Las grandes obras literarias se traducen una y otra vez no tanto por la posible deficiencia de las traslaciones anteriores como por el comprensible deseo de de medirse con ellas. Esto sucede no solo porque se confía en que el resultado será bueno, sino también porque, con independencia de la meta, merece recorrerse el camino, enfrentarse cuerpo a cuerpo con el original en lucha no tanto bélica como amorosa. Una nueva traducción de Beowulf, poema donde sí hay bastante brega y sangre, ha llegado a las librerías de mano de Bernardo Santano Moreno y de la editorial Cátedra en su colección Letras Universales.
Como las elegías anglosajonas y los acertijos en la misma lengua, más otros pasajes lo mismo en verso que en prosa, Beowulf está en el alba de la lengua inglesa y, como aurora que es, aún tiene su oscuridad y al no verse con claridad el terreno este se percibe algo abrupto. Dista mucho ser todavía inglés, pues es una lengua germánica como las habladas en el continente europeo, con un par de consonantes que solo ha preservado hasta hoy –loado sea– el muy arcaico islandés. Sus palabras se declinan, y aún le falta al idioma, conviviendo con ellas, la incorporación de muchas otras de origen latino que llegarían al solar inglés a partir de la invasión normanda de Guillermo el Conquistador en 1066 y a lo largo de las centurias posteriores. Es algo que ocurre a veces con el castellano, donde tenemos a nuestra disposición palabras de etimología latina y árabe para la misma realidad.
El manuscrito de Beowulf es el afamado (los manuscritos tienen también su fama, como sus héroes protagonistas) Cotton Vitellius A.XV conservado en la Biblioteca Británica. Quienes no contamos con acceso a ese raro original hemos tenido que conformarnos hasta fecha reciente con ediciones modernas, como la de Klaeber de 1922, con glosario, y sus reediciones sucesivas. Desde 2015 está disponible lo que parece oxímoron: el Electronic Beowulf (se diría que blande espada de láser) editado por K.S. Kiernan para la web de la Universidad de Kentucky. Es la edición que ha utilizado Santano (traductor con anterioridad de otros textos medievales, Blake y Shakespeare) y posee entre otras ventajas admirables la de ofrecer enfrentados la transcripción y el fotografiado manuscrito.
Manuscrito del Beowulf.
Junto a las dificultades de la lengua, tan diferente del inglés actual, están para el traductor las de mantener el sabor del original y su ritmo. Este, como el del resto de la poesía germánica, atendía a un verso dividido en dos hemistiquios, con dos acentos principales a cada lado de la cesura, habitualmente marcada en las ediciones mediante varios espacios en blanco. Además, contaba con el embellecimiento de la aliteración que, por lo general, afectaba a tres consonantes o vocales por verso, precisamente en esas sílabas tónicas. Aquí, Santano opta por el dodecasílabo blanco, aunque sin aliteración (porque el seguimiento estricto de esta distorsionaría el sentido, declara).
Funciona muy bien, pero dejando al margen la cuestión de la viabilidad o no de mantener las aliteraciones, resulta demasiado rígido ese atenerse a
Grabado de Z. Alexeïevna y G. Timothy donde aparecen Siegfried, héroe nórdico, y Beowulf, mito de los Anglosajones (1909).
No solo la prosodia es un elemento que debe ser tenido en cuenta; también aquello que estudió con tanto placer Borges: las llamadas kenningar, esa suerte de metáforas que a veces crean palabras compuestas y que otorgan un aire de continuada perífrasis a la Edda Mayor o a los ejemplos recogidos en la Edda Menor escandinavas. Abundante en kenningar, algunas de las que aparecen en Beowulf son hronrade (“senda de la ballena”, para designar el mar), banhus (“casa de huesos”, el cuerpo), banbringas (“aros de hueso”, las vértebras) o geofones gim (“gema celeste”, el sol). Es sabido que J.R.R. Tolkien, estudioso y traductor al inglés moderno de Beowulf, se basó en un kenning del poema para el título de su trilogía El señor de los anillos; se trata de esta: beaga brytta (“repartidor de anillos”, rey).
Beowulf comienza con una voz que pide atención a lo que va a recitar. En esto coincide con otra epopeya más o menos de la misma época, el poema britónico (antiguo galés) Y Gododdin, que se abre con una tirada de diez versos frente a la escueta frase de Beowulf, que solo ocupa tres líneas. Se ve aquí la locuacidad céltica frente al laconismo germánico. Hay muchas traducciones y adaptaciones del poema, que sigue reclamando la atención, a distintas lenguas. También al inglés moderno, la más célebre de las cuales es la de Seamus Heaney, que supo mantener el sabor anglosajón y aliterativo, bebiendo en su dialecto del Ulster.