Cualquiera puede experimentarlo. Se arranca una planta de su maceta o terreno, se la lleva a otro suelo u otro tiesto y a veces la planta arraiga y medra; a menudo sucede lo contrario. Así, las personas, sobre todo cuando son arrancadas con violencia, en situaciones traumáticas: desarraigadas, es difícil que prosperen en el nuevo medio. Los que han dejado su tierra se comportan con frecuencia de manera errática, los sacuden manías, obsesiones, pierden el equilibrio. Si además pasan de señores a parias, a vivir de prestado, aún más, todo se agrava.
En las últimas décadas ha proliferado una narrativa postcolonial que ha puesto sobre el tapete las relaciones de la periferia con la metrópoli, de las diferentes periferias con las metrópolis distintas. Casi siempre, porque cambian las tornas, desde la perspectiva de los colonizados, de los aborígenes anteriores. Rara vez poniendo el foco sobre los colonos, quienes lo tenían todo y de repente en días o en horas todo lo tienen que abandonar, dejando atrás posesiones, afectos, el tejido de referencias que ha sido hasta entonces sus vidas. Sucedió con quienes abandonaron Argelia, la India, Rhodesia (hoy Zimbabwe), Mozambique, Angola.
Embarque de tropas portuguesas en dirección a Angola.
La literatura reciente en lengua portuguesa está repleta de autores que nacieron o vivieron en las colonias, en ese Sur lejos del cual hasta el más pintado queda algo desnortado. Alguno se ha quedado en el país ya independiente, porque era su tierra, una tierra mucho más propia que la metrópoli. Mia Couto es el principal escritor de Mozambique, blanco como es, aún más blanco con la cabellera cana. Gonçalo M. Tavares nació en Angola. Dulce Maria Cardoso pasó allí su infancia. Sobre la marcha de los portugueses de aquel país, experiencia sufrida en carne propia, trata El retorno, novela de 2015 publicada en 2018 en español.
Vaya por delante que es una novela excelente. Entre las diferentes voces narrativas que la literatura ha barajado desde su aparición, una de las más potentes y preñadas de posibilidades es la del narrador niño o adolescente. En su primera persona del singular cabemos todos con un intenso grado de identificación. Si además el pulso del cuento o la novela es firme y conduce con pericia, el milagro está servido. Lo está en El retorno. Asistimos aquí a la evacuación forzada de una familia, contada por el hijo.
Angola es un lugar inseguro donde está a punto de proclamarse la independencia y las familias portuguesas son hostigadas y se apiñan en el aeropuerto a la espera de un avión que las traslade con lo puesto y cuatro cuartos a la metrópoli. Suceden luego las peripecias en el lugar de acogida, las diversas frustraciones, los contrastes entre los habitantes de la metrópoli y los retornados.
La novela, con un discurso que se acerca al stream of consciosness, es un muestrario de desencuentros: de costumbres, expectativas, mundos, palabras. Los retornados hablan un portugués algo distinto, en el que abundan las voces diferentes. En cierto momento se enumeran sustantivos oídos en Lisboa que tienen sus alternativas en Luanda. De esa riqueza lingüística da fe el traductor en sus notas a pie de página.
La novela, con un discurso que se acerca al
El traductor es el colombiano Jerónimo Pizarro, gran especialista en Pessoa y rescatador y reordenador del archivo del poeta. La traducción que hace de Cardoso es solvente, aunque el lector español asiste aquí y allá a un desfile de palabras que le resultan cuando menos extrañas. No digo que chirríen, una vez que sabe que el traductor no es compatriota. Sí que percibe otra variedad del español. Salón de clase por aula, el ustedes por el vosotros, el Hombre Araña por Spiderman…
Y ahora, lo que resulta más notable: no sé por qué ha sido el traductor de esta novela publicada en Madrid un bogotano, pero haciendo de la necesidad virtud el efecto es que se hace más verosímil el habla –que es escritura– del joven narrador. Le da un leve toque de desubicación que refuerza su posición trasterrada. Esto es, buscado o no, un hallazgo. El libro no se resiente de ello. Con esto se enriquece.
Aún está reciente la polémica sobre la traducción con subtítulos al español de España (no caeré en el error de llamarlo peninsular, porque incluye a Ceuta y Melilla más los archipiélagos balear y canario), de la película Roma de Alfonso Cuarón. Un poeta sabe que cuantas más palabras tenga a su alcance, mejor; no solo por el despliegue de una vistosa cola de pavo real sino porque la riqueza permite el empleo a satisfacción de voces de x sílabas, de y rimas, de w o z, asonancia o consonancia. Haber traducido el habla del Rui, el protagonista, en un español absolutamente standard (suponiendo que tal cosa exista) habría supuesto un empobrecimiento.
La editorial La Umbría y la Solana ha incluido El retorno en su colección de autores portugueses, dirigida por el especialista Antonio Sáez Delgado. En ella han aparecido también textos de Antero de Quental, Lídia Jorge, Eça de Queirós, Almada Negreiros o el ubicuo Pessoa, entre otros. He aquí otro puente, de muy poco gravoso peaje, sobre el Guadiana.