El proceso hasta que un libro se pone a la venta es infinito. Durante años, ha habido mil mujeres imbricadas. Hora es de darles una visibilidad mayor y conocer cuál ha sido su papel en la construcción y configuración del mundo literario y cultural del país. Lola Larumbe es uno de los nombres indiscutibles. Lleva al frente de la mítica librería Rafael Alberti de Madrid treinta y nueve años. En el año 2005, la librería fue galardonada por el Ministerio de Cultura y la CEGAL con el V Premio Librero Cultural por su proyecto Encuentros en Alberti. Los editores independientes madrileños le concedieron el Premio Bibliodiversidad en 2004 por la variedad y riqueza de su fondo editorial, con más 20.000 títulos. En estos años Lola Larumbe ha asistido al cambio de paradigma del universo cultural del libro y la transformación de los hábitos de lectura y percepción. Hablamos de la necesidad de prescriptores en el mundo cultural, papel indiscutible de las librerías, pero también de los elementos necesarios para la renovación del lector y el papel de lo público y lo privado en la cultura.
–¿Cómo surge la librería Rafael Alberti? ¿Qué objetivos tenía?
–Yo desembarqué en la librería por casualidad en noviembre de 1979 con dos amigos. Tenía 19 años y estaba en segundo de Biológicas. Teníamos la ingenuidad y la idea romántica de los jóvenes de los setenta, una época de cambio y transición, y lo que suponía el valor de la cultura para nuestra generación. Era una idea difusa y poco precisa, no sabíamos muy bien dónde nos metíamos, pero sí teníamos una ansiedad por los libros, la lectura y el conocimiento, pues había cosas que no se habían podido hacer en el país en mucho tiempo. Así que pensamos, ¿por qué no montamos una librería? A los tres nos gustaban los libros y ayudábamos a Ángel Lucía, que acababa de montar la editorial Debate, a hacer los paquetes de los libros e íbamos al Rastro a venderlos.
Teníamos una idea difusa de qué era el libro y la cultura, y poca formación humanística. Era como un querer algo pero sin saber bien dónde estaba y pensamos que una librería podría ser una forma de vida. Cogimos un local en Chueca, en la calle Hortaleza esquina con Augusto Figueroa. Entonces era un barrio lumpen y degradado. Un día, paseando por aquí, por Argüelles, vimos que la librería Alberti estaba cerrada, había un número para avisos y pensamos que nos podían vender las estanterías para nuestra librería. Enrique Lagunero, que había montando la librería en 1975, nos dijo que no nos las vendía pero que nos la podía alquilar. Vinimos aquí, algo bien diferente a la vieja mercería de Chueca. Ese era nuestro bagaje, creo que era el mismo que tenía todo el país entonces. No sabíamos adónde íbamos, pero había un ansía por llegar a algún sitio.
–¿Cómo han sido estos cuarenta años? ¿Qué ha cambiado en la librería Alberti y cómo ha sido su evolución?
–Formal y físicamente ha cambiado muy poco. Las tareas son básicamente las mismas, sobre todo lo que tiene que ver con vender libros. La revolución ha sido consecuencia de las nuevas tecnologías, el proceso de gestión, administración, procedimientos y comunicación. Internet es una herramienta formidable para el mundo de las librerías, en continuo cambio, con mil novedades y noticias. A partir del 2002 empezamos a organizar los encuentros, entonces mandábamos tarjetas en sobres con sello.
Esta librería crece con la democracia. Nosotros hemos tenido mucha suerte, nos ha acompañado un tipo de lector muy bueno, fiel, con constancia, con muchas ganas de conocer y eso nos ha hecho crecer. Pero es verdad que las tasas de lectura no han crecido en proporción a lo que ha cambiado y crecido económica y socialmente el país. En ese sentido, creo que ha habido un fracaso por parte de las campañas de promoción de la lectura, que han sido muchas y de gobiernos distintos. Queda mucho todavía por trabajar en este territorio.
–¿Cómo definiría hoy una librería?
Una librería es un híbrido. No tiene más remedio que serlo. Sobre todo por la competencia de las plataformas digitales y de las ventas online. Una librería apuesta por un espacio y por un modelo de transmisión que es el libro en papel, el formato de siempre, y ofrece los valores añadidos al intercambio de comprar un libro en un establecimiento. Los valores son muchísimos. Es un elemento de socialización, de humanización, de muchas cosas que están desapareciendo en los barrios y en las ciudades debido a la gentrificación o a los alquileres de las burbujas inmobiliarias de cualquier ciudad. Los centros son solo centros comerciales de marcas globales y las librerías independientes son espacios de libertad, encuentro, intercambio y conversación. Y eso es muy importante. Las librerías siempre han sido muy importantes.
La Alberti es una librería cuya historia empieza en la democracia y que tiene muchos problemas porque se llama Alberti. Abre cuando Franco muere, en la llamada época de terrorismo de baja intensidad. La librería comienza con ese espíritu, la gente viene aquí desde 1975 y siguen siendo fieles a ella, abuelos, hijos y nietos. El germen de la librería es ese espíritu de encuentro, de espacio comunitario y de servicio. Lo que somos ahora ya lo fue la librería en su origen. Pero entonces los barrios y ciudades tenían otros diseños, se hacían para las personas, había tiendas de ultramarinos, tintorerías, bares de tapas, donde la gente del barrio se podía conocer y saludar. Ahora los barrios céntricos están despoblados de fraternidad.
–Muchas librerías se cerraron por la crisis, pero han surgido nuevas y otras se han mantenido.
–Los años de la crisis han sido terribles, en el año 2014, por ejemplo, se cerraron más de 900 librerías. También, han pervivido muchas de las librerías que surgieron en los años 70, muy buenas, y que se han adaptado a los tiempos. Detrás de ellas, ha habido unos libreros con mucha vocación que las han mantenido. Han hecho de su oficio una forma de vida. Las que continúan se consolidaron antes de la crisis y han aguantado. Nosotros la soportamos porque no teníamos unos gastos fijos muy elevados. Las que empezaron en el 2008 y tuvieron contratos de alquiler muy altos en el 2010 no han podido hacerlo. El colapso de la administración y las compras institucionales fueron dramáticos.
–¿Cuáles son las carencias del sistema político cultural respecto al libro? ¿Qué se podría mejorar?
–Es urgentísimo revisar la nueva ley de contratos del Estado. Se ha hecho un diseño de contratación para intentar evitar el mangoneo de estos últimos veinte años en el país, pero de forma que prácticamente se impide que librerías como la Alberti, de proximidad o de barrio, puedan vender al Estado y a las bibliotecas. Yo le pediría al ministro de Cultura que se revisara esa ley y que las bibliotecas pudieran pedir los libros a las librerías físicas. Nada de políticas de subvenciones, solo queremos vivir de vender libros.
Las comunidades y los ayuntamientos han tenido dotaciones para comprar y se han repartido, jamás han sido suministros que se despilfarraran ni se mostraran intereses anómalos en el sector. En otros ámbitos, ha sido diferente, como en el caso de la construcción y las grandes obras, pero el del libro tiene los precios fijos y regulados por ley, no hay ofertas que puedan mejorar el precio, este está tasado y el descuento, de un 15%, está regulado por ley. ¿Qué sentido tiene lanzar grandes concursos para que al final lo ganen suministradores que no son libreros y que son entes o estructuras fabricadas para mandar los libros a las bibliotecas? En fin: que las bibliotecas pidan los libros a las librerías
–¿Qué aporta una mujer a la dirección de una librería?
–Un librero no aporta mucho, pero es verdad que hay muchísimas libreras. Pensemos en Silvia Beach, la librera más famosa del mundo, y su librería Shakespeare and Company. Ella se inventa prácticamente la figura del librero. Es un modelo de intermediaria. Se da cuenta que para vender libros tiene que hacer una red de lectores. Tu pregunta es compleja. Las mujeres hemos cambiado pequeñas cosas. Hay un tono general que tiene que ver con nosotras y es un tono de vida en todas las facetas y aspectos.
Es verdad que ahora nos miran más y mejor. Durante mucho tiempo no ha habido cuestión de género porque ni una misma lo tenía asumido. Hay que continuar haciendo cosas pequeñas, constantes. No son modelos, son tonos de hablar y conversar. Como librera, el tono que he mantenido en la librería habrá tenido que ver con autores, lectores, editoriales y recomendaciones. Un librero es alguien que piensa y lee para otros.
–¿Cómo se deciden los títulos del catálogo de una librería cuando se publican alrededor de 87.000 libros al año?
–Ahora estamos viendo las novedades para el otoño y vienen los editores para contárnoslas. Vienen todos. No son los comerciales de las distribuidoras, ellos no conocen el por qué de la aparición de los libros. Es muy interesante oír a los editores. Los títulos se eligen por la confianza. Esto es una red de confianzas. Si confías en el editor, te puede colar de todo. Es como un lector que confía en su librero, le preparas una pila, pero en septiembre puede volver y decir que no le han gustado. Resulta muy delicado y difícil recomendar un libro.
Hay libros que conocemos pero otros muchos, no. También se elige por el propio conocimiento, la experiencia y por una especie de lector hipotético, que no tiene cara y con el que se va probando. También te equivocas y traes libros que no interesan y los devuelves, a veces nos mandan cosas que no hemos pedido y que pueden interesar o no. Otras, crees en libros que luego no tienen recorrido y no generan reseñas. Hasta que no tienes el libro en las manos, no sabes, hay tanta información…
–¿Qué libros y temas se han ampliado en el catálogo de la librería a lo largo de estos años?
–En relación a veinte años atrás, ahora tratamos mucho más el libro ilustrado, la novela gráfica, el cómic. No es un boom pero muchas editoriales están probando. Se editan muchas cosas y muy bien. Libros infantiles siempre hemos tenido pero ahora los tratamos más y mejor. Había una sección en el piso de arriba, pero iba al tran tran de lo demás. Durante la crisis nos dimos cuenta de qué había que hacer algo y decidimos mejorar lo que teníamos. La crisis afectó al best seller, a la literatura en general, pero no a la infantil y se incorporó Laura Vila, que le dio una vuelta. Como no se podía ampliar la librería, pensamos: vamos a invertir en personas
–¿Cómo es el lector actual? ¿Se está renovando?
–Nos está costando mucho pero no dejamos de trabajar en el lector actual, dedicamos las redes a pensar en cómo capturarlos. Hay fenómenos, como la nueva poesía o, mejor dicho, poetas. Ellos ya venían a la librería antes de que estallara el fenómeno. Marwan es amigo y vive en el barrio, también venía un amigo editor que publicaba a poetas de bares y de noche. Hay cierta inquietud y se acercan a comprar a las librerías. No sé si es solo un fenómeno, espero que quede algo y que podamos recoger a lectores más jóvenes. El asunto es cómo se encuentra el modelo lector en el país. No se puede pedir a los jóvenes que lean si no lo hacen los padres, los abuelos y los profesores. Tampoco si en la escuela no se lee bien y se lee por obligación y, además, lo que se elige, se elige mal y los profesores no van a las librerías cercanas para ver libros.
–¿Cómo se puede mejorar el modelo de lector?
–Yo tengo esperanza en el nuevo equipo de Cultura. ¡Estábamos tan desesperanzados! Espero que el nuevo ministro de Cultura, que es culto y sensible, sea consciente de este problema y la nueva directora general del Libro y Fomento de la Lectura, Olvido García Valdés, que es también culta, sensible y capaz, sea también sensible al problema. El asunto es que los periodos gubernamentales no dan para ello. Tendría que ser casi una campaña nacional para que todos los partidos políticos hicieran un pacto cultural y se crearan programas de aquí a 50 años y así ampliar el porcentaje pequeño de buenos lectores del país.
Cuando vas a Francia y ves la cantidad de gente que hay en las librerías y, por ejemplo, cómo esperan a que se abran las cajas, te produce mucha alegría. Esta librería siempre tiene gente, pero habría que vender más en proporción a la circulación de personas que tenemos y a la capacidad de convocatoria de los encuentros. Las ventas tendrían que ir a la par. Pero no nos podemos quejar. Hemos llegado hasta aquí. Tenemos buenos lectores, ese porcentaje de lectores pequeño lee mucho y bien. Nos gustaría mejorar y no tener la sensación de que puedes estar con el pie en el otro lado.
–¿Cuáles son sus hábitos como lectora?
Lo consigo teniendo la casa hecha un desastre. Tengo libros por todos los sitios. Dejando de hacer otras muchas cosas para leer. Hay tantos escritores. Me gustaría también escribir pero, cómo voy a escribir si hay tanto por leer. Escribo por encargo. Leo de cualquier manera y en cualquier sitio.
–Existen varios másteres en torno al proceso literario y editorial. ¿No debería haber un máster específico para formar libreros y librerías?
–Ha habido intentos. Está configurándose un módulo de formación profesional o de enseñanza media en colaboración, creo, con la UNED. Pero no hay de momento. Los franceses tienen una escuela de libreros muy potente. En Cataluña hay un postgrado de Librerías. Estaría muy bien, pero yo creo que el oficio se aprende sobre la marcha. Sí, me han invitado a impartir sesiones en másteres de edición o gestión de espacios culturales pero solo para saber cómo se comercializa el libro.
–¿Qué es lo mejor y lo peor de ser librera?
Lo que más me satisface es estar en la librería. Me gusta la librería, el tráfico de gente, la continua animación de libros, lectores y editores. Me encanta. Mi casa es la librería. Me gusta ir de un libro a otro. La convivencia con los libros. El cordón que se produce alrededor. Me encanta hablar con la gente que ha leído el mismo libro y darme cuenta de que hemos leído un libro distinto. No me gusta el aparato administrativo, tan farragoso, ni la parte de relaciones comerciales con los proveedores ni el trasiego de entradas y salidas de libros. Se edita mucho y se devuelve. La devolución es muy rara en otros ámbitos. Un libro supone un gran trabajo, ha tenido un coste moral, físico y mental. El corrector, los diseñadores, los traductores, el autor. El libro es un cacharro complejo y hay muchos que no se venden. Llegan a las librerías y los editores se decepcionan a veces, piensan que no se vende porque los distribuidores y los libreros no los han tratado bien.
–¿Cómo le gustaría que fuera la librería Alberti en el futuro?
Me gustaría que la Alberti siguiera estando donde está. Que siguiera siendo librería. Que la gente que trabajase aquí pudiera ser tan feliz como yo lo he sido y lo soy, a pesar de que hay mucho trabajo. Que diera para vivir a la gente que trabaja aquí y que el barrio se llenara de plantas y árboles y de personas sentadas en los bancos.