Llega el verano y los teléfonos se llenan de memes acerca de lo afortunados que son los profesores por tener dos mesazos de vacaciones. Como dice el acertado aforismo de una de mis innumerables cuñadas: “Es mentira que los profesores tengan dos meses de vacaciones. El primero siempre es de baja”. La práctica pedagógica es tan intensa y erosionante que el primer mes no puede contar más que como de mera recuperación. Imposible disfrutar de viajes o playas o aventuras transoceánicas sin antes realizar ejercicios que consigan rebajar el estrés, masajes cervicales para recuperar la verticalidad sin dolor causado por el desaforado corregir, unas visitas a la psicóloga para recuperar nuestra mermada salud mental. También se necesita un buen arreón de películas y libros y canciones y cómics nuevos para tratar de rellenar de nuevo el contador de lo culturalmente relevante y explicarlo el curso siguiente.
Otra de las leyendas que corren de whatsapp a whatsapp son esos deberes tan cuquis que ponen algunos profesores mediáticos. Del estilo: “Abraza a los árboles”, “Nada mucho en ríos hermosos”, “Enamórate y dilo”, “Escribe un diario sobre tus sentimientos” y otras sentencias paolocoelhistas que quedan de fábula en tazas de desayuno. Desde este humilde artículo les aconsejamos que, además, si no quieren empezar el curso con serias dificultades, repasen mates y ciencias, hagan dictados, estudien geografía. Hay, ahora sí, tiempo para todo. De hecho, hay tanto tiempo, que desde aquí nos atrevemos a proponer ideas culturetas, no estrictamente infantiles, para realizar junto a los pequeños –o grandes– de la casa.
Niños y adultos disponemos de horas y no hay excusa posible para no emprender grandes aventuras intelectuales, que el resto del año resultan –ay, nos decimos como excusa mientras nos atragantamos con otro empacho de la serie de moda–, demasiado absorbentes. Sea como fuere, tal vez no exista mejor momento que la mitad de los meses sin erre para dedicarnos un rato a cultivar –cultura, culto– el huertito de nuestro intelecto familiar. Además, la mayoría no cuestan un euro. Se consiguen en la red de bibliotecas públicas que además disponen de un aire acondicionado fetén. Déjense de extraescolares y campus de verano externos por un ratito y creen su propio casal veraniego en casa. Háganse ese favor.
1. Cinefilia desencadenada: Las películas, como las bicicletas, son para el verano. Apartemos las series y su rápida adicción para el duro invierno. La canícula pide otra pausa y aprender a esperar. Un gusto por lo estético y lo arriesgado que muchas series no pueden permitirse. Es hora de dar una oportunidad a los clásicos. Cine de verano o sofá. Filmoteca o televisión de tubo. El placer del programa doble: una infantil y una de adultos, una que elige el progenitor y otra el vástago. Ver películas malas sin ansia y con buen humor. Darle a los clásicos el tiempo que necesitan. Con los más pequeños funcionan los cortos de Charles Chaplin y demás luminarias del cine mudo. Las películas de Michel Gondry y Wes Anderson. Los viejos films de Sherlock Holmes con Basil Rathbone y la mayoría de hits ochenteros, a saber: Regreso al Futuro, Indiana Jones, Los Goonies, La princesa prometida, Gremlins…
La versión avanzada del asunto puede consistir en realizar nuestros propios cortometrajes, todos los móviles llevan cámara y hay aplicaciones gratuitas para el montaje, inspirados en las películas que vamos viendo. A la divertida manera que Gondry propone en la maravillosa Rebobine, por favor. Nos podemos animar también a escribir nuestros propios guiones, pasarlos a limpio en el ordenador, dibujar los story-boards, imaginar y crear los efectos especiales. Hacer después un pase a los abuelos o demás miembros de la familia con palomitas.
2. Biblioteca oral: No hay, créanme, alfabetizado al que no le guste leer. Los que afirman tamaña insensatez es que todavía no han encontrado su texto adecuado. O, tal vez, es que no se han percatado de que los innumerables mensajes que se escriben unos a otros también son textos. Así, la cosa consiste en combinar los textos preferidos por los chavales, que de hecho leen solos, con otros textos que podemos leer junto a ellos. Ya sabemos que no hay mejor viaje que el interior, así que una propuesta de lecturas para leer con niños, párrafo a párrafo, en voz alta, paladeando las palabras. Con la posibilidad de que una imagen se nos quede enganchada en el cielo del paladar o el sabor de un paisaje exótico.
Los clásicos, aquí también, siempre funcionan. La Ilíada y La Odisea se pueden leer o escuchar a pelo con los peques, o en las excelentes versiones que existen en Siruela como Las aventuras de Ulises de Giovani Nucci, o las apreciables adaptaciones de Rosa Navarro Durán de clásicos como El Lazarillo o el Mío Cid. El Beowulf o el Gilgamesh harán las delicias de los más aventureros. Con los preadolescentes funcionan de fábula los cuentos de Julio Cortázar, Edgar Allan Poe, o Richard Matheson. Las novelitas crueles de Patricia Highsmith o Roald Dahl. Las series de Agatha Christie o P.G Woodehouse.
3. Tebeos, cómics, novelas gráficas: El reto es ir más allá del sota, caballo, rey del Mortadelo y Filemón, Tintín y superhéroes. Vivimos en tiempos de abundancia de excelentes cómics sobre los más variados temas, los anaqueles de las bibliotecas públicas exhiben novedades mensuales que están destinadas a convertirse en clásicos. Funcionan siempre las tiras cómicas de Calvin y Hobbes, los surrealistas de Macanudos, las largas series manga o la belleza instantánea de Jiro Taniguchi. Los pequeños se derriten ante la serie los Mumin de la autora finlandesa Tove Jansson. Para los vástagos reacios a dejarse aconsejar, lo ideal es dejar esparcidos por el salón de casa, como al descuido, unos cuantos cómics y decir que no son para ellos. En menos de lo que imaginan los habrán devorado.
4. Discoteca total: Desde aquí proponemos listas promiscuas de reproducción, sin jerarquía ni prejuicios, que mezclen la música favorita de todos los integrantes de la familia con programas o podcasts interesantes. Programas de humor y rock and roll, programas de ciencia y música clásica. Reggeaton no machirulo y audiolibros bien narrados. Se pueden también realizar también dictados musicales con nuestras canciones favoritas. Paul Simon, El Kanka, Rosalía, Nina Simone y Venancio y los jóvenes de Antaño; escribir y ejecutar nuestras propias composiciones sin molestar demasiado a los vecinos a la hora de la siesta.
5. La Nada: Y por último, pero no por eso menos importante, es esencial el practicar mucho el aburrimiento, el sabio arte del dolce far niente. Esas horas sin pantallita de ninguna clase ni plan específico. Ese pozo de quietud y posible, quién sabe, si somos afortunados, genuina creatividad.