“El editor, si era Henry Robbins, era la persona que le daba al escritor una idea de sí mismo, la imagen del yo que le permitía sentarse a solas para escribir”, escribió Joan Didion en Después de Henry, un texto dedicado al primer editor de la escritora y periodista norteamericana, Henry Robbins. La empresa Círculo Rojo montó en el último Liber, la feria anual dedicada al mundo del libro y de la edición que se celebró hace unos meses en Barcelona, un enorme expositor. Es paradójico que precisamente en la feria de la edición uno de los espacios más grandes fuera el de una compañía que elimina la figura del editor del proceso de publicación en nombre del hágaselo usted mismo. Al desaparecer la figura del editor, desaparece el trabajo de edición: se publican manuscritos, que pueden haber sido corregidos más o menos por el autor, pero no hay un trabajo de editing, que solo puede realizarse a partir de la lectura de un tercero; es decir, de alguien que no sea el propio escritor y que, como dice Juan Casamayor, editor de Páginas de espuma, “transforme ese manuscrito en libro”. Es tan falaz hablar de autoedición como hablar de autores independientes para referirse a quienes optan por publicarse su propio libro.
Más de un editor independiente mira con preocupada resignación el protagonismo de la autoedición en Liber: “Cada año va a más” –comenta uno– “se están cargando la figura del editor y lo peor de todo es que no se trata solamente de Círculo Rojo, sino también de los grandes grupos editoriales, que también ofrecen servicios de autoedición”, dice otro. Entre predicador y coach de medio pelo, un hombre hablaba en ese Liber, micrófono en mano, sobre las virtudes de la autoedición ante un público que tomaba notas. El discurso es fácil: si tenéis un libro y ninguna editorial os hace caso, autoeditadlo. ¿Vais a renunciar a mostrar vuestra obra por culpa de editores ciegos que no saben valorar vuestro texto? La gente asiente, sí, el mundo editorial es terrible, parece susurrarle un espectador a otro; sí, terrible: o tienes amigos o no publicas.
A pocos metros de distancia, una imprenta ofrecía modelos de libros: como en una tienda de ropa, los asistentes elegían el “modelo” de libro que mejor le sentaba a su texto. La responsable de comunicación me advirte que ellos solo imprimen, “ni editamos ni corregimos”, solo crean el objeto libro y, en todo caso, ayudan a su distribución. El contenido es responsabilidad del autor, me insistió, sin decirme en ningún momento cuánto costaba imprimir una novela. “Eso no te lo puedo decir, depende del modelo y de las tiradas”, que –sostiene– no están muy lejos de las que una pequeña editorial. “Entre los 500 y los 1000 ejemplares es lo más frecuente”. Y me invita a informarme en el caso de que quiera ver impresa mi obra. Se lo agradezco, pero “no tengo obra y no creo que mi trabajo me dé ahora para imprimir nada. No debe ser barato”.
Logo de la empresa editora Círculo Rojo.
Ella se escabulle con una sonrisa: “todo es posible, no digas que no”. Me voy sin saber cuánto valdría ver mi libro impreso. En el expositor de Círculo Rojo, el público no remite. Son los líderes de la autoedición, se les nota y no lo esconden. Se vanaglorian de publicar más de 10.000 títulos al año, “algo que ninguna editorial hace” en un mercado –el de la autoedición– que en España ya mueve seis millones de euros al año. Cifras, poco más. Su “catálogo” es un elenco de nombres desconocidos cuyos libros no están en las librerías. “No queremos libros autoeditados porque los lectores que acuden a las librerías no los quieren y, sobre todo, porque son malos”, me comenta, por la noche, una librera.
En la autoedición no hay filtro alguno, todo depende de la disposición a pagar lo que la empresa en cuestión te pide: 3.700€ por 1.000 ejemplares de una novela de 360 páginas. Esta es la tarifa más cara de Círculo Rojo; la más barata –365€– te obliga a publicar una nouvelle de solo 60 páginas y a hacer una tirada de 50 ejemplares que, si tienes una familia más o menos extensa y unida, puedes vender sin problema y fardar, incluso, de ello.
Una opción para quienes no tienen ni agencia ni editor
“Llevamos años con este auge y creo que es espuma vacía. Hay miles de títulos todos los años de autoedición y, por uno que pueda llegar a ser visible, parece que todos tienen esa misma visibilidad. Por vender a 50 céntimos en Amazon o por hacer una edición digital de 200 ejemplares no vas a tener más visibilidad”, comenta Juan Casamayor, “vayamos a cualquier librería de Barcelona, no solo a Laie o a La Central, sino a Casa Usher o a No llegiu, ¿Vamos a encontrar estos títulos ahí? No. La autopublicación es un espacio periférico porque no es consustancial al hecho editorial”.
Casamayor acierta en su análisis. Sin embargo, no hay que olvidar que si bien la autoedición no es consustancial al hecho editorial y menos todavía al hecho literario, lo cierto es que, como nos recuerdan desde Círculo Rojo y desde el Liber, es una industria que mueve millones. En sus memorias, el editor de Simon&Schuster, Michael Korda, comenta que a partir de los años setenta “la dirección de las principales editoriales cayó en manos de gente que entendía de negocios y no de libros, y que en general detestaba, o por lo menos sospechaba, de quienes leían y trataban directamente con los autores”.
Hoy, aquella situación que alarmaba a Korda se ha consolidado: el interés por los negocios, por el business, no solo ha llevado a los grandes grupos a abrir sus editoriales de autoedición, sino que más de un editor, sobre todo de literatura comercial, tiene un ojo puesto en lo que se vende en la red, en aquellos títulos de autoedición que destacan en plataformas como Amazon. Más de un dirigente de Planeta tuvo que poner el grito en el cielo cuando decidieron no solo no premiar –quedó quinta en el Premio Planeta 2013–, sino tampoco publicar El asesinato de Pitágoras, novela que se convertiría en el Ebook más vendido en lengua castellana.
Marcos Chicot / YT.
Al ver el inesperado éxito de Marcos Chicot, hasta entonces desconocido, la editorial Duomo decidió publicarle la novela; hizo una tirada de 30.000, una inversión que recuperó sin problemas. Tres años más tarde, en 2016, puede que en un intento de arreglar el error, Chicot quedó finalista del Premio Planeta con el Asesinato de Sócrates, novela con la que no ha alcanzado las ventas anteriores. En una entrevista en El Mundo en 2014, Chicot afirmaba: “Gente de Planeta me ha dicho que me ponen como ejemplo cuándo no han ido suficientemente rápidos a la hora de fichar talentos". No sé si la palabra “talento” es la más adecuada, pero de lo que no cabe duda es que, aunque sea en casos muy excepcionales, la autoedición mueve dinero y, en un momento en el que al mando de las compañías editoriales están especialistas en business e ignorantes en libros, la importancia del contenido es escasa.
“La autoedición es una buena opción para todos aquellos autores y autoras que han intentado encontrar una agencia que los represente, no lo han conseguido y, después, han intentado encontrar una editorial comercial que los publique y tampoco lo han conseguido”, me comenta por mail Anna Soler-Pont, directora de la agencia literaria Pontas. Por su parte, la editora de Tres Hermanas, Cristina Pineda, recuerda que Jaime Salinas “decía que un editor no debía interferir en la labor del escritor”. Sin embargo, ella discrepa: “Yo sí suelo opinar, sugerir, orientar. El escritor que esté seguro de su texto que autoedite, quizá encuentre infinitos lectores. El escritor que no quiera guía, que autoedite, el escritor que no quiera una estructura, un andamiaje y unos cimientos en los que sostenerse, que se autoedite”.
¿Cuál es el resultado de ese supuesto trabajo de autoedición? “Yo siempre digo que los escritores no escriben libros, sino manuscritos. La transición hacia el libro depende de un maravilloso diálogo ente autor y editor”, comenta Casamayor, pero sus palabras, que bien hubiera podido decir Joan Didion en referencia a Henry Robbins, caen en saco roto cuando lo que importa no es ni el manuscrito ni el libro, ni tampoco el resultado de un trabajo conjunto entre editor y autor, sino las cifras, las ventas de ese objeto llamado libro. En este sentido, la autoedición no solo convierte el libro en mercancía, sino que obvia los requisitos de lo que podemos llamar la calidad. ¿Se imaginan ustedes que, solo pagando, sin ninguna otra garantía alguna, pudiéramos comercializar un remedio médico, un aparato electrónico o un producto alimenticio? El escándalo sería inversamente proporcional no solo a la indiferencia, sino al apoyo que logra en ferias como Liber la autoedición.
Autoeditarse: ¿la única manera de ver publicado tu libro?
“Lo que me apena es que hay poca sensibilidad: tú tienes una novela y dime a qué editorial te vas ¿A Random? ¿A Alfaguara? ¿A Anagrama? ¿A Salto de Página que va a desaparecer ahora con Malpaso? ¿A Candaya? ¿Dónde publica alguien con solo una novela? Si hubiéramos nacido en Praga en el año 1932 y hubiéramos muerto en 1973, nos hubieran publicado 4 o 5 novelas a cada uno”, me comenta por teléfono Juan Casamayor, un editor que cada año publica una media de cuatro autores noveles. Reconoce que las posibilidades para un novel son escasas y que para alguien que no pertenece al sector no es del todo fácil ver como una editorial le abre las puertas. Es precisamente esta dificultad o, si se quiere, la escasa apuesta por autores noveles donde hace hincapié la autoedición, que se presenta ante el público como el único medio para poder publicar en un mundo editorial bastante cerrado.
Anna Soler Pont, directora de Pontas Agency
“La autoedición es una salida si no encuentras editor”, reconoce Cristina Pineda, “es difícil en los tiempos que corren editar autores noveles porque el editor debe asumir costes que puede tardar años en recuperar y a menudo tiene que apostar sobre seguro, así que, si el autor quiere publicar, es lícito que quiera encontrar su propia vía. Eso sí, tendrá que acceder a otros canales de venta porque las librerías no suelen ofrecer libros sin la garantía de un editor detrás. Yo no suelo leer libros autoeditados, pero estoy segura de que hay un inmenso público lector que sí. No lo critico, pero tampoco lo aplaudo”, concluye Pineda, que junto a Casamayor y Anna Soler-Pont –“la autoedición puede ser una buena opción para aquellos autores que tienen proyectos muy personales y arriesgados que ninguna editorial se atreve a publicar”, comenta la agente– pone el acento en la dificultad que pueden encontrar determinados autores noveles a la ahora de ser respaldados por una editorial o una agencia literaria.
“Nos gusta mucho descubrir nuevas voces literarias. Trabajar con autores y autoras noveles es siempre una gran aventura”, reconoce Soler-Pont, “pero a lo largo de estos años, en la agencia hemos empezado a representar a autores y autoras que ya tenían mucha obra publicada y, desde Pontas, les hemos ayudado a dar un nuevo enfoque o un nuevo impulso internacional”. Este fue el caso de “Raimon Panikkar a finales de los años 90 y principios de los 2000, cuando él ya tenía 80 años”. O, más recientemente, “el caso de Federico Moccia, al que había que reposicionar en Italia, su país, y conseguir que fuera traducido por vez primera al inglés”. Para Soler-Pont, de lo que no hay duda es que “los autores y las autoras necesitan un agente que los represente y vele por sus intereses en todos los frentes (legales y contractuales, económicos y de gestión, literarios y de acompañamiento en la creación, promocionales ...). Cuando un autor negocia directamente con un editor está claramente en desventaja, es una relación demasiado desigual...”.
En el mundo de la autoedición no hay agentes. Uno de los pilares del discurso de editoriales como Círculo Rojo es ofrecer la posibilidad de ver publicado el propio libro a todo aquel que ha encontrado las puertas cerradas tanto en editoriales como en agencias. La autopublicación suele ser el recurso último, tras envíos del manuscrito, algún silencio y algún que otro no, pero siempre con la certeza acrítica de que la propia obra merece convertirse en libro. Casamayor reconoce que, muchas veces, estar dentro del circuito literario ayuda: “Cuando vienes apadrinado por alguien que pueda tener cierta influencia en el mundo editorial o cuando te mueves en el mundo de la literatura, porque has escrito crónicas o has ganado algún concurso, puedes tener más facilidad a la hora de llamar a la puerta de un editor”.
El editor Juan Casamayor / Lisbeth Salas (Páginas de Espuma).
Sin embargo, matiza de inmediato, “lo definitivo es el texto. Yo tengo una larga y triste relación con José María Merino, al que hemos publicado cinco libros. Me ha recomendado tres personas y a las tres les he dicho que no. En cambio, tenemos algunos autores, como Miguel Ángel Muñoz o Paulo Andrés Escapa, que llegaron anónimamente a la editorial”. Este es el caso de Diego Pita o de Paola Rivera, cuyos manuscritos, Ola de frío y Desnuda, llegaron por correo a manos de Cristina Pineda: “Paola nos escribió, leímos el texto y desde el principio vimos que tenía calidad. La trama estaba bien definida, los personajes, y sobre todo, el lenguaje utilizado. No sabíamos que su texto venía avalado por los profesores de la Escuela de Escritores. De eso nos enteramos después, cuando ya su novela tenía fecha de puesta a la venta”.
Ambos editores reconocen que, si bien colaboran con agencias, los autores noveles suelen llegar por otras vías; en efecto, muchos autores comienzan a formar parte de una agencia una vez que ya han publicado su primer trabajo. “La labor de rastreo prefiero hacerla yo, aunque está claro que las agencias siempre imprimen un sello de calidad y hay algunos autores noveles con cierto prestigio que ya han escrito algunas novelas y que prefieren gestionar sus liquidaciones, promoción, etc. con agentes”, comenta Pineda.
Casamayor, reconoce que los manuscritos le llegan a través de agentes, como fue el caso de María Fernanda Ampuero, autora de Pelea de gallos, a través de las recomendaciones de otros autores ode los propios escritores, que envían sus textos, aunque en la web de la editorial se dice que no se aceptan manuscritos. “Lo decimos por un tema logístico y económico: yo no puedo recibir 700 manuscritos al año. No solo no tengo tiempo de leerlos, sino que no tengo dinero para pagar a lectores unos 60€ por manuscrito”, comenta Casamayor, subrayando así que los mecanismos para seleccionar manuscritos de una editorial independiente son muy diferentes al de los sellos de los grandes grupos, que suelen recibir diariamente, a través de agencias, pero también a través de los autores, gran cantidad de textos que son entregados a distintos lectores que los evalúan.
¿Cuántos de esos manuscritos pasan la criba? Pocos. ¿La razón? Muchos de ellos no responden a la línea editorial del sello, pero, sobre todo, muchos de ellos no alcanzan los mínimos, tanto desde el punto de vista literario como comercial, que justifiquen su publicación. “Nuestra prioridad son los autores y autoras que ya representamos y asegurar que les damos un buen servicio, por lo tanto los autores nuevos son siempre pocos por año”, explica Anna Soler Pont, quien cuenta con un equipo de lectores, a los que se les pasa los manuscritos una vez, “leídas las dos primeras páginas, que son las más importantes, pensamos que vale la pena seguir leyendo”.
Samanta Schweblin / Centro Cultural de España en Montevideo.
Vivimos en un país en el que se publica mucho y se escribe aún más. La idea de que todo el mundo tiene una historia que contar es un leitmotiv que se repite y ha llenado los talleres de escritura, convenciendo de que, a fin de cuentas, todos podemos escribir un libro. No nos podemos dejar llevar, en todo caso, por los prejuicios. “Yo no tengo ningún problema en haber publicado a gente que ha participado en talleres de escritura”, me comenta Casamayor. Un ejemplo: Samanta Schweblin fue alumna de un taller de escritura y lo lleva a gala. "Aquí es una mancha, hay mucho prejuicio con los talleres de escritura, pero muchos de los escritores latinoamericanos provienen de talleres".
Tampoco podemos obviar una cuestión: de la misma manera que aprender a tocar el piano no te convierte en pianista, aprender a escribir en un taller no te convierte en escritor. Las empresas dedicadas a la autoedición hacen hincapié precisamente en esta idea tan errónea como perversa: basta tener un manuscrito para poderlo publicar. Sin filtro, sin criterio, sin edición. La autoedición se rige por la lógica del si tú quieres, puedes, pero ¿acaso hay mayor falacia? Uno puede querer ser un actor de prestigio y no tener dotes interpretativas o querer ser un gran deportista y no tener las capacidades físicas necesarias. La autopublicación no solo vende un lema falso. Convierte el libro en una mercancía que se puede fabricar, multiplicar y, con suerte, vender. Vaciado de todo contenido, el libro se convierte en un mero objeto.
No es fácil que te abran las puertas del mundo editorial. Las reglas del mercado imponen apuestas seguras y el bajo número de lectores no favorece a que los editores apuesten por valores nuevos, cuya rentabilidad, a corto plazo, es más que discutible. La historia de la literatura está llena de rechazos incomprensibles, obras guardadas en cajones y autores menospreciados. Influyen el mercado, la situación económica, el interés lector, pero también los errores, involuntarios e inocentes –¿qué editor no ha dejado escapar una gran obra porque no vio su grandeza? ¿Qué lector no ha sido injusto con un manuscrito que acabaría convirtiéndose en una obra laureada?–, pueden cerrar la puerta a quien no lo merezca. ¿Estamos seguros de que la autoedición, paradigma del discurso del si quieres (si tienes dinero) puedes, es la respuesta? ¿Una industria que vacía al libro de todo contenido convirtiéndolo en una mera mercancía es la salida para los autores noveles? Resulta difícil pensar que un joven con aspiraciones literarias encuentre consuelo comprándose su propio libro.