Cantar bajito se convirtió en una divisa. Y dicen que el misterio se desentraña leyendo el libro de Caetano Veloso (Verdade tropical). Sea como sea, es una cuestión de melodía y dicho a la brava sería así: la melodía de la samba es la Bossa Nova como la melodía de la marimba es el son cubano. Para viajar al itinerario de Joâo Gilberto, inventor del cantar bajito, hay que acudir a lo que Ruy Castro llama la búsqueda, reflejada en La historia y las historias (Turner), biografía arborificada del maestro, escrita por un músico muy capacitado para el relato y traducida al español por José Antonio Montano.
En decenas de anécdotas, Gilberto mostró su capacidad de sacrificio ante un futuro que él no tenía la esperanza de construir, porque supo que sería juzgado como una anomalía, una maravillosa desviación. Aguardó siempre la respuesta del público, pero no la puso como condición para seguir explorando. En un recital celebrado en Barcelona, cuando iba por la mitad de la primera canción, alguien del público gritó: "¡Más fuerte la guitarra!”. Conociendo al músico, la gente pensó: este se pira y nos deja con la miel en los labios. Pero Gilberto miró al técnico de sonido y le dijo: “Mais forte! Mais forte!”.
Podía hacerlo porque utilizaba dos micros, uno para la voz y otro para la guitarra acústica, “el instrumento más difícil de musicalizar”, en palabras de Joan Oriol, un reconocido técnico de sonido (Triple Onda) por cuyas manos han pasado Ray Charles, Duke Ellington, guitarristas inigualables como Pat Metheny y voces de la copla como Juanito Valderrama. En el caso de Gilberto, la guitarra no iba a ensordecer su voz, ya que su bajito salía por el cielo abierto, en el espacio vacío que une los dos acordes básicos. Inauguró esta dualidad en Chega de saudade (1959), cuyo impulso ha durado muchas décadas.
Cuando hace unos años, sus silencios e interrupciones a medio recital se fueron cronificando, el periodismo y la crítica le pasaron factura. Pero Gilberto no jugaba con la audiencia; deslizaba desde sus dedos y su garganta esta música desafinada y absolutamente descomunal. Los que acudieron a menudo a sus conciertos recuerdan ahora los silencios como una actitud vacilante frente a la creación, como acto. En los recitales, cualquier duda en el primer movimiento se confunde con el trac escénico (miedo). Pero el trac no fue lo de Gilberto.
Él pensaba durante segundos que se hacían eternos: '¿Empiezo o no? ¿Y si no lo hago? ¿Preferiría no hacerlo o prefiero hacerlo?'. Podría decirse que Gilberto manifestó sobre el escenario la duda de Bartleby, aquel escribiente de Herman Melville, utilizado como el comodín utilitario de la distancia. Es la ley de los grandes, una enfermedad que al parecer sufrió Miles Davis, que a menudo se presentaba sobre el escenario sentado en una silla de espaldas al público y se lo pensaba un ratito. Sacarle el jugo al mejor trompetista de todos los tiempos exigía pasar por esto, especialmente si lo imaginabas acompañado (formaron grupo) del saxofonista alto Charlie Parker, Bird, que inspiró un cuento corto maravilloso de Julio Cortázar (El perseguidor).
Para los escenarios de medio mundo, Gilberto pasó por un neurasténico del sonido, como el flautista clásico francés, Jean-Pierre Rampal. En Brasil, el efecto Gilberto sirvió para que los mejores innatos se tomaran en serio a sí mismos. Antonio Carlos Jobim, junto a Menescal o Chico Buarque supieron al instante a dónde querían llegar después de escuchar Chega de saudade. “Me conocí a mí misma tras una tarde en un estudio de grabación con Gilberto”, dijo la gran María Bethânia. Él supo revelar a varias generaciones lo que llevaban dentro.
Hoy evocamos por pura convicción el Río de Janeiro de los estudios y pubs, en los años 50 y los 60 de la pasada centuria. El tiempo del cruce entre Vinicius de Moraes y Astrud Gilberto, –Coisa mais bonita é você, assim, justinho você…– en el disco inolvidable Gets-Gilberto, con Garota de Ipanema pensada en portugués y cantada en inglés. La Bossa Nova no fue una moda musical; adquirió la categoría de movimiento artístico, como lo fue la Nouvelle Vage en el cine francés.
Nacido en Juazeiro, en el estado de Bahía, Gilberto desembarcó en Río con la trilogía –Chega, O amor, o sorriso e a flor y su álbum homónimo Joâo Gilberto– que modificaría para siempre el concepto de la samba entre los músicos y en el imaginario popular. Su primera experiencia profesional había sido como cantante frustrado del grupo Garotos da Lua (Chicos de la luna). Lejos de abandonar, la experiencia le forzó en su empeño. Se convirtió en un trabajador incansable sobre sus mismas partituras y letras. Se aisló, pasó mucho tiempo sin salir a la calle, adquirió el hábito del ser parco en enunciados y frugal en los apetitos. A partir de aquel momento, sus noches serían en blanco para siempre.
Gilberto falleció en Río, a los 88 años, el pasado sábado. Su hijo, Marcelo, manifestó en el digital norteamericano G 1: “Mi padre trató de conservar su dignidad mientras perdía su autonomía”, palabras recogida por O Globo, que ha llenado páginas de nostalgia en pocos días. Su última actuación tuvo lugar en 2008 y un año después suspendió un recital en Barcelona. No se prodigaba y sus presencias ante el público brasileño enmarcan hoy momentos irrepetibles. Se le recuerda saliendo solo al escenario en traje y corbata para ocupar un taburete en el centro de las tablas. Llevaba la acústica en las manos y, antes de empezar su recital, abrazaba el instrumento con un mohín de travesura en el semblante.
En los últimos años, como es bien sabido, el músico se había alejado de los focos. No acudía ni a las fiestas de Nara Leão, musa de la Bossa Nova; leía a poetas escogidos y recitaba, solo ante sus íntimos, a Carlos Drummond Andrade. Se desentendió de un mundo que él no quiso aceptar y que, sin embargo, sus seguidores llenaron de sensibilidad gilbertista. João nos deja, pero ha de quedar claro que se ha esforzado por “afinar un mundo desafinado”, en palabras de Zuza Homen de Mello, cronista musical y amigo del cantante.
En estos días de letra y silencio por la pérdida, el más artista de todos, Caetano Veloso, un hombre bello de corazón y de mirada, ha expresado alusivamente la raíz humana del mentor, mezcla de melodía y misantropía. En el presente continuo de los grandes trovadores, Caetano repite fragmentos de Gilberto y proclama a modo de epitafio: “Mejor que eso, solo el silencio, mejor que el silencio, solo João”.