Uno tiende a pensar que la literatura nacional es otra ficción. Una herramienta, casi útil, para meter a las obras y a sus culpables en cajoncitos conceptuales o para que los gobiernos de turno sepan a quién invitar –y a quién no– a las ferias editoriales del ancho mundo. Poco más. Un eufemismo reduccionista que trata de encapsular la catarata de la creación en un quinto de cerveza intelectual. "Un póngame esa tapa de Generación del 98, otro pincho de autoficción, una merendola nocillera". Una operación pecuniaria, taxonomista en el mejor de los casos, para ganar portadas y artículos universitarios. Como las generaciones o los movimientos literarios, la literatura nacional sería otra superstición histórica que se desvanece a cada vuelo internacional, a cada lectura afuerina, mermada por las buenas traducciones la globalización y el poliglotismo incipiente.
Así las cosas, cualquier intento de racionalización de la pulsión literaria estaría condena al fracaso. ¿A qué país pertenece la obra de un escritor paraguayo que escribe en un inglés medio roto, trufado de guaranismos, a bordo de un avión que pasa por Alemania? Pero ya saben que por aquí nos gusta fracasar, fracasar mejor, por decirlo con el tito Beckett, y por eso hemos pensado en darnos un paseo por nuestro entorno más cercano, para reflexionar junto algunos autores sobre la literatura en castellano que se escribe en la actualidad en Cataluña. Para pensar en voz alta sobre esta condición híbrida y bífida, en este ecosistema complejo y, queremos creer, no sabemos si fértil.
Retrocedamos un poco. En 1990 se publica la novela El amante bilingüe. La sátira política y lingüística con la que el escritor barcelonés Juan Marsé aborda, entre otras cosas, el doble ecosistema –o triple, o más– literario y vital en el que se vive y escribe –se escrivive apuntaría Julián Ríos– por estos lares. Marsé habita en el Parnaso de los escritores catalanes en lengua castellana, diríamos que junto a Cristina Fernández-Cubas, Eduardo Mendoza, Enrique Vila-Matas y Javier Cercas, formaban el club de los cinco magníficos.
Juan Marsé
Pareciera que la sátira carnavalesca que nos propone esa novela sea una de las pocas maneras de acercarse a esa realidad lábil y multiforme. La trama explica cómo Marés –un burgués de prototípico que habita un Walden-7 medio leproso, que se cae a trozos–, al ser abandonado por su esposa y sufrir un accidente, va mudando de personalidad hasta transformarse en Faneca, un charnego de mentirijilla, para volver a conquistar a su esposa.
La figura del doble –quién será Jekill, quién Hyde– en la cultura catalana parece ser fundacional. Un mito originario. Cómo explicar si no las incomprensibles polémicas en torno al ensayo Otra Cataluña (Destino), donde Sergio Vila-Sanjuán rastrea la obra de los más antiguos escritores catalanes en la lengua de Cervantes e Iniesta. O el poco interés que algunas de las obras de la literatura catalana despiertan en el resto de España. ¿Será cierta aquella imagen que representa a ambas literaturas como siamesas unidas por la espalda, destinados a vivir juntos pero a desconocer sus rostros para siempre?
¿Cómo elige uno su lengua literaria? ¿Existe algo parecido a una manera de escribir en castellano desde Cataluña? Permítanme echar una foto movida, una instantánea al caos, que si no describe con precisión ninguna escena, por lo menos deja constancia de que existe. Un namedroping en continuo crecimiento en el que corremos grave peligro de anegar la página, tal es la cantidad de las obras que nos ocupan.
Elegir lengua literaria
De esas y algunas otras cosas más hablamos con los diferentes escribidores. Algunos como Jenn Díaz (Barcelona, 1988) o Jordi Corominas (Barcelona, 1979) escriben directamente en ambas lenguas, según el proyecto al que se dediquen. Díaz debutó en castellano con Belfondo (Principal de los Libros) y es una clara heredera de Martín Gaite o Matute. Su obra siguió en Lumen hasta que la irrupción del catalán como lengua literaria cristalizó en su última obra, titulada Mare i filla (Ara llibres).
Cristina Fernández de Cubas.
Corominas comenta que la elección de la lengua en la que escribir “fue un proceso natural y nada complicado”. “Elijo la lengua según el momento. Escribo regularmente tanto en catalán como en castellano, usando quizá más esta última desde el aspecto de tener amplitud de miras hasta por una lógica de lecturas, pues suelo leer más en castellano y cuando lo adopté como lengua literaria no pensé en el motivo del cambio. Ahora publicaré un libro en catalán, Paràgrafs de Barcelona (Àtics dels llibres) y elegí la lengua porque me apetecía retomarla y por ser fiel a mi realidad de paseante por Barcelona, donde mis pensamientos en soledad son en mi idioma materno”.
Otro que escrivive habitualmente en ambas lenguas es Toni Quero (Sabadell, 1978), autor de la novela Párpados (Galaxia Gutenberg), ganadora del premio Dos Passos y de dos libros de poesía también galardonados Los adolescentes furtivos y El cielo y la nada, flamante premio Tiflos, de próxima aparición: “La elección de una lengua u otra es inconsciente. Las ideas surgen de improviso en cualquiera de las dos y, a partir de ahí, tiro del hilo. He publicado mayoritariamente en castellano, seguramente por herencia de la biblioteca familiar, pero como profesional he desarrollado buena parte de mi carrera en el mundo de la edición en catalán. Por placer, leo indistintamente en ambas lenguas. En el futuro me gustaría mirar atrás mi obra y observar que tanto el catalán como el castellano se han alternado a lo largo del tiempo”.
Al ser requerido si considera especialmente fértil el ecosistema doble en el que se enmarca nuestro mundo literario responde: “Mi impresión es que ese ecosistema que, efectivamente, podría deparar escenarios de creación mucho más vivos y dinámicos, vive de espaldas al otro. Por ejemplo, en un recital de poesía son contados los casos en que ambas lenguas se alternan. Si un acto se desarrolla en catalán difícilmente se encontrarán autores de lengua castellana y a la inversa. A nivel personal, probablemente tengo más amigos dentro de los escritores en lengua catalana, pero, desgraciadamente, no se desarrollan proyectos conjuntos. Creo que la coexistencia de ambas lenguas en Cataluña debería ser una fuente de riqueza, pero la polarización política de los últimos años lo ha contaminado todo”.
Tal vez por eso, para descontaminar lo que se escribe desde hace algún tiempo, tenemos la maravilla de página de traducción de poesía catalana contemporánea Foc creuat/ Fuego cruzado.
Juan Trejo / IVÁN GIMÉNEZ
También con un pie en la traducción y otro en la narrativa se encuentran tanto la autora de En la ciudad líquida (Caballo de Troya), Marta Rebón (Barcelona, 1976), como Juan Trejo (Barcelona, 1970), autor de la trilogía –no sé si involuntaria– El fin de la Guerra Fría (La otra orilla), La máquina del porvenir y La otra parte del mundo (ambas publicadas en Tusquets), obras que beben de las fuentes de la posmodernidad sin perder el gusto por lo sentimental.
Trejo confiesa: “Yo no soy una persona bilingüe debido a la coyuntura o a las circunstancias, soy bilingüe por voluntad. Me crié en un entorno familiar castellano y me formé en los primeros (y accidentados) años de la enseñanza reglada del catalán. Con el paso del tiempo, digamos que, curiosamente, el catalán se centró en el ámbito de lo íntimo y personal y el castellano fue consolidándose como un vehículo de expresión pública y profesional. Por decirlo de otro modo, el castellano es mi esposa y el catalán mi amante”.
Sobre si existe una manera especial de escribir, una suerte de tradición en la escritura catalana en castellano, responde: “No sé muy bien qué es o qué significa Cataluña (como no sé qué son o significan España o Marruecos). O bien, Cataluña es y significa demasiadas cosas como para que, en su conjunto, algo así pueda apreciarse en la manera de escribir de alguien; porque el error en este tipo de casos es pensar que Cataluña es una sola cosa, la visión que nos ofrecen los partidos políticos, por ejemplo. Y en caso de que fuese posible, en caso de que existiese una manera particular de escribir en Cataluña (más allá de lo limitado a lo estrictamente temático), y que eso pudiese apreciarse, creo que no me interesaría lo más mínimo descubrirla”.
Escribir en Cataluña
Sobre ese escribir en Cataluña también hay mucho que decir. Si siguiendo el haiku pujolista catalán es todo aquel que vive y escribe en Cataluña y quiere serlo, ¿cómo no considerar escritores catalanes –o sí hacerlo– a Cristina Morales, autora de Lectura fácil, premio Herralde de este año, Juan Soto Ivars, Franco Chiaravallotti, Llúcia Ramis, Juan Pablo Villalobos, Álex Chico, Pablo Matilla, Rodrigo Fresán o al mismísimo Roberto Bolaño?
En cambio, Aitor Romero (Barcelona, 1985 ), autor de Fantasmas de la ciudad (Candaya, 2018), una colección de relatos heredera de la doble estirpe de Marsé y Vila-Matas y de la literatura latinoamericana, destaca: “Siempre he pensado que la condición periférica respecto al centro de la lengua que tenemos los escritores catalanes en castellano es más una bendición que otra cosa. Afortunadamente no cargamos con la responsabilidad de tener que soportar el peso del idioma que tienen los escritores en catalán de Barcelona o los autores de la España monolingüe, por decirlo así. Nosotros, tal vez como los irlandeses o los austríacos, estamos cerca del centro, pero no pertenecemos a él. Y diría que ese terreno está lleno de posibilidades. A las novelas realistas que pretenden capturar el idioma de la calle no les quedará más remedio que estar escritas en esa especie de lunfardo de castellano contaminado de catalán (o al revés). Y que se aguanten los sacerdotes del idioma que quieren conservarlo inmaculado en una urna. Los unos y los otros”.
Javier Pérez Andújar
Me cuenta Javier Pérez Andújar (Sant Adrià de Besòs, 1965), tal vez el escritor catalán posterior a los big five más admirado e influyente de la actualidad, que más que pertenecer a un país o una bandera, él pertenece a un lenguaje. Yo recuerdo que ya escribió en Paseos con mi madre que más que a la patria o la clase social él pertenecía a la chaqueta que le dejó en herencia su padre. Pero que nada de esto tiene ninguna importancia.
“Pertenecer a una lengua es como tener la nariz larga o afilada. No depende de uno. Yo soy de Berceo. Soy de Valle-Inclán y Cervantes, que no eran mancos, del octosílabo más que del soneto. Escribir un soneto ya me parece un cosmopolitismo”. El de Sant Adrià habla como escribe, brillando y con lucidez. Autor de una de las trayectorias más sólidas en la actualidad, declara que lo que más disfruta del plurilingüismo es como lector, y que le ayuda a compartir y comparar prosodias, ritmos y vocablos con la amplia familia de las lenguas románicas. Que se esfuerza incluso en entender los jeroglíficos egipcios.
Jorge Carrión (Tarragona, 1973) es el autor del multitraducido Librerías (Anagrama) y se ha convertido en un periodista cultural indispensable y aliño de todas las salsas literarias multidisciplinares. Su última obra es Barcelona. El libro de los pasajes (2017, Galaxia Gutenberg), que fue publicado a su vez en catalán bajo el nombre de Jordi Carrión. Esa doble nomenclatura, tan normal a todos los habitantes de la escuela catalana contemporánea, explica más que otros sesudos mamotretos.
Jorge cuenta que desde que era niño siempre ha escrito en español, que es su lengua materna y la lengua en la que piensa. Incluso durante los años del instituto y de la universidad, cuando además de leer y de escribir cotidianamente en catalán salía con una chica con quien hablaba en ese idioma, sus cuentos eran en español. “Pero mis primeros años como crítico cultural fueron totalmente bilingües: en la revista Lateral y en el diario Avui, y el catalán siempre ha sido una lengua en la que me he sentido cómodo como periodista”.
Respecto a si es beneficioso o no el ecosistema mixto, declara: “Hasta hace un año y medio, sí que me lo parecía. Por la riqueza de las lecturas posibles, porque en muchos de mis libros hablo de mi condición charnega y por tantas otras razones. Pero el procés y la respuesta española han convertido esa realidad, tan fértil, en una realidad incómoda. Seguro que alguien es capaz de sacar oro literario de ese cemento, pero yo en cambio he duplicado mi apuesta por la literatura de viaje cosmopolita y por la ciencia ficción global”.
La modulación catalana
También declara que sí que existe una manera propia de escribir en castellano desde Cataluña. “La obra de Juan Marsé o de Eduardo Mendoza está escrita en una lengua castellana con clara modulación catalana, que habla precisamente de la convivencia de personajes que se expresan en ambas lenguas en una única y agitada cultura, la barcelonesa. Y en la literatura en lengua catalana destaca la obra de Julià de Jódar, profundamente mestiza, que ofrece una mirada muy inteligente desde la otra dimensión de la misma realidad, desde la orilla de su territorio personal, el de Badalona”.
La escritora Isabel Verdú (Logroño, 1976), que acaba de presentar La piel de Irlanda (Editorial Verbum), escribe que la escena catalana “es un terreno fértil si se quiere en el sentido que la literatura castellana y la catalana se alimentan mutuamente”. “En mi caso, la presentación de mi novela precisamente la ha hecho una escritora catalana y en català, Tina Vallès, con la que tengo afinidades de todo tipo aunque escribamos en lenguas distintas, y de hecho en la presentación ambas lenguas se mezclaron con naturalidad. Por decirte otro ejemplo, las próximas lecturas que tengo en la cola son Lectura fácil, de Cristina García Morales, y Aprendre a parlar amb les plantes (Edicions dels Periscopi) de Marta Orriols. De todas maneras tengo la sensación de que el mundo de la literatura en castellano y en català en Cataluña son universos que no acaban de ser permeables entre sí en general, que permanecen a menudo en ámbitos muy separados, y es una lástima”.
Tal vez para desmentir lo de los mundos separados existe la obra El fill del corrector/Arre, arre corrector (Hurtado y Ortega) de Adrià Pujols Cruells, uno de los golden boys –o golden voices– de la nueva literatura catalana, donde también descollan Borja Bagunyà, Víctor García Tur o Eva Baltasar con su éxito Permagel (Club Editor) publicada en castellano con el título de Permafrost (Literatura Random House)– y presuntamente traducida, aunque en realidad versionada, trolleada, ampliada y cercenada por el magín palinbromista y lisérgico del enfant terrible –aunque cada vez menos enfant y cada vez más terrible– Rubén Martín Giráldez, autor de dos flores extrañas y ultrarrecomendable en Jekill & Jill, Magistral y Menos Joven.
Literatura 'catañola'
Acerca de la posibilidad de una literatura catañola afirma: “Imagino que algo se detectará ya sin que haya intención expresa por parte del autor. Me parece muy enriquecedor injertar deliberadamente estructura o fraseolos de idiomas tan cercanos. Cuando se trata de calcos del inglés, en cambio, me rechina; pero con dialectos y lenguas parejas lo veo necesario. Nos falta chicha léxica, creo, en el campo del tintineo metálico, por ejemplo. Pues ampliémoslo, digamos calancaneo si nos hace falta, aunque el diccionario advierta de que es un uso propio de Honduras”.
Y, al informarle de nuestro fervor por el bilingüismo desaforado de su obra junto a Pujol Cruells nos suelta: “No creo que hayamos inventado nada. Me suena que en The Mayor’s Tongue, de Nathaniel Rich; en Lord Malquist de Tom Stoppard y en Portrait of a Tongue, de Yoko Tawada hay cosas parecidas. Lo de los diálogos bilingües sería lo suyo, El fill del corrector se ha leído y reseñado bastante fuera de Cataluña, incluso tenemos noticia de lectores portugueses y norteamericanos”.
Para acabar, como colofón, les dejo con las palabras de Miguel Ángel Esteban (Barcelona, 1972), autor de la colección de relatos El fin del bienestar (Témenos), que no me parecen mal lema vital, que afirma respecto al entorno multilingüe en el que vivimos: “Lo encuentro estimulante para la vida, que es el auténtico cimiento de la literatura. Yo no creo en la pureza. Siempre estaré a favor de la mezcla. De lenguas, tradiciones, generaciones, sabores, colores, acentos, fluidos y todo tipo de opciones existenciales”.