París durante la Ocupación y que aluden a la emigración de un tercio de los vecinos, la redada del Vel d’Hiv contra los judíos, etc: formularios para la denuncia de “tipos sospechosos” --sea de ser judíos, comunistas o agentes enemigos del ocupante--, cartillas de racionamiento, etcétera: cosas y cositas inevitablemente conmovedoras que llevan adherida la descolorida mugre del Tiempo.

La museografía, la escenografía están a la altura de los que en estos campos posibilitan los adelantos tecnológicos. Y es inevitable que el nuevo museo, sobre todo en tiempos de auge del “turismo catastrófico” –ese turismo que se recrea con más morbo que otra cosa en lugares donde han sucedido dramas bien horrorosos--, sea un éxito de público, incluso en una ciudad tan museizada, ya que la dramática historia que representa ha sido abundantemente narrada por libros y películas y forma parte destacada de nuestra mitología del siglo XX. Con la ventaja, sobre otros museos de aquella época (como el de la URSS en Moscú, el del nazismo y el comunismo en Budapest, el de Ana Frank en Amsterdam, etcétera), de que la historia que aquí se narra “acaba bien”, acaba en la explosión de entusiasmo de la victoria, victoria de la sociedad patriótica sobre las fuerzas del Mal, dignamente representado en nuestra conciencia colectiva por los nazis.

No cabe duda de que todos los escolares de Francia serán llevados en procesiones colegiales a visitar este nuevo museo, en la esperanza de despertar en ellos algo de emoción patriótica y de orgullo nacional. Hay algo conmovedor en este esfuerzo del ayuntamiento de París (quizá el hecho de que la alcaldesa de la ciudad, Anne Hidalgo, sea de origen español, tiene algo que ver con el explícito reconocimiento a los combatientes españoles) y del Estado francés por avivar la llama del heroísmo particular y colectivo. Así es como en este gozne de la Historia en que estamos, sin ser muy conscientes de ellos, a principios del siglo XXI, los Estados tratan de reivindicar por lo menos sus finest hours, antes de que sus poblaciones las hayan olvidado del todo o incluso despreciado, cuando han dejado de creer en ellos y sienten que su poder y su independencia han sido desbordados y están siendo desmantelados por el capitalismo financiero multinacional y los nuevos agentes de la economía.

Hay algo enternecedor en ese esfuerzo, como en las reliquias del heroísmo --el bastón, la caja de cerillas-- y demás cositas mudas pero elocuentes que exhibirá el museo a partir del día 25, como la manoseada cartilla de racionamiento, la carta de la niña Ginette describiendo a su papá, que está lejos, las escenas de júbilo del 25 de agosto de 1944… Espera, si Ginette tenía entonces nueve años, ahora tendrá… ochenta y cuatro. Si sigue viva.